REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En la "Sección ilustrada de los domingos" del diario La Prensa del 12 de octubre de 1975, en la columna "Páginas para releer" se publicó este artículo de Bartolomé Mitre.
Una época
por Bartolomé Mitre
La tiranía es más que un hecho aislado, es una época, se dice, pero, entonces la resistencia a la tiranía, ¿qué es? Nosotros decimos y éste es nuestro principio: la resistencia a la tiranía de Rosas es más que un hecho aislado, es una época. ¿Quién tiene razón?
El triunfo de la revolución ha resuelto este problema. La tiranía ha sido vencida, y ha sido vencida por el pueblo,
La resistencia contra Rosas ha triunfado y el actual orden de cosas es la continuación de esa resistencia, o más bien dicho, es el resultado de esa noble y fecunda resistencia, que se olvida y que no se cuenta por nada en la época de los veinte años de infortunio porque hemos pasado.
Se dice que la tiranía de Rosas, vaciando en un molde a dos generaciones, filtró en ellas sus vicios, el vicio de degollar, el vicio de confiscar, el vicio de falsear el sentido moral, y que ésta es la sociedad en que vivimos y con la cual gobernamos.
Pero se olvida que la resistencia a esa tiranía inoculó mayores virtudes en esas dos generaciones; la virtud del heroísmo, del sacrificio generoso de la vida, del entusiasmo sagrado por la libertad, del respeto por la dignidad humana, de la fortaleza en el infortunio, de la religión del deber, del culto de las tradiciones de Mayo y del horror contra toda opresión y toda violencia.
Jamás pueblo alguno sobre la tierra ha protestado con mayor energía contra la fuerza bruta que lo dominaba, que el pueblo argentino en general y el pueblo de Buenos Aires también, aunque más oprimido que sus hermanas.
Veinte años ha durado la tiranía; veinte años ha durado la resistencia. La resistencia ha triunfado y se consolida apoyada por ese mismo pueblo que con su corazón o con su brazo o con su inteligencia, cooperó a la caída del tirano.
Esto prueba la preponderancia del principio del bien en esa época, que se ha querido representar llena tan solo por la tiranía y sus vicios. Si así no fuera, Rosas o su sistema dominarían todavía en Buenos Aires.
La tiranía de Rosas nada nos ha legado sino el desorden consiguiente a toda tiranía, pero ese desorden no es lo que constituye una sociedad amasada al capricho, un pueblo fundido en el molde de una tiranía brutal. Ella ha dejado señalado en su pasaje el rastro de su contagio impuro con la sociedad, marcado por crímenes espantosos, pero la sociedad no ha quedado contaminada por el crimen. Protestan contra tal acusación veinte mil emigrados salidos del seno de Buenos Aires por no someterse al yugo del tirano.
Protestan contra tal acusación los millares de muertos que el pueblo de Buenos Aires ha dado por contingente al martirologio argentino; los huesos de sus hijos que yacen insepultos en los campos de batalla y ese reguero de sangre que se extiende desde el Plata hasta los Andes, que también es sangre de nuestra sangre.
Protestan los fusilados, los degollados, durante veinte años, en que el verdugo se cansó de degollar antes que el pueblo se cansase de odiar al verdugo.
Protestan ante esa acusación las “clasificaciones” que aún existen como un monumento a la extravagancia, y por las cuales medio pueblo fue calificado de salvaje unitario.
Protesta contra esa acusación el número diminuto de que se componía la mazorca, la ejecutora de las altas obras de la tiranía que nunca contó con más de cincuenta miembros sugestionados por el terror o movidos por los instintos feroces del crimen.
Protestan contra esa acusación los pocos cómplices de sangre de la tiranía que ha habido que levantar judicialmente a la horca, después de su caída.
Protestan contra esa acusación las madres argentinas que salvaron inmaculado el pudor de la virtud no asociándose a las orgías de la tiranía; que no enseñaron a sus hijos a tributar al crimen un culto sacrílego y que azotadas en los templos y en las calles, afrentadas con moños sangrientos como enemigas de la tiranía, se doblegaron como la débil caña al soplo del huracán, pero no se quebraron.
Protestan contra esa acusación, los que en Caseros arrojaron al suelo sus armas, sin disparar un tiro, por no sostener una tiranía que en el fondo de sus corazones habían sentenciado a muerte.
Protestan contra esa acusación: el espíritu de la guardia nacional, compuesta de las generaciones que se dicen amasadas y contaminadas por Rosas: la actitud decidida de la ciudad y la campaña en las reacciones mazorqueras que se han intentado, y esos discursos llenos de sentido moral, llenos de entusiasmo por lo bueno, lo justo y lo verdadero con que jóvenes criados en las tinieblas de la tiranía han derramado un torrente de luz sobre la conciencia pública, que se ha pretendido intimidar.
Podemos, pues, decir, con razón: “la resistencia a Rosas no es un hecho aislado, es una época, y esa época es la que continúa”.
La tiranía fue socialmente un hecho aislado, y ese hecho anormal ha sido vencido y sólo queda de él una terrible lección que debemos estudiar; una herencia de abusos que debemos extirpar y un nudo de intereses bastardos que hemos de desatar sin cortar, por más que se pretenda escudarlo con la teoría de los hechos consumados y la solidaridad del pueblo y de la tiranía.
Si así no fuese, debiéramos renegar del porvenir de la patria.
BARTOLOMÉ MITRE (1821-1906). Cuando más viva era la discusión entre lo que restaba del partido federal, partidarios de Rosas y los liberales, continuadores de los unitarios, Mitre publicó en el diario “Los Debates”, 1857, un artículo titulado “Una época”, al que pertenecen los fragmentos trascriptos.