REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Leopoldo Bravo (1919-2006) |
Durante dos
meses y medio la bandera nacional ondeó en los mástiles de esos extremos
queridos del solar argentino, asombrando al mundo por la viril decisión
política que pudo superar seculares complejos frente a los usurpadores y
afirmar el incuestionable derecho que hemos heredado de España en los confines
australes. El mundo iberoamericano aplaudió y se solidarizó con nosotros porque
interpretó en la actitud una suerte de redención común ante tantos atropellos y
una clara expresión que la potencia moral de la raza no estaba extinguida...
Un operativo
militar incruento e impecable, un esfuerzo bélico imperfecto pero intenso, una
pelea frente a la muralla de intereses de las potencias colonialistas, y una
entrega noble y quijotesca de la juventud en holocausto de valores superiores
ante la acción combinada de los líderes militares del planeta. Todo ello, y
mucho más, presupone esta gesta que está definitivamente incorporada en los
anales de la historia argentina.
Cuestionamientos
que pierden fuerza
En el lapso
trascurrido hemos observado claros intentos de “desmalvinizar” la conciencia
colectiva. Quienes desde el primer instante, y tras el dolor de la transitoria
derrota, mantuvimos firme nuestra fervorosa adhesión —sin posiciones
acomodaticias ni olvidos sacrílegos— podemos corroborar cómo los
cuestionamientos van perdiendo fuerza progresivamente y se va dibujando con
nitidez la figura positiva y paradigmática de aquellos días de honor que vivió
el país. En efecto, cabe preguntarse: ¿Qué gran nación que haya tenido
protagonismo internacional no tiene su derrotero cubierto de reveses y
victorias militares? ¿Acaso Napoleón, el genial, no fue derrotado en una
tercera parte de sus acciones bélicas? ¿No fue una grave y luctuosa derrota, la
heroica lucha de nuestra infantería en Curupaytí? ¿No perdimos y recuperamos a
manos de los portugueses la Banda Oriental del Uruguay? ¿No mordimos el polvo
del fracaso en la Vuelta de Obligado? ¿No estuvimos a punto de perder Chile en
la triste noche del desastre de Cancha Rayada? ¿No cayó prisionero de los
franceses y luego de los ingleses el propio Libertador San Martín en el
Rosellón y la fragata “Santa Dorotea” en su época peninsular?,
Solidaridad
Un país
adulto, culto y noble, como corresponde a nuestro caso, debe ser solidario con
sus soldados en las horas negativas. Debe reforzar sus apoyos morales y volver
sobre sus pasos —por el método de la negociación o el de la fuerza— cuando
están en juego intereses superiores de su arquitectura física y moral... Sucede
que desde hace mucho tiempo experimentamos una especie de masoquismo colectivo
en nuestra sociedad, que nos impide sobreponernos con energía a las
dificultades y vencerlas por medio del tesón, la astucia y el coraje. Este
fenómeno es extensible a todo el espectro de la problemática nacional; la
economía, la social y la política.
Hay momentos
en el devenir de un pueblo en que es preciso recurrir a lo que sea menester
para afrontar el atropello. No olvidemos que la guerra, al decir de Clausewitz,
es “la continuación de la política por otros medios”. Pensamos que desde
aquellos lejanos tiempos de 1833 en que fuimos expulsados de las islas
Malvinas, las diferentes administraciones argentinas —cualquiera sea su éxito
gubernativo— tienen una grave carencia en sus respectivas gestiones frente al
tribunal de la historia, por haberse limitado a reiterar periódicas
reclamaciones formales y estériles ante Gran Bretaña, en lamentable gesto de
vasallaje ante una superioridad material o la conveniencia de negocios menores.
El país, que reclama y acompaña su mensaje con evidencias de no ceder, casi
siempre triunfa en sus propósitos; el que se abandona, queda relegado en la
columna de marcha. Así lo muestran cientos de ejemplos prácticos que no es del
caso citar en esta oportunidad.
En este último
sentido, la experiencia de la derrota de las tropas británicas en las dos
invasiones a Buenos Aires y Montevideo lo ilustran con claridad meridiana.
¿Acaso los efectivos que desembarcaron no eran los mejores del Imperio en
aquella época? Pero hubo una decisión política valiente e inteligente y un
pueblo consustanciado que supo sobreponerse a la sorpresa, el aislamiento de la
Metrópoli y la impresión del usurpador poderoso, logrando el triunfo en sus
propósitos,
La adhesión
en 1982
Tuve la
suerte y la emoción de presenciar, desde los balcones de la Casa Rosada, la
enorme concentración del pueblo de la capital e interior en aquellos días
agitados de abril de 198. Estaban todos: pobres y ricos, obreros e
intelectuales, hombres, mujeres y ancianos, agitando un océano de banderitas
azules y blancas respaldando la acción. También presencié la unánime adhesión
de los dirigentes políticos y de las restantes organizaciones sociales con lo
acontecido, Todos querían subir al avión que trasportaba al flamante gobernador
que asumiría en Puerto Argentino o marchar a defender en el exterior nuestros
incuestionables derechos... ¿Por qué, luego, tan pocos hemos sido consecuentes
en la adversidad?
El
juzgamiento, satisfacción para Thatcher
Nada debe
haber satisfecho más a la señora Thatcher que el juzgamiento de los
responsables de la recuperación de las islas, que la crítica acerba de los
dirigentes, que el olvido de los méritos generales e individuales de la guerra,
¿Quién recuerda el resultado efectivo de los pilotos de la Fuerza Aérea y de la
Marina que pagaron con su vida su heroísmo? ¿Y a los soldados que libraron
desigual contienda frente a la superioridad técnica del invasor? Esos casi mil
argentinos que yacen sepultados en esa tierra —desde entonces más cara a nuestros
sentimientos— o están en las profundidades abismales y heladas de los mares del
Sur, son una permanente convocatoria para reivindicar esos objetivos y no
abandonarnos definitivamente en la procura de su logro. Esa sangre nos obliga
sin excusas. Esa sangre confirma nuestro derecho soberano a la posesión. Esa
sangre no puede ser malograda ni olvidada.
Crítica
despiadada
Parte de ese
masoquismo, al cual me referí precedentemente, está expresado por esa crítica
despiadada sin la debida reflexión lo que no es tan sólo propiedad de algunos
sectores de la sociedad. En momentos en que el conflicto se encontraba en pleno
desarrollo era de ver dos países dentro de uno. Para unos pocos: la sangre, el
sudor, las lágrimas, el frío, el hambre,
el esfuerzo; para el resto, la normalidad cotidiana: trabajo, diversiones,
vacaciones y la desconexión —en suma— con el acontecimiento trascendental que
se vivía. Las autoridades no supieron ni quisieron imponer al pueblo la
realidad del momento; cruel, serio y grave como en toda guerra. Igualmente,
tras la derrota, debimos haber recibido triunfalmente a las tropas desfilando
por las calles porteñas como expresión de lealtad a los principios, de
continuidad en los esfuerzos, de solidaridad con los sacrificados. No fue así,
bajaron como con vergüenza entre gallos y medianoche dando pábulo a un rumor
carente de veracidad: que nos habían vencido por no pelear, lo que no era así,
sino que teníamos muchos héroes entre los combatientes —muertos y vivos— y la
propia NATO obtuvo importantes conclusiones de sus falencias tecnológicas al
enfrentar nuestros efectivos.
Un revés no
es un resultado definitivo —como lo analizamos— sino una circunstancia
desfavorable de la que se debe obtener experiencias —que determinan
correcciones— y un estímulo para no fallar otra vez. En el caso de la República
Argentina y el 2 de Abril hay errores —¡cómo no los va a haber! — pero también
hay mucha eficiencia profesional y abnegación. ¿Acaso no perdimos el cincuenta
por ciento de las máquinas de la aviación y sus pilotos y muchas unidades
terrestres apostadas en lugares críticos sacrificaron la mitad de sus efectivos
y equipos?
El país fue
conocido y respetado en el orbe
Finalmente,
deducimos que aquella jornada ha dejado un tremendo saldo favorable: el país fue
conocido y respetado en el orbe, se afirmaron los derechos, se concitó la
adhesión de los pueblos hermanos y quedó indeleble una disposición
inmodificable a integrar esa “perla perdida en una manto de neblina” a nuestra
posesión territorial.
Consecuentemente con esta postura, que considero dictada por una irrenunciable lealtad con mi Patria, he presentado en el Senado de la Nación un proyecto de ley por el que se declara al 2 de Abril como “Día de la Gesta de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur”.