REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Dos actitudes, dos trayectorias
El triste papel que hacemos en Londres
por Manfred Schönfeld
El viaje, en sí, de un grupo de legisladores argentinos a Londres, a fin de mantener conversaciones informales con sus colegas de Westminster acerca de la cuestión de nuestros archipiélagos australes ocupados por Gran Bretaña, era una iniciativa que no tenía nada de perjudicial. Las conversaciones informales no entrañan un compromiso para ninguna de las dos partes involucradas, ni la abdicación o renuncia con respecto a principio alguno. Esto último también vale para las dos partes, pero no por ello las conversaciones podrían haber dejado de tener cierta utilidad; que es la que —a juicio de quien esto escribe— ya están perdiendo, por no decir que la han perdido definitivamente, debido a la precipitación y a la evidente impericia de los legisladores argentinos en cuestión, a causa de no haber sabido callarse cuando tendrían que haber guardado silencio y de estar prestándose —con la obvia anuencia de nuestro gobierno— a que un viaje para efectuar un “informal” cambio de ideas esté transformándose en una misión, si no oficial, de hecho oficiosa.
“¿No entraría usted en mi sala?”, le dijo —de acuerdo con el cuento infantil inglés— la araña a la mosca. Eso fue, aproximadamente, lo que las autoridades del Reino Unido han hecho con nuestros legisladores. Estos cayeron entre los pegajosos hilos de la telaraña que se les había tendido y cayeron a modo de los proverbiales chorlitos. Ahora son los involuntarios protagonistas de un “show” que organiza, para consumo de la opinión pública británica, más que Westminster, Whitehall, y más que Whitehall, el “cuarto poder” (que en el Reino Unido lo es en serio y es tomado en cuenta en calidad de tal, por los otros tres poderes) y que estriba en los órganos de prensa.
No tan involuntarios
Acabamos de sostener de los legisladores argentinos que protagonizan “involuntariamente” la escenificación británica. Pero esta afirmación merece una inmediata rectificación, al menos de índole parcial, Hasta qué punto los miembros del Congreso de la Nación fueron —o no— con la “media palabra” dada por el Ejecutivo, en cuanto a gestionar o a dejar trascender la posibilidad de una gestión relativa a un contacto, ya no sólo con los miembros del Parlamento británico, sino con algún funcionario de relevancia del Foreign Office (lo cual está enteramente al margen de las aludidas “conversaciones informales”), eso es algo que no podrá saberse por ahora. Pero que uno de nuestros legisladores proclamó, espontáneamente y sin que nadie se lo pidiera, la “humildad” bajo cuyo signo se había puesto en movimiento la iniciativa de la visita, eso va más allá de todo lo imaginable, eso no fue parte de la caída en trampa alguna, eso fue consciente y voluntariamente dicho y eso configura un triste papel que se le hace pasar a la Argentina, por no decir que un lastimoso y abyecto papelón.
Creemos que, moralmente, ningún argentino tiene el derecho de sostener frente a una potencia que ocupa territorio argentino (y que, pese a que nuestro país ya ha abandonado de facto hace más de dos años y medio todo gesto de beligerancia, sigue impidiendo, en acto de abierta hostilidad bélica, la navegación argentina por nuestras aguas y la aeronavegación argentina por nuestro espacio aéreo, que la Argentina adopta, de cara a semejante situación incalificable, una actitud de humildad. Un revés militar debe ser aceptado —aun cuando hubiese sido peor y más grave que el que sufrimos en Puerto Argentino— con un mínimo de serena dignidad. No somos un país penitente. No hemos incurrido, cuando recuperamos lo histórica y legalmente nuestro, ni en crímenes de guerra ni en actos de barbarie contra civiles inermes o contra soldados desarmados y que se hubiesen rendido. Tenemos motivo sobrado para andar, aun después del revés de Puerto Argentino, con la frente alta. Podremos —podrán quienes así opinan y creen que eso es conveniente aunque se trata de materia opinable y de una opinión rebatible— proclamar las actuales intenciones pacificas de la Argentina. Ir más allá de eso, alzar implorantes la voz portadora de nuestra “humildad”, es dar una muestra de indigno e indignante rastrerismo.
La reacción británica
La reacción británica demostró lo contraproducente de ese tipo de genuflexiones. Ante nuestra “humildad” —ante la que nos endilgó inconsultamente un legislador— dicha reacción es la de la altanería. Se nos da a entender que, en cierto modo, debiéramos estar agradecidos por el mero hecho de que la visita en sí haya sido admitida, Se les dice, con todas las letras, a quienes la admitieron que tendrían que haber sondeado antes la opinión de los deudos de los soldados británicos caídos durante la expedición que lanzó contra la Argentina la señora Thatcher en 1982
Con una naturalidad que ya no parece astucia —porque a ella coadyuva la total falta de orgullo nacional que vastos sectores de nuestra dirigencia exteriorizan desde junio de 1982, dentro y fuera de nuestro país— los papeles han sido deformados e invertidos, de tal modo que la Argentina aparece como el proverbial “villano” de la pieza que está representándose.
Ni una palabra acerca de los más de tres lustros de pacientes, pacíficas e infructuosas negociaciones que se desarrollaron antes de que, al fin, el presidente Galtieri se decidiese a despertar, con un audaz golpe de mano, la conciencia mundial y —lamentablemente también— la conciencia de nuestro país (que muy pronto volvería a quedar, más que adormilada, envuelta en el sopor causado por la propaganda y el lavado de cerebros “desmalvinizadores”). Ni una palabra en lo que se refiere a la languideciente agonía a que la propia metrópoli británica había condenado a esa factoría y feudo de la Falkland Islands Company, cuando la Argentina le arrojó el cabo salvavidas gracias al cual el puñado de “kelpers” no sólo pudo, de por sí, seguir existiendo como comunidad sino, además, progresar, salir de su marginamiento, pasar en los más diversos órdenes de cosas de su decimonónico atraso a la vida del siglo XX.
Los caídos de uno y otro bando
De nada de eso se habla, repetimos. Se habla de los guerreros británicos que cayeron en la confrontación armada de 1982 y esto está bien, porque fueron a pelear por una causa que su gobierno determinó como digna de ser defendida.
Si nuestro país no habla —o habla tan sólo a las cansadas y como quien no puede menos que cumplir con un deber ineludible— de nuestros guerreros muertos en esa misma confrontación (y siendo así que todo argentino sabe, en su fuero íntimo, que la causa en juego era, es y será una gran causa nacional, sin que haya necesidad de que gobierno alguna la defina como tal), si ignoramos tanto a los que dieron su vida por esa causa como a los veteranos que volvieron, salvos aunque no siempre sanos, del campo de batalla, eso no es culpa ni asunto de nuestros contendientes.
Si ellos tienen un sentido mayor de su dignidad como nación que nosotros de la nuestra, tanto peor para la Argentina. Si en nuestro país se coloca ante un tribunal militar a los gobernantes de facto que decidieron que era tiempo de que se hiciera, por fin, algo por el honor argentino, y si se los juzga precisamente por esa decisión, tanto peor, una vez más para la Argentina. Y, “contrario sensu”, tanto mejor para los intereses que persiguen y defienden los británicos.
En todo caso las dos actitudes definen otras tantas trayectorias, la de ellos y la de nosotros. Y la nuestra —no la nuestra del 2 de abril de 1982, sino la nuestra a partir del revés de Puerto Argentina, la nuestra en los días actuales— es cualquier cosa menos gloriosa. Ni siquiera es honorable.
Argumentación hipócrita
No se crea, empero, que las tesituras británicas son puro trigo limpio. Estarán adecuadas a la defensa de lo que Londres cree que es su deber defender —y ese derecho nadie podrá negárselo—, pero están impregnadas de argumentación hipócrita.
Una y otra vez —también ahora— se pretende hacer valer la imagen de que la guerra fue, por parte del Reino Unido, una lucha librada contra un régimen que no era “democrático”, como si los británicos hubiesen actuado a modo de una suerte de cruzados y en favor de una noble causa de alcances mundiales.
Quienes apelan a ese argumento, pareciera que han olvidado que Londres no tuvo el menor inconveniente de negociar con sucesivos y diferentes gobiernos militares y regímenes de facto argentinos, acerca del futuro de las Malvinas y de los demás archipiélagos australes que pertenecen a nuestro país y que los británicos detentan. Comenzó —es verdad— la negociación cuando imperaba en el país un gobierno constitucional, el del doctor Illia, o sea cuando había aquí una “democracia”, de acuerdo con la aludida argumentación. Pero dejó de haberla al poco tiempo de iniciada esa negociación y Londres siguió plácidamente negociando con los sucesivos embajadores de los presidentes de facto Onganía, Levingston y Lanusse; no hubo solución de continuidad cuando en la Argentina se volvió a lo que para el resto del mundo pudo considerarse un “retorno a la democracia”, es decir primero el imperio del gobierno títere de Cámpora y sus amigos y, después el de los Perón y los suyos; pero tampoco hubo tal solución de continuidad durante el tan mal mentado “proceso”, y se siguió negociando con la junta presidida por el general Videla, así como con la junta presidida por el general Viola.
Se siguió negociando, del mismo modo como se había negociado desde el más remoto principio, es decir con la finalidad de la dilación y de la obtención de vitales concesiones prácticas de parte de Argentina, a cambio de no hacer la parte británica la menor concesión de especie alguna, ni practica ni principista.
Cuando, como señalamos, el gobierno de Galtieri, golpeó, por fin, con el puño en la mesa, los británicos descubrieron súbitamente que tenían que vérselas con un régimen que no era una “democracia”...(Que tampoco lo es el régimen que impera en China roja y que Londres negoció —y decidió— de común acuerdo con la dictadura comunista en Pekín acerca del futuro de la populosa Hong Kong, sin importársele un ardite de la “autodeterminación” de esa masa humana, de eso tampoco se habla: tal vez porque, después de todo, sean en su mayoría amarillos...)
Lo que nos importa
Pero allá Londres. Se trata de temas que, bien que sirvan para establecer aleccionadores paralelismos, están más allá no sólo del radio de nuestro alcance como país, sino más allá de nuestra incumbencia.
No así, todo lo concerniente a nuestros archipiélagos, usurpados después de su pasajera liberación en 1982. No así, nuestro mar territorial. No así, nuestro espacio aéreo. No así, nuestra dignidad como pueblo que, pese a no haber sido jamás ni agresivo ni expansionista, debe cuidar de que esa imagen no sea confundida con la de una nación que tiene, espiritualmente, el espinazo roto y cuya alma está maleada.
Es esa la imagen que se desprende por ahora, de nuestros legisladores viajeros. Más les hubiera valido —más le hubiera valido a la Argentina— que se quedasen en casa.