REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
El artículo que publicamos a continuación, salió en el diario La Prensa el 14 de mayo de 1985, de autoría de Manfred Schönfeld
A 45 kms. de Puerto Argentino
Una futura base aérea argentina en Malvinas
por Manfred Schönfeld
Hizo bien el canciller argentino al protestar contra el obvio carácter de provocación que entraña la inauguración, en territorio argentino ocupado por una fuerza invasora, de un aeropuerto de índole fundamentalmente militar, destinado a afianzar la permanencia de dicha fuerza Y más que eso, a expresar la voluntad de perpetuar la ocupación usurpatoria.
Sí, como dijimos, el señor Caputo hizo bien en formular una enérgica protesta contra la instalación del aeropuerto británico en nuestro archipiélago de las Malvinas, a unos 45 kilómetros de distancia de Puerto Argentino. Pero, al mismo tiempo, uno no puede menos que darse cuenta de lo irreal que es el contraste trazado por el canciller, cuando señala que el aeropuerto en cuestión es prueba de las intenciones bélicas de Gran Bretaña, en tanto que el reciente tratado de paz firmado entre nuestro país y Chile, y que se refiere sobre todo a una región geográficamente muy cercana a la del conflicto malvinense, es prueba de la actitud pacifista de la Argentina. Tal vez sea ésa la sincera opinión del señor Caputo; si lo es, nuestro canciller debe ser muy ingenuo. Si no lo es pero con esa opinión cree impresionar a la opinión mundial en favor de la causa argentina y en contra de la británica, tampoco podemos decir otra cosa de él sino que debe ser muy ingenuo.
Ni a Gran Bretaña ni a ninguna de las potencias occidentales —pero tampoco a ninguna de las comunistas y menos aún a las así llamadas “tercemundistas” — se les moverá un pelo porque Londres aparezca, a través de la inauguración de su aeropuerto, como potencia “belicista”, mientras que Buenos Aires se presente, por medio de su tratado con Santiago, con la santificadora aureola de su “pacifismo”. Naturalmente, no faltarán gobiernos que, de la boca para fuera, nos digan que efectivamente es ésa la respectiva imagen que tienen del Reino Unido y de la Argentina. Pero en su fuero íntimo tales gobiernos se dirán a sí mismos: “Los británicos están actuando coherentemente; los argentinos tal vez también, pero en ese caso su coherencia nace de la convicción de que se sienten débiles en su propia región austral. Ellos sabrán por qué”.
El frenesí derrotista
Esa es la imagen que ha quedado como secuela momentáneamente válida del conflicto bélico argentino-británico de 1982, y debe admitirse que una vasta gama de fuerzas que orientan y forman la opinión nacional en nuestro país se dedicó, a partir de la derrota y caída de Puerto Argentino, con un verdadero frenesí, a contribuir a la formación de tal imagen. A saber, la de un país vacilante, derrotista, incapaz de abandonar con buen ánimo lo que no fue más que una parcial derrota, o sea, una batalla perdida, vociferante y lacrimoso.
La ulterior manera de haberse impulsado, contra viento y marea, la aprobación del tratado de Chile —poniendo al servicio de ese incalificable acto de entreguismo un acopio de energía verdaderamente digna de una causa mejor— confirmó la evidente falta de un sentimiento generalizado que favoreciera, en todo el país, la reivindicación de la causa austral argentina más allá de discursos huecos y de declaraciones vanas. La respuesta está ahora a la vista: los británicos construyen su aeropuerto —es decir, su base aérea y aeronaval— seguros de que no habrá otra reacción argentina que una respuesta verbal, seguros (por ejemplo) de que los intereses británicos en nuestro país seguirán sin ser tocados en profundidad, del mismo modo que durante la guerra propiamente dicha. ¿Qué podemos esperar de Londres? No ha de ser más “argentinista” que nosotros, los argentinos mismos.
Una ventaja del colonialismo
El colonialismo tiene, sin embargo, ciertas ventajas, históricamente comprobadas. Afincado en un país determinado —y por cierto que no por razones filantrópicas, sino a los efectos de la explotación o del acrecentamiento del poder de la metrópoli colonial—, suele crear elementos progresistas relacionados con la infraestructura del país en cuestión, a fin de obtener de él todas las ventajas que pueda.
Una vez pasada la etapa colonial (así se trate de colonialismo propiamente dicho, es decir políticamente institucionalizado, o de colonialismo económico), esos elementos infraestructurales quedan en poder del país que se hallaba bajo el yugo colonial y, si se los maneja con inteligencia y se los explota con un genuino sentido patriótico (lo cual no siempre, lamentablemente, es el caso) pueden entrañar una gran ventaja.
El caso de las Malvinas es, en ese orden de cosas, bastante excepcional, porque la potencia colonial les atribuía una importancia tan pequeña —las consideraba, en verdad, menos que una colonia, es decir una factoría—, que jamás hizo nada para mejorar su infraestructura y, por lo contrario, las consideraba una hipoteca de origen histórico, de la cual más bien quería deshacerse “honorablemente”, es decir sin que ello fuese demasiado chocante para ciertos sectores ultranacionalistas de la opinión pública en el Reino Unido.
Bien; la historia es lo suficientemente conocida, como para que sea necesario recitarla una vez más. Gran Bretaña logró, mediante un inteligente juego de inducción, que la Argentina dedicara sus esfuerzos para el modesto desarrollo infraestructural requerido por la decreciente comunidad de los “Kelpers” y lo logró, sin darnos nada a cambio de ello, ni siquiera alguna vaga promesa o algún otro gesto de buena voluntad.
El resultado, inexorable, fue la guerra de 1982, de la cual salimos mucho mejor parados —sobre todo en términos políticos internacionales y en cuanto al respeto mundial que merecieron, globalmente vistas, nuestras armas— que lo que quiere admitirse hoy, igualmente por razones políticas, en nuestro propio país.
El resultado más valioso
Pero el resultado más valioso —si sabemos jugar bien nuestras cartas— es que Londres (cuyo actual gobierno no puede menos que justificar la alienante expedición de 140 barcos al Atlántico sur, y que lo hace, atribuyendo súbitamente una gran importancia a los archipiélagos usurpados) esté, por fin, ocupándose de las Malvinas construyendo en ellas la infraestructura que, tarde o temprano, será argentina.
Gracias al temerario golpe de mano del gobierno presidido, en 1982, por el general Galtieri e integrado por el almirante Anaya y el brigadier Lami Dozo, los papeles ahora se han invertido: antes éramos los argentinos los que gastábamos dinero, energía y también ilusiones, vanamente, en favor de los “kelpers”, mientras Londres se reía a nuestras espaldas de la ingenuidad argentina; ahora son los británicos los que gastan dinero y energía, aunque por cierto que no creemos que gasten ilusiones, no en favor de los “kelpers”, sino en favor de lo que, en el futuro, será una importante base aérea de nuestro país en el Atlántico sur. Que lo hagan no más, mientras nosotros desarrollemos una política adecuada para que todo eso, que no les servirá de nada a ellos, acabe por servir a nuestros intereses geopolíticos en la región.
Se entiende que, para obtener semejante valioso resultado a partir del accionar de un enemigo que evidentemente está invirtiendo “a fond perdu” y enmarañándose cada vez más en su error del pasado, debemos actuar con energía. De ahí que nos parezca positiva la agria reacción ante la opinión mundial exteriorizada por el canciller Caputo, pero ya no tan buena, o peor aún, nos parece mala la glosa ulterior que él mismo hizo de esa reacción.
No se convence en esta época a nadie con gestos de pacifismo ni nadie se mosquea porque lo acusen de belicismo. La reacción debió haber sido de protesta, unida a advertencia e incluso de amenaza. Hay muchas maneras de hostilizar a un enemigo empecinado. Una de ellas estriba en hacerle saber que uno está dispuesto a hostilizarlo, aun cuando no revele todavía de qué manera.