sábado, 23 de abril de 2022

Invasiones inglesas - Juan Martín de Pueyrredón

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

En el periódico El Tradicional  N° 69, de agosto de 2006, se publicó este artículo sobre Juan Martín de Pueyrredón. 

1806 - Bicentenario de la Reconquista - 2006


Los protagonistas (III) Juan Martín de Pueyrredón, ejemplo de coraje criollo

Por el Dr. Insmael Pozzi Albornoz

Pueyrredón



Juan Martín de Pueyrredón.

Ilustración aparecida en la revista La Mujer (1899)






El bautismo de fuego

Pueyrredón se había convertido en el alma de la resistencia al invasor británico, y desde Luján, sin escatimar gastos, impartía todas las directivas necesarias para coordinar una pronta respuesta militar a la ocupación. Inicialmente buscó concentrar la mayor cantidad de jinetes posibles para reforzar en su día a la expedición reconquistadora que desde la otra Banda enviaría el brigadier Ruiz Huidobro, como claramente lo deja ver el jefe de los Blandengues en el informe que elevó al Comandante General de la Frontera coronel Francisco Rodrigo, señalando Antonio de Olavarría que el comerciante criollo actuaba “... como uno de los comisionados por el señor gobernador de la plaza de Montevideo... y que cumplió como tenía ofrecido, con la manutención de su peculio a la tropa, pasándole diariamente ración abundante con buen pan, yerba, tabaco, aguardiente, carne y vino, acreditando al mismo tiempo mucho talento, actividad extraordinaria y singular amor al rey y a su patria”. Sin embargo la dinámica de los hechos pronto determinaría un diferente curso de acción. Desde un primer momento Pueyrredón contó con el apoyo incondicional de todo el pueblo de la Villa, incluidas sus máximas autoridades y así “... el alcalde del ayuntamiento, don José Lino de Gamboa, el alguacil mayor, don Valentín de Olivares, y el sargento mayor don Julián de Cañas, le prestaron su decidido concurso”. Toda esa notable y febril actividad resultaba posible y no era fastidiada porque en razón de su exiguo número los invasores solo podían asegurar su control hasta los arrabales de la capital ocupada, pero no extenderlo a la vasta extensión de la campaña lindera. El 22 de julio los voluntarios recibieron una alentadora noticia por vía de un oficio que desde Montevideo le remitió el jefe de esa plaza, expresándoles que aplaudía su conducta en la ocasión y reafirmando la promesa de auxiliarlos, señalando la playa de los Olivos como punto de desembarco de fuerzas que expediría desde la Colonia; esta novedad tan satisfactoria como inesperada incentivó los esfuerzos haciendo que se multiplicaran. Frente a esa noticia Pueyrredón informó al gobernador oriental que transcurrido un tiempo prudencial y “... para mejor facilitar a nuestros parciales que se hallaban dentro de la ciudad la reunión a nuestras fuerzas me puse en marcha en ese mismo día [31 de julio] para aproximarme algo más, así a la Capital como al punto que V. S. me había designado para el desembarco”.

Cuenta Enrique Udaondo que: “Como esta tropa carecía de bandera, el cabildo le cedió el real estandarte que es el mismo con que se juró esta villa, y no tuvo el cabildo cosa mayor que poder ofrecer en servicio y defensa de la patria”... Antes de encaminarse hacia el enemigo, el pequeño ejército se dirigió al templo para implorar el auxilio divino. El 30 de julio se cantó una misa solemne en honor de la Virgen, con asistencia de todo el pueblo. Terminada la función, todo el concurso desfiló por la villa detrás del real pendón, y en medio de salvas se enarboló el estandarte en el balcón del cabildo, hasta la una de la tarde, hora en que los valientes marcharon para Perdriel”.

En ese sitio (actual jurisdicción del municipio de San Martín) se producirá el primer episodio militar de la gesta de 1806 (1), librándose el 1° de agosto un combate cuyas incidencias con riesgo de vida para Pueyrredón certificó el Cabildo porteño en estos términos: “...llegado con la gente al caserío de Perdriel, distante cuatro o cinco leguas de la ciudad, la noche del 31 de julio, sin haber tenido tiempo para coordinar la defensa de aquel puesto, fueron atacados a la mañana siguiente por un trozo de 670 ingleses con un famoso tren de artillería volante; y después de haber sostenido el fuego por espacio de una hora, se arrojó este valeroso patriota, con unos pocos que le siguieron, sobre el enemigo, logrando matarle algunos artilleros y quitarle un carro cubierto de municiones, que salvó por entre los fuegos de fusil y con inminente riesgo de su vida, la cual hubiera perdido sin duda, por haberle muerto el caballo...” Providencialmente un paisano lo salvará con un gesto que admiró a los británicos y que luego hizo constar el mismo Santiago de Liniers en una certificación oficial: “... atravesado su caballo por una bala de cañón, quedó a pie a muy pocos pasos del enemigo. Su agilidad y fortuna pudieron libertarlo en esta ocasión, pues solo ya enteramente... fue blanco de todo el fuego, hasta que uno de sus compañeros vino y lo sacó en las ancas de su caballo”.

Aunque la victoria fue esquiva para las fuerzas españolas los invasores tomaron clara conciencia de que en adelante su permanencia en estas tierras se les haría sumamente difícil. En cuanto a Pueyrredón, seguido por unos pocos partidarios, se trasladó hasta el vecino puerto de Las Conchas y en un bote cruzó a Montevideo.


La Reconquista

En aquel punto se encontró con Santiago de Liniers también llegado para ofrecer sus servicios a la empresa común de expulsar a los británicos. Problemas de salud impidieron a Ruiz Huidobro comandar la expedición organizada al efecto, cuya jefatura delegó en el marino francés, y éste decide en una de sus primeras resoluciones comisionar a Pueyrredón para que adelantándose a la misma regrese a Buenos Aires y organice aquí toda la ayuda que se le pueda brindar.

Una vez más cumplirá acabadamente con su comisión, y cuando el 4 de agosto aquella tropa desembarcó comienzan a llegar al campamento levantado en San Fernando de Buena Vista cientos de voluntarios, armas y provisiones. Desde este pueblo continuará la marcha reconquistadora que previo paso por San Isidro, la Chacarita y Miserere (actual barrio porteño de Once) llega hasta El Retiro y desde allí, en la épica jornada del 12 de agosto, termina derrotando al ejército de Beresford  tomándolo prisionero.

Revalidando su fama de varón corajudo también en ese día tuvo Pueyrredón una intervención descollante, porque en medio del fuego letal de la fusilería británica cargó al frente de una partida de jinetes que ingresaron a la Plaza Mayor por la esquina de las calles De las Torres (hoy Rivadavia) y Santísima Trinidad (actual San Martín), atropellando a los cuadros del famoso 71° de las Tierras Altas y obligándolo a replegarse hacia la Recova; ocasión en que arrebató un guion de ésa unidad matando a su portador, capturando así el primer trofeo de ese día memorable.

La experiencia adquirida lo convenció de que la caballería resultaba el arma idónea para batirse en una geografía rica en distancias, y cuando en septiembre de 1806 Liniers en su flamante papel de Comandante de Armas convocó a todos los vecinos para que alistándose se organizaran en Cuerpos según su lugar de origen, pudo presentarle al completo un escuadrón de 150 hombres que tomando el número 1° de los de su tipo denominó “Húsares por el Rey y por la Patria Voluntarios”, pero que rápidamente el pueblo identificó precisamente como “Húsares de Pueyrredón”, nombre histórico que se preservó y hoy orgullosamente lleva el Regimiento de Caballería de Tanques 10 de guarnición en Azul (Bs. As.).

Descontándose una nueva intentona por parte de los británicos, visto los refuerzos que durante la ocupación se pidieron al gobernador de Ciudad del Cabo sir David Baird ya que la escuadra del comodoro Home Riggs Popham mantenía bloqueado el estuario, las autoridades virreinales decidieron organizar la defensa militar de la ciudad, pero en tales aprestos no participaría nuestro biografiado pues también se resolvió comisionarlo al exterior.

En efecto, el Cabildo lo consideró idóneo para trasladarse a Madrid a defenderlo allí, visto que su igual de Montevideo pretendía arrogarse el mérito de la derrota de las armas inglesas, reclamando títulos y honores. Algo contrariado, porque su íntimo deseo era permanecer aquí y al frente de su escuadrón colaborar en la defensa ante la nueva invasión que se anunciaba, partió rumbo a España. Para ello burló primero el bloqueo de las naves de Popham llegando a Colonia, desde allí en diecisiete días cubrió 750 kilómetros hasta Río Grande do Sul y, finalmente, alcanzó Bahía desde donde zarpó. A fines de mayo de 1807 se presentó ante la corte y gestionó una audiencia con el Rey, pero solo obtuvo una con el todopoderoso primer ministro Manuel de Godoy quien lo escuchó sin demasiado interés; visto lo cual insistió hasta ser recibido por Carlos IV que reconociéndole el grado militar lo habilitó para llevar adelante el asunto encomendado.

Pero los sucesivos acontecimientos de la Península, que arrancando con el motín de Aranjuez culminaron con la invasión francesa a la misma y el alzamiento popular del 2 de mayo de 1808, lo persuaden de regresar en el convencimiento de que la monarquía borbónica había caducado, iniciándose el tiempo de emancipación de sus dominios americanos. Estas ideas las dejó traslucir en papeles y cartas que fueron interceptadas al llegar aquí, motivando que el influyente Martín de Álzaga solicitara al nuevo gobernador de Montevideo, Francisco Xavier de Elío, la detención de Pueyrredón apenas arribara a ese puerto, lo que se produjo el 4 de enero de 1809. Trasladado preso a Buenos Aires con el anuncio de ser remitido nuevamente a España para ser juzgado allí, escapó de su prisión rumbo a Río de Janeiro. Se inició entonces una etapa azarosa de su vida signada por la reivindicación de sus ideas independentistas y la constante persecución de la autoridad virreinal encarnada ahora en la figura de Baltazar Hidalgo de Cisneros, y que solo finalizará con la deposición del español el 25 de mayo de 1810.

Una vida consagrada a la libertad triunfante el movimiento revolucionario que instaura a la primera Junta de gobierno patrio, Pueyrredón comienza a prestar valiosos sucesivos servicios en importantes funciones públicas. Así, en ese mismo año es designado primero gobernador  intendente de Córdoba y luego de Charcas; en ejercicio de este último cargo lo sorprende el desastre de Huaqui, por el que se perdería el Alto Perú, y a sabiendas de que sin dinero no hay guerra que se solvente marcha a Potosí y en una arriesgada maniobra logra capturar todos los caudales de su Casa de Moneda trayéndolos consigo.

Acéfala la jefatura del Ejército del Norte a ella es destinado, iniciando una esforzada labor de reorganización que agrava los problemas de salud que padecía. Contrae paludismo y pide su relevo, siendo reemplazado por Manuel Belgrano, pero también es llamado a Buenos Aires para sustituir en el Triunvirato a Juan José Paso que había concluido su mandato. En este ejecutivo la figura dominante de Bernardino Rivadavia generaba, por sus ínfulas y soberbia, un rechazo cada vez más fuerte, y la sangrienta represión de la llamada “Conspiración de Álzaga” con su secuela de decenas de ejecutados (2) sumada a la orden que Belgrano recibe de no presentar batalla a los realistas y que desobedece alcanzando el triunfo de Tucumán, terminan por provocar la tumultuosa caída del gobierno, marchando Pueyrredón desterrado a San Luis.

Allí conoce a José de San Martín, designado gobernador de Cuyo, compra una finca, “La Aguada”, recupera su salud y es padre de Virgina, fruto de sus amores con Juana Sánchez. Seguirá esperando un perdón político que solo llegó en 1815 cuando Carlos de Alvear lo indulta al hacerse cargo del Directorio Supremo. Entonces retorna a Buenos Aires y oficializa su relación con María Calixta Tellechea casándose con ella en el mes de mayo, y adquiriendo a la testamentaría de su difunta suegra la chacra “Bosque alegre” en San Isidro, sede del museo que hoy lleva su nombre.

Luego, vertiginosamente, vendrá su elección como diputado al Congreso de Tucumán, el nombramiento de Director Supremo que lo convierte en el primer gobernante de la flamante nación independiente, su asistencia generosa al Libertador que le permite concretar el cruce delos Andes, y las gestiones por el dictado de una constitución finalmente aprobada en 1819, pero que fracasa por su carácter centralista y lo lleva a presentar su renuncia al cargo. La anarquía sobreviniente lo arroja nuevamente al exilio hasta 1821, y dos años después nace su único Prilidiano llamado a ser uno de los más grandes pintores argentinos del siglo XIX. Salvo un fugaz paso por la gestión pública integrando el Consejo Militar durante la administración de Rivadavia, se refugia por completo en su familia. Con ella viajará en 1835 a Europa radicándose en Burdeos y luego, en 1840, al Brasil. Cuatro años después regresará al viejo mundo, para residir en París.

Pero la nostalgia de la patria ausente lo hace retornar definitivamente y el 13 de marzo de 1850 muere en San Isidro este patricio insigne, el primero que mostrara a un invasor extranjero lo que puede el coraje que anida en el alma criolla.


(1) En atención a que el relato del combate de Perdriel cierra esta serie de notas dedicadas a recordar el bicentenario de la Reconquista, lo narraremos en detalle en el número de diciembre de “El Tradicional”.

(2) Al respecto véase nuestra nota “El turbulento julio de 1812. Un mes plagado de conspiraciones, destierros, sabotajes y espías”, aparecida en el N° 53 de julio de 2004 de este periódico, p. 10 y 11.