miércoles, 9 de agosto de 2023

Alegato de los comandantes en el juicio por la guerra de Malvinas - Schönfeld

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

El artículo que publicamos a continuación, salió en el diario La Prensa del 28 de noviembre del año 1985.


Recordando el 2 de abril de 1982
"Lo hecho, bien hecho fue"
por Manfred Schönfeld

Anteayer se produjo, por extraña y tal vez sólo parcialmente calculada coincidencia cronológica, la conjunción de tres acontecimientos íntimamente conectados con el operativo de recuperación pasajera de las Malvinas y demás archipiélagos australes argentinos ocupados por Gran Bretaña, en el histórico día del 2 de abril de 1982.
Por un lado, la Nación Argentina —por decisión de sus legisladores y por intermedio de ellos— honraba a un número de veteranos de la guerra que el Reino Unido lanzó contra nuestro país a raíz de aquel operativo, veteranos de todas las ramas de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que, individual mente, se habían distinguido por la bravura de su desempeño en ese enfrentamiento bélico, y a los cuales se añadió, asimismo, un número de ciudadanos considerados como héroes civiles.
Por el otro, hicieron su alegato de defensa personal los militares que son juzgados, por su actuación en dicha guerra, ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Entre estos alegatos tuvieron una relevancia especial, por razones obvias, los de los tres otrora comandantes en jefe y miembros de la Junta Militar que gobernaba el país en momentos de tomarse la decisión de lanzar el aludido operativo.
Finalmente, se produjo en las Naciones Unidas la declaración formulada por el canciller Caputo, en la que —como se sabe y como ya lo señalamos en un comentario de reciente publicación— dio a entender que nuestro país está dispuesto a entrar en negociaciones con Gran Bretaña (es más: solicitó a Gran Bretaña que aceptara ese temperamento) sin condicionamientos de ninguna especie. Se trata, de una especie de capitulación apriorística, inexplicable e incomprensible y que, por lo demás, está en un todo reñida con actitudes evidentemente más enérgicas (aunque contradictorias en determinados aspectos, lo cual no obstó a que en su oportunidad les brindásemos nuestro aplauso desde estas columnas) que el mismo canciller Caputo había asumido, en torno a la misma cuestión, hace no demasiado. Qué se promete de ese súbito viraje nuestro gobierno es algo que no alcanzamos a comprender. Imaginamos que lo considera toda una especie de hazaña de arrinconamiento diplomático de Gran Bretaña en el seno de las Naciones Unidas, porque —así debe funcionar el cálculo de nuestra Cancillería— si Londres se niega a aceptar un planteamiento tan enteramente manso, tan blando ¿tan incondicionalmente desdibujado como el que ahora le hace la Argentina, quedará mal ante el consenso de la opinión “ONUísta” y moralmente desubicado. Al respecto, el señor Caputo parece ignorar que el Reino Unido —como, para el caso, cualquier otro estado miembro de la ONU, grande o chico, pero se entiende que, con mayor razón, si es grande y si goza además del derecho del veto en la proverbial “hora de la verdad”, tiene una doble línea de trincheras hacia las cuales retirarse. En primer lugar, puede hacer caso omiso de esa pretendida “desubicación moral” e ignorar que, ante el mencionado consenso “ONUista”, hubiese de “quedar mal”. Gran Bretaña puede existir con o sin ese consenso. Pero, y suponiendo que en algo le interesase su “imagen” en el foro internacional, la Argentina está ofreciéndole ahora, servida en bandeja, la oportunidad de “quedar bien”: a saber, a través de la aceptación del ofrecimiento argentino que equivale a aceptar la iniciación de un simpático juego diplomático que puede durar decenios sin conducir a nada.
Creemos que eso es todo lo que lamentablemente, puede decirse de lo que ha venido sucediendo, en ese orden de cosas, en el ámbito de la ONU. En cierto modo constituye —por su inoperancia intrínseca— la confirmación de que acciones del tipo de las del operativo del 2 de abril de 1982, son las únicas que conducen siquiera a la posibilidad de aproximarse a la meta que uno busca. Todo lo demás —si no va acompañado por la demostración de que se posee algún tipo de capacidad para ejercer presión real y tangible— no sirve más que para perder el tiempo. Volvamos, empero, a los otros dos acontecimientos de anteayer que dan motivo a las presentes consideraciones.

Un modesto comienzo de “remalvinización”
Por más que sea, en sí, lamentable que una cansa como la de los archipiélagos australes argentinos y su reincorporación de facto a la jurisdicción soberana nacional sean objeto de cálculos políticos —es decir, que haya habido en un momento determinado una así llamada “desmalvinización” y que, ahora, en cambio, pueda surgir, por razones políticas diametralmente opuestas, lo que sería una “remalvinización”—, lo cierto es que, sea cual fuere la respectiva motivación, de los dos procesos preferimos, a los efectos que fuese, el segundo.
La ceremonia en el Congreso nos prueba que hay algo de ello en vías de ir plasmándose. Es verdad que ya un número de miembros de cada una de las ramas de las fuerzas armadas habían sido objeto de distinciones de diverso grado, por la exteriorización de su heroísmo en el curso de la guerra, por parte de sus respectivos superiores. No podemos saber, hasta qué punto esta distinción de la cual —un tanto tardíamente, por cierto— se acordaron de otorgarla los representantes electos por la ciudadanía de la Nación, se basó en criterio selectivo diferente. Por lo demás, no nos interesa. Como hecho en sí nos basta —y como ciudadanos nos satisface— que el Congreso de la Nación haya honrado a los que pelearon por una gran causa nacional. Tampoco nos interesa en mayor medida, las salvedades que pudieron haberse hecho, en el curso de la ceremonia, en cuanto a que la guerra fue o no fue un acto político y en cuanto a que si fue o no fue históricamente oportuna. Vemos estas cosas en términos de carácter más global y no tanto desde el ángulo de los pequeños matices diferenciadores. Vemos el comienzo de una reacción saludable contra un abatimiento orquestado y políticamente logrero. Tal vez no falten quienes sostengan que también hay un propósito de logro político que gobierna aquella reacción saludable. No lo sabemos. Si lo hay, que se las arreglen con su conciencia quienes utilizan para esos fines una causa de semejante gravitación nacional. A nosotros nos basta, por ahora, el síntoma en sí de la aludida “reacción”.

Los alegatos de los ex comandantes
Magníficos fueron los conceptos fundamentales de los alegatos de los ex comandantes en jefe. El lector conoce al respecto nuestro punto de vista, a saber el de que ninguno de ellos tendría que haber sido, de por sí, juzgado en esta causa, ya que su actuación y su decisión fueron las de gobernantes de facto del país y no de jefes militares, aunque formalmente tuviesen los cargos militares de comandantes en jefe y revistasen en estado de actividad, incluso como símbolo del poder real que, en calidad de gobernantes de facto —ésa y no otra era su función principal y su responsabilidad esencial—, los respaldaba.
Aun así, y dado que aceptaron ser juzgados, la actitud que asumieron anteayer pinta de cuerpo entero la conciencia histórica que los embargó —a ellos y a todos aquellos quienes los acompañamos con nuestra acción o, por lo menos, con nuestro fervor patriótico— en la jornada del 2 de abril de 1982 y en los inolvidables días siguientes a esa fecha que marca un hito en el acontecer argentino de este siglo.
Asumieron los tres plenamente su responsabilidad —en el caso del brigadier Lami Dozo con alguna salvedad de índole que tal vez pueda calificarse de técnica, pero que en todo caso no se refirió al operativo del 2 de abril, sino a la marcha ulterior de los acontecimientos bélicos y diplomáticos—: el almirante Anaya exteriorizo —justificadamente— su profundo orgullo por lo actuado en ese momento; y el general Galtieri resumió contundentemente esa actuación de él y de sus colegas con la conclusión de que “lo hecho, bien hecho fue”.
Lo fue, en efecto, pese a cualquier número de pequeñas o incluso de grandes insuficiencias. Fue bien hecho porque, de por sí, fue hecho. De eso se trataba, y es eso lo que aquellos tres hombres y quienes los rodeaban entendieron. Algún día lo entenderán, asimismo, todos los argentinos.