viernes, 1 de junio de 2007

La Reconquista de Buenos Aires, germen de la emancipación argentina

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 3 - Junio 2007 - Pags. 3 a 5 




SANTIAGO DE LINIERS Y BREMOND 
(1753-1810) 
HÉROE DE LA RECONQUISTA


La Reconquista de
Buenos Aires, germen de la
emancipación argentina

Por la Prof. Marta Hebe Loureiro



La Reconquista de Buenos Aires fue la puerta de acceso al devenir de la Historia Argentina, el punto de inflexión que marcó el final de la subordinación a la Corona española y el comienzo del deseo de libertad que se efectivizó en 1816.

La Reconquista fue también el acontecimiento que terminó por demostrar, no sólo el fracaso de la administración española, sino también la derrota británica por el control de esta rica región, que no resignaron hasta 1833, fecha en la que se apoderaron de nuestras Islas Malvinas dependien- tes de la Gobernación de Buenos Aires, y unos años después el bloqueo anglo-francés en 1845, que provocó la Vuelta de Obligado.

La victoria en Trafalgar en 1805 sobre la escuadra franco-española dejó claro quién era el dueño de los mares, y es por ello que Gran Bretaña se decidió a atacar los puntos más débiles de sus enemigos: las colonias españolas en América.

La invasión británica en 1806 articuló los acontecimientos internacionales con los movimientos indigenistas y criollos que precedieron a los de 1810. Confiados en el apoyo que esperaban encontrar, debido a los planes que Miranda había presentado ante la corona británica tendientes a la inde- pendencia de estas tierras, los británicos cometieron un grave error: subestimaron la alianza que ambos grupos llevaron a cabo para repeler esta invasión, al decir de Manuel Belgrano "el amo viejo o ninguno", y que muchos jefes militares y políticos que actuaron durante las Invasiones Inglesas terminaron como protagonistas de la política rioplatense de los años subsiguientes entre ellos Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan Martín de Pueyrredón, Martín de Álzaga y Santiago de Liniers entre otros.


La Reconquista de Buenos Aires en 1806 fue el campo de prueba de nuestra libertad, de una Nación que tomó por sí misma el manejo de su propio destino, el amanecer de nuestra nacionalidad. 

El Río de la Plata durante 1806 y 1807 tuvo que hacer frente a dos incursiones británicas. La aplicación

del Reglamento de Libre Comercio de 1778 no eliminó el carácter monopólico del sistema comercial español, el que privaba a los comerciantes ingleses de un importante mercado para sus productos.

Las Invasiones Inglesas no fueron inesperadas, desde hacía una década la Corona española se preparó para eventuales incursiones en sus colonias americanas. No es casualidad que los virreyes que se sucedieron en el Río de la Plata fueran militares y de probada experiencia política en América, pues hubo que asegurar el orden interno e internacional del nuevo virreinato iniciado con Cevallos, y así fortalecer en una figura todo el poder; la excepción a ello fue Sobremonte que rompió esa unidad, cuando las circunstancias políticas de su gobierno lo llevaron a perder el poder militar, quedando limitado al poder civil o potestas.

En el plano internacional, a raíz del bloqueo económico impuesto a los productos ingleses en los puertos europeos por parte de Napoleón, el gobierno inglés encontró oportuno lanzar un ataque combinado sobre las colonias que se encontraban bajo la órbita enemiga y de ese modo golpear, no en el centro de su poder, sino en los puntos débiles, de manera que sin obtener una victoria decisiva, se mejorase gradualmente la situación estratégica general, obteniendo pequeños triunfos y pequeños territorios que hiciesen costoso al enemigo la prosecución de la guerra y ventajosa la posición británica para las discu-siones de paz.

El gobierno inglés lanzó un ataque sobre la colonia del Cabo, en Sudáfrica, posesión holandesa bajo la influencia napoleónica; su fácil captura hizo pensar que con los medios militares disponibles en aquellas regio- nes, se podría repetir la operación en el Río de la Plata. Supusieron a ésta, una colonia mal defendida, enemistada con su gobierno y favorable a la aceptación del invasor que los liberaría del dominio español.

Fue indudable la influencia de Francisco de Miranda, el héroe venezolano, quien para obtener el apoyo a sus planes independentistas, sembrara la idea sobre la conveniencia de una invasión británica al Río de la Plata, sin darse cuenta que de esta manera sembraba el germen de la emancipación argentina y americana.

Miranda desde 1803 convenció a sir Home Popham de los beneficios de dicha empresa, pero, el gobierno inglés no consideró oportuno entonces atacar las posesiones españolas por temor a fortalecer la alianza hispano-francesa. Popham nunca se pronunció sobre los propósitos de la expedición: buscó provocar una sublevación americana, constituir un punto de apoyo territorial británico, ambas cosas o una simple conquista.

Por información de espías, supo lo inconveniente de un ataque sobre Montevideo, por estar fortificado aquel puerto, y sí la conveniencia de desembarcar sobre Buenos Aires, ciudad desguarnecida y capital política y económica del Virreinato. 

Confiaron en que obtendrían el apoyo de la población, pero los ingleses se equivocaron, pues la base del plan consistió en suponer que la división entre los criollos y españoles era tan marcada que los primeros recibirían a los invasores como libertadores y constituirán el apoyo político de la ocupación. Existió entre ambos bandos una rivalidad y desafecto que se expresó en el desplazamiento de los criollos en la función pública. Dicha rivalidad no llegaba al odio ni adquirió formas de aspiraciones políticas concretas, excepto para una pequeña minoría entre los que se encontraban Rodríguez Peña, Castelli, Pueyrredón, Arroyo y otros.

El 8 de junio de 1806, los incursores estaban frente al Cabo de Santa María, en la costa de la Banda Oriental; el virrey Sobremonte seguro que la amenaza se dirigía a Montevideo, envió su escasa tropa veterana; pero cuando apareció en el río la pequeña flota incursora y no fue seguida por un ataque contra el puerto fortificado de Montevideo, comenzó a dudar.

El desembarco de las tropas de Beresford en Quilmes lo desengañó obligándolo a improvisar una resistencia a cargo de los blandengues -veteranos en la lucha de fronteras- y milicianos urbanos. Estas tropas fueron improvisadas e ineficaces. La línea de defensa sobre el Riachuelo se quebró y Beresford entró en Buenos Aires, encontrando allí una recepción inesperadamente favorable, mientras que el virrey Sobremonte se marchó con lo más importante de los caudales, y desde el 27 de julio estuvo en Luján, en vana espera de refuerzos formados por la campaña. Pero las corporaciones urbanas se apresuraron a prestar adhesión al nuevo orden y persuadieron al virrey de que entregara los caudales regios al conquistador, salvando así las fortunas privadas de las que Beresford amenazó recurrir como fuente alternativa de botín. Manuel Belgrano, dejó su testimonio de tal indignante espectáculo.

DESEMBARCO DE LOS INGLESES EN QUILMES, EN JUNIO DE 1806. 
DIBUJO COLOREADO DEL TENIENTE GEORGE ROBINSON 
DE LA MARINA REAL. IMPERIAL WAR MUSEUM DE LONDRES


La aparente unanimidad de las adhesiones debilitó a los ocupantes y descartó cualquier tentativa de buscar apoyo político de ciertos sectores descontentos con el régimen español.

La acción de los ingleses fue la de mantener a todos los magistrados y funcionarios en sus cargos, y confirmó a los esclavos en el deber de obedecer a sus amos y que no estaba en la intención de las autoridades británicas tender a su emancipación. A pesar de todo, el 4 de agosto implementaron el Libre Comercio, con muy bajas tasas aduaneras, sentando así las bases de un nuevo pacto colonial. Asimismo, los británicos ofrecieron como garantía la seguridad del libre culto católico. Ambas bondades no fueron del todo las esperadas, pues la prometida libertad religiosa no pudo competir con el ánimo de una población católica identificada con la Iglesia y el Estado, del que fue su protector y custodio; en cuanto al "Libre Comercio", fue igualmente proteccionista como el español, aunque más amplio y elástico, oponiéndose a los intereses mercantilistas del grupo comercial monopolista integrado por españoles y menos amplio considerando las ideas de quienes querían comerciar libremente con todo el mundo, como los comerciantes criollos y los ganaderos exportadores.

Existieron tres espíritus ante la llegada de los invasores: los que preferían continuar con el viejo amo; los que se acercaron a los ingleses o colaboracionistas (que entre otras cosas ofrecieron recepciones a los jefes invasores) y los grupos más avanzados en ideas políticas y que esperaron de los ingleses ayuda para independizarse (Juan José Castelli, se había entrevistado con Beresford, sin obtener otra promesa que la de pedir instrucciones a Londres. Pueyrredón, a su vez se entrevistó con Popham, y quedó convencido de la improvisación de la expedición y la escasa garantía que ofrecía a las aspiraciones independentistas).


Fue entonces allí, días después de la invasión, que se produjo una alianza entre todos los sectores de la población -criollos, peninsulares, comerciantes, productores, clérigos y militares- dispuestos a expulsar al invasor inglés.

Los adversarios dentro de Buenos Aires (considerando que el virrey se encontraba en Córdoba, decisión que él tomó de acuerdo a las conclusiones de la Junta de Guerra, del 2 de abril de 1805, que le recomendó abandonar Buenos Aires, en el caso de un ataque irresistible y concentrar sus refuerzos de todo el Virreinato más al norte, aislando al invasor del puerto, para luego volver sobre él con fuerzas superiores, medida que cumplió apresuradamente, sin pensar las consecuencias políticas de tal actitud), organizaron grupos de resistencia; Juan Martín de Pueyrredón y Manuel Arroyo y Pinedo, los armaban en la campaña, mientras que un emigrado francés, Santiago de LIniers, capitán de navío al servicio de España, acantonado en la Ensenada, prefirió marcharse a la Banda Oriental, y utilizar sus recursos en una reconquista.

Pasó Liniers a Colonia y el 18 de julio estaba en Montevideo, donde persuadió al gobernador militar español que le confiase la tropa veterana.

En la chacra de Perdriel, Pueyrredón logró reunir mil hombres, por informes de algunos espías al servicio de Beresford, los planes de la existencia de aquel campamento llegaron a oídos de los ingleses. Así fue que el 1o de agosto, sorpresivamente los británicos, con un batallón de infantería y alguna artillería abortó todo el plan.

Lo cierto es que Liniers, enterado de Perdriel, con quinientos cincuenta soldados y cuatrocientos milicianos se embarcó en Colonia de Sacramento. El 4 de agosto, alcanzaron la playa cercana a la desembocadura del río de las Conchas. Fue un desembarco sorpresivo, rápido, copiado casi de la doctrina inglesa que al mediodía puso mil hombres de tierra más trescientos de mar en aquella "cabeza de playa", en una operación anfibia que solamente pudo repetirse luego en la reconquista de las Malvinas en 1982.

Liniers ocupó el pueblo de las Conchas (actual San Fernando) sin inconvenientes y sumó voluntarios al Ejército Reconquistador. El 8 permaneció en San Isidro por un fuerte temporal que anegó los caminos a Buenos Aires. El 9 alcanzó Colegiales y el 10 llegó a los corrales de Miserere, al oeste de la ciudad sin combatir. Convencido de la victoria final, Liniers intimó ese día a Beresford, del que obtuvo una res- puesta negativa, provocando que iniciara la marcha de la vanguardia del ejército.

El 11 de agosto, avanzó sobre el Fuerte de Buenos Aires, e interceptado por una fracción inglesa, que fue rápidamente dispersada. Pueyrredón fue citado por Beresford con la esperanza de que tal vez aceptara condiciones que Liniers ya había rechazado.

Mientras se desarrollaba aquella reunión, Liniers pasó revista a su Ejército en el Retiro. De pronto, observó sobre la costa una nave con bandera inglesa aproximándose. Liniers fue a un cañón, apuntó, disparó y el mástil central de la nave, en cuyo extremo flameaba la bandera inglesa, cayó sobre la cubierta partido en dos. Ya no hubo dudas, la victoria sonríe a la causa de la Reconquista, aunque en el fondo, aquel llamado de Beresford a Pueyrredón fue también un disparo que dio en el blanco, ya que a partir de allí nunca la amistad entre Liniers y Pueyrredón volvió a ser la misma.

Por fin llegó el 12 de agosto, martes, Día de la Reconquista de Buenos Aires y nacimiento de la República Argentina, que amaneció con neblina y muy frío.

El ataque estaba previsto para las doce del mediodía. Iniciado desde el Retiro, en dos columnas: una por la calle de La Merced, hoy Reconquista, al mando de Liniers, la otra por la calle de la Catedral, hoy San Martín. Una vanguardia constituida por la caballería de Pueyrredón y un número de catalanes, al mando de Sentenach, protegió el movimiento. Se luchó en las calles, mientras desde las azoteas se arrojaron a los ocupantes piedras y tizones ardientes. Las fuerzas de Liniers arrollaron a los ingleses hasta el Fuerte, donde Beresford izó la señal de capitulación.

Los efectos de la Reconquista de Buenos Aires se hicieron sentir inmediatamente. El 14 de agosto se convocó a un Cabildo Abierto con el fin de asegurar la victoria obtenida, Cabildo que adoptó formas revolucionarias, pues el pueblo invadió el recinto y exigió se delegara el mando en Liniers. Para salvar las formas legales se designó una comisión que entrevistó al virrey Sobremonte, que bajaba hacia Buenos Aires, primera víctima de aquella nueva potencia, Liniers obtuvo el mando de las armas y el cargo de regente de la Audiencia, el despacho urgente de los asuntos de Gobierno y Hacienda. La comisión recomendó al virrey no entrar en Buenos Aires.

Si bien con este procedimiento la legalidad se había salvado, la realidad política era otra: por primera vez la población había impuesto su voluntad al virrey. De hecho, puede decirse que la convulsión revolucionaria que culminó en 1810, comenzó con el Cabildo del 14 de Agosto de 1806.

Mientras estos cambios operaban en Buenos Aires, Londres se vio sacudido por la noticia del éxito de la expedición no autorizada, y el impacto de su fracaso final. El gobierno whig, que reemplazó al equipo tory de Pitt, que fue menos afecto que éste a las ideas independentistas de América y proclive en cambio al de la conquista, se vio súbitamente reforzada por la fácil ocupación de Buenos Aires y por las presiones de los comerciantes ingleses que vieron en Sudamérica un excelente mercado. Inmediatamente se enviaron a Buenos Aires grandes cantidades de mercaderías y tropas de refuerzos con la idea de otra expedición para atacar la costa chilena.

La noticia de la capitulación de Beresford no tronchó estas esperanzas y provocó los esfuerzos militares para una nueva invasión en el Río de La Plata.

Mientras tanto, los que lograron apartar al virrey de su cargo, tomaron la organización de la defensa de Buenos Aires ante un nuevo y posible ataque: el Cabildo y Liniers. Ambos presidieron la militarización de la ciudad, sobre la base de milicias obligatorias para todos los vecinos de 16 a 50 años.

La militarización fue recibida con sentimientos divididos; ya que no faltaron los sentimientos antipatrióticos que se resistían a integrarse a la milicia y burlarse del entusiasmo de los reclutas (en la ciudad se despreciaba lo militar, y en cambio, más honorable y lucrativa fue siempre la carrera mercantil). El mismo Belgrano guardó para nosotros una imagen sarcástica de esta sorprendente metamorfosis. En efecto, la militarización creó una nueva elite urbana: los comandantes y jefes de los cuerpos milicianos. El Cabildo -con el Consulado y la iglesia- fue la institución que agrupó a figuras provenientes de los sectores locales que a diferencia de aquellos cuerpos, jugaron una gravitación política creciente, creando una nueva elite que dotará de consecuencias duraderas e institucionalizará los vínculos entre la nueva elite y las masa urbanas así organizadas.

Fue total la derrota de las armas invasoras, que sufrieron 157 bajas, 1600 fusiles perdidos, 8 cañones, y el trofeo más preciado, todas sus banderas. Cómo correspondió a un hombre de honor y militar de palabra el 24 de agosto de 1806, en medio de una solemne función, Santiago de Liniers entregó al prior de Santo Domingo las 4 banderas que tomó a los ingleses bajo el patrocinio de Nuestra Señora del Rosario, También se enviaron a Córdoba otras 2 insignias como ofrenda a la misma advocación de Nuestra Señora.

Una gran alegría reinó en Buenos Aires y en todo el Virreinato, pero vencidos y no escarmentados, los ingleses atacarían de nuevo.

Si se considera la alianza que se efectivizó entre todos los sectores opuestos a la invasión, el destino de los invasores estaba sellado, pues la población no escatimó esfuerzos por recuperar la capital virreinal, empleando para ello todos los medios disponibles, pues aquéllos reunían dos cualidades que los hacía despreciables para los católicos hijos de Buenos Aires: eran invasores y eran herejes.

Así nacieron con la Reconquista de Buenos Aires cuerpos militares que se organizaron por afinidades regionales: catalanes, vizcaínos, gallegos, etc. y los criollos: patricios, arribeños, correntinos, etc. Esta organización, típica manifestación de regionalismo que animó a españoles y americanos, resultó definitivamente nefasta para los afanes centralizadores de la Corona, pues los cuerpos criollos constituyeron un poder militar nativo, que pronto terminó por rivalizar con sus colegas peninsulares, y así fue que después de 1807 de los diversos regimientos que se formaron, sólo se mantuvieron los compuestos por criollos, de manera que para éstos se volvió atractiva y prestigios la carrera militar.






ESCENA DE LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES, 
PERTENECIENTES A UNA SERIE DE ACUARELAS PINTADAS 
EN LONDRES DURANTE ESA ÉPOCA


Otra consecuencia de la militarización, en la que sin duda los criollos jugaban como una minoría en los sectores altos, fue la creciente influencia de los americanos en el conjunto de la población urbana; quienes habían sido marginados por la estructura social que existió desde tiempo atrás, formaron lo que esa nueva élite creada por la militarización tenía específicamente de nuevo.

Por lo tanto, todo ello anticipaba las futuras tormentas de los años subsiguientes, pero la colaboración entre el Cabildo, la milicia y su plebiscitado, duraría dos años más, y sólo cesó bajo la disolución del orden español en las Indias. Dicha colaboración se puso de manifiesto en la eliminación definitiva del Virrey, tras de su resonante segundo fracaso.

La semilla de la Independencia ya estaba echada, la heroicidad de los ciudadanos demostró la capacidad y el valor de los criollos para defender su libertad, un nuevo sentimiento se abrió paso, el de la emancipación. En el Cabildo del 14 de agosto de 1806 se cumplió la voluntad popular, en teoría el Virrey tuvo el poder, pero en los hechos, Liniers fue la verdadera autoridad.



Las Invasiones Inglesas constituyeron el episodio fundamental destinado a gravitar en la Historia Argentina, la Reconquista fue el germen de nuestra emancipación.



Nota del Director: El presente artículo es el resumen de un trabajo presentado ante el Inst. de Enseñanza Superior del Ejército, en homenaje a los 200 años de la Reconquista. El mismo obtuvo el segundo puesto y mención especial, en la 3ra. Categoría, entre 2000 trabajos concursantes.