REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En la revista El Tradicional N° 86 y 87, de junio y setiembre de 2008, se publicaron estos artículos del Prof. Ismael R. Pozzi Albornoz.
El cuartel de los Arribeños
El convento de la Merced y un emotivo recordatorio
Por el Prof. Ismael R. Pozzi Albornoz
Magister en Historia de la Guerra
Iglesia de la Merced |
Con referencia a un cuartel primigenio ocupado por la
milicia integrada con los nativos de las provincias “de arriba”, que en calidad
de estantes o habitantes se encontraban residiendo en Buenos Aires por 1806,
debemos señalar que inicialmente no tuvieron ninguno pues Santiago de Liniers, luego
de la convocatoria que en septiembre de ese año hiciera a los vecinos de la
ciudad para que se alistasen como voluntarios a fin de repeler un nuevo ataque británico
que se descontaba, solo estableció una serie de 'puntos de reunión' a los
cuales, en caso de darse la alarma, debían acudir y congregándose en su
respectivo cuerpo. En ese plan las tropas de Infantería quedaron agrupadas en
seis núcleos que denominó 'bandas', dotadas cada una con dos cañones, según el
prolijo informe que remitiera a don Manuel de Godoy (1)
en un oficio fechado en Buenos Aires el 10-IX-1806, y en el que le
enumeraba el conjunto de medidas que pensaba articular para defender a la Capital
virreinal de aquel ataque. Aclaraba en el memorial que de las citadas 'bandas'
la quinta agrupaba “... a los criollos de Buenos Aires y Arribeños, cuyo punto
de reunión será la Merced” (2) y que los lugares
previamente elegidos lo habían sido por su ventajosa ubicación “...a la orilla
de las Barrancas que dominan el río en cada una de ellas que conducen a él, y
tener el recurso los individuos de cada Cuerpo que proporcionan los conventos,
para el resguardo de sus armas, municiones, víveres y pronto descanso. [porque]
Todos estos estarán uniformados perfectamente y adiestrados en el manejo de sus
armas...” (3).
De tal suerte, y respondiendo a esa planificada estrategia,
el resto de las unidades milicianas quedaron distribuidas en un perímetro defensivo
que, transformando en baluartes a las diferentes comunidades religiosas, se
iniciaba en el extremo sur de la ciudad con el punto de reunión asignado a los
Catalanes en La Residencia (actual iglesia de San Pedro Telmo), se continuaba
con el indicado a los Gallegos en el Hospital de los Padres Betlemitas (hoy
Archivo y Servicio Histórico del Ejército), y seguía con los establecidos para los
vizcaínos y andaluces en los conventos de Santo Domingo y San Francisco
respectivamente; concluyendo, ya en dirección al norte, con el monasterio de
Santa Catalina adonde debían concurrir los naturales, pardos y morenos.
Alojamiento de las
milicias
Pero las exigencias de la vida militar, con su rutina sujeta
a las órdenes del día, ejercicios y prácticas, tornó imperioso que esos cuerpos
de reciente creación contaran con un espacio físico propio para alojarse, y no existiendo
en la ciudad otro que no fuera el antiguo cuartel de las tropas veteranas,
conocido como de “la Ranchería”, se debió acudir al auxilio extremo de ocupar
ciertos edificios y aun rentar algunas casas particulares. Ejemplo de lo primero
fue el desalojo por sus estudiantes del antiguo Convictorio Carolino o Real
Colegio de San Carlos (actual Nacional de Buenos Aires), lindero a la iglesia
de San Ignacio en la llamada “Manzana de las Luces”, por adjudicársele ese
predio como cuartel a los Patricios; y el Seminario Conciliar que fue ocupado
por los catalanes previo pago a su rector, el doctor José Francisco de la Riestra,
de 78 pesos 7 1/2 reales gastados en la mudanza que sus antiguos ocupantes
debieron hacer a la casa del finado José Pacheco.
En cuanto a las viviendas particulares, la de Pedro Duval,
frente a la Plaza Mayor, fue alquilada a los andaluces, y la casa de Pedro
Andrés García, en la calle del Cabildo, a los cántabros a cambio de un abono de
65 pesos mensuales; el corralón de Francisco Silva se transformó en cuartel de
los Migueletes que pagaban 12 pesos al mes, marcando una diferencia con
relación a los 45 que José Darragueyra cobraba por una chacra, ubicada delante
de la Plaza Chica “tirando hacia el Sur”, ocupada por los indios, pardos y morenos
inicialmente alojados en La Residencia; en tanto que la casa de un tal Landa,
contigua al “Hueco” o baldío homónimo con
el que hacía esquina, fue para los Carabineros de Carlos IV; y una
vivienda propiedad de la madre de Mariquita Sánchez, más tarde suegra del
alférez de fragata Martín Thompson, se le alquiló a los gallegos aunque su
dueña no siempre cobró puntualmente la renta (4).
Los Húsares de Vivas se alojaron en las casas que Catalina Camacho tenía
“frente del convento de las Madres Catalinas” oblando por ello 80 pesos
mensuales.
El cuartel mercedario
En cuanto a los Arribeños, a principios de marzo de 1807,
quedaron acuartelados en el llamado convento Grande de San Ramón Nonato
ocupando una mitad del mismo por cesión que hicieran los religiosos
mercedarios. Debiendo suponerse que la misma no fue gratuita, pues en la Junta
de Guerra celebrada el 7 de ese mes por Acta N° 15 se hizo constar en su artículo
13 que se destinaron 343 pesos 5 ½ reales para “Abono de gastos del cuartel de
Arribeños”(5).Establecerlos allí demandó un
ingente esfuerzo que, no ahorrándose fatigas, pudo concretar el entonces
comandante Pío de Gana, reconociendo el mismo Liniers “Que luego que se trató
de acuartelar las Tropas por este Superior Gobierno fue el primero que con su
celo y actividad proporcionó alojamiento en el Convento de la Merced para 450
hombres, donde los tenía con el mayor arreglo que se puede ver en la tropa
veterana” (6).
La arquitectura religiosa del lugar debió ser adaptada a las
nuevas necesidades castrenses, efectuándose en los claustros una serie de
modificaciones para adecuarlos al alojamiento de la tropa; refacciones que
irrogaron una suma interesante a tenor de lo señalado por otra Acta, la 138, correspondiente
a la Junta de Guerra reunida el 2 de octubre de 1807 donde se ordenaba que “A
don José León Domínguez, comisionado por el comandante don Pío de Gana, se le
paguen 1.576 pesos 2 reales que ha importado la obra del cuartel de Arribeños” (7).
El Cuartel funcionaba en uno de los edificios más
emblemáticos de la ciudad, cuya traza databa de mediados del siglo anterior y
era imponente. Ocupaba un predio de dos manzanas que hoy delimitan las calles
Reconquista, Sarmiento, Cangallo (en la fecha Tte Grl J. D. Perón) y la avenida
Leandro N. Alem, aunque el convento hacía fondo con la actual 25 de Mayo.
Constaba de una planta baja y primer piso (pues el segundo nivel se edificó con
posterioridad a 1823) construido en ladrillo y teja, destacándose la portería,
el espacioso refectorio y las típicas celdas de bóveda, junto con las
dependencias del noviciado “con su capilla interna de 18 varas de largo por
casi 6 de ancho, su sala de clases, corralón y patio enladrillado, en cuyo centro
se hallaba el pozo con brocal y jaguel, todo de cal y ladrillo” (8).
En 1807 el edificio estaba todavía en obra, y los Arribeños
se instalaron en la parte que miraba al río, pues las celdas ubicadas sobre el
frente oeste y linderas con la iglesia de Nuestra Señora de la Merced se
reservaron para ser habitadas por la comunidad de religiosos. Indudablemente la
paz y tranquilidad del lugar resultaron totalmente alteradas por la instalación
del nuevo cuartel, viviendo incluso sus moradores verdaderas situaciones de
riesgo a estar de lo informado años después por el Padre Comendador fray
Domingo Viera, quien en 1816 en una presentación hecha al gobierno para destacar
los servicios que a la causa de la Patria habían prestado los mercedarios,
recordaba de aquel tiempo “... el triste estrago que se experimentó con la
ruina de un claustro entero y sus correspondientes celdas a causa de haberse incendiado
dos barriles de pólvora, cuya reposición no ha podido cubrirse hasta el día, y
su pérdida asciende a más de tres mil pesos que jamás se han reclamado” (9).
El grosor y la altura de los muros conventuales, junto con
el diseño de su planta hizo de este Cuartel una verdadera fortaleza sólida y
protegida, como quedó demostrado durante el ataque general lanzado por los
británicos el 5-V-1807, pues el vecino Francisco Saguí, testigo de esa jornada,
cuenta que “Marchando los Regimientos 36 y 88 por la [entonces] calle de Cuyo,
costado norte del convento de la Merced al querer forzar la puerta del cuartel
de Arribeños, situado en una de las casas de aquel (penúltima manzana al río)
toda la gente que estaba alerta esperándolos les hizo una descarga cerrada;
dispersándolos por varias calles...” (10). En
esa ocasión a los Arribeños apostados allí se los reforzó con efectivos de las
3ª y 4ª compañías del 3er Batallón de Patricios a órdenes de los capitanes
Pedro Blanco y José Antonio Díaz, informando más tarde el jefe de la Legión
Cornelio Saavedra que aquel lugar “... fue vivamente atacado por los enemigos”
- que comandaba el mayor sir John Ormsby Vandeleur- de cuyas resultas en la
filas criollas quedaron “heridos algunos de sus individuos y muertos otros” (11).
Un emotivo
recordatorio
Pero en 1808 el cuartel conventual también fue escenario de una
ceremonia muy significativa en memoria de los Arribeños caídos el 2 de julio
del año anterior combatiendo en los Corrales de Miserere, verdadero inicio de
las operaciones militares llevadas adelante por las armas británicas contra la ciudad
porteña y en el que los contendientes pagaron un alto precio de sangre, según lo
testimonian varios de sus protagonistas.
Así, del lado británico, el teniente coronel Lancelot
Holland registró en unos “Cuadernos de viaje” que “Nuestras bajas ese día,
entre muertos y heridos, no llegaban a cincuenta, pese a que por momentos el
fuego fue muy intenso. En cuanto al enemigo, en el suelo yacían desparramados gran
cantidad de cadáveres, y se cobraron unos ciento cincuenta prisioneros” (12). En tanto que con relación a las pérdidas españolas,
los testigos discrepan.
Por el carácter solemne del juramento que en su momento
prestó ante el Alcalde de 1° voto tiene particular relevancia la declaración
brindada el 14 de septiembre de 1807 por el 2° comandante del Tercio de Galicia
don José Fernández de Castro, sosteniendo que lo cruento de esa jomada aparecía
corroborado “... con el número de más de ochenta viudas que hoy reciben su
subsistencia del Ilustre Cabildo por haber fallecido sus esposos en la acción,
o de sus resultas en los hospitales, además de los muchos amputados de piernas
y brazos que se dejan ver por esas calles...” (13);
afirmación discordante con la hecha por el desconocido autor de un denominado
“Diario de la Defensa”, quien registra que aquel día “... como la noche cerraba
ya y casi se veían circundados de contrarios por todas partes, fue preciso se
retirasen los nuestros del punto por donde mejor pudieren lograrlo ... causa
porque algunos cayeron prisioneros y no pudieron recoger el cadáver de don Rufo
Zorrilla, capitán de la Artillería de la Unión, y los [de] treinta y tantos
individuos vizcaínos, arribeños, miñones y artilleros, y otros muchos heridos” (14).
Sin embargo, en consonancia con Fernández de Castro, Cornelio
Saavedra recordaba que “... quedó dispersada y desecha toda aquella columna
nuestra, y el enemigo dueño del campo, en que hubieron no pocos muertos de una
y otra parte” (15); coincidiendo con ello el ya mencionado Saguí al sostener
que la tropa española “... tuvo mucha gente muerta, entre ellos el capitán de esa
arma [artillería] D. Juan Zorrilla, [pero] la mayor parte fue del cuerpo de
Arribeños, porque desamparados por los Vizcaínos con quienes se hallaban
unidos, y poco menos que inermes, tuvieron que sufrir el pesado fuego enemigo” (16), y agregando Juan Manuel Beruti que “... los
cuales cadáveres fueron enterrados en una quinta contigua a los mismos corrales
por los mismos soldados del Cuerpo [de Arribeños] que quedaron prisioneros en
dicha acción, con permiso que para ello dio el mismo general inglés Whitelocke”
(17). El sitio elegido para sepultarlos pudo ser
la quinta que en ese lugar tenían los frailes mercedarios, porque en una interesante
“Relación del ataque y defensa de Buenos Ayres en el mes de Julio de 1807”
atribuida a Manuel de Arroyo y Pinedo, al descubrirse el combate del 2 de julio
se relata que una fuerte columna enemiga al avanzar por allí lo hizo parapetada
“... del largo cerco de tunas que mira al Norte y divide esta Quinta de los
Corrales” (18).
La exhumación de los
Arribeños caídos en Miserere
Precisamente por Beruti conocemos que fue al año siguiente
de aquella luctuosa jornada cuando tuvo lugar una solemne e imponente ceremonia
recordatoria de los Arribeños muertos en el combate, porque aquel dejó una prolija
descripción de la misma.
Así, con fecha 21 de julio de 1808, escribió en sus
conocidas “Memorias”: “El Cuerpo de Arribeños que salió este mismo día por la
mañana con sus banderas fue hasta la iglesia de la Piedad, en donde estaban
depositados los huesos y cadáveres de los soldados de su Cuerpo, que en el día 2
de julio de 1807 murieron gloriosamente en la primera acción que se tuvo con
los ingleses en los corrales de Miserere... Y acordándose de sus compañeros
[los de] dicho Cuerpo determinaron el desenterrarlos para darle sepultura
eclesiástica en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, como efectivamente
los desenterraron, sacaron sus huesos y los depositaron en dicha iglesia de
Nuestra Señora de las Piedades, ínterin los conducían con todo aparato fúnebre a
la dicha iglesia de las Mercedes, en donde se debían hacer las exequias.
Habiéndolos conducido en este mismo día 21 de julio por la tarde en la forma
que sigue.” (19).
Agregando a continuación: “La compañía de granaderos del
Cuerpo iba a la vanguardia. Tras de estos seguían diez tumbas [ataúdes] donde descansaban
los escombros [restos] de los muertos, cubiertas con sus paños negros, y sobre
éstos un uniforme y dos sombreros con sus penachos puestos uno a los pies y
otro a la cabeza, cargando las tumbas [ataúdes] los oficiales de mayor graduación
tanto de su Cuerpo como de los demás, voluntarios y veteranos, que fueron
convidados para el efecto, llevándolos sobre sus hombros. A la retaguardia iba el
resto del Batallón con las armas a la funerala (como las llevaba la vanguardia),
estando las banderas en sus astas con sus fajas negras, como también las cajas
cubiertas de bayetas negras, tocando marcha el tambor de la Compañía de
vanguardia e igualmente la retaguardia, que alternaba con una famosa música
fúnebre, estando todos los instrumentos destemplados como igualmente los tambores
y pífanos. Y acompañando a éstos los dobles de las campanas que se tocaban en
las iglesias por donde pasaban; recordando con esto a los fieles lo obligados
que estaban a rogar a Dios por ellos, pues con su sangre los habían libertado de
caer en manos y yugo de los fieros ingleses, enemigos crueles y tiranos de la
Religión, [del] Rey y la Patria. Con este magnífico y fúnebre aparato llegaron
hasta el cuartel de Arribeños, en donde en su gran patio fueron depositadas estas
tristes pero gloriosas reliquias de las tumbas [ataúdes] con sus huesos, en
donde a su frente ardían muchas hachas; quedando en él hasta el otro día 22 en
que en los mismos términos se sacaron a ser sepultados en la iglesia referida,
habiendo asistido a ello un alcalde y varios regidores del excelentísimo
Ayuntamiento, como todas las comunidades religiosas, que cada una echó las vigilias
y responsos en la iglesia, diciendo igualmente todas ellasmisas por el bien de
sus almas. En el presbiterio de la iglesia se puso un magnífico túmulo, con
sinnúmero de cera que lo iluminaba, y a sus costados, luego que entró el entierro,
se pusieron las tumbas [ataúdes] habiendo dicho la misa el déan doctor
[Gregorio]Funes, de la catedral de Córdoba, y dicho la oración fúnebre el capellán
del Cuerpo, doctor don Joaquín Cruz; siendo los que oficiaron las vigilias,
misas y entierro los cantores de la Catedral, acompañados de una primorosa
música fúnebre” (20). De lo transcripto surge claramente
que la exhumación de los caídos revistió una pompa poco frecuente, contando la
ceremonia con un notable concurso de público y autoridades.
Siendo diez los ataúdes que contuvieron las preciadas reliquias
recuperadas creemos poder identificar sus filiaciones, pues igual número de
muertos pertenecientes al Cuerpo de Arribeños se consignó en una intitulada
“Razón de las pensiones vitalicias” (21) que el
Cabildo porteño otorgó a sus deudos pagándolas de los mismos fondos municipales
por un total de 1.440 $.
La nómina respectiva indica que, salvo un par de huérfanas, los
demás beneficiados percibieron 144 $ y que los mismos fueron: “Doña María
Jacinta Domínguez viuda de D. M[anuel] J[osé] S[osa] ; Jacoba Jiménez, íd. de
D. Baltasar Maldonado; María Cayetana Rey, íd. de D. Frutos Aguilar; Juliana
González, íd. de D. Salvador Ferreyra; María Teresa Carrosa, íd. de D. Ramón
Roldán; María Inés Alvárez, íd. de D. Ventura Agüero; María Petrona Sánchez,
íd. de D. Manuel Araujo; María Inés Roldán, íd. de D. Simón Casas; María N.
Estela, madre de D. Severino Herrera; Engracia, Doña María del Carmen, y Doña
Manuela F. menores hijas del finado D. Juan José Pereyra, al respecto de cuatro
pesos cada una que se le entregan con intervención del Señor Regidor defensor
general de menores”.
Los restos de esos valientes Arribeños descansan pues en
tierra consagrada, y los muros centenarios de la Merced velan para siempre su
sueño eterno precisamente allí donde se levantara su primer Cuartel.
Colofón
Un acto de estricta justicia nos llevó a escribir el presente trabajo, en memoria de aquel puñado de corajudos criollos que cayeron heroicamente en 1807, entregando la vida en defensa de su tierra injustamente atacada por el invasor extranjero, queriendo recordarlos en estas páginas al cumplirse precisamente este año el bicentenario del digno y merecido homenaje que le tributaran sus propios camaradas.
* * * * * * * * * *
La tropa más criolla
Por el Prof. Ismael R. Pozzi Albornoz
Magister en Historia de la Guerra
En el número anterior tratamos acerca del primer cuartel que
en el convento mercedario de San Ramón Nonato tuvieron los milicianos de este
emblemático Cuerpo, creado en el marco de la reforma militar dispuesta en 1806
por Santiago de Liniers luego de reconquistar de manos británicas a la ciudad
de Buenos Aires, y ahora concluimos con esa nota abordando algunos otros
interesantes aspectos de su rico pasado.
El nombre
El que los identificó fue -a su vez- empleado como opuesto de
otro no menos pintoresco: abajeños, en alusión a los oriundos del Litoral y
región pampeana que, por tanto, no habían nacido en las provincias “de arriba”,
como en el entonces Virreinato se denominaba a las regiones ubicadas en jurisdicción
del Camino Real que salía de Buenos Aires con dirección al Perú y las recorría en
toda su extensión. Lo cierto fue que el término arribeño tuvo rápida aceptación
y perduró hasta mucho tiempo después, llegando incluso a nuestros días. Y con
relación a este asunto Diego Abad de Santillán, en su monumental Gran Enciclopedia
Argentina, arrima un par de testimonios muy ilustrativos.
Así refiere que en Una excursión a los indios ranqueles Lucio
V. Mansilla comenta acerca de una costumbre que tenían los paisanos de Córdoba
por la cual “Al oeste lo llaman “arriba”. Al este, “abajo”. Estos dos vocablos
sustituidos a los vientos cardinales, permiten expresarse con más facilidad y
más claridad en razón de la similitud de las palabras este y oeste y de su
composición vocal. De esta costumbre cordobesa de llamarle “abajo” al naciente
y “arriba” al poniente, viene la denominación provinciana “de arriba” y “de
abajo”; la de “arribeños” y “abajeños”. A las facilidades que este modo de
expresarse ofrece se une una circunstancia que corresponde a un hecho
geográfico. Ir a Córdoba para el poniente o para el naciente es, en efecto, ir
para arriba o para abajo, porque el nivel de la tierra es más elevado que el
del mar a medida que se camina del litoral de nuestra patria para la
cordillera; la tierra se dobla visiblemente, de manera que el que va sube y el
que viene baja”. Mientras que en su Paulino Lucero Hilario Ascasubi aludía al
otro término en unas estrofas que el personaje dedica a cierto gobernante
peruano enemigo del Restaurador: “... y allí en Lima anda un Castilla / general
que si lo pilla / a Rosas le arrima estaca, / porque es liberal de a placa /
ese general limeño / y a todo gaucho “abajeño” / que anda infeliz por allá / en
cualquier necesidá / lo protege con empeño”.
Puede afirmarse entonces que en razón del origen geográfico de
sus efectivos este Cuerpo miliciano tuvo por nombre desde su creación, y entre
otros, el de Batallón de “Arribeños Voluntarios Urbanos de Infantería de esta
Capital” y también el de “Voluntarios Urbanos de los individuos de las
Provincias Interiores”.
Los jefes
En este aspecto la ausencia de investigaciones serias determinó
que se dieran por válidos datos fallidos repetidos hasta el fastidio.
Ocupándonos del tema (22) recientemente hicimos
conocer su nómina desde la fecha fundacional de la Unidad y hasta 1810. De
acuerdo con la documentación existente en el lapso referido la Jefatura de los “Arribeños”
se integró cronológicamente como sigue:
Sargento mayor Francisco Xavier de Medina, cordobés y escribano
de profesión, desde el 15-IX-1806, día de creación del Cuerpo, y hasta el
16-V-1807 última fecha certificada.
Teniente coronel Pío de Gana, mendocino y comerciante, desde
la fecha anterior hasta el 6-VII-1807 en que muere a consecuencia de las
heridas recibidas combatiendo contra los invasores británicos.
Teniente coronel Ildefonso Paso, porteño, a cargo por muerte
del anterior y en propiedad desde el 1-X-1807 hasta el 12-XI1-1807 en que ya
aparece reemplazado.
Coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, riojano y comerciante, de
facto desde el 12-XII-1807 y en propiedad desde el 11-1-1808, continuando al frente
de los “Arribeños” hasta el 18-VI-1810 en que renunció por asumir la conducción
de la Expedición a las Provincias Interiores, solicitando en el oficio respectivo
que la Jefatura regimental pasara a manos del teniente coronel Juan Bautista
Bustos, cordobés que fungía como segundo comandante, petición que le fue
concedida de inmediato por la Junta Provisional Gubernativa.
Puede apreciarse que salvo la brevísima gestión de Paso (73 días)
el Cuerpo siempre estuvo en manos “arribeñas”; correspondiendo a Ortiz de
Ocampo el mérito de haberlo liderado por más tiempo dándole incluso un
protagonismo relevante en los diferentes episodios que culminaron con la Revolución
de Mayo. Y siempre con relación a este tema conviene rescatar otra referencia.
Oficialmente de entre todas las milicias creadas para rechazar el segundo
ataque británico fueron los “Arribeños” los que pagaron el mayor precio de sangre
pues, de acuerdo con un “Estado que manifiesta el número de muertos y heridos que
han tenido los Cuerpos levantados para la defensa de Buenos Aires en las
acciones de día 2 hasta el 6 de julio de 1807” publicado por “La Gaceta de
Madrid” en su edición del 26 de noviembre de ese año, contabilizaron un total
de 103 bajas (seguidos por los “Patricios” con 69 y los “Cántabros” con 43),
pero agregando a ese testimonio de sacrificio el honor de haber sido la única
Unidad cuyo jefe resultó muerto en combate, mereciendo por ello Pío de Gana
honores póstumos conferidos por el rey y que en versos (23)
se inmortalizara su ejemplo.
Los oficios
Diferenciando esas actividades y agrupándolas por rubro resulta
que mayoritariamente eran peones, contabilizándose 179, seguidos en orden de importancia
por 31 jornaleros; 21 zapateros; 19 panaderos; 17 sastres; 12 lomilleros; 8
carpinteros; 7 pulperos; 6 plateros; 5 cafeteros; 4 aguadores; 4 rienderos; 4
curtidores; 3 herreros; 3 aserradores; 3 carretilleros; 3 labradores; 2
albañiles; 2 barberos; 2 pelloneros; 2 peineros; 2 tenderos; 2 veleros; 2
toneleros; 1 barraquero; 1 cebero; 1 cinchero; 1 carretero; 1 cabrero; 1
chanchero; 1 del comercio; l cobrero, 1 confitero; 1 estribero; 1 quintero; 1
retobador y 1 sombrerero. Del resto de los anotados, 58 no consignan oficio
alguno pero, en otra muestra de criollismo, un soldado dice tener por profesión
la de “guitarrero”. Claramente se aprecia el origen humilde de esos alistados,
que contrasta aún más si se lo compara con el de los integrantes de otros
Cuerpos de los que se poseen datos similares pero que registran en sus listas
abogados, escribanos y funcionarios de instituciones relevantes como el
Consulado, la Real Audiencia o los Tribunales de Cuentas. En cambio, entre los “Arribeños”
todo indica “... que en su mayor parte se trató de gente modesta y de poca
significación social” (24), pudiendo esto último
ser consecuencia de la condición “provinciana” que los distinguía,
diferenciándolos de los que eran “vecinos” de Buenos Aires, oriundos o habitantes
permanentes de la ciudad, que en tal carácter siempre fueron considerados
“patricios” —“del Reino” o “europeo” según el caso — y hacían de ello un timbre
de honor tan exclusivo que el mismo solo se generalizó con el paso del tiempo
cuando, después de la Revolución de Mayo, así se identificaron quienes
defendían la causa de la libertad.
Su continuidad
histórica
El legendario legado de los “Arribeños” actualmente perdura
en el Ejército Argentino y dos Regimientos Mecanizados visten su uniforme
histórico: el N° 3 “General Belgrano” con asiento en la localidad bonaerense de
Pigüé y el N° 6 “General Viamonte” de guarnición en Toay, provincia de La
Pampa. La distinción acordada tiene un legítimo fundamento porque el primero de
ellos conservó en el tiempo el número de Línea que le fuera asignado el 11 de
septiembre de 1809 por el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros al providenciar
que “Para evitar las rivalidades que suele introducir la nominación por
Provincias cuando no hay motivo de preferencia en el distinguido mérito que
todos contrajeron en las bizarras acciones anteriores, se nombrará los
Batallones con el número que se le asigna, a saber: 1° y 2° a los dos de
Patricios, 3° al de Arribeños...”; mientras que el segundo creado el 3 de noviembre
de 1810 por decreto de la Junta de Mayo, disponiendo que “De todas las tropas destinadas
a la Expedición del Perú y nuevas agregaciones que ha habido se formarán dos
Regimientos, uno de infantería con la denominación de Regimiento 6 y otro de
caballería con el título de Caballería Ligera”, se formó sobre la base de un
buen número de soldados “Arribeños” e incluso varios de sus oficiales, como el
sargento mayor Pedro Lobo, el ayudante Eusebio Suárez y los nez Pedro Pla y Casanova, Inocencio Ferreyra, Rafael
Ruiz, Juan Giménez y Bernardino Paz, pasaron a ocupar funciones en la plana
mayor y compañías de la flamante unidad.
Herederos de un valor jamás desmentido y de una gloria
heroicamente conquistada, la historia fue testigo que el paso del tiempo en
nada había atemperado aquel timbre de honor y de guapeza, antes bien continuaba
tan vivo que pronto otras hazañas sumarían nuevos laureles a su corona. Así,
cuando en 1982 la Patria convocó a sus mejores hijos en defensa de la soberanía
nacional, hacia irredentas Malvinas marcharon esos “Arribeños” con la íntima y
argentina convicción de batirse en guerra justa. Y el testimonio que dieron fue
tal que en su ya larga lista de héroes ambos regimientos pudieron inscribir
entonces los nombres de Jorge Oscar Soria, Julio Rubén Cao, Andrés Aníbal
Folch, José Reyes Lobos y Julio César Segura, junto con los de Eusebio Antonio
Aguilar, Néstor Edgar Ochoa, Juan Antonio Rodríguez, Walter Ignacio Becerra,
Horacio Echave, Luis Bordas, Ricardo Luna, Héctor Guares, Sergio Azcárate, Juan
Domingo Horisberger y Horacio Adolfo Baldivarez. Todos, a ejemplo de aquellos
otros camaradas que en 1807 tuvieran su bautismo de fuego en Miserere, cayeron
combatiendo contra el mismo invasor extranjero; demostrando, una vez más, que
rubricaban con sangre el viril orgullo de pertenecer a la tropa más criolla:
los “Arribeños”.
NOTAS
1 El destinatario del memorial remitido por Liniers, don
Manuel de Godoy y Álvarez de Fara Ktos Sánchez Zarzosa, era desde 1792 consejero
de Estado y titular de la Secretaría homónima y del Despacho, funciones que habiéndolo
encumbrado lo convirtieron en un verdadero valido del rey Carlos IV quien lo
ennobleció otorgándole, entre otros títulos, él de Principe de la Paz.
2 Juan Coronado, Invasiones inglesas al Río de la Plata,
Buenos Aires, Imprenta Republicana, 1870, pp. 75 y 76.
3 Idem, ant.
4 Así lo hizo constar el Sargento Mayor de Plaza, teniente
coronel José María Cabrer y Rodríguez, en los siguientes términos: “Certifico
que continúa alquilada (sin que haya habido intervención) la casa de mi señora
doña Magdalena del Arco para Cuartel del Cuerpo de Gallegos a razón de cuarenta
pesos cada mes, y para que dicha señora pueda cobrar los alquileres vencidos de
los señores Ministros Generales le doy está en Buenos Aires a 10 de noviembre
de 1807”, cfr. Archivo General de la Nación [en adelante AGN), XIII-22-11-10,f.
37.
5 AGN, IX -26-6-9.
6 AGN, IX -26-7-1,f. 8,
7 AGN, IX -26-6-9,
8 José Brunet, Los Mercedarios en la Argentina y el Convento de San Ramón de Buenos Aires (1535-1965), en “Archivum”, Tomo Undécimo, Buenos Aires, 1969, pp. 59 y 60.
9 Idem. Ant., p. 83.
10 Cfr. Los últimos cuatro años de la Dominación Española en
el antiguo Virreinato del Río de la Plata desde 26 de junio de 1806 hasta 25 de
mayo de 1810, Buenos Aires, Imprenta Americana, 1874, Cap. X, pp. 87 y 88. Conviene
aclarar que la entonces llamada calle de Cuyo es la que hoy se denomina
Sarmiento.
11 Instituto de Estudios Históricos sobre la Reconquista y
Defensa de Buenos Aires, 1806 - 1807. La Reconquista y Defensa de Buenos Aires,
Buenos Aires, Editores Peuser, 1947, Documento 54, p. 372.
12 Andrew Graham-Yool, Ocupación y reconquista 1806 -1807. A
200 años de las Invasiones Inglesas, p. 110.
13 J. M. Beruti, Manuscritos curiosos, Tomo Primero, [f. 58
vta].
14 Museo Mitre, Diario de la Defensa de Buenos Aires, desde
24 de junio de 1807 hasta 13 de julio del mismo, manuscrito de 56 páginas
redactado por un testigo presencial y cuyo original se conserva en la
biblioteca de este Museo bajo nomenclatura E-3-1, N° 29.
15 Museo Mitre, Memoria autógrafa, copia manuscrita hecha
por uno de sus hijos, f [12], en AIC 43, Cajón 1, N° 1.
16 Cfr. Op. Cit., Cap. VII, p. 64. Como se aprecia existen
discrepancias acerca del nombre de pila del oficial muerto en el combate,
porqué mientras el anónimo autor del Diario de la Defensa lo identifica con el apelativo
de Rufo y Saguf con el de Juan, Pantaleón Rivarola recuerda en su poema *...a
un capitán de artilleros / llamado Joaquín Zorrilla”.
17 Cfr, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emecé Editores,
2001, p. 102.
18 Jorge L.R. Fortín, Invasiones Inglesas. Colección Pablo
Fortín, XI, Documento N° 4, p,261.
19 Cfr. Op. cit., pp. 102 y 103.
20 Idem. ant.
21 Miguel Lobo, Historia General de las Antiguas Colonias
Hispano- Americanas desde su descubrimiento hasta el año mil ochocientos ocho
por D. [...] Contra-Almirante de la Armada Española, Tomo Tercero, Madrid,
Imprenta y Librería de Miguel Guijarro Editor, 1875, N° 16, p. 370.
22 Cfr. "El Batallón de Arribeños y sus tres primeras
Jefaturas”, ponencia presentada en el VI° Congreso Argentino- Sociedad
Argentina de Americanistas, Buenos Aires, 2008.
23 Alberto Mario Salas, Oficios porteños en vísperas de la Revolución de Mayo, en “Nuestra Ciudad. Revista y Guía Cultural de Buenos Aires”, Año XII N° 132, Buenos Aires, 1981, p. 65.
24 Un Fiel Vasallo de S. M. y amante de la patria (Pantaleón de Rivarola), La Gloriosa Defensa de la Ciudad de Buenos Ayres Capital del Virreynato del Río de la Plata. Verificada del 2 al 5 de Julio de 1807. Brevemente delineada en verso suelto, con notas, por [...] Quién lo dedica al Señor D. Santiago Liniers y Bremond, Brigadier de la Real Armada, Gobernador y Capitán General de estas Provincias, y General del Exército Patriótico de la misma Capital. Con Superior Permiso, Buenos Aires, Real Imprenta de los Niños Expósitos, Año de 1807, Segunda Parte, p. 22.