viernes, 1 de junio de 2007

Testimonios de los Ingleses sobre el ataque a Buenos Aires

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 3 - Junio 2007 - Pags.12 y 13 


TESTIMONIOS DE LOS INGLESES 

SOBRE EL ATAQUE A BUENOS AIRES, 

LOS COMBATES Y SU DEFENSA


“Las calles de Buenos Aires corren todas paralelas o en ángulos rectos entre si... Trece columnas debían penetrar en la ciudad y ocupar las posiciones fuertes hasta llegar al río (marchaban desde los Corrales de Miserere, actual Plaza Once). A las seis de la mañana las columnas empezaron a moverse. La brigada del general Craufurd, a la que yo pertenecía, fue dividida en dos; él dirigió la fracción derecha, consistente en cuatro compañías de infantería ligera y cuatro del Regimiento 95, con un cañón para balas de tres libras. El coronel Pack dirigió la izquierda con fuerzas iguales y fue duramente atacado en las calles, dejando gran número de oficiales y soldados en el trayecto. Nosotros avanzamos hasta llegar al río con pocas pérdidas. Entramos en la iglesia de Santo Domingo donde recobramos las banderas del Regimiento 71, perdidas en 1806. Después de varias horas de intensa lucha, a las cuatro de la tarde el general Craufurd izó bandera de parlamento ante la imposibilidad de seguir resistiendo. En la puerta de Santo Domingo se presentó el general Illio (Francisco Javier de Elío), un hombre sucio y mal vestido rodeado por una vociferante gentuza armada, que ululaba y chillaba. Se arregló la rendición y se ordenó que saliéramos del templo sin armas. Nuestros soldados lloraban. Se nos hizo marchar hasta el Fuerte a través de las calles llenas de gentuza de tez muy oscura, bajas y mal hechas, cubiertas con mantas rotosas, sin orden ni uniformidad entre ellos. Al llegar al Fuerte, fuimos introducidos en una sala llena de oficiales británicos prisioneros. El general Barbiani (por César Balbiani), un hombrecillo enojadizo, pero cortés, nos hizo firmar un compromiso de no servir contra España hasta ser canjeados. Por la mañana, nos ofreció chocolate como desayuno. Los oficiales españoles parecen vivir de una manera sucia e incómoda. Barbiani es el segundo jefe de la plaza, sin embargo, él mismo se hace la cama, se limpia la mesa, etc. El y todos sus oficiales duermen todos en una misma pieza, sobre colchones, sin sacarse la ropa. No se lavan ni se afeitan. Son grandes fumadores de cigarros. En general son gente cortés, pero analfabetos y mal educados, salvo algunas excepciones. Liniers invitó a todos los oficiales a comer; la comida fue muy buena. Por la mañana, pedí una navaja para afeitarme, y me llevaron a la habitación de Liniers que acababa de dejar el lecho y se estaba vistiendo. Liniers buscó personalmente una navaja, una camisa, y durante media hora, un nuevo cepillo de dientes, para mí”.

Teniente coronel Lancelot Holland


“Avancé con los rifleros hasta el costado oeste del edificio del Colegio de los Jesuitas (actual Colegio Nacional de Buenos Aires), sin sufrir pérdidas considerables, cuando, al adelantar el cañón liviano para abrir una brecha en la entrada principal del edificio, el enemigo apareció de repente en gran número en algunas ventanas, en la azotea de aquel edificio y desde las barracas del lado opuesto de la calle y desde el extremo de la misma. En un momento, la totalidad de la compañía de vanguardia de mi columna, y algunos artilleros y caballos fueron muertos o heridos”.

Teniente coronel Henry Cadogan


“Antes de que me hubiese escasamente aproximado a la iglesia de San Francisco, ya había perdido bajo el fuego de un enemigo invisible, y ciertamente inatacable para nosotros, los oficiales y la casi totalidad de los hombres que componían la fracción de vanguardia, formada por voluntarios de distintas compañías, los oficiales y casi la mitad de la compañía siguiente, y así en proporción en las otras compañías que componían mi columna…”

Teniente coronel Denis Pack


“No bien alcanzamos la entrada de la iglesia de San Miguel, el enemigo comenzó un terrible fuego desde las casas opuestas. Habiendo perdido unos treinta hombres en esta entrada, y comprendiendo que era imposible forzar las puertas de la Iglesia con las herramientas que me habían entregado, juzgué prudente desistir y penetrar más en la ciudad, esperando encontrar una posición más ventajosa. Al abandonar la entrada de la iglesia fuimos castigados con un fuego continuado. Después penetré en la ciudad hasta que juzgué que me hallaba cerca de la fortaleza. Viendo que había perdido tanta gente en la calle, que los cuatro oficiales de granaderos estaban heridos, que el mayor, el ayudante y el cirujano auxiliar habían sido muertos, y que había perdido, entre muertos y heridos, de ochenta a cien soldados de mi débil columna, doblé a la izquierda y busqué refugio ocupando tres casas...” “…con menos de cien hombres estaba en medio de una ciudad, donde todos eran enemigos, todos armados, desde el hijo de la vieja España hasta el negro esclavo…”

Teniente coronel Alexander Duff


“La clase de fuego al cual estuvieron expuestas nuestras tropas fue en extremo violento. Metralla en las esquinas de todas las calles, fuego de fusil, granadas de mano, ladrillos y piedras desde los techos de todas las casas, cada dueño de casa defendiendo con sus esclavos su morada, cada una de estas era una fortaleza, y tal vez no sería mucho decir que toda la población masculina de Buenos Aires estaba empleada en su defensa”.


General John Whitelocke


Testimonio de los ingleses sobre la disposición de los habitantes de la colonia.