viernes, 1 de junio de 2007

Recuerdos de un viajero

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 3 - Junio 2007 - Pags. 10,11 y 12 



Ataque al Convento de Santo Domingo
5 de julio de 1807
RECUERDOS DE UN VIAJERO 



Emeric Essex Vidal (1791-1861), integrante de la Royal Navy (Marina británica), fue un artista amateur que durante los años 1816 a 1818, estuvo en el Río de la Plata, donde pintó cerca de cincuenta escenas en acuarela, sobre lugares (Iglesia de Santo Domingo, el Fuerte, Plaza de la Victoria y Recova, vista de Buenos Aires y Montevideo, etc.), costumbres (viaje en diligencias, voleo de avestruces, carrera de caballos, desembarco en Buenos Aires, etc.) y personajes típicos (gauchos, mendigos, pescadores, panaderos, indios de la Pampa, lecheritos, etc.) de Buenos Aires y Monte Video. En 1820 y habiendo regresado a Londres, publicó un libro titulado Picturesque Illustrations of Buenos Aires and Monte Video (Pintorescas Ilustraciones de Buenos Aires y Monte Video), de gran formato, con láminas en color de sus obras artísticas, acompañadas por ilustrativos textos que reflejaban la vida y costumbres en esta parte del mundo.


A continuación trascribimos la parte pertinente de “Iglesia de Santo Domingo y modas femeninas”, que como el lector apreciará, tiene relación con las gloriosas jornadas de la Defensa de Buenos Aires.


IGLESIA DE SANTO DOMINGO Y MODAS FEMENINAS

La iglesia de Santo Domingo, con su monasterio adjunto, ocupa una cuadra entera, o sea un área de ciento yardas cuadradas, y es objeto de curiosidad, como lugar donde el general británico Craufurd fue acorralado, obligándoselo a rendirse, cuando se llevó a cabo la infortunada tentativa de reconquistar la ciudad el 5 de julio de 1807; aunque, si él lo hubiera sabido, podría haber escapado por una salida falsa que da a la calle Agua, y tal vez hubiera podido ganar la Residencia, a cubierto de los fuegos del fuerte. Las aventuras de la división Craufurd durante aquel día fatal aparecen relatadas como sigue en la reciente publicación del Diario de un soldado del Regimiento 71, que formaba parte de ella:

“La ciudad y suburbios están construidos en cuadras de unas ciento cuarenta yardas por lado, y todas las casas son planas de techo, para comodidad de los habitantes, que suben a gozar del fresco del anochecer. Estas azoteas, según se nos dijo, iban a ser ocupadas por los esclavos, los cuales harían fuego a nuestro paso por las calles. La mañana del 5 de julio estábamos sobre las armas, esperando la orden de avanzar. ¡Júzguese nuestra sorpresa cuando se nos ordenó que saliéramos sin municiones, solamente con las bayonetas caladas! ¡Nos han traicionado! —se rumoreaba por las filas—. “Cumplid con vuestro deber, hijos míos: ¡Adelante!... ¡Adelante!... ¡Viva Inglaterra!...” fueron las últimas palabras que oí pronunciar a nuestro noble capitán Brookman. Cayó al penetrar en la ciudad. Nosotros avanzarnos, arrollándolo todo a nuestro paso, gateando por las zanjas y otros obstáculos que los habitantes ponían a nuestro paso. En todas las esquinas, flanqueando las zanjas, se hallaban los cañones que con sus descargas deshacían nuestras filas a cada paso que avanzábamos. Pero seguimos hacia adelante, por una calle y otra, hasta que llegamos a la iglesia San Domingo, donde la bandera del regimiento 71 había sido colocada como trofeo sobre el altar de la Virgen María. Entramos por asalto y la sacamos de aquel sitio deshonroso, donde había estado desde la rendición del general Beresford a Liniers. Íbamos a salir en triunfo, pero los españoles no habían permanecido ociosos. Las entradas de la iglesia aparecieron cubiertas por sendas barricadas, tras las que se veían los cañones. Y no tuvimos más remedio que rendirnos, siendo conducidos prisioneros. Fue allí que supe, por vez primera, cuán completo había sido el fracaso de nuestra empresa.” 

“Durante el tiempo que cargábamos por las calles, muchos de nuestros hombres hicieron alto en algunas casas en busca de botín, y muchos de ellos, al rendirnos, iban abrumados con el peso de lo saqueado. Un sargento del 38 había hecho una hendidura en su cantimplora de madera, como las que se hacen en el mostrador de las tiendas para poner las monedas, y por ella echó todo el dinero que pudo encontrar. Al salir de la casa que había saqueado, un balazo le atravesó la cabeza. Al caer, la cantimplora se rompió, y una gran cantidad de doblones rodaron en todas direcciones por la calle. Al verlos, se produjo un tumulto entre los soldados, que se arrojaron al suelo a disputarlos, y unos dieciocho de ellos fueron muertos mientras agarraban aquel oro que nunca habían de disfrutar. Muchos llegaron hasta a arrebatárselo a sus compañeros muertos aunque ellos también habían de estarlo unos instantes después. Se nos registró, secuestrándonos todo objeto español que llevábamos encima, pero nos dejaron que guardáramos el resto. Durante este registro, uno de los soldados que tenía un buen número de doblones, les puso en su olla de campaña, cubiertos con trozos de carne y agua, y metió la olla en una fogata, salvándolos en esa forma.” 

“Un centenar de los que habíamos sido hechos prisioneros, fuimos conducidos fuera de la prisión para ser fusilados, si no se devolvía un valioso crucifijo de oro de gran valor, cuya falta se notó. Se nos puso dentro de un gran círculo de españoles e indios. Sus armas dirigidas a nosotros y las miradas salvajes que nos lanzaban, nos quitaron toda esperanza de vivir, a no ser que apareciera el crucifijo. Este fue encontrado en el suelo, en el mismo sitio donde nosotros estábamos, pero no se supo quién lo había llevado. Las tropas se retiraron, y se nos permitió regresar a la prisión sin ulteriores molestias.” (1) 


Funes, en su Historia del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, publicada en Buenos Aires en 1816, se queja amargamente de los ultrajes cometidos por las tropas británicas, tanto en la propiedad como en las personas de los frailes del convento de Santo Domingo; pero si, como él dice, uno fue muerto y dos más heridos de gravedad, esto ocurrió debido a su desesperada defensa de los valiosos emblemas de su fe, tales como el crucifijo arriba mencionado, de las manos rapaces de nuestros soldados. Se habían olvidado, que en tales ocasiones, la iglesia militant establece generalmente el derecho a su carácter de iglesia triumphant también.Conmemorando la rendición del general Craufur la bandera se iza en esta iglesia, y el aniversario de nuestra derrota se celebra en Buenos Aires con una gran función, procesiones, misa cantada y otras solemnidades.La iglesia de Santo Domingo se encuentra en un estado de ruina, y no tiene nada que valga la pena mencionar, salvo la bandera y un buen órgano. Los dominicos conservan cuidadosamente, en la única torre que les queda, un número de marcas que aseguran fueron hechas por las balas de cañón y fusil de las tropas británicas. Sin duda deducen que su santo patrón la sostuvo apoyando sus hombros, porque únicamente semejante milagro la hubiera mantenido en pie, si solamente seis de los cañonazos, en lugar de los seiscientos que se ven, hubieran dado en ellos..."


(1) Journal of Soldier of the 71st, of Glasgow Regiment Highland Light Infantry, from 1806 to 1815, 2nd Edition, p. 40-44.