REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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La probabilidad de que una estación de subte lleve el nombre
de Juan Manuel de Rosas ha desatado una polémica que no parece zanjarse nunca.
Una mirada sobre los nombres de las calles permite advertir cuántas otras
batallas siguen pendientes.
A raíz del proyecto de bautizar una estación de subterráneo con el nombre de Juan Manuel de Rosas se renovó una polémica no liquidada después de 155 años de finalizadas las guerras civiles entre unitarios y federales.
Polémica que llegó a la
exasperación cuando en el año 2003 propuse sin éxito que 300 metros de la
Avenida Sarmiento, los deshabitados que bordean el Zoológico y la Sociedad
Rural, cambiaran su nombre por el del Restaurador.
Se perdió así la oportunidad, y ojalá
no se pierda ahora, de comenzar a cerrar una de las cicatrices abiertas en
nuestra historia, en la que las
antinomias insisten en ser vertebrales. Pero la que con mayor obstinación
se resiste a saldarse es la de unitarios contra federales, la confrontación de dos proyectos de país que se dirimió en
sangrientas batallas, en despiadados ajusticiamientos, en tumultuosas
anarquías.
La agria y pertinaz resistencia
al Restaurador en la Capital Federal es contradictoria con que haya avenidas
“Brigadier General Juan Manuel de Rosas” en los partidos bonaerenses de La
Matanza (Ruta Nac. N°. 3), Morón y San Martín y calles en Quilmes, San Isidro,
Merlo, Pilar, Gral. Rodríguez, Escobar (2 calles), San Miguel, Tres de Febrero,
Lomas de Zamora, Tigre, Berazategui, Berisso, San Vicente. También en todas las
provincias. Tampoco olvidemos que su efigie decora los billetes de veinte
pesos.
Esta “venganza” histórica no se
agota allí pues en la ciudad de Buenos
Aires tampoco hay calles que lleven el nombre de caudillos provinciales
como Estanislao López, Francisco Ramírez, Juan Bautista Bustos, el “Chacho”
Peñaloza, Felipe Varela, Juan Saá, López Jordán. El “castigo” a estos jefe
federales no tiene en cuenta, por ejemplo, que varios de ellos tuvieron destacada actuación en las guerras de la
Independencia y fueron, como es el caso del santafesino López, el
entrerriano Ramírez, el cordobés Bustos, también protagonistas de los “tratados
preexistentes” a los que se refiere el preámbulo de nuestra Constitución
Nacional.
No faltan, en cambio, calles porteñas que llevan nombres discutibles,
como el de Manuel García, ministro del protounitario Rivadavia que en una más
que sospechosa negociación entregó la Banda Oriental al Brasil. O plazas con
nombres de presidentes de facto como Pedro E. Aramburu. En cuanto a las
estaciones de subterráneos recordemos que la ubicada en la confluencia de las
avenidas Santa Fe y Cabildo fue bautizada no hace mucho con el nombre de un
ministro de Alfonsín
El obstinado revanchismo unitario degrada a sus propios prohombres
pues la maravillosa estatua que el genial escultor francés Auguste Rodin dedicó
a Domingo Faustino Sarmiento está emplazada, semioculta entre los arbustos, en
el exacto lugar donde se elevaba el dormitorio de Rosas en la residencia derribada
por el odio persistente el 3 de febrero de 1899, ¡en el 46° aniversario de la
batalla de Caseros! Esa insólita ubicación arrancó a su amante. Aurelia Vélez,
el irónico comentario epistolar: “¡Pobre Domingo Faustino! Hasta la eternidad
en la cama con el tirano”.
En cuanto al primer jefe federal,
Manuel Dorrego, no fue suficiente con fusilarlo ominosamente sino que además se lo ha insultado hasta hoy erigiendo
la plaza Lavalle y el monumento de su fusilador en el solar de su familia. No
termina allí la fiesta vindicativa de
los vencedores, que se prolonga hasta nuestros días, pues varias calles de
la ciudad de Buenos Aires llevan nombres de batallas en las que las tropas
unitarias resultaron vencedoras: Angaco, Yeruá, Caaguazú y otras. En cambio no
merecen ese homenaje las de resultado adverso como Quebracho Herrado o Puente
de Márquez.
Cabe agregar que en los países más civilizados no son
aceptadas calles con nombres de batallas libradas entre hermanos. Estos
desatinos urbanísticos merecen ser corregidos.
Tanta intolerancia cava una zanja
de disociación nacional en la que se reproducen otras dicotomías que se dirimen
por el revanchismo de acuerdo con el modelo capitalino del triunfo unitario.
Sin tomar ejemplo de Urquiza, quien compadecido de la pobreza del exilio de
Rosas le envió mil libras esterlinas de su peculio. Tampoco del Restaurador,
quien, enterado de la muerte de don Justo José, hizo llegar a su viuda cálidas
expresiones de condolencia.
Quizás sea pedagogía de necesaria unidad patriótica que en el futuro cercano se pueda tomar el subte en la estación “Urquiza” de la línea E y combinar con la línea H para descender en la estación “Rosas”.