domingo, 24 de abril de 2022

Fronteras del desierto

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchos años.


El artículo publicado a continuación apareció en la revista El Tradicional  N° 85 de abril del año 2008.



El diplomático de las pampas

El Capitán don Rufino Solano

Por Omar Horacio Alcántara 


El capitán Don Rufino Solano actuó en la llamada “Frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, donde desarrolló un papel incomparable dentro de nuestra historia argentina. Por su labor, conoció y trató personalmente con las más altas autoridades, tales como Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda. En el ámbito militar actuó y combatió bajo las órdenes del coronel Álvaro Barros, coronel Francisco de Elías, entre otros. En el ámbito eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado metropolitano, en la figura de su arzobispo monseñor León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Este militar, con verdadero arte y aplomo, también se vinculaba y relacionaba con todos los caciques, caciquejos y capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros e incluso funcionarios, como es el caso de Don Exequiel Martínez, juez de Paz de Tapalqué, en una época donde arreciaban los terribles malones tanto a los poblados, como en la zona rural. Del mismo modo, mediante esta labor mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y ataques a las poblaciones. Es por ello que prestigiosos y académicos historiadores concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)” R. Entraigas. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría donde lo colma de merecidos elogios. Por este don que poseía el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, mediante tratados de paz, logró evitar los ataques a la región durante la guerra con Paraguay, donde existía mucha debilidad en la frontera.

El diplomático de las pampas

Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por un puñado de soldados e incluso en muchas ocasiones se aventuraba en soledad; solía pasar varias jornadas en las tolderías, donde era admitido y aceptado merced al enorme respeto y consideración que se le tenía, cada acercamiento le permitió retirarse llevándose cautivas y prisioneros de los indios.

Este hombre de “dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, Namuncurá, Pinsén, etc., manejando los términos adecuados para manifestarse ante estos líderes; pero, también poseía la misma valiosa virtud, para tratar con sus mandos, en castellano, tanto militares como del Gobierno Nacional, para arribar a acuerdos ecuánimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento, le permitía a Solano ser bien recibido en las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.

En cierta ocasión, durante sus recorridas por la frontera, sorpresivamente se encontraron copados por una gran cantidad de indios, en la oportunidad Solano iba con un pequeño grupo de soldados. Estos soldados con armas en mano, se prepararon para una rápida retirada, pero el capitán les ordenó que se quedaran quietos, comprendió que actuando de esta manera lo único que iban a lograr sería que los “chucearan” por la espalda, En vista de ello, les pidió que lo esperaran, que iría a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y de inmediato se dirigió solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía el líder de la indiada. Tras este parlamento, donde sólo Dios sabe lo que le dijo, todos se adentraron hasta la toldería, y luego de un par de días regresaron con un grupo de cautivas y prisioneros, e incluso fueron escoltados por. Este hecho y muchos episodios más se encuentran plasmados en valiosos manuscritos de la época, obrantes en el Archivo Histórico del Ejército Argentino.

Rescate de prisioneros de la ciudad de Rosario, Santa Fe 

Para 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada por la sociedad de la ciudad de Rosario, Santa Fe, una medalla de oro, en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. En dicho acto también se le hizo entrega de un testimonio de gratitud que manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos, la que tiene en su faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (presidente)”. Dicho acontecimiento fue reproducido en las primeras planas de todos los diarios de la de la ciudad de Rosario y de la Capital Federal, de aquella época.

Muerte de Calfucurá

El capitán Rufino Solano intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrentándose al ataque de malones (San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarría, Cacharí, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar su intervención en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Álvaro Barros y más tarde, a partir de 1868, junto al coronel Francisco Elías, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarría. Junto al general Ignacio Rivas, con el grado de capitán, participó en la feroz y encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientos dela hoy ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “¡pásese capitán !”. En esta batalla, en la que participó como jefe del cuerpo de baqueanos, y donde su responsabilidad quedó manifiesta debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, fue que la División del general Ignacio Rivas logró hacer marchas rapidísimas.

Su intervención en San Carlos no impidió a este valiente soldado, que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la propia toldería del temible cacique Calfucurá, su contrincante vencido, apodado “El soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro que no lo mataran; no sólo ello, sino que al cabo de algunos días pudo retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares. Este episodio es único e inolvidable, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, le indicó al capitán Solano que debía retirarse, porque sabía que luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas. Así lo hizo, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón a alcanzar al rescatador y las cautivas: se escuchaban cada vez más próximos los aterradores alaridos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando a sitio seguro. Fue así como el capitán Rufino Solano fue el último cristiano que vio con vida a este legendario cacique. El cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo un gesto de majestuosa grandeza y generosidad. Por esta verdadera hazaña, el capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el arzobispo Aneiros, el presidente de la Nación y todo su gabinete.

Monseñor Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.

Con la Iglesia

A propósito de esta máxima figura de la Iglesia Argentina, el arzobispo Federico León Aneiros, como dijimos, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, el capitán Rufino Solano le ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes, esta célebre autoridad eclesiástica del país, mantuvo varias reuniones en el mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado.

El 25 de enero de 1874, arriba a Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del acreditado capitán Rufino Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este célebre sacerdote le aconsejaron la intervención de “...el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección” (Monseñor J. G. Durán)

Queda certificada la activa participación y la benéfica influencia ejercida por el capitán Solano, por la existencia de tres cordiales y afectuosas misivas dirigidas a él: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y la otra remitida por el cacique Bernardo Namuncurá, del 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que este último fue el que salvó al Padre J. M. Salvaire a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá, hijo de Juan Calfucurá y padre de nuestro Ceferino Namuncurá. (Archivo Basílica Ntra. Sra. de Luján, J. M. Salvaire). A menos de cinco años de la fundación de Azul, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo certifican su acta bautismal en la Iglesia Catedral de Azul, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de defunción, asentada en registro del cementerio local.