REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Con idéntico título,
Juan Luis Gallardo, en una nota en “la Prensa” del 31/8/89 (en realidad el 1/9/89), se declara
admirador de Rosas y funda su posición en los siguientes argumentos:
I La adhesión del
“paisanaje” de la Provincia a su régimen.
II La imposición de la
paz y el orden, en la Confederación.
III La altivez de su
conducta, frente a las potencias europeas.
IV Su campaña contra
los indios.
V El legado del sable
de San Martín.
VI Su correcto manejo
de los dineros públicos.
VII No obstante, tiene
reparos al tratar los derechos humanos de analizarlos allí, ya que abriga dudas
respecto “...a los usos vigentes en aquella época”.
Punto I — Adhesión del
“Paisanaje”. Le sugiero a Gallardo, lea la obra “Rosas”, del historiador inglés
John Lynch, (EMECE 85), en la que el autor, utilizando documentación de los
archivos de su país dedica un largo capítulo para determinar cuál era la
condición política y social del habitante de la pampa bonaerense, llegando a la
conclusión de que era semejante a la de un siervo del período medieval. Estaba
pegado al lugar de su nacimiento y su subsistencia dependía del señor feudal de
su hábitat. No podía moverse sin una “Boleta de Conchavo”, y si lo hacía era
aprehendido como “Vago” por el comisario o juez del lugar, quienes podían,
después de una azotaina, enrolarlo o destinarlo al servicio de fronteras. Como
Rosas era enemigo de la instrucción elemental que conduce a “... la vagancia o
el crimen”, se le mantuvo en la más absoluta ignorancia. Pese a que la tierra
se vendía en leguas, jamás se le ocurrió asentarlo en la parcela donde
levantaba su mísero rancho. Como consecuencia del sistema, el gaucho era
mantenido en la miseria y con escasas posibilidades de poder constituir una
unidad familiar estable.
“Orden y paz”
Punto II — El orden y
la paz de la Confederación. De hecho, y salvo el breve período que corre desde
el momento que entra a gobernar el país con mano férrea en abril de 1835, hasta
marzo del ’38, la Confederación estuvo en guerra hasta las vísperas de Caseros.
El modesto bloqueo del almirante Leblanc, de Buenos Aires, en esta última
fecha, traería imprevistas y graves consecuencias. El galo exigía la supresión
del servicio de milicias que sorpresiva e inexplicablemente había resuelto
Rosas, imponer a los residentes franceses (en momentos en que habían cesado las
luchas civiles y que no había amenazas de invasiones de indios), y una
indemnización para los familiares del tipógrafo Bacle que había fallecido, a
raíz de los maltratos recibidos en una mazmorra en Santos Lugares. Rosas,
rechazó ambas exigencias (aunque dos años más tarde las aceptaría agravadas), y
entonces el francés buscó un aliado en el río de la Plata y lo encontró en el
caudillo oriental Fructuoso Rivera que quería desalojar de la presidencia de su
patria, al general Manuel Oribe, dilecto amigo del Restaurador. Los unitarios y
expatriados, ayudaron a Rivera, a derrocar a Oribe, quien se refugió al lado de
Rosas, y él lo tituló presidente perpetuo del Uruguay.
Luego consiguieron la
ayuda económica y naval de los franceses, para llevar a suelo porteño una
intervención armada y el 5/10/40 Lavalle desembarca en San Pedro, sus 2.800
legionarios.
Sincronizadamente con la tentativa de Lavalle, se sublevan los
hacendados del Sur de la provincia, en Dolores y al poco tiempo, las provincias
norteñas de Tucumán, Salta, Catamarca y La Rioja; tentativas todas, fueron
ahogadas en sangre, por los tenientes de Rosas y las cabezas o restos de
Avellaneda, Vilela, Casteli, Cubas y Acha, lucen en las plazas o a la vera de
los caminos. Pero Rosas vencedor, no quiere la paz. Ahora tiene que ayudar a su
amigo Manuel Oribe, a quitarle el sillón presidencial a Rivera. Y a ese efecto
le “presta” las tropas nacionales que ascienden a más de 12.000 plazas y con su
ayuda el general extranjero que las manda, derrota a Rivera, en diciembre del
'42, en Arroyo Grande y luego de masacrar todos los prisioneros cruza el río
Uruguay y pone sitio a Montevideo que está defendida por los pocos emigrados
argentinos que se salvaron de las hecatombes y los dispersos de los
enfrentamientos militares. Y allá estará soterrada frente a sus muros, por casi
una década el “paisanaje” que, según Gallardo, tanto amor le tenía a Rosas,
carne de cañón, para que dos caudillos orientales, diriman sus diferencias.
Pero, las consecuencias de aquel modesto bloqueo inicial de Leblanc, no
quedaron ahí.
Los anglofranceses,
que tienen negocios con Rivera, resuelven defenderlo y desconocen el bloqueo
que Rosas le ordena al almirante Brown haga a Montevideo. Resultado, captura
ignominiosa y sorpresiva de la Escuadra Nacional, que tiene su artillería
desarmada, por orden del propio Rosas; posterior forzamiento de Obligado; paz
victoriosa con las potencias, pero sin por ello dejar de combatir en el
Uruguay.
Y a este relato le
llama Gallardo, “el orden de Rosas”. Y por razones de brevedad, no hemos
mencionado las masacres federales de las batallas de Pago Largo y Vences, ni el
triunfo de Paz, en Caá Guazú, ni para broche de oro, la lamentable guerra que
Rosas —por inspiración del presidente Portales de Chile, que veía con inquietud
el agrandamiento territorial de Perú—, le declaró a Bolivia y que coneluyó con
la derrota de las armas argentinas, a pocos kilómetros de La Quiaca.
Punto III — Ya he
mencionado en párrafos anteriores, la hostilidad de las potencias a Rosas y el
infame apresamiento de la escuadra, por sus marinerías, al estar descargada su
artillería, por orden del propio Rosas, hecho que le hacía verter amargas
lágrimas al ilustre almirante Brown, que en una célebre carta se lamentaba que
sus tripulaciones “siendo valientes por los hechos de la historia, se
encontraran rendidos, sin haber combatido!”
Destino de las rentas
Punto IV — Rosas
rendía cuenta, hasta el último centavo, de las rentas que recaudaba. Pero, ¿en
qué las gastaba? No sólo nunca gastó un centavo en la creación de una entidad
de bien público, sino que destruyó todos los institutos, universidades,
colegios y escuelas heredadas de Mayo y Rivadavia, suspendiendo sus estipendios
a profesores y maestros, en tanto que sostenía un formidable ejército de cerca
de 20.000 plazas, la mitad del cual estaba en el Uruguay y cuyo sostenimiento,
tal como se indicó, costó a Buenos Aires ingentes sumas de dinero, por una
década, a la par que despoblaba la campaña, con el envío de nuevas levas. ¡Y
esta sangría, se mantuvo hasta la víspera de Caseros!
Punto V — La campaña
contra el indio. Efectivamente cabe destacar ese hecho, que ensanchó las
fronteras de Buenos Aires, dado que Rosas llegó hasta las orillas del río
Negro. Los sucesivos acontecimientos políticos, que se sucedieron después de
1835, hicieron que se perdieran los beneficios obtenidos y fue a Roca a quien
le cupo dar un corte definitivo al problema indígena.
El sable de San Martín
Punto VI — El legado
del sable de San Martín. El Libertador le legó su corvo, en premio a la altivez
con que había defendido la Soberanía Nacional, pero cabe preguntarse si habría
mantenido igual actitud, en el caso de haber conocido los dos siguientes
hechos:
1°) Su invitación al
almirante francés vizconde de Venancourt, jefe del Apostadero Naval, en el río
de la Plata, con estación en Montevideo, de destruir la Escuadra Nacional, fondeada
frente a Buenos Aires y que obedecía a Lavalle, lo que aquél hizo en plena paz
y sorpresivamente, en la triste noche del 21 de mayo de 1829, destruyendo sus
dos barcos de mayor porte, liberando los parciales de Rosas, detenidos en el
pontón Cacique y llevándose las restantes unidades a Montevideo. Rosas aplaudió
esa vergonzosa acción, en una célebre carta que recién cobró estado público 20
años después, en el recinto de la Cámara de Diputados francesa, por boca de La
Rochejaquelin. En ella, el Restaurador lo felicita pos su infame acción; le
sugiere haga lo mismo con la escuadrilla del río Paraná; le pide que acose a
los barcos de la República y le ofrece carne fresca para sus tripulaciones.
2°) Su oferta a Gran
Bretaña, de cederle en propiedad las islas Malvinas, a cambio de la cancelación
del empréstito de Baring Brothers, cuyos servicios estaban impagos. La primera
oferta se hizo el 11/11/38 y la segunda el 1/3/42, pero la vergonzosa
intentona, sólo cobró estado público en 1888, cuando la dio a conocer Pedro Agote,
presidente del Crédito Público Nacional.
San Martín debió seguramente
ignorar la carta de Rosas, dado que ella fue dada a conocer en diciembre de
1849, pocos meses antes de su fallecimiento, cuando vivía alejado de París, en
Boulogne Sur Mer. Por obvio tampoco supo del asunto Malvinas. Además dudo que
hubiera aplaudido su cobarde actitud en Caseros.
Singular aplicación de
los derechos humanos
Punto VII — Derechos
Humanos. Ante todo, cabe hacer una mención de suma importancia. En tanto que los
jefes federales, sin excepción, degollaron sus pares opositores y masacraron
todos los prisioneros en Faimailá, San Calá, Catamarca, Arroyo Grande, Pago
Largo y Vences, tanto Paz en La Tablada, Oncativo y Caa Guazú, como Lavalle,
pese a sus bravuconadas, en El Yeruá y la captura de Santa Fe, nunca fueron
imputados de semejante crimen. Más aún, cabe recordar que Lavalle, después de
la última acción, liberó al general Eugenio Garzón, defensor de la plaza y con
un ayudante se lo envió a su adversario, el generan Manuel Oribe, que retribuyó
la atención, haciendo lancear al mandatario.
Para concluir, le sugiero a Gallardo, lea el capítulo sobre el Terror, de John Lynch, que es un analista imparcial de los hechos que relata. Pese a algunas omisiones, como el asesinato de los ancianos sacerdotes Manuel y Felipe Frías, que habían sido previamente torturados en Santos Lugares, y del padre Francisco Solano Cabrera, su lectura le resultará ilustrativa. Asimismo le rogaría me hiciera llegar, para mi archivo, con los nombres de una decena de víctimas federales, las circunstancias de sus muertes, con la exclusión, por obvio, de Dorrego y de Quiroga, cuya muerte, para muchos historiadores, debe imputarse a Rosas.
El Libertador, legó su corvo a Rosas, en premio a la altivez
con la que hizo frente a las injustas pretensiones de las potencias europeas.
Ahora bien, en una nota publicada en “La Prensa”, el 16 del
corriente con el título de “El polvo de tus huesos”; me preguntaba si hubiera mantenido
Igual actitud, en caso de haber conocido dos gravísimas ocurrencias del Restaurador,
que a continuación reproducimos;
1) Su invitación al almirante Venancourt, jefe del
apostadero galo en el Río de la Plata, con asiento en Montevideo, de destruirla
Escuadra Nacional, fondeada frente a Buenos Aires, que obedecía, al gobierno de
Lavalle, lo que aquél hizo en plena paz y sorpresivamente, en la triste noche
del 21 de mayo de 1829, destruyendo las dos unidades de mayor porte, liberando
los parciales de Rosas detenidos en el pontón “Cacique” y llevándose las
restantes a su estación. Rosas aplaudió esa vergonzosa acción, en una célebre
carta que recién cobró estado público 21 años después, cuando el diputado La
Rochejaquelin la presentó en el recinto de la Legislatura de Francia. En ella,
lo felicita por su infame acción; le sugiere que haga lo mismo con la
escuadrilla del río Paraná; le pide que acose a los buques de la República y le
ofrece carne fresca para sus tripulaciones.
2) Su oferta a Gran Bretaña, de cederle en propiedad las
islas Malvinas a cambio de la cancelación del empréstito de Baring Brothers,
cuyos servicios estaban impagos. La primer oferta se hizo el 11/11/1838 y la
segunda, cuatro años más tarde, pero la vergonzosa intentona, sólo cobró estado
público en 1869, cuando la hizo conocer Pedro Agote, presidente del Crédito
Público Nacional...
“San Martín debió seguramente ignorar la carta de Rosas,
dado que ella fue presentada a fines de diciembre de 1849, pocos meses antes
del fallecimiento del Libertador, cuando vivía alejado de París, en Boulogne
Sur Mer. Por obvio tampoco supo del asunto Malvinas. Además dudo que hubiera disculpado
su cobarde actitud en Caseros”.
Hasta aquí, lo publicado. Pero después de revisar antecedentes
históricos, me reafirme en la convicción de que San Martín solamente por
defectuosa información pudo por un momento pensar que Rosas se preocupaba mucho
por la soberanía de las Provincias Unidas.
Porque además de los dos afrentosos episodios que he
mencionado puedo agregar los siguientes, de igual o peor gravedad:
3) Traicionó a su patria en el año 26, cuando teniendo
estado militar no se incorporó al Ejército que el gobierno de la Confederación,
reclutaba, para afrontar la declaración de guerra del Imperio, que pretendía
desmembrar el suelo patrio; actitud agravada por el asilo que otorgaba en sus
estancias a los desertores de las tropas que desesperadamente reclutaba Alvear,
en la provincia de Buenos Aires.
4) Afrentó al Ejército Argentino cuando le puso al frente,
para combatir a otros argentinos, a un general extranjero, con toda su plana
mayor.
5) Afrentó la soberanía de su patria, cuando le solicito a
los Jefes navales anglo franceses, persiguiesen, capturasen y trajesen devuelta
al capitán Rosales que había escapado con la
goleta “Sarandí”, para reunirse con Lavalle.
6) Traicionó a su patria, cuando le cedió el Ejército
nacional, al general oriental Manuel Oribe, para que llevado a suelo uruguayo,
le ayudara a recuperar la presidencia de su país, que le había birlado su
sempiterno enemigo, el general Fructuoso Rivera.
7) Afrentó, su país, cuando firmó en octubre del 40, el
tratado de paz con Francia, que daba fin al bloqueo iniciado un par de años
antes, y una de cuyas cláusulas establecía que, para fijar el monto de la
indemnización debida a los familiares del tipógrafo Hipólito Bacle, se
nombraría un árbitro por cada parte y en caso de disensión, un tercero elegido
también por el gobierno francés.
8) Afrentó a los heroicos defensores de Obligado,
devolviendo graciosamente a los británicos, luego de firmada la paz en el
47,los trofeos que con su sangre, había cobrado, y entre los cuales había una
bandera de guerra
En resumen, puede afirmarse que el Restaurador no tenía
formado concepto alguno sobre el significado y el alcance de la palabra
soberanía, por lo que se manejaba con sus adversarios y con las potencias
europeas, al impulso de sus necesidades coyunturales. Gallardo bien lo observó
y por ese motivo en su nota aclaratoria, “Detales polvos tales lodos”, del 17
próximo pasado, se cuida bien de abordar el tema y lo da por no existente.
La soberanía de Rosas y el terror
Rosas es el soberano absoluto de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. Luego que Quiroga, Benavídez, o el Fraile Aldao, Oribe, Maza y
Pacheco, concluyeran con las veleidades de independencia de las provincias
centrales y norteñas sus nuevos gobernantes descubrieron que sólo habían
cambiado de patrón, puesto que sus subsistencias económicas dependían de la
voluntad omnímoda del Restaurador, dueño de la Aduana de Buenos Aires y de la
isla de Martín García. ¡Es el Supremo
Unitario!
Así lo reconoce entusiasmado el historiador rosista Vicente
D. Sierra, cuando escribe “...Rosas
mantenía celosamente el control de los ríos Paraná y Uruguay, así como el de
todos los elementos que directa o indirectamente, contribuían a hacer de la
Confederación Argentina una unidad de
existencia y destino, con unidad de potencia...”
Lá tiranía implantada por Rosas en Buenos Aires tiene dos
instancia bien definidas. La primera iniciada en diciembre de 1829, que durará
tres años y en cuyo trascurso adquirirá los conocimientos necesarios para
gobernar el Estado al tiempo que aprovechará la oportunidad para saldar en
sangre algunas cuentas viejas, y la segunda. Qué el Restaurador sabe será
ininterrumpida, en abril del 35, ya que
para entonces dispondrá de los más amplios poderes que pueden otorgarse
al Supremo mandamás.
El 12 de diciembre
de 1929, como se señaló más arriba, Rosas reemplaza a Viamonte, que ha tratado
de gobernar ecuánimemente, pese a ser continuamente hostigado por éste, y en su
ausencia, por los matones a sueldo de Doña Encarnación. Y entonces,
sorpresivamente, el clima de tolerancia impuesto por su predecesor cambia
radicalmente. El primer acto del flamante mandatario, es asesinar al sargento
mayor Montero, que se negó a incorporarse a sus fuerzas, cuando combatía a
Lavalle. Cabe recordar que Montero era indio sin instrucción, que había
combatido valientemente en Maipo, Chacabuco y Cancha Rayada. Rosas lo manda
llamar y le entrega una supuesta carta de recomendación, para su hermano
Prudencio, en la que le escribe, que fusile al portador, en el acto.
La muerte de Montero produjo honda conmoción y en la
Legislatura se pidieron explicaciones a su ministro de gobierno, sin duda
alguna, la última oportunidad en que esa Asamblea se animó a pedirle cuenta de
sus actos. En mayo del 31, llega la noticia que Paz ha sido capturado y está
preso en Santa Fe y Rosas resuelve completar la faena. En Río Cuarto están
detenidos una decena de oficiales de su ejército, que se rindieron con expresa
salvaguarda de sus vidas. So capa de tenerlos a mejor recaudo, solicita su
entrega, y a su arribo a San Nicolás los hace fusilar. La orden que le dirige
al coronel Rivero es de factura típica: “Los ejecutará Vd. en dos horas y no se
admite ninguna petición, ni súplica del pueblo, ni otra contestación que el
envío de haber cumplido con ella, bajo apercibimiento de ser Vd. sacrificado
con igual precipitación”. Y como no cabía ninguna “petición ni súplica”, es
fusilado con su padre, el teniente Motenegro, ¡un hijo suyo de doce años!
El mandato de Rosas concluye y la Legislatura le ofrece
nuevamente el cargo, pero sin las facultades extraordinarias, por lo que los
rechaza. Le suceden entonces Balcarce y Viamonte, pero sus parciales les hacen
la vida imposible. Encarnación le escribe: “No se hubiera ido Olazábal, Don
Félix, si no le hubiera mandado gente de mi confianza, que le han baleado las
ventanas, lo mismo que las del godo Iriarte y el facineroso Ugarteche”, y en
otra de abril del 34 “…Tuvieron muy buen efecto los balazos que le hice hacer
el 29, pues así conseguí se fuera a su tierra, el facineroso canónigo Vidal”.
Y así las cosas, llega la noticia del asesinato de Quiroga.
Las turbas federales, ya adoctrinadas, recorren la ciudad vivando a Rosas. La
Legislatura, el 17 de marzo de 1835 decreta: "Se deposita la suma del
poder público, en la persona del brigadier general don Juan Manuel Rosas. El
ejercicio de este poder extraordinario durará, por todo el tiempo, que a juicio
del gobierno, fuese necesario”. Pero Rosas se resiste; tarda doce días en
contestar, para luego pedir un plebiscito, y al ser favorable el resultado
(9.300 a favor y 4 en contra) acepta el cargo, el 4 de abril, “pese a tener la
salud quebrantada y el daño a sus intereses”. Y entonces la “Gaceta Mercantil”,
órgano oficial del nuevo régimen, hace pública la advertencia del flamante
gobernador, a sus opositores: “Que de esa raza de monstruos, no quede ninguno
entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa, que sirva de
temor y espanto, a los demás, que puedan venir en adelante”.
Euforia homicida
Y entonces se inicia la represión. Son dados de baja los
oficiales que lucharon en el Pacífico y Brasil. Luego le llega el turno a los
opositores, cuyos bienes son confiscados. Quien regula todo, es el propio
Restaurador: ''...hacer espiar las casas de don Valentín Gómez y don Zenón
Videla; poner en la cárcel al sujeto Manuel Ojeda, por la conversación que tuvo
con la unitaria Marcelina Buteler”. Dispone de campos de reclusión en Santos
Lugares y en Monte, y de una milicia que se llama la Sociedad Popular Restauradora,
alias la Mazorca. Las matanzas o prisiones no respetan ni edad, ni sexo, ni
estado eclesiástico o civil: “El Dr. Azcola, a la policía, don José Ma.
Gallardo, el clérigo Agüero, todos a la cárcel”. El general John O'Brien,
edecán de San Martín, que estuvo sin saber por qué, 7 meses preso en Santos
Lugares y el tipógrafo francés Hipólito Bacle, dan cuenta del trato recibido.
El primero sobrevivió, porque el cónsul inglés le envió su médico y le hacía
llegar víveres. El segundo falleció. Y estas atrocidades estaban cada tanto
mechadas con hecatombes, como el fusilamiento en la plaza del Retiro, en una
sola mañana de 110 indios, de ambos sexos, mayores de 9 años, o el de los 57
“jóvenes distinguidos”, apresados en Arroyo del Medio, que fueron todos sacrificados
en ese matadero.
Los yecinos de Buenos Aires vivían en el terror y los que se
sentían amenazados huían al exterior, a Chile, al Brasil o a Montevideo, que
vio triplicada su población. Rosas, que siempre tuyo ocurrencias festivas, como
el de dar un tratamiento ignominioso a sus cinco esclavos, que hacían el oficio
de bufones, o de hacer colocar en las rutas, en lugar de mojones, cabezas de
degollados: "Que la cabeza de Manuel Elizague, vuelva al cementerio; que
las cabezas de Florentino Cubillas, Manuel Rodríguez y Benito Bordá, sean
colocadas a orillas del camino...”; o de obligar a sus seguidores a usar corte
de cabello, patillas, bigotes o barba, además del atuendo, al estilo federal,
simultáneamente con esas diversiones, destituía en un largo decreto a San
Martín de Tours, por unitario, francés y súbdito del rey guardachanchos, de
patrono de Buenos Aires.
Pero la euforia concluyó en el período que corre de octubre
del ’40 a abril del ‘42. En esos terribles 19 meses, su paranoia homicida cobró
ribetes espectaculares. Se asesinaba en las calles, en las casas, públicamente
a los vecinos. En el Fuerte, en la policía, en Santos Lugares. Los cadáveres se
exhiben colgados de los faroles, ensartados en la reja que circunda la
Pirámide, o en un barril de brea, que al encenderse, romperá las tinieblas de
la noche. Hay, quienes son degollados en las azoteas de sus casas, o sentados
en la sala de su residencia…
Y un día, abruptamente, la matanza cesó. Muchos dijeron que
ministro inglés le pidió a Rosas que la detuviera, lo que él, en un decreto
público accedió, cargando a la justificada indignación popular su autoría.
Posteriormente a esa fecha, los porteños hasta Caseros, vivieron sus mejores
años de libertad y relajación, tanto, que muchos emigrados regresaron a su
tierra natal y hasta se atrevieron a gestionar la devolución de sus bienes. El
asesinato de Camila O'Gorman constituyó una excepción y fue el simple fruto de
su avasallante y vanidosa paranoia. Quien se regodea viendo su retrato
arrastrado en un coche por distinguidas matronas, o colocado en los altares,
pudo creerse con derecho, a substituirse a la justicia de Dios.
Revista La Semana
https://periodico-el-restaurador.blogspot.com/2023/04/repatriacion-de-los-restos-de-rosas.html
Diario La Prensa 30.09.1989
https://periodico-el-restaurador.blogspot.com/2023/09/repatriacion-de-los-restos-de-rosas.html
REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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