REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
164
HIPÓLITO YRIGOYEN
EL ESPÍRITU DE LAS NUEVAS GENERACIONES
Año 1933: el 3 de julio muere Hipólito Yrigoyen. Tras renovadas manifestaciones, el día 6 de julio su sepelio congrega a vastas multitudes que —desde Sarmiento 944, su última vivienda— lo acompañan tumultuosamente rechazando las honras oficiales decretadas por el gobierno del general Justo. Numerosos discursos despiden sus restos en el monumento levantado en Homenaje a los Caídos en la Revolución de 1890 donde habría de juntarse, para siempre, con su tío Leandro Alem.
Atrás quedan largas décadas de luchas tenaces, impregnadas de un irrenunciable espíritu nacional que fue siempre, aun en tiempos de derrota o de transitoria declinación, un signo permanente y distintivo del radicalismo.
Siempre fue destacable y así lo reconocieron sus más acérrimos adversarios que la Unión Cívica Radical —obra indiscutible de esos tío y sobrino, reconocidos como sus únicos profetas— intentó con raro éxito que a más clara definición de su apostolado cívico fuera una insobornable adhesión a la gran causa de la nacionalidad, como legítima herencia de viejos caudillos federales que conquistaron la Independencia y organizaron la República.
Cada vez que los desencuentros políticos alcanzan, en la Argentina, fuertes ecos, debe recurrirse al ejemplo de los constructores de la nacionalidad para comprender que su lucha consistió en unir a poblaciones alejadas que asimilaron embates de contingentes inmigratorios nada homogéneos pero cuyos aglutinantes poderosos (como lo fueron su común historia, su idioma español y su predominante religión) otorgaron a la Nación un carácter distintivo y particular.
Por eso Yrigoyen y Alem resultan fundamentales para establecer distingos. Es oportuno destacar gestos del ex presidente —que alcanzó los mayores porcentajes de adhesión electoral— frente al desconcierto que producen iniciativas de inspiración sospechosa tanto como réplicas o resistencias que desbordan prácticas republicanas necesarias para el correcto desenvolvimiento de todo proceso democrático.
La conquista y el concepto de la raza
Por iniciativa de sociedades españolas y adhesión de numerosas entidades científicas y literarias, Yrigoyen instituye el 12 de octubre como Día de la Raza; la simple lectura de los considerandos que se trascriben (cuyos subrayados ayudan a desentrañar el mensaje buscado por su firmante) basta. para comprender el pensamiento del ilustre presidente, quien respetó y fomentó la incorporación de corrientes inmigratorias, grupos de pensadores y reconocimiento de religiones que llegaban a estas tierras del Plata y de la pampa sin tener la más mínima idea de sus particulares características pero —en cambio— sabían de su proverbial generosidad para permitir el arraigo y la asimilación de quienes vivían marginados de toda legalidad o deseaban trabajar, estudiar y adorar a sus dioses sin el riesgo de la persecución. En tal sentido, Yrigoyen, como noble señor de su época —inspirado en la generosidad de nuestros recordados caudillos criollos como en la de quienes constituyeron la República— respetó las ideas y acción de quienes la condujeron hasta la irrupción popular en los estrados del gobierno.
Era, por otra parte, la política nacional de todos los tiempos inspirada en la conducta impuesta por los soberanos Reyes Católicos, de la España descubridora y conquistadora, al almirante Colón y sus posteriores enviados. Veamos:
Considerandos
“1° — Que el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues todas las renovaciones posteriores se derivan de este asombroso suceso que, al par que amplió los lindes de la Tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu;
“2° — Que se debió al genio hispano —al identificarse con la visión sublime del genio de Colón—, efemérides tan portentosa, cuya obra no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa ésta tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos;
“3° — Que la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”.
La nacionalidad
Yrigoyen, heredero de esa gran estirpe y continuador de tan nobles tradiciones así como celoso defensor de nuestra soberanía y de la heredad territorial (que nace del Descubrimiento y la Conquista) no podía ignorar la presencia de contingentes humanos que se asimilaban a la nacionalidad y —por ello—sin menoscabos ni prejuicios se cree en el deber de señalar, para su honesto y pacífico cumplimiento, cuáles serán (porque ya lo eran) las particularidades rectoras de la nacionalidad argentina. Todos los documentos de Yrigoyen reconocen esa constante.
Sin perjuicio del respeto que merecían todos los hombres de buena voluntad que al amparo de nuestra Constitución habían llegado al suelo argentino, el decreto que impone el Día de la Raza señala, sin posibilidades de error o desviación, el derrotero unico y auténtico de la nacionalidad.
Exaltación del sentido legítimo de argentinidad
Enero de 1919: nadie ignora los hechos originados en la huelga de los talleres Vasena. Mucho se ha escrito sobre el tema con evidente exageración en cuanto a las represalias y víctimas pero sería ocioso negar que ello constituyó una seria advertencia para el país respecto del propósito y sentimiento de sectores populares sometidos a inhumanas condiciones de trabajo, vivienda y alimentación. Es evidente que el altísimo porcentaje de extranjeros (poco inclinados a tomar la ciudadanía de su nuevo país de adopción), que dominaban los sectores obreros y artesanales representaban una especie de “país paralelo” dentro de los límites territoriales pero, sobre todo, en el gran puerto capital de la República. Ninguna duda cabe de que la gravedad de esos hechos impactó profundamente en el ánimo del presidente Yrigoyen cuya devoción por los desposeídos resultaba ínsita con su militancia radical puesto que ése era —precisamente— un postulado fundamental de su tío Alem, incorporado, sin apelación ni renunciamiento posible, al ideario de quienes venían de la Revolución de 1890.
Pero es necesario señalar —siempre es tiempo para ello— que las cosas no fueron tan absolutas como pretendieron los sectores izquierdistas o maximalistas de aquel entonces aunque hayan sido quienes más escribieron y profundizaron sobre el tema. No es cierto que sólo los reaccionarios y explotadores de obreros apoyaron la actitud de Yrigoyen que culminó con la acción militar desplegada por el Gral. Dellepiane y terminó con la sublevación. Numerosos grupos fueron solidarios con la acción del primer gobierno elegido por el pueblo; desde luego que la Unión Cívica Radical fue solidaria con Yrigoyen pero otros partidos políticos y numerosas entidades de bien público —insospechadas de arbitrariedad y reaccionarismo— aprobaron su actuación. Fuera de los sectores de la izquierda política y sindical, el resto del país consideró plausible la acción militar que devolvió la calma al país y llama la atención que sedicentes pensadores de la izquierda nunca hayan reparado en que la Federación Universitaria —en los primeros tiempos de la reforma y en plena agitación estudiantil— fue solidaria con Yrigoyen. Lo mismo habría de ocurrir pocos años después (cuando la actuación del Cnel. Varela, en la Patagonia) y no conozco (nadie lo exhibió aún) ningún documento reformista reprobando a Yrigoyen por esos hechos. Comprendo que a muchos causará disgusto esta apreciación pero es necesario aventar numerosas mentiras vinculadas con la auténtica historia de la República que se exhiben como cucos o mitos y resultan falsedades.
La profunda angustia que provocó en el espíritu de Hipólito Yrigoyen la Semana Trágica con sus innegables connotaciones antinacionales (por lo menos para el ideario de la Unión Cívica Radical) lo indujo a dictar otro célebre decreto conocido como “de Exaltación del Sentimiento Nacional” para que la enseñanza pública de todos los niveles encarara la necesidad de reafirmar los conceptos patrióticos y de argentinidad para exaltar el espiritu de las nuevas generaciones... buscando en el ejemplo de sus próceres...hacia lo que constituye nuestro patrimonio histórico.
“Considerando:
“Que corresponde esencialmente a la escuela intensificar la educación cívica y patriótica del pueblo, poniendo de manifiesto la alta significación que ella tiene en los destinos de la República; Que la historia argentina y la vida misma de la Nación, en su desenvolvimiento progresivo, encierran páginas inmortales cuyo recuerdo ha de servir en todo tiempo para exaltar el espírtu de las nuevas generaciones, no sólo en la idea de su glorificación, sino en el sentido legítimo de argentinidad que nace espontáneamente del concepto de su propia grandeza y del convencimiento de que el país marcha con paso firme y seguro hacia la conquista de las finalidades superiores de la humanidad.
“Que los nuevos y amplios horizontes abiertos a la democracia, en esta hora de renovaciones, exige que las instituciones docentes realicen su alta misión educadora con fervorosos estímulos, para mantener siempre vivos los ideales y las normas de nuestra nacionalidad, perpetuando el culto sacrosanto de la tradición gloriosa que nos ha sido legada por nuestros mayores.
“Por estas razones, el Poder Ejecu- tivo de la Nación
“Decreta:
“Artículo 1° — Las direcciones de los Colegios Nacionales, Escuelas Normales e Institutos Especiales, adoptarán las medidas conducentes para estimular al profesorado a fin de que sistemática y consecutivamente, aproveche todo hecho o circunstancia favorable que se presente en el curso de sus lecciones o conferencias, en el sentido de despertar y mantener vivo en los alumnos el amor y respeto hacia lo que constituye: nuestro patrimonio histórico. ‘
“Art. 2° — Procurarán igualmente, inculcarles, como base indispensable de su acción ciudadana, al par que un espíritu de veneración a las tradiciones argentinas, nobles y elevados pensamientos de bien público, y anhelos de verdad, de justicia y de progreso, buscando en el ejemplo de sus próceres las virtudes y enseñanzas que han de servirles para contribuir con honroso y altivo patriotismo a la felicidad y grandeza de la República.
“El concurso de los hogares a la obra e realicen los Colegios y las Escuelas, ha de procurarse tan frecuente y eficazmente como sea posible”.
Lamentablemente, estas cosas no se han difundido convenientemente y hasta algunos ciudadanos que se creen distraídamente radicales las ignoran. La trascripción permite observar que el presidente Yrigoyen reclamaba el concurso de los hogares para la difusión de tales preceptos sin que ninguna colectividad se manifestara, en contrario; felizmente para la Nación no había —en aquel entonces— quienes se negaban a cumplir con las obligaciones ciudadanas ni se negaban a saludar la enseña patria o cantar el Himno ni deseaban la derrota argentina en guerras ni en contiendas de ninguna naturaleza ...hoy, por rara simulación de las inteligencias y so pretexto de vulneración de la Democracia, pequeños grupos abogan por la derrota nacional o fomentan el desprestigio de instituciones de la Nación.