domingo, 24 de abril de 2022

Invasiones inglesas - Arribeños

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En la revista El Tradicional  N° 86 y 87, de junio y setiembre de 2008, se publicaron estos artículos del Prof. Ismael R. Pozzi Albornoz. 


El cuartel de los Arribeños

El convento de la Merced y un emotivo recordatorio

Por el Prof. Ismael R. Pozzi Albornoz

Magister en Historia de la Guerra

Arribeños
Iglesia de la Merced


Con referencia a un cuartel primigenio ocupado por la milicia integrada con los nativos de las provincias “de arriba”, que en calidad de estantes o habitantes se encontraban residiendo en Buenos Aires por 1806, debemos señalar que inicialmente no tuvieron ninguno pues Santiago de Liniers, luego de la convocatoria que en septiembre de ese año hiciera a los vecinos de la ciudad para que se alistasen como voluntarios a fin de repeler un nuevo ataque británico que se descontaba, solo estableció una serie de 'puntos de reunión' a los cuales, en caso de darse la alarma, debían acudir y congregándose en su respectivo cuerpo. En ese plan las tropas de Infantería quedaron agrupadas en seis núcleos que denominó 'bandas', dotadas cada una con dos cañones, según el prolijo informe que remitiera a don Manuel de Godoy (1) en un oficio fechado en Buenos Aires el 10-IX-1806, y en el que le enumeraba el conjunto de medidas que pensaba articular para defender a la Capital virreinal de aquel ataque. Aclaraba en el memorial que de las citadas 'bandas' la quinta agrupaba “... a los criollos de Buenos Aires y Arribeños, cuyo punto de reunión será la Merced” (2) y que los lugares previamente elegidos lo habían sido por su ventajosa ubicación “...a la orilla de las Barrancas que dominan el río en cada una de ellas que conducen a él, y tener el recurso los individuos de cada Cuerpo que proporcionan los conventos, para el resguardo de sus armas, municiones, víveres y pronto descanso. [porque] Todos estos estarán uniformados perfectamente y adiestrados en el manejo de sus armas...” (3).

De tal suerte, y respondiendo a esa planificada estrategia, el resto de las unidades milicianas quedaron distribuidas en un perímetro defensivo que, transformando en baluartes a las diferentes comunidades religiosas, se iniciaba en el extremo sur de la ciudad con el punto de reunión asignado a los Catalanes en La Residencia (actual iglesia de San Pedro Telmo), se continuaba con el indicado a los Gallegos en el Hospital de los Padres Betlemitas (hoy Archivo y Servicio Histórico del Ejército), y seguía con los establecidos para los vizcaínos y andaluces en los conventos de Santo Domingo y San Francisco respectivamente; concluyendo, ya en dirección al norte, con el monasterio de Santa Catalina adonde debían concurrir los naturales, pardos y morenos.

 

Alojamiento de las milicias

Pero las exigencias de la vida militar, con su rutina sujeta a las órdenes del día, ejercicios y prácticas, tornó imperioso que esos cuerpos de reciente creación contaran con un espacio físico propio para alojarse, y no existiendo en la ciudad otro que no fuera el antiguo cuartel de las tropas veteranas, conocido como de “la Ranchería”, se debió acudir al auxilio extremo de ocupar ciertos edificios y aun rentar algunas casas particulares. Ejemplo de lo primero fue el desalojo por sus estudiantes del antiguo Convictorio Carolino o Real Colegio de San Carlos (actual Nacional de Buenos Aires), lindero a la iglesia de San Ignacio en la llamada “Manzana de las Luces”, por adjudicársele ese predio como cuartel a los Patricios; y el Seminario Conciliar que fue ocupado por los catalanes previo pago a su rector, el doctor José Francisco de la Riestra, de 78 pesos 7 1/2 reales gastados en la mudanza que sus antiguos ocupantes debieron hacer a la casa del finado José Pacheco.

En cuanto a las viviendas particulares, la de Pedro Duval, frente a la Plaza Mayor, fue alquilada a los andaluces, y la casa de Pedro Andrés García, en la calle del Cabildo, a los cántabros a cambio de un abono de 65 pesos mensuales; el corralón de Francisco Silva se transformó en cuartel de los Migueletes que pagaban 12 pesos al mes, marcando una diferencia con relación a los 45 que José Darragueyra cobraba por una chacra, ubicada delante de la Plaza Chica “tirando hacia el Sur”, ocupada por los indios, pardos y morenos inicialmente alojados en La Residencia; en tanto que la casa de un tal Landa, contigua al “Hueco” o baldío homónimo con  el que hacía esquina, fue para los Carabineros de Carlos IV; y una vivienda propiedad de la madre de Mariquita Sánchez, más tarde suegra del alférez de fragata Martín Thompson, se le alquiló a los gallegos aunque su dueña no siempre cobró puntualmente la renta (4). Los Húsares de Vivas se alojaron en las casas que Catalina Camacho tenía “frente del convento de las Madres Catalinas” oblando por ello 80 pesos mensuales.


El cuartel mercedario

En cuanto a los Arribeños, a principios de marzo de 1807, quedaron acuartelados en el llamado convento Grande de San Ramón Nonato ocupando una mitad del mismo por cesión que hicieran los religiosos mercedarios. Debiendo suponerse que la misma no fue gratuita, pues en la Junta de Guerra celebrada el 7 de ese mes por Acta N° 15 se hizo constar en su artículo 13 que se destinaron 343 pesos 5 ½ reales para “Abono de gastos del cuartel de Arribeños”(5).Establecerlos allí demandó un ingente esfuerzo que, no ahorrándose fatigas, pudo concretar el entonces comandante Pío de Gana, reconociendo el mismo Liniers “Que luego que se trató de acuartelar las Tropas por este Superior Gobierno fue el primero que con su celo y actividad proporcionó alojamiento en el Convento de la Merced para 450 hombres, donde los tenía con el mayor arreglo que se puede ver en la tropa veterana” (6).

La arquitectura religiosa del lugar debió ser adaptada a las nuevas necesidades castrenses, efectuándose en los claustros una serie de modificaciones para adecuarlos al alojamiento de la tropa; refacciones que irrogaron una suma interesante a tenor de lo señalado por otra Acta, la 138, correspondiente a la Junta de Guerra reunida el 2 de octubre de 1807 donde se ordenaba que “A don José León Domínguez, comisionado por el comandante don Pío de Gana, se le paguen 1.576 pesos 2 reales que ha importado la obra del cuartel de Arribeños” (7).

El Cuartel funcionaba en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, cuya traza databa de mediados del siglo anterior y era imponente. Ocupaba un predio de dos manzanas que hoy delimitan las calles Reconquista, Sarmiento, Cangallo (en la fecha Tte Grl J. D. Perón) y la avenida Leandro N. Alem, aunque el convento hacía fondo con la actual 25 de Mayo. Constaba de una planta baja y primer piso (pues el segundo nivel se edificó con posterioridad a 1823) construido en ladrillo y teja, destacándose la portería, el espacioso refectorio y las típicas celdas de bóveda, junto con las dependencias del noviciado “con su capilla interna de 18 varas de largo por casi 6 de ancho, su sala de clases, corralón y patio enladrillado, en cuyo centro se hallaba el pozo con brocal y jaguel, todo de cal y ladrillo” (8).

En 1807 el edificio estaba todavía en obra, y los Arribeños se instalaron en la parte que miraba al río, pues las celdas ubicadas sobre el frente oeste y linderas con la iglesia de Nuestra Señora de la Merced se reservaron para ser habitadas por la comunidad de religiosos. Indudablemente la paz y tranquilidad del lugar resultaron totalmente alteradas por la instalación del nuevo cuartel, viviendo incluso sus moradores verdaderas situaciones de riesgo a estar de lo informado años después por el Padre Comendador fray Domingo Viera, quien en 1816 en una presentación hecha al gobierno para destacar los servicios que a la causa de la Patria habían prestado los mercedarios, recordaba de aquel tiempo “... el triste estrago que se experimentó con la ruina de un claustro entero y sus correspondientes celdas a causa de haberse incendiado dos barriles de pólvora, cuya reposición no ha podido cubrirse hasta el día, y su pérdida asciende a más de tres mil pesos que jamás se han reclamado” (9).

El grosor y la altura de los muros conventuales, junto con el diseño de su planta hizo de este Cuartel una verdadera fortaleza sólida y protegida, como quedó demostrado durante el ataque general lanzado por los británicos el 5-V-1807, pues el vecino Francisco Saguí, testigo de esa jornada, cuenta que “Marchando los Regimientos 36 y 88 por la [entonces] calle de Cuyo, costado norte del convento de la Merced al querer forzar la puerta del cuartel de Arribeños, situado en una de las casas de aquel (penúltima manzana al río) toda la gente que estaba alerta esperándolos les hizo una descarga cerrada; dispersándolos por varias calles...” (10). En esa ocasión a los Arribeños apostados allí se los reforzó con efectivos de las 3ª y 4ª compañías del 3er Batallón de Patricios a órdenes de los capitanes Pedro Blanco y José Antonio Díaz, informando más tarde el jefe de la Legión Cornelio Saavedra que aquel lugar “... fue vivamente atacado por los enemigos” - que comandaba el mayor sir John Ormsby Vandeleur- de cuyas resultas en la filas criollas quedaron “heridos algunos de sus individuos y muertos otros” (11).

 

Un emotivo recordatorio

Pero en 1808 el cuartel conventual también fue escenario de una ceremonia muy significativa en memoria de los Arribeños caídos el 2 de julio del año anterior combatiendo en los Corrales de Miserere, verdadero inicio de las operaciones militares llevadas adelante por las armas británicas contra la ciudad porteña y en el que los contendientes pagaron un alto precio de sangre, según lo testimonian varios de sus protagonistas.

Así, del lado británico, el teniente coronel Lancelot Holland registró en unos “Cuadernos de viaje” que “Nuestras bajas ese día, entre muertos y heridos, no llegaban a cincuenta, pese a que por momentos el fuego fue muy intenso. En cuanto al enemigo, en el suelo yacían desparramados gran cantidad de cadáveres, y se cobraron unos ciento cincuenta prisioneros” (12). En tanto que con relación a las pérdidas españolas, los testigos discrepan.

Por el carácter solemne del juramento que en su momento prestó ante el Alcalde de 1° voto tiene particular relevancia la declaración brindada el 14 de septiembre de 1807 por el 2° comandante del Tercio de Galicia don José Fernández de Castro, sosteniendo que lo cruento de esa jomada aparecía corroborado “... con el número de más de ochenta viudas que hoy reciben su subsistencia del Ilustre Cabildo por haber fallecido sus esposos en la acción, o de sus resultas en los hospitales, además de los muchos amputados de piernas y brazos que se dejan ver por esas calles...” (13); afirmación discordante con la hecha por el desconocido autor de un denominado “Diario de la Defensa”, quien registra que aquel día “... como la noche cerraba ya y casi se veían circundados de contrarios por todas partes, fue preciso se retirasen los nuestros del punto por donde mejor pudieren lograrlo ... causa porque algunos cayeron prisioneros y no pudieron recoger el cadáver de don Rufo Zorrilla, capitán de la Artillería de la Unión, y los [de] treinta y tantos individuos vizcaínos, arribeños, miñones y artilleros, y otros muchos heridos” (14).

Sin embargo, en consonancia con Fernández de Castro, Cornelio Saavedra recordaba que “... quedó dispersada y desecha toda aquella columna nuestra, y el enemigo dueño del campo, en que hubieron no pocos muertos de una y otra parte” (15); coincidiendo con ello el ya mencionado Saguí al sostener que la tropa española “... tuvo mucha gente muerta, entre ellos el capitán de esa arma [artillería] D. Juan Zorrilla, [pero] la mayor parte fue del cuerpo de Arribeños, porque desamparados por los Vizcaínos con quienes se hallaban unidos, y poco menos que inermes, tuvieron que sufrir el pesado fuego enemigo” (16), y agregando Juan Manuel Beruti que “... los cuales cadáveres fueron enterrados en una quinta contigua a los mismos corrales por los mismos soldados del Cuerpo [de Arribeños] que quedaron prisioneros en dicha acción, con permiso que para ello dio el mismo general inglés Whitelocke” (17). El sitio elegido para sepultarlos pudo ser la quinta que en ese lugar tenían los frailes mercedarios, porque en una interesante “Relación del ataque y defensa de Buenos Ayres en el mes de Julio de 1807” atribuida a Manuel de Arroyo y Pinedo, al descubrirse el combate del 2 de julio se relata que una fuerte columna enemiga al avanzar por allí lo hizo parapetada “... del largo cerco de tunas que mira al Norte y divide esta Quinta de los Corrales” (18).

 

La exhumación de los Arribeños caídos en Miserere

Precisamente por Beruti conocemos que fue al año siguiente de aquella luctuosa jornada cuando tuvo lugar una solemne e imponente ceremonia recordatoria de los Arribeños muertos en el combate, porque aquel dejó una prolija descripción de la misma.

Así, con fecha 21 de julio de 1808, escribió en sus conocidas “Memorias”: “El Cuerpo de Arribeños que salió este mismo día por la mañana con sus banderas fue hasta la iglesia de la Piedad, en donde estaban depositados los huesos y cadáveres de los soldados de su Cuerpo, que en el día 2 de julio de 1807 murieron gloriosamente en la primera acción que se tuvo con los ingleses en los corrales de Miserere... Y acordándose de sus compañeros [los de] dicho Cuerpo determinaron el desenterrarlos para darle sepultura eclesiástica en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, como efectivamente los desenterraron, sacaron sus huesos y los depositaron en dicha iglesia de Nuestra Señora de las Piedades, ínterin los conducían con todo aparato fúnebre a la dicha iglesia de las Mercedes, en donde se debían hacer las exequias. Habiéndolos conducido en este mismo día 21 de julio por la tarde en la forma que sigue.” (19).

Agregando a continuación: “La compañía de granaderos del Cuerpo iba a la vanguardia. Tras de estos seguían diez tumbas [ataúdes] donde descansaban los escombros [restos] de los muertos, cubiertas con sus paños negros, y sobre éstos un uniforme y dos sombreros con sus penachos puestos uno a los pies y otro a la cabeza, cargando las tumbas [ataúdes] los oficiales de mayor graduación tanto de su Cuerpo como de los demás, voluntarios y veteranos, que fueron convidados para el efecto, llevándolos sobre sus hombros. A la retaguardia iba el resto del Batallón con las armas a la funerala (como las llevaba la vanguardia), estando las banderas en sus astas con sus fajas negras, como también las cajas cubiertas de bayetas negras, tocando marcha el tambor de la Compañía de vanguardia e igualmente la retaguardia, que alternaba con una famosa música fúnebre, estando todos los instrumentos destemplados como igualmente los tambores y pífanos. Y acompañando a éstos los dobles de las campanas que se tocaban en las iglesias por donde pasaban; recordando con esto a los fieles lo obligados que estaban a rogar a Dios por ellos, pues con su sangre los habían libertado de caer en manos y yugo de los fieros ingleses, enemigos crueles y tiranos de la Religión, [del] Rey y la Patria. Con este magnífico y fúnebre aparato llegaron hasta el cuartel de Arribeños, en donde en su gran patio fueron depositadas estas tristes pero gloriosas reliquias de las tumbas [ataúdes] con sus huesos, en donde a su frente ardían muchas hachas; quedando en él hasta el otro día 22 en que en los mismos términos se sacaron a ser sepultados en la iglesia referida, habiendo asistido a ello un alcalde y varios regidores del excelentísimo Ayuntamiento, como todas las comunidades religiosas, que cada una echó las vigilias y responsos en la iglesia, diciendo igualmente todas ellasmisas por el bien de sus almas. En el presbiterio de la iglesia se puso un magnífico túmulo, con sinnúmero de cera que lo iluminaba, y a sus costados, luego que entró el entierro, se pusieron las tumbas [ataúdes] habiendo dicho la misa el déan doctor [Gregorio]Funes, de la catedral de Córdoba, y dicho la oración fúnebre el capellán del Cuerpo, doctor don Joaquín Cruz; siendo los que oficiaron las vigilias, misas y entierro los cantores de la Catedral, acompañados de una primorosa música fúnebre” (20). De lo transcripto surge claramente que la exhumación de los caídos revistió una pompa poco frecuente, contando la ceremonia con un notable concurso de público y autoridades.

Siendo diez los ataúdes que contuvieron las preciadas reliquias recuperadas creemos poder identificar sus filiaciones, pues igual número de muertos pertenecientes al Cuerpo de Arribeños se consignó en una intitulada “Razón de las pensiones vitalicias” (21) que el Cabildo porteño otorgó a sus deudos pagándolas de los mismos fondos municipales por un total de 1.440 $.

La nómina respectiva indica que, salvo un par de huérfanas, los demás beneficiados percibieron 144 $ y que los mismos fueron: “Doña María Jacinta Domínguez viuda de D. M[anuel] J[osé] S[osa] ; Jacoba Jiménez, íd. de D. Baltasar Maldonado; María Cayetana Rey, íd. de D. Frutos Aguilar; Juliana González, íd. de D. Salvador Ferreyra; María Teresa Carrosa, íd. de D. Ramón Roldán; María Inés Alvárez, íd. de D. Ventura Agüero; María Petrona Sánchez, íd. de D. Manuel Araujo; María Inés Roldán, íd. de D. Simón Casas; María N. Estela, madre de D. Severino Herrera; Engracia, Doña María del Carmen, y Doña Manuela F. menores hijas del finado D. Juan José Pereyra, al respecto de cuatro pesos cada una que se le entregan con intervención del Señor Regidor defensor general de menores”.

Los restos de esos valientes Arribeños descansan pues en tierra consagrada, y los muros centenarios de la Merced velan para siempre su sueño eterno precisamente allí donde se levantara su primer Cuartel.

 

Colofón

Un acto de estricta justicia nos llevó a escribir el presente trabajo, en memoria de aquel puñado de corajudos criollos que cayeron heroicamente en 1807, entregando la vida en defensa de su tierra injustamente atacada por el invasor extranjero, queriendo recordarlos en estas páginas al cumplirse precisamente este año el bicentenario del digno y merecido homenaje que le tributaran sus propios camaradas.

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La tropa más criolla

Por el Prof. Ismael R. Pozzi Albornoz

Magister en Historia de la Guerra

Arribeños

 

En el número anterior tratamos acerca del primer cuartel que en el convento mercedario de San Ramón Nonato tuvieron los milicianos de este emblemático Cuerpo, creado en el marco de la reforma militar dispuesta en 1806 por Santiago de Liniers luego de reconquistar de manos británicas a la ciudad de Buenos Aires, y ahora concluimos con esa nota abordando algunos otros interesantes aspectos de su rico pasado.

 

El nombre

El que los identificó fue -a su vez- empleado como opuesto de otro no menos pintoresco: abajeños, en alusión a los oriundos del Litoral y región pampeana que, por tanto, no habían nacido en las provincias “de arriba”, como en el entonces Virreinato se denominaba a las regiones ubicadas en jurisdicción del Camino Real que salía de Buenos Aires con dirección al Perú y las recorría en toda su extensión. Lo cierto fue que el término arribeño tuvo rápida aceptación y perduró hasta mucho tiempo después, llegando incluso a nuestros días. Y con relación a este asunto Diego Abad de Santillán, en su monumental Gran Enciclopedia Argentina, arrima un par de testimonios muy ilustrativos.

Así refiere que en Una excursión a los indios ranqueles Lucio V. Mansilla comenta acerca de una costumbre que tenían los paisanos de Córdoba por la cual “Al oeste lo llaman “arriba”. Al este, “abajo”. Estos dos vocablos sustituidos a los vientos cardinales, permiten expresarse con más facilidad y más claridad en razón de la similitud de las palabras este y oeste y de su composición vocal. De esta costumbre cordobesa de llamarle “abajo” al naciente y “arriba” al poniente, viene la denominación provinciana “de arriba” y “de abajo”; la de “arribeños” y “abajeños”. A las facilidades que este modo de expresarse ofrece se une una circunstancia que corresponde a un hecho geográfico. Ir a Córdoba para el poniente o para el naciente es, en efecto, ir para arriba o para abajo, porque el nivel de la tierra es más elevado que el del mar a medida que se camina del litoral de nuestra patria para la cordillera; la tierra se dobla visiblemente, de manera que el que va sube y el que viene baja”. Mientras que en su Paulino Lucero Hilario Ascasubi aludía al otro término en unas estrofas que el personaje dedica a cierto gobernante peruano enemigo del Restaurador: “... y allí en Lima anda un Castilla / general que si lo pilla / a Rosas le arrima estaca, / porque es liberal de a placa / ese general limeño / y a todo gaucho “abajeño” / que anda infeliz por allá / en cualquier necesidá / lo protege con empeño”.

Puede afirmarse entonces que en razón del origen geográfico de sus efectivos este Cuerpo miliciano tuvo por nombre desde su creación, y entre otros, el de Batallón de “Arribeños Voluntarios Urbanos de Infantería de esta Capital” y también el de “Voluntarios Urbanos de los individuos de las Provincias Interiores”.

 

Los jefes

En este aspecto la ausencia de investigaciones serias determinó que se dieran por válidos datos fallidos repetidos hasta el fastidio. Ocupándonos del tema (22) recientemente hicimos conocer su nómina desde la fecha fundacional de la Unidad y hasta 1810. De acuerdo con la documentación existente en el lapso referido la Jefatura de los “Arribeños” se integró cronológicamente como sigue:

Sargento mayor Francisco Xavier de Medina, cordobés y escribano de profesión, desde el 15-IX-1806, día de creación del Cuerpo, y hasta el 16-V-1807 última fecha certificada.

Teniente coronel Pío de Gana, mendocino y comerciante, desde la fecha anterior hasta el 6-VII-1807 en que muere a consecuencia de las heridas recibidas combatiendo contra los invasores británicos.

Teniente coronel Ildefonso Paso, porteño, a cargo por muerte del anterior y en propiedad desde el 1-X-1807 hasta el 12-XI1-1807 en que ya aparece reemplazado.

Coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, riojano y comerciante, de facto desde el 12-XII-1807 y en propiedad desde el 11-1-1808, continuando al frente de los “Arribeños” hasta el 18-VI-1810 en que renunció por asumir la conducción de la Expedición a las Provincias Interiores, solicitando en el oficio respectivo que la Jefatura regimental pasara a manos del teniente coronel Juan Bautista Bustos, cordobés que fungía como segundo comandante, petición que le fue concedida de inmediato por la Junta Provisional Gubernativa.

Puede apreciarse que salvo la brevísima gestión de Paso (73 días) el Cuerpo siempre estuvo en manos “arribeñas”; correspondiendo a Ortiz de Ocampo el mérito de haberlo liderado por más tiempo dándole incluso un protagonismo relevante en los diferentes episodios que culminaron con la Revolución de Mayo. Y siempre con relación a este tema conviene rescatar otra referencia. Oficialmente de entre todas las milicias creadas para rechazar el segundo ataque británico fueron los “Arribeños” los que pagaron el mayor precio de sangre pues, de acuerdo con un “Estado que manifiesta el número de muertos y heridos que han tenido los Cuerpos levantados para la defensa de Buenos Aires en las acciones de día 2 hasta el 6 de julio de 1807” publicado por “La Gaceta de Madrid” en su edición del 26 de noviembre de ese año, contabilizaron un total de 103 bajas (seguidos por los “Patricios” con 69 y los “Cántabros” con 43), pero agregando a ese testimonio de sacrificio el honor de haber sido la única Unidad cuyo jefe resultó muerto en combate, mereciendo por ello Pío de Gana honores póstumos conferidos por el rey y que en versos (23) se inmortalizara su ejemplo.

 

Los oficios

Arribeños
Esta milicia estuvo integrada por voluntarios de muy bajo perfil socio-económico. Al respecto se conserva una “Lista General de los individuos de que consta el Cuerpo de Arribeños Forasteros”, confeccionada por Ildefonso Paso el 26 de enero de 1807, de singular valor documental porque al tiempo que informa acerca del número de efectivos existentes a esa fecha consigna la ocupación de cada uno. Por tal nómina conocemos que formaban al Batallón 408 hombres, de los cuales 340 indicaron su oficio.

Diferenciando esas actividades y agrupándolas por rubro resulta que mayoritariamente eran peones, contabilizándose 179, seguidos en orden de importancia por 31 jornaleros; 21 zapateros; 19 panaderos; 17 sastres; 12 lomilleros; 8 carpinteros; 7 pulperos; 6 plateros; 5 cafeteros; 4 aguadores; 4 rienderos; 4 curtidores; 3 herreros; 3 aserradores; 3 carretilleros; 3 labradores; 2 albañiles; 2 barberos; 2 pelloneros; 2 peineros; 2 tenderos; 2 veleros; 2 toneleros; 1 barraquero; 1 cebero; 1 cinchero; 1 carretero; 1 cabrero; 1 chanchero; 1 del comercio; l cobrero, 1 confitero; 1 estribero; 1 quintero; 1 retobador y 1 sombrerero. Del resto de los anotados, 58 no consignan oficio alguno pero, en otra muestra de criollismo, un soldado dice tener por profesión la de “guitarrero”. Claramente se aprecia el origen humilde de esos alistados, que contrasta aún más si se lo compara con el de los integrantes de otros Cuerpos de los que se poseen datos similares pero que registran en sus listas abogados, escribanos y funcionarios de instituciones relevantes como el Consulado, la Real Audiencia o los Tribunales de Cuentas. En cambio, entre los “Arribeños” todo indica “... que en su mayor parte se trató de gente modesta y de poca significación social” (24), pudiendo esto último ser consecuencia de la condición “provinciana” que los distinguía, diferenciándolos de los que eran “vecinos” de Buenos Aires, oriundos o habitantes permanentes de la ciudad, que en tal carácter siempre fueron considerados “patricios” —“del Reino” o “europeo” según el caso — y hacían de ello un timbre de honor tan exclusivo que el mismo solo se generalizó con el paso del tiempo cuando, después de la Revolución de Mayo, así se identificaron quienes defendían la causa de la libertad.

 

Su continuidad histórica

El legendario legado de los “Arribeños” actualmente perdura en el Ejército Argentino y dos Regimientos Mecanizados visten su uniforme histórico: el N° 3 “General Belgrano” con asiento en la localidad bonaerense de Pigüé y el N° 6 “General Viamonte” de guarnición en Toay, provincia de La Pampa. La distinción acordada tiene un legítimo fundamento porque el primero de ellos conservó en el tiempo el número de Línea que le fuera asignado el 11 de septiembre de 1809 por el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros al providenciar que “Para evitar las rivalidades que suele introducir la nominación por Provincias cuando no hay motivo de preferencia en el distinguido mérito que todos contrajeron en las bizarras acciones anteriores, se nombrará los Batallones con el número que se le asigna, a saber: 1° y 2° a los dos de Patricios, 3° al de Arribeños...”; mientras que el segundo creado el 3 de noviembre de 1810 por decreto de la Junta de Mayo, disponiendo que “De todas las tropas destinadas a la Expedición del Perú y nuevas agregaciones que ha habido se formarán dos Regimientos, uno de infantería con la denominación de Regimiento 6 y otro de caballería con el título de Caballería Ligera”, se formó sobre la base de un buen número de soldados “Arribeños” e incluso varios de sus oficiales, como el sargento mayor Pedro Lobo, el ayudante Eusebio Suárez y los nez Pedro Pla y Casanova, Inocencio Ferreyra, Rafael Ruiz, Juan Giménez y Bernardino Paz, pasaron a ocupar funciones en la plana mayor y compañías de la flamante unidad.

Herederos de un valor jamás desmentido y de una gloria heroicamente conquistada, la historia fue testigo que el paso del tiempo en nada había atemperado aquel timbre de honor y de guapeza, antes bien continuaba tan vivo que pronto otras hazañas sumarían nuevos laureles a su corona. Así, cuando en 1982 la Patria convocó a sus mejores hijos en defensa de la soberanía nacional, hacia irredentas Malvinas marcharon esos “Arribeños” con la íntima y argentina convicción de batirse en guerra justa. Y el testimonio que dieron fue tal que en su ya larga lista de héroes ambos regimientos pudieron inscribir entonces los nombres de Jorge Oscar Soria, Julio Rubén Cao, Andrés Aníbal Folch, José Reyes Lobos y Julio César Segura, junto con los de Eusebio Antonio Aguilar, Néstor Edgar Ochoa, Juan Antonio Rodríguez, Walter Ignacio Becerra, Horacio Echave, Luis Bordas, Ricardo Luna, Héctor Guares, Sergio Azcárate, Juan Domingo Horisberger y Horacio Adolfo Baldivarez. Todos, a ejemplo de aquellos otros camaradas que en 1807 tuvieran su bautismo de fuego en Miserere, cayeron combatiendo contra el mismo invasor extranjero; demostrando, una vez más, que rubricaban con sangre el viril orgullo de pertenecer a la tropa más criolla: los “Arribeños”.

 

NOTAS

1 El destinatario del memorial remitido por Liniers, don Manuel de Godoy y Álvarez de Fara Ktos Sánchez Zarzosa, era desde 1792 consejero de Estado y titular de la Secretaría homónima y del Despacho, funciones que habiéndolo encumbrado lo convirtieron en un verdadero valido del rey Carlos IV quien lo ennobleció otorgándole, entre otros títulos, él de Principe de la Paz.

2 Juan Coronado, Invasiones inglesas al Río de la Plata, Buenos Aires, Imprenta Republicana, 1870, pp. 75 y 76.

3 Idem, ant.

4 Así lo hizo constar el Sargento Mayor de Plaza, teniente coronel José María Cabrer y Rodríguez, en los siguientes términos: “Certifico que continúa alquilada (sin que haya habido intervención) la casa de mi señora doña Magdalena del Arco para Cuartel del Cuerpo de Gallegos a razón de cuarenta pesos cada mes, y para que dicha señora pueda cobrar los alquileres vencidos de los señores Ministros Generales le doy está en Buenos Aires a 10 de noviembre de 1807”, cfr. Archivo General de la Nación [en adelante AGN), XIII-22-11-10,f. 37.

5 AGN, IX -26-6-9.

6 AGN, IX -26-7-1,f. 8,

7 AGN, IX -26-6-9,

8 José Brunet, Los Mercedarios en la Argentina y el Convento de San Ramón de Buenos Aires (1535-1965), en “Archivum”, Tomo Undécimo, Buenos Aires, 1969, pp. 59 y 60.

9 Idem. Ant., p. 83.

10 Cfr. Los últimos cuatro años de la Dominación Española en el antiguo Virreinato del Río de la Plata desde 26 de junio de 1806 hasta 25 de mayo de 1810, Buenos Aires, Imprenta Americana, 1874, Cap. X, pp. 87 y 88. Conviene aclarar que la entonces llamada calle de Cuyo es la que hoy se denomina Sarmiento.

11 Instituto de Estudios Históricos sobre la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, 1806 - 1807. La Reconquista y Defensa de Buenos Aires, Buenos Aires, Editores Peuser, 1947, Documento 54, p. 372.

12 Andrew Graham-Yool, Ocupación y reconquista 1806 -1807. A 200 años de las Invasiones Inglesas, p. 110.

13 J. M. Beruti, Manuscritos curiosos, Tomo Primero, [f. 58 vta].

14 Museo Mitre, Diario de la Defensa de Buenos Aires, desde 24 de junio de 1807 hasta 13 de julio del mismo, manuscrito de 56 páginas redactado por un testigo presencial y cuyo original se conserva en la biblioteca de este Museo bajo nomenclatura E-3-1, N° 29.

15 Museo Mitre, Memoria autógrafa, copia manuscrita hecha por uno de sus hijos, f [12], en AIC 43, Cajón 1, N° 1.

16 Cfr. Op. Cit., Cap. VII, p. 64. Como se aprecia existen discrepancias acerca del nombre de pila del oficial muerto en el combate, porqué mientras el anónimo autor del Diario de la Defensa lo identifica con el apelativo de Rufo y Saguf con el de Juan, Pantaleón Rivarola recuerda en su poema *...a un capitán de artilleros / llamado Joaquín Zorrilla”.

17 Cfr, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emecé Editores, 2001, p. 102.

18 Jorge L.R. Fortín, Invasiones Inglesas. Colección Pablo Fortín, XI, Documento N° 4, p,261.

19 Cfr. Op. cit., pp. 102 y 103.

20 Idem. ant.

21 Miguel Lobo, Historia General de las Antiguas Colonias Hispano- Americanas desde su descubrimiento hasta el año mil ochocientos ocho por D. [...] Contra-Almirante de la Armada Española, Tomo Tercero, Madrid, Imprenta y Librería de Miguel Guijarro Editor, 1875, N° 16, p. 370.

22 Cfr. "El Batallón de Arribeños y sus tres primeras Jefaturas”, ponencia presentada en el VI° Congreso Argentino- Sociedad Argentina de Americanistas, Buenos Aires, 2008.

23 Alberto Mario Salas, Oficios porteños en vísperas de la Revolución de Mayo, en “Nuestra Ciudad. Revista y Guía Cultural de Buenos Aires”, Año XII N° 132, Buenos Aires, 1981, p. 65.

24 Un Fiel Vasallo de S. M. y amante de la patria (Pantaleón de Rivarola), La Gloriosa Defensa de la Ciudad de Buenos Ayres Capital del Virreynato del Río de la Plata. Verificada del 2 al 5 de Julio de 1807. Brevemente delineada en verso suelto, con notas, por [...] Quién lo dedica al Señor D. Santiago Liniers y Bremond, Brigadier de la Real Armada, Gobernador y Capitán General de estas Provincias, y General del Exército Patriótico de la misma Capital. Con Superior Permiso, Buenos Aires, Real Imprenta de los Niños Expósitos, Año de 1807, Segunda Parte, p. 22.