lunes, 17 de abril de 2023

San Martín y Rosas - Pacho O'Donnell

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Publicamos a continuación un artículo del historiador Pacho O'Donnell publicado en el diario La Nación el día 18 de agosto de 2008, en la columna Debate.


 Próceres por los que peleamos

por Pacho O'Donnell - Escritor


Nuestra historia consagrada se propuso mantener en las sombras el vínculo entre San Martín y Rosas, quienes de acuerdo a la lógica nacional de la intolerancia deberían de haberse odiado, o al menos ignorado. Sin embargo no fue así.

Pacho O'Donnell


En los últimos últimos tiempos hemos asistido a interpretaciones maniqueístas de la realidad, carentes de grises, con epítetos extremos. Sin matices intermedios. Debe buscarse en esa intolerancia uno de los motivos de nuestra crónica postergación pues derriba los necesarios acuerdos sociales. En esa acendrada idiosincrasia vernácula de blancos nieve y negros carbón, de bueno muy y de malo muy, es impensable, mejor dicho inaceptable, que nuestro más valorado personaje histórico haya mantenido una excelente relación con el más execrado.
En el testamento de José de San Martín pudo leerse: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
Lo que don José celebraba era la victoriosa epopeya de la defensa de la Confederación rosista en 1839 y 1845 contra el ataque de las máximas potencias económicas, políticas y bélicas de su época, Gran Bretaña y Francia (1). La relación entre San Martín y Rosas fue intensa durante mucho tiempo, aunque basada en la epistolaridad ya que nunca se encontraron personalmente. Antes de subir al gobierno, mientras los “notables” porteños olvidaban y denigraban a quien había debido exiliarse en Francia por presiones de sus enemigos, Rosas bautizó como “San Martín” y “Chacabuco” a dos de sus estancias.
El Libertador era un hombre de orden, aborrecía el caos y la indisciplina, y temía que la anarquía reinante en su patria por la guerra entre unitarios y federales echase por tierra los esfuerzos por independizarla, Así lo expresaba el 3 de abril de 1829 a su amigo y confidente Tomás Guido: “Conviene en que para que el país pueda existir es de necesidad absoluta que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca de él (...) Al efecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la Patria de los males que la amenazan”.
El circunstancial triunfo federal y el acceso de Rosas al gobierno de la provincia de Buenos Aires pareció satisfacer plenamente a don José. Al año siguiente sería más tajante en su aprobación a la mano dura del gobierno: “Desengañémosnos, nuestros países no pueden, al menos por muchos años, regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos...”.
El compromiso de San Martín con la Confederación pareció tener un límite cuando rechazó la designación como embajador en el Perú, país que amaba y que lo amaba. Pero eso no fue óbice para que Rosas, al tanto de las estrecheces económicas del Libertador en su estadía europea y para garantizarle una renta, ordena en 1840 “que se otorgue la propiedad de seis leguas de tierra al general de la Confederación Argentina Don José de San Martín”.
Y más adelante, enterado de la precaria salud de don José, designa a su yerno Mariano Balcarce en la representación argentina en Francia, instruyendo reservadamente al embajador Manuel Sarratea de eximirlo de residir en París para que Merceditas pudiera acompañar a su padre en Boulogne Sur Mer. Al año siguiente, cuando el almirante Brown, obsecuente, le propone que la nave insignia de la escuadra de la Confederación lleve su nombre, el Restaurador ordena que sea bautizada “Ilustre General San Martín”. El Libertador le corresponderá poniéndose a sus órdenes para combatir en contra de las invasiones europeas, anunciándole que a pesar de su edad bastaría una indicación para que se embarcara y tomara su lugar en el combate. Puso también su prestigio en Europa al servicio de criticar en periódicos y cancillerías la prepotencia de las potencias y pronosticando que su fracaso era inevitable por la firmeza del carácter de Rosas, por el orgullo nacional de los argentinos, augurando que la totalidad del país se uniría a don Juan Manuel y aunque los invasores pudieran tomar Buenos Aires a la corta o a la larga serían rechazados. Como efectivamente sucedió.
Una de las últimas cartas que escribe San Martín poco meses antes de su muerte, con letra temblorosa, estaría dirigida a don Juan Manuel: “Como argentino me llena de un verdadero orgullo el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor establecidos en nuestra querida Patria, y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado” (Carta del 6 de mayo de 1850). Nuestra historia consagrada se propuso mantener en las sombras el vínculo entre San Martín y Rosas. Quienes de acuerdo a la lógica nacional de la intolerancia deberían de haberse odiado, o al menos ignorado. Sin embargo no fue así. Y es reconfortante saberlo para que cada uno saque sus conclusiones.

(1) Un error que cometen algunos escritores e historiadores, como Félix Luna y en este caso Pacho O'Donnell, es relacionar el legado del sable sanmartiniano con las agresiones francesa y francoinglesa de 1838 y 1845, respectivamente.
San Martín, redactó su testamente poco mas de una año y medio antes de la agresión de 1845, por lo que la manda testamentaria tiene que ver con la agresión francesa de 1838. (Norberto J. Chiviló)