viernes, 4 de agosto de 2023

Desmalvinización - Guerra de Malvinas - Schönfeld -

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

206

  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En el diario La Prensa del día 29 de marzo de 1984, se publicó el siguiente artículo, sobre la "desmalvinización".

AL MEJOR ESTILO SOVIÉTICO 
2 de abril: la anulación de la historia por decreto

por Manfred Schönfeld

El “traslado” del feriado del 2 de abril —inolvidable efemérides de la recuperación temporaria, en esa fecha del año 1982, de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y de su reincorporación de facto al territorio nacional, al cual de jure nunca habían dejado de pertenecer—, dicho traslado pues, del feriado nacional al 10 de junio o sea a la fecha en que, de todos modos y por ley dictada en 1973, se celebra el “Día de la Afirmación de los Derechos sobre las Malvinas, Islas Australes y Sector Antártico”, es un acto del gobierno actual que sólo merece una calificación: la de haber supeditado mezquinamente, a consideraciones políticas pasajeras, el sentimiento nacional del país entero.

Es más: es una prueba —lamentamos profundamente tener que decirlo— de que nuestro presidente ha estado conviviendo, a ojos vistas y por razones de táctica política, demasiado tiempo con los ideólogos de idiosincrasia marxista que se le han metido debajo del ala, como suele decirse, como para que haya podido evitar que algo de esa idiosincrasia también se le pegara y contaminara su epidermis.

Porque el acto gubernamental que estamos comentando corresponde a una modalidad típicamente soviética: a saber la de creer que la historia se escribe o se reescribe por medio de decretos. En la Unión Soviética esta modalidad llegó, consabidamente, a extremos tales que —después de la muerte de Stalin y una vez que Khrushchev hubiese iniciado su renombrado proceso de “desestalinización”— los ciudadanos comunes que habían adquirido, volumen tras volumen y por suscripción, la gran enciclopedia oficial de la Unión Soviética, recibieron por correo un cuadernillo de páginas impresas (como si se tratase de algo editado en calidad de “separata”, pero preparado de tal modo que resultase fácilmente insertable en un volumen), con la indicación de que arrancasen del tomo que contenía el artículo “Stalin, José” las hojas de la edición original y las sustituyesen por el cuadernillo de marras.

En la “sovietizada” Argentina —en algunas áreas de cuya vida cultural ya han dado o están en vías de dar el manotón a las riendas las coherentes e impermeables camarillas izquierdistas— aún no hemos llegado a tales extremos. Pero, por lo pronto, ya llegamos al cambio del color en un día del almanaque. Es un comienzo.


No es el único ejemplo

Añadiremos aún —puesto que hemos empleado un ejemplo procedente del extranjero y a fin de que no se nos tache de ideológicamente unilaterales— que un caso parecido, menos drástico pero no por ello menos irrisorio que el soviético, se dio en el Brasil, cuando se inició allí el régimen militar que todavía está hoy en el poder, pese a haber experimentado algunas etapas de metamorfosis, y que en un comienzo tenía una tendencia netamente derechista. Asimismo en el vecino país y en aquellos días de Castelo Branco o de los gobiernos que fueron sus inmediatos sucesores, la historia era enseñada oficialmente con una total ignorancia del período anterior al régimen militar. Se interrumpía súbitamente, en las versiones oficiales, no recordamos bien si con el gobierno de Dutra o quizás incluso antes de éste y luego reemergía con Castelo Branco. Todo el lapso intermedio *no existía”, no había existido jamás...

Del mismo modo, para nuestro actual gobierno, el 2 de abril de 1982 no existe como feriado en el almanaque. En todo caso habrá algún acto religioso para recordar a los caídos en combate, o alguna alocución oficial que —si contiene pensamientos similares a los fundamentos del decreto— servirá para decirnos que el operativo militar del 2 de abril de 1982 nos arrastró a una guerra para la cual el país no estaba preparado, si es que no se nos dirán cosas peores. Por ejemplo, que el operativo fue lanzado por razones de política interna de aquel instante, que se trató de una maniobra para distraer la atención del público de problemas más graves, o para que los hombres del gobierno de entonces cosechasen lauros personales. En fin, todas esas “razones” que ya hemos oído tantas veces, es decir las que esgrimían en su momento los que, mentalmente, se habían puesto del lado del enemigo, los derrotistas, los que impulsados por sus intereses creados querían que el país perdiese y que, además, perdiese en malas condiciones, humillado y sin la frente alta; porque debe decirse que hay muchas maneras de perder y muchas maneras de aceptar una derrota, sobre todo si no es más que una derrota parcial, nada más que una batalla perdida.


El 10 de junio y el 2 de abril

El 10 de junio es un día digno de ser recordado, porque fue ese día de 1829 y cuando gobernaba Buenos Aires Martín Rodríguez, el de la creación de la comandancia militar y política de las islas Malvinas, es decir el de la afirmación —a través de un acto administrativo— de nuestra soberanía sobre territorios que eran nuestros porque habían sido, antes de nuestra independencia, de la Corona española y porque las Provincias Unidas eran las herederas históricas, jurídicas y geográficas de dicha Corona en estas latitudes. Nos parece perfectamente plausible y encomiable que esa fecha hubiese sido declarada, por el Congreso Nacional en 1973, como. “Día de la Afirmación de los Derechos” sobre toda la región austral —insular y también antártica— argentina, esté en la actualidad en las manos de quien esté, así se trate de Gran Bretaña o así se trate de Chile, porque no hay que olvidar que ese 10 de junio abarca también lo que ahora estamos a punto de entregar, de modo tan frívolamente imprevisor, a la república trasandina.

Si el 10 de junio de 1829 fue la fecha de una previsora medida administrativa, el 2 de abril de 1982, en cambio, fue un día de gloria nacional; así lo sintió la población entera que se volcó a la calle —estuviese o no de acuerdo con la índole y con los demás actos y medidas políticas del entonces gobierno de facto—, y así lo sintieron (o dieron a entender que lo sentían) todos los dirigentes políticos partidarios de primera línea en el país, sin excluir al actual presidente.

El 2 de abril es el día en que, encarnado el hecho en la muerte del capitán Giacchino, la Nación vierte por vez primera en este siglo su sangre en aras de una causa nacional que halla unida a todos los argentinos; es decir de una causa, de la cual nadie se desdice ni abjura, si la siente, ni nadie puede desdecirse u osa abjurar de ella, si no la siente.

Es más: el 2 de abril de 1982 —y no a través de proclamas ni de discursos ni de declaraciones de supuestos principios— es cuando, espontáneamente, se quiebran las barreras erigidas en este país entre militares y civiles, entre peronistas y antiperonistas, entre izquierda, centro y derecha, entre comunidades religiosas, entre comunidades de origen extranjero todavía cercano, entre provincianos y porteños, entre todas las clases sociales y entre todos los sectores económicos. Es un día —fue un día— que no ha tenido parangón, en ese y en muchos otros órdenes de cosas, en la historia del sentimiento nacional argentino (porque también los sentimientos y, en particular, los nacionales tienen su propia historia), en lo que va del siglo.


Usurpación de menos de dos años

Es finalmente aquel día un mojón de una extraordinaria importancia en la evolución  del país. Gracias a él —como nos lo observó un sagaz lector— la usurpación británica de las Malvinas ha quedado reducida ahora a una duración de menos de dos años.

Gracias al operativo del 2 de abril que el gobierno actual quiere hacernos olvidar y cuya significación quiere rebajar —en su frenético afán de alejarse precisamente de lo mejor que tuvo el “proceso”, en tanto que de muchos aspectos de lo peor que tuvo, en particular de negociados y corruptelas, se habla sospechosamente poco—, gracias, repetimos, a ese operativo, fue como la Argentina llenó las primeras planas de los medios informativos del mundo con la gloria de sus héroes.

Gracias a él, nuestra causa fue por fin escuchada por las naciones del orbe.

Gracias a él, hemos colocado a la potencia usurpadora en una posición tal, que simplemente no puede seguir sosteniendo a su fuerza de ocupación, desnaturalizadamente enorme, en nuestros archipiélagos y, en la práctica, aunque su orgullo no permita admitirlo, nos está pidiendo que negociemos, de lo cual desafortunadamente no pareciera que estemos tratando de sacar el mayor provecho posible.

Pero nuestro gobierno actual está, evidentemente, “en otra cosa”. Siguiendo los pasos de los militares que presidieron la última etapa del “proceso” —la de su eclipse y transición hacia la constitucionalidad— quiere “desmalvinizarnos”. No se da cuenta del gravísimo peligro que semejante tesitura entraña para la futura vida espiritual del país.

No se da cuenta de que hay mucha gente joven que terminará por equiparar y porñ' colocar en un mismo plano los conceptos de “constitucionalidad”, de “institucionalismo” y de “democracia”, y los de “política antinacional”, “política antipatriótica”, “política despreciativa del heroísmo y del espíritu de sacrificio patrió ticos”. Gente joven que, entonces, llegará equivocadamente a la conclusión de que los que abogan por el imperio de la Constitución y los que defienden la democracia son los que no defienden los sanos sentimientos patrióticos; lo cual los llevará, inexorablemente, a buscar la defensa de esos sentimientos entre los que predican ideologías totalitarias, extremistas, militaristas, dictatoriales.

¡Ay de un país en que el concepto de lo nacional pesa —en sus gobernantes— menos que el de alguna circunstancial conveniencia política! Para contrarrestar tal actitud, profundamente errónea, sólo nos queda, el próximo 2 de abril, hacer una cosa: celebrarlo la ciudadanía, ya que las autoridades no están dispuestas a ello; embanderar nuestras casas, mal que les pese a los que quieren cambiar la historia por medio de decretos.