domingo, 24 de septiembre de 2023

Guillermo Brown - Intentos realizados para la defección de Brown como comandante de la flotilla de la Confederación Argentina

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.

El 11 de agosto de 1969 el Dr.  Pablo Santos Muñoz dió una conferencia en el Instituto Naval de Conferencias, dependiente del Centro Naval, que fue publicado por ese Instituto en el Folleto N° 15 y como consideramos tal disertación muy interesante la publicamos a continuación.


Tentativas para hacer defeccionar al Almirante Brown 
conferencia del Dr. Pablo Santos Muñoz
Brown y la Confederación Argentina


Presentación del conferenciante por el Vicealmirante Ernesto Basílico

Prosiguiendo el cielo de conferencias programado para el corriente año, hará uso de la palabra en esta reunión, un distinguido compatriota, abogado, diplomático e historiador, el doctor Pablo Santos Muñoz, quien ha prestado muy importantes servicios a nuestro país.

Por hallarse internado en el Hospital Naval el señor almirante Lajous, que es quien debía presentar a nuestro distinguido conferenciante de hoy, se me ha encomendado efectuar dicha presentación. Y al hacerlo en su nombre, trataré de reproducir, de la manera más fiel, las palabras con que lo habría hecho el almirante Lajous, y cuyo contenido y sentido emocional él habría sabido evidenciar al poner de manifiesto la simpatía y el afecto que nació y creció hasta el punto de convertirse en un fuerte vínculo de la amistad, iniciada durante la permanencia de ambos en los Estados Unidos hace ya muchos años, mientras el doctor Santos Muñoz se desempeñaba como Secretario de nuestra Embajada en Washington. Tuvo entonces ocasión de advertir de inmediato el alto concepto con que lo distinguían algunos diplomáticos de otros países allí acreditados, que requerían su opinión en cuestiones relacionadas con sus funciones. Y esto se explicaba, porque, además de ser sumamente afable, cordial y modesto, se distinguía por su inteligencia y acertado juicio para apreciar y resolver las más delicadas cuestiones propias de esa función.

Graduado con medalla de oro al término de su carrera universitaria en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, se ha desempeñado sucesivamente como Asesor Letrado de YPF desde 1923 a 1927; Secretario en las Embajadas Argentinas en Washington, Londres y Conferencia Mundial del Desarme; Encargado de Negocios en Río de Janeiro; Jefe de Misión en Canadá, Perú, Austria y Uruguay; Secretario General y Delegado en la Conferencia de Paz del Chaco; Presidente de la Delegación Argentina en las Naciones Unidas en 1962; Consejero Político Legal del Ministerio de Relaciones Exteriores y Subsecretario de dicho Ministerio en 1955 y 1956. Es miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay.

Ha sido distinguido por los gobiernos de Bolivia, Brasil, Chile y Perú con la condecoración de Gran Oficial, y por ocho gobiernos europeos con otras de grado menor.

Me siento muy honrado por ser el intérprete del almirante Lajous en esta presentación del Dr. Santos Muñoz, quien nos hablará de un hecho histórico, sumamente interesante, titulado TENTATIVAS PARA HACER DEFECCIONAR AL ALMIRANTE BROWN.

La índole del tema y la versación histórica del doctor Santos Muñoz nos predisponen para escuchar con verdadero interés su autorizada palabra, para lo cual me complazco en cederle la tribuna.


CONFERENCIA DEL DOCTOR PABLO SANTOS MUÑOZ


Algunos historiadores han hecho mención de una tentativa que se habría efectuado en 1842, a fin de provocar la defección del almirante Brown del servicio de la causa de Buenos Aires. Las versiones han variado en lo que respecta a la extensión de la maniobra, sea que ella comprendiera sólo al almirante o también a algunos otros jefes de la marina confederada y en cuanto a su amplitud: o bien se trataría de buscar la incorporación de los barcos a la flota adversaria o meramente su neutralización durante la lucha, conservándose Brown en el comando de ellos y bajo la misma bandera. Igualmente, en cuanto al motivo determinante; según unos, se habría apelado simplemente a los sentimientos de honor y humanidad del al mirante; según otros, hubo una oferta concreta de dinero, aunque con disparidades acerca del monto ofrecido.

Y, finalmente, se preguntan: ¿conoció el gobernador Rosas estas tentativas? ¿Dio o no crédito a las denuncias? ¿Cómo pudo mantener en el mando de la escuadra a un jefe así sospechado? A pesar de las discrepancias sobre esos puntos, había, hasta ahora, unanimidad en cuanto a la fecha: todos coincidían en que la intentona se produjo en abril de 1842, mientras la escuadra de Buenos Aires estaba frente a Montevideo.

En realidad, hay un fondo de verdad en todos esos díceres: en esa fecha, efectivamente, el gobierno y los comerciantes de Montevideo intentaron quebrar la lealtad del almirante mediante el ofrecimiento de una suma de dinero. Pero, no fue ése el primer ensayo de captación, y el gobierno de Buenos Aires estuvo plenamente informado del plan, aún antes de que comenzara a ponerse en ejecución. La primera obertura se produjo, en realidad, en diciembre de 1841; y no obstante la enérgica repulsa de Brown, fue reiterada en abril de 1842. Los pormenores de estas maniobras son los que constituirán el tema de esta disertación.

Debo hacer una advertencia previa: la guerra que entonces se desarrollaba en ambas márgenes del Plata y del Uruguay, no era una guerra de naciones, sino meramente ideológica y personal. Bajo la bandera Oriental combatían numerosos argentinos y bajo la de la Confederación, emigrados orientales, tan numerosos como los otros. El gobierno de Montevideo no hacía la guerra a la Confederación Argentina, ni el de Buenos Aires al Estado Oriental. En la batalla definitoria de Arroyo Grande del 6 de diciembre de 1842, los contingentes correntinos, entrerrianos y santafesinos constituían una enorme proporción de las fuerzas de Rivera, y eran también abundantes los batallones y escuadrones de orientales en las filas de Oribe. Los jefes de ambos ejércitos enemigos eran orientales, pero era argentino el suelo en que se combatió. Un nombre simbolizaba esa lucha mixta: se estaba con Rosas o en contra de él. En realidad, se trataba de una verdadera guerra civil.

El mismo calificativo de federales y unitarios era ya entonces equívoco. Detrás de esos términos no había quedado ningún concepto serio de organización política. Para Rosas, todo enemigo suyo era salvaje unitario, así fuera argentino, oriental o francés. Si un jefe desertaba su causa, dejaba de ser leal federal para transformarse en inmundo unitario; adjetivo con que, producido su alzamiento, fueron calificados Juan Pablo López y Urquiza en su tiempo. Es más, el mismo Urquiza desde que empezó a combatir en suelo argentino, contra las fuerzas de Rosas, calificó a éste de unitario. Sin embargo, como esas calificaciones fueron entonces de uso corriente, seguimos utilizándolas para caracterizar a los bandos en lucha.

Antes de entrar al punto concreto del tema propuesto, conviene efectuar un bosquejo de cuál era la situación político- militar a fines de 1841 y comienzos de 1842.

Fracasada la expedición de Lavalle a Entre Ríos primero, a Santa Fe y Buenos Aires después, Rosas lanzó en su persecución al general Oribe al frente de un numeroso y bien provisto ejército. Quebracho Herrado, Rodeo del Medio, Famaillá, fueron jalones que marcaron la ruta de desastres de Lavalle hasta terminar sus días, en Jujuy el 9 de octubre en forma que no ha sido aún bien aclarada. Oribe y Pacheco impusieron la ley del vencedor en todas las provincias que habían constituido la liga unitaria, y gobernadores federales volvieron a asegurar su obediencia a la causa rosista. Todo el interior estaba, a fines de 1841, en manos seguras.

Sólo la indómita provincia de Corrientes, no obstante la sangría de Pago Largo y de haber quedado sin soldados al embarcarlos Lavalle en su expedición, había seguido manteniendo el estandarte de la rebelión. El general Paz formaba allí un nuevo ejército, cuya sola presencia constituía para Rosas un motivo de grave preocupación, pues entre ambos sólo mediaba el ejército de Entre Ríos, al mando del gobernador general Pascual Echagüe.

Para extirpar ese foco de rebelión, Echagüe, eficazmente ayudado por Rosas con tropas, armas y dinero, invadió Corrientes en septiembre de 1841. Pero no era para Paz un rival de su altura. Lo dejó internarse en medio de un territorio hostil y sin recursos, haciéndole una eficaz campaña de guerrillas que entorpecían sus comunicaciones con Entre Ríos y le obligaban a un continuo desgaste para procurarse víveres, y recién cuando lo juzgó oportuno le presentó batalla en Caaguazú el 28 de noviembre de 1841.

Mientras Rosas iba sojuzgando así a sus adversarios en el interior y mantenía a Paz en jaque en Corrientes, se ocupó también de acrecentar su poder naval, con el objeto de llevar a la práctica la interdicción del comercio fluvial de sus enemigos, decretada a comienzos de año cuando cerró los ríos Paraná y Uruguay a todos los barcos que no llevaran bandera argentina, declarando buena presa a los de bandera Oriental. Mientras duró el bloqueo francés, la actividad naval de la Confederación había estado limitada a las aguas del río Uruguay y en forma muy restringida; pero, firmado con el almirante Mackau el tratado del 29 de octubre de 1840 y devueltos los barcos y la isla de Martín García, podía comenzarse a actuar en el río de la Plata con vistas a la dominación de sus aguas. El 3 de febrero de 1841 el brigadier Guillermo Brown fue nombrado comandante en jefe de la escuadra de la Confederación, bastante reducida, por cierto, por cuanto no la constituían sino el viejo barco ECHAGÜE, incrementado con los bergantines SAN MARTÍN y VIGILANTE, devueltos por los franceses en cumplimiento del tratado del 29 de octubre.

Por su parte, el gobierno de Montevideo designó también un nuevo jefe naval, poniendo al frente de su flota al comodoro John F. Coe, de nacionalidad norteamericana, antiguo oficial de la marina de Buenos Aires, bajo cuya bandera y al mando de Brown había peleado contra el Imperio.

La flota de Montevideo era, al principio, más numerosa que la de Buenos Aires, pero aún antes de comenzar los combates, empezó a perder unidades. En febrero de 1841, la goleta GENERAL AGUILAR se pasó con armas y tripulantes al bando de Rosas, siguiendo en mayo a esta deserción la de la goleta PALMAR. Ambos barcos, rebautizados LIBERTAD y 25 DE MAYO, respectivamente, fueron incorporados a la flota porteña.

Durante el curso del año 1841 las acciones bélicas no fueron muy abundantes, pero sí las averías sufridas en ellas por los buques. El 24 de mayo los comandados por Brown se enfrentaron con los de Coe frente a Montevideo. El 3 de agosto, la nave capitana de Brown, GENERAL BELGRANO, sufrió serios daños en un encuentro contra tres de Coe, frente a la desembocadura del río Santa Lucía. En los intervalos, las escuadras repararon sus respectivos deterioros y aumentaron su potencial bélico con nuevas adquisiciones; de modo que, a fines de noviembre, el gobierno de Rivera disponía de los siguientes barcos principales: SARANDÍ, 25 DE MAYO, CONSTITUCIÓN y CAGANCHA, con 86 cañones. Bajo el mando de Brown estaban la nave capitana GENERAL BELGRANO, el nuevo bergantín SAN MARTÍN, la corbeta 25 DE MAYO y los viejos barcos menores ECHAGÜE, VIGILANTE, REPUBLICANO y 9 DE JULIO, con 88 bocas de fuego. El poder ofensivo era, por piezas de artillería, prácticamente igual; pero la reciente incorporación del SAN MARTÍN, con muy buena y moderna artillería, poco calado, gran estabilidad y maniobrabilidad, daba a la flota de la Confederación una cierta superioridad. Por lo demás, era evidente que el dominio de las aguas del río de la Plata por la flota rosista era cada vez más pronunciado, manteniendo la iniciativa y obligando a la de Coe a permanecer encerrada la mayor parte del tiempo en el puerto de Montevideo.

Al comenzar diciembre, una noticia estremeció a Buenos Aires y a Montevideo: el general Paz acababa de destrozar en los esteros de Caaguazti al ejército del general Echagüe; le había causado un millar de muertos, otro tanto de prisioneros y copado toda la artillería, parque y municiones. El resto se había dispersado y escondía en montes y bañados. De los cinco mil orgullosos soldados de las tres armas, portando 16 cañones, con que había partido el gobernador de Entre Ríos, regresó a su capital con sólo 200 hombres extenuados física y moralmente.

Montevideo se sacudió vibrante. Repiques de campanas, tedéum, desfiles, suscripciones, arengas, levantaron el ánimo de la población y dieron impulso a la decisión de luchar contra el enemigo común. El general Rivera —que hasta entonces no había contribuido sino con meras promesas, mientras procuraba llegar a un arreglo unilateral con Rosas— se galvanizó súbitamente. Hizo remitir un buen contingente de armas y vestuarios para el ejército de Corrientes, pasó unos piquetes al otro lado del río Uruguay para recoger fugitivos y desertores entrerrianos y comenzó preparativos para invadir a Entre Ríos. Pretendía la incorporación de las fuerzas de Corrientes, pasar a Santa Fe, reunir también bajo su bandera las del gobernador López, ya declarado contra Rosas, y arremeter contra éste antes que Oribe y Pacheco tuvieran tiempo de regresar.

A fines de año, pues, la situación había dado un vuelco considerable con la aplastante victoria de Paz en Caaguazú, que volvía a abrir el camino de la invasión a Buenos Aires, vía Entre Ríos y Santa Fe. La flor del ejército rosista estaba en Tucumán y Cuyo, bajo el comando de Oribe y de Pacheco, El 19 de enero de 1842, Rosas dio a ambos la orden de regresar, pero entre la llegada de esas órdenes, la organización de las fuerzas de vigilancia a dejar en las provincias y la travesía hasta el Paraná de los numerosos elementos de lucha, transportados en carretas, no podían estar disponibles antes de tres meses. ¿Y entretanto? Aparte de las fuerzas estacionadas en Santos Lugares y en los partidos de la provincia que componían el Departamento del Centro, no muy numerosas, Rosas no podía contar sino con las reservas que habían quedado en Entre Ríos bajo el comando del nuevo gobernador Urquiza. Pero todo leso era poco si el ejército correntino avanzaba rápidamente bajo el comando de Paz, unía sus efectivos a los que trajera Rivera de la Banda Oriental y se complementaba con las tropas santafesinas del rebelde gobernador López (a) Mascarilla.

Bien puede decirse, que en diciembre de 1841 la defensa de Buenos Aires estaba en gran medida confiada a las murallas de madera de sus barcos. En esos momentos, Rosas debió congratularse de las sumas invertidas en la compra de esos buques (1) y de su acierto en confiar el comando de los mismos al Viejo Bruno, un poco gruñón, exigente, desconfiado, pero el mejor y más valiente marino del río de la Plata. Para Rivera, en cambio, era esencial procurar su conquista con el oro, ya que no habían podido dominarlo con el hierro y con el fuego.

En realidad, un proyecto de seducción había sido ya estudiado de tiempo atrás, y su primer esbozo debe atribuirse a Ignacio Álvarez Thomas. El antiguo director vivía emigrado en el Estado Oriental desde hacía mucho tiempo y pasaba las mayores penurias. El almirante Brown, a quien lo ligaba una vieja y estrecha amistad, le había entregado para su gratuito disfrute y administración un pequeño campo que poseía en Colonia y una casa en la ciudad. Pero el rendimiento del predio debía ser muy escaso, a juzgar por su correspondencia conservada en los archivos de esta ciudad y de Montevideo.

El eminente historiador oriental teniente de navío Homero Martínez Montero publicó, hace treinta años, un interesante trabajo sobre este tema, en el que reprodujo algunas cartas intercambiadas entre Álvarez Thomas y el entonces ministro de guerra, general Enrique Martínez, de las que surge la iniciación del plan (2).

Acuciado por la necesidad, Álvarez Thomas había pedido que se le acordara una cierta suma en calidad de préstamo reembolsable. Y para dar mayor peso a su solicitud, en carta del 13 de febrero de 1841, esboza un plan audaz, consistente nada menos que en sobornar al almirante Brown. Para que no lo califiquen de visionario, afirma: Las relaciones de amistad con mi compadre Brown son tan antiguas como sinceras y no interrumpidas y aún me atrevo a asegurar que a ninguna persona daría preferencia en sus consejos. Sobre la base de esa amistad, asegura que sería factible atraer a Brown, siempre que el gobierno —o mejor aún el presidente Rivera en persona— se comprometiera a otorgarle una generosa indemnización por las pérdidas que su actitud pudiera acarrear a sus bienes en Buenos Aires.

A los miembros del gobierno riverista la idea no les pareció descabellada, y el general Martínez contestó a Álvarez Thomas en forma afirmativa, pero con alguna variante. Estando convencidos de que la adhesión de Brown a Rosas no era por razones políticas, sino meramente motivada por su mala situación económica, creían que era necesario estimular su sentimiento del honor. Por lo tanto —explica el general Martínez en su carta—, el Gobierno cree que el medio más seguro para arribar al objeto que se propone sin que se resienta, es indicarle que si se separa de Rosas con los buques a sus órdenes, lo puede verificar declarando que no siéndole posible por más tiempo estar sometido a un tirano, juzgaba que su honor le exige unir sus esfuerzos a los argentinos que pelean por destruir aquél y continuar por sí la guerra, considerándose aliado de la República Oriental. Un paso de esa naturaleza le sería muy honorífico, pues que se abría un camino de gloria inmenso en la República Argentina. Por lo que hace a la Oriental, hecha la declaratoria que he indicado antes, el Gobierno está dispuesto (y lo hará en el acto), a indemnizarle al Señor Brown en metálico aquello que él dijese importaría la pérdida de sus bienes. Pero si él pidiese otra cosa, el gobierno estaría llano a considerar cualquier variante al plan.

Contando ya con la conformidad inicial del gobierno, Álvarez Thomas concretó más su programa de acción. Para llegar hasta Brown, indica a Martínez, lo mejor será enviarle un agente que sirva de enlace, preferentemente un inglés, o, por lo menos, extranjero. Esta persona llevaría como misión ostensible la de adquirir su campo en Colonia; pero, debidamente instruido, le hablaría también sobre la entrega de la escuadra. Para ambos efectos iría provisto de cartas de presentación y de memorias explicativas dirigidas por Álvarez Thomas a su compadre.

En principio, dice en su carta del 17 de marzo, las bases indicadas por el general Martínez son aceptables, pero para que al almirante no le queden dudas respecto del cumplimiento y alcance de las personas, el presidente Rivera debería depositar en las manos de Álvarez Thomas una declaración firme en el sentido de que los buques serán mantenidos en el Estado Oriental como propiedad del Gobierno Argentino y devueltos a la caída del tirano. Además, la indemnización debería ser no sólo en favor del almirante sino de todos los jefes y oficiales que cooperasen a la empresa, a quienes, además de compensarles las pérdidas que llegaran a experimentar en sus bienes, debería asegurárseles el mantenimiento de sus respectivos rangos militares.

Asombra comprobar cómo la pasión política de los hombres alteraba en tal forma su visión, haciéndoles ver la realidad a través del prisma deformante de sus propios deseos. Al mismo tiempo que Álvarez Thomas afirmaba no ser posible que el almirante estuviera de acuerdo con la conducta del gobernador de Buenos Aires, Brown manifestaba su adhesión personal a Rosas. Y seguramente no lo hacía por necesidades económicas, pues pocos meses después pidió su separación por razones nada políticas, sino de servicios. Es que Brown sólo veía una bandera, la de su patria adoptiva, por la cual había derramado su sangre y hecho agobiantes sacrificios, y estaba dispuesto a sacrificar su vida. Era hombre de carrera, respetaba al gobierno que el pueblo de ese país se había dado y obedecía sus órdenes. Nada más. Ya lo había dicho en 1815: él estaba exento de todo partido o facción (3).

Por lo demás, personalmente manifestó siempre devoción y respeto al general Rosas. Y éste, a su vez, dejó estampada en sus MENSAJES su admiración por el abnegado marino. En el de 1842 decía: Sosteniendo con invencible intrepidez el pabellón argentino, el Brigadier Don Guillermo Brown ha acreditado que pertenece á los héroes ilustres de la Libertad (4). Conceptos análogos se expresaron en los años siguientes hasta su retiro del servicio activo en 1847. En definitiva, como dice el ilustre historiador Teodoro Caillet-Bois, el análisis de la correspondencia de Brown no autoriza a poner en tela de juicio la firmeza y lealtad de su adhesión al gobierno de Rosas (5).

No se conoce si el plan de Álvarez Thomas llegó a un principio de ejecución en los meses inmediatamente posteriores y si algún emisario suyo alcanzó a entrevistar al almirante. Si así ocurrió, su actitud no debió dejar lugar a dudas sobre su ninguna disposición a escuchar proposiciones como las sugeridas. Lo cierto es que el 21 de marzo hizo su aparición en tren de guerra frente a Montevideo, y si entonces no hubo lucha fue porque el comodoro Coe no juzgó prudente aceptar el desafío, y Brown regresó a Buenos Aires.

La idea de tentar a los marinos de Rosas siguió, sin embargo, latente en Montevideo. Para explicar las defecciones de sus propios barcos se acusaba al dictador porteño de haber empleado el oro para conseguirlas, y, lógicamente, se opinaba que ese medio no debía ser descuidado.

En aquella época trascendieron también las rencillas entre el almirante y sus subordinados inmediatos. Éstos no se recataban para expresar sus quejas; y él, a su vez, propalaba que se lo quería envenenar. Se encierra en su barco, despacha a su cocinero y se hace él mismo la comida a título de precaución. Se indispone con el médico de a bordo, denuncia que los tripulantes reciben venenos en vez de medicamentos; reemplaza los prescriptos por otros de su conocimiento, y asegura en sus informes que la gente le tiene más fe a él y a sus drogas que a las del médico (6). Rosas mismo tiene que intervenir personalmente para calmar las inquietudes de su desconfiado amigo, y asegurarle que la epidemia desatada a bordo no es un fenómeno local provocado por sus enemigos sino un mal general que ataca a todo el mundo, en las ciudades, en el campo y en los cuarteles, y para tranquilizarle más, le manda su médico de confianza.

Brown sostiene que es víctima de una conspiración de sus mismos oficiales; que ya le pasó algo semejante durante la guerra con el Brasil; que lo mejor es que abandone el servicio antes que lo maten y pide su retiro. Y cuando su ayudante de órdenes, Alzogaray, guarda la carta en lugar de darle curso, se enfada con él y lo hace responsable de cualquier cosa que le ocurra. Nueva intervención de Rosas para calmarlo. Poco a poco, el viejo Bruno se apacigua. Tanto que al darle el gobernador nuevas pruebas de su amplia confianza y adquirir el barco que él ha elegido quiere ponerle el nombre de ILUSTRE RESTAURADOR DE LAs LEYES y hasta acepta el reingreso de Hidalgo, a quien poco antes había acusado de deslealtad y echado de los barcos.

Estas rencillas tienen amplia difusión; se comentan en las dos orillas y con una cierta lógica, el mal humor de Brown y sus querellas con los oficiales son atribuidos a desavenencias de carácter político y a disgustos del almirante con el gobernador, de modo que parecería oportuno el momento para hacer la oferta de dinero para conseguir su alejamiento. Además, se ha encontrado el mensajero ideal para llevar el mensaje de la tentación: será la propia hija de Brown.

El almirante se había casado con Elisa Whitty, teniendo de ella tres hijos varones; Guillermo, Juan Benito y Eduardo; y tres mujeres; Rosa, Natividad y Martina. Al igual que algunos de sus hermanos, esta última vivía en Montevideo, donde su marido, el señor Reincke, hamburgués, se dedicaba al comercio con provecho.

Naturalmente, los comerciantes de Montevideo militaban en el bando opuesto a Rosas. Tenían interés en el progreso de la ciudad en que desarrollaban sus actividades. El bloqueo de Buenos Aires de 1838 a 1840, había significado para la plaza oriental un auge inusitado; su puerto se pobló de barcos de ultramar que cargaban y descargaban allí sus mercaderías y, con la complicidad complaciente de bloqueados y bloqueadores, eran después llevadas en barcos costeros a Buenos Aires y a los puertos interiores de los ríos Paraná y Uruguay, dejando previamente millones de pesos de beneficios a los comerciantes y a la Aduana de Montevideo. Terminada esa época de oro, la aparición de la flota rosista, si bien no significaba todavía el bloqueo de Montevideo, como lo temieron al principio, podía ser su paso inicial.

En ese ambiente Brown no contaba, lógicamente, con simpatías, posiblemente ni en las casas de sus propios hijos, y el señor Reincke y Martina aceptaron fácilmente llevar al almirante, en la primera ocasión oportuna, un mensaje en que, invocando razones de honor y de humanidad, se lo invitaba a abandonar la causa de Rosas y pasarse a la de sus enemigos, con honra y provecho. Esa esperada ocasión se presentó a mediados de diciembre.

Incorporado el nuevo barco SAN MARTÍN a la flota de Buenos Aires, el almirante desea utilizarlo en la acción cuanto antes. Con ese ánimo abandona la rada de Buenos Aires y el 21 de noviembre se halla a unas quince millas al S.O. de la plaza de Montevideo. El comodoro Coe, ultimados sus preparativos, está también dispuesto a la batalla, pues si permanece encerrado junto a la isla de Ratas, otorga de hecho el dominio de las aguas a su adversario, Y como en esos días la ciudad festeja ruidosamente la victoria de Caaguazú, no quiere él ser menos y sale en las primeras horas del 9 de diciembre, favorecido por un suave viento norte.

Advertido el almirante Brown, traslada sus insignias del SAN MARTÍN a su viejo y conocido GENERAL BELGRANO. Se ubican los barcos en la posición que más favorable les resulta y comienza el cañoneo, intermitente al principio, más sostenido luego, que debe ser interrumpido a intervalos por los cambios de vientos y la inminencia de uno de esos violentos temporales de verano, que eran entonces el azote de los barcos en el río de la Plata. Cerca del mediodía, la barca riverista 25 DE MAYO, al mando del capitán francés Fourmantin, más conocido por Bibois, abandona la lucha y se aleja. ¿Por qué? Posiblemente, por enemistad personal entre su comandante y el de la flota. La tormenta separó enseguida a los adversarios; y tres barcos de Brown, entre ellos el GENERAL BELGRANO, fueron a dar a las barrancas de San Gregorio.

No proseguiré con la descripción del combate por no interesar mayormente a nuestro tema especial. Baste apuntar que el bautizo de fuego del SAN MARTÍN no pudo ser más brillante, causando con sus cohetes serios daños a la nave capitana riverista SARANDÍ y al CAGANCHA, siendo este último perseguido por los barcos federales que habían quedado en el lugar de la acción a pesar de la tormenta. Muy dañado y falto de velamen, fue finalmente capturado y llevado a Buenos Aires.

Entre tanto, Brown se dedicó en San Gregorio a reparar sumariamente sus barcos, y el 15 volvió a colocarse frente a Montevideo con el GENERAL BELGRANO, la 25 DE MAYO y la 9 DE JULIO para esperar allí al comodoro Coe y disputarle el ingreso a su base.

Estacionado allí, ese mismo día 15 recibió a bordo la visita de su hija y de su yerno, que venían a cumplir la misión que se les había encomendado. Apenas se retiraron ellos, Brown mandó una carta al capitán Bathurst, quien comandaba la 9 DE JULIO, despachándolo de urgencia a Buenos Aires con unas notas y varios encargos. El principal era tomar el comando del SAN MARTÍN —que había ido a la capital conduciendo el CAGANCHA—. y traerlo para participar en la vigilancia frente a Montevideo. Además, Brown pedía al gobierno que se le concediera a Beazley, heroico comandante del barco apresado, su libertad bajo palabra o, al menos, un régimen de consideración. Bathurst debía también traerle unas prendas de ropa y gallinas para la alimentación de los heridos que se cuidaban a bordo del GENERAL BELGRANO, y dar cuenta al gobierno de la tentativa de seducción realizada por el gobierno de la plaza.

Sobre este último punto, que es el que más nos interesa, veamos lo que dice la nota de Bathurst a Arana, fechada dos días después, es decir, el 17 de diciembre, desde a bordo de la 9 DE JULIO en la rada de Buenos Aires: Informa Bathurst: “Que el día 15 del corriente fue un bote de tierra de Montevideo a bordo del “General Belgrano”, con un Caballero y una Señora; que después ha sabido de un modo muy privado por el Comandante del Bergantín Goleta “Republicano”, Teniente D. Eduardo Brown, que la visita era de la hija del Sr. General Brown, Da. Martina Brown, y de su esposo el Sr. Reincke, comerciante hamburgués residente en Montevideo, quienes eran mandados por el Salvaje Pardejón Rivera con la comisión secreta de ofrecer al Sr. General Brown, si abandonaba el servicio de la República Argentina, la cantidad de Cien Mil Patacones, cuya cantidad le sería entregada a bordo del Bergantín “General Belgrano” ó en letras á satisfacción del Sr. Gral. Brown; á lo que contestó el dicho Sr. General á su hija Da. Martina Brown de Reincke que dijera al Salvaje Rivera, que había adoptado la causa sagrada de la República de la Confederación Argentina para servirla con honor y lealtad, hasta derramar por ella la última gota de su sangre; y que el Pardejón Rivera no se equivocara, pues no tenía él bastante dinero ara comprar al General Brown, y que de este modo lo despachó á su hija y yerno (7).

Como es natural, este informe fue inmediatamente llevado a conocimiento del gobernador Rosas, pero en Buenos Aires se guardó estricto secreto por los pocos que del episodio tuvieron algún conocimiento, y recién al año siguiente, al comentar Arana la segunda tentativa reveló que ya había habido una anterior (8). En Montevideo, en cambio, algo trascendió, pues en una carta del 25 de diciembre de ese año, enviada por el general Paz a Ferré, le dice: Acompaño á usted la, que he recibido de mi hermano para que vea lo que se dice respecto de Brown. Yo voy á dirigirle la carta que se desea en términos bastante generales pero amistosos y expresivos: si usted gusta hacer otro tanto puede dirigir la suya al agente (9). Evidentemente, cuando D. Julián Paz escribía a su hermano pidiéndole unir sus esfuerzos a los de Rivera ante el almirante, no se había recibido todavía su contundente negativa.

Después de este ingrato suceso, el almirante Brown, deseoso de reparar los daños de sus barcos y usando de la amplia autorización que le había conferido el gobierno, (10) dispuso el regreso a Buenos Aires, donde fue debidamente agasajado. Según resulta de una carta de Rosas, tuvo una entrevista personal con el dictador y se atendieron debidamente sus deseos en cuanto a la distribución de premios a los captores del CAGANCHA. (11)

Desde el 12 de marzo siguiente, vuelve a estacionarse frente a Montevideo con el objeto de vigilar sus actividades e impedir la salida de sus barcos de guerra. Pero la flota riverista ha quedado muy reducida con la venta de algunas de sus unidades y el desarme de otras. Coe, desprestigiado, es reemplazado por Garibaldi.

En abril de 1842, ha fracasado la invasión de Entre Ríos debido a las disidencias entre Rivera, Paz y Ferré. En cambio, las huestes federales al mando de Oribe llegan a Santa Fe, derrotan a su rebelde gobernador López y lo obligan a refugiarse en Corrientes con un puñado de partidarios. Poco después, Oribe cruza el Paraná y establece su cuartel general en el Arroyo de las Conchillas, cerca de la capital entrerriana. La sombra de la invasión rosista se acerca cada vez más al río Uruguay.

Vuelve a pensarse nuevamente en obtener la defección del almirante Brown, quien ejerce en las aguas un dominio exclusivo; y en Montevideo se decide tentar nuevamente el plan fracasado en diciembre anterior. Es esta intentona de abril, la que ha sido conocida hasta ahora y sobre la que hay diversas versiones más o menos coincidentes en sus líneas generales.

Tenemos, ante todo, el informe elevado al gobernador Ferré por D. Julián Paz, hermano del general y agente del gobierno correntino en Montevideo. En nota del 24 de abril, hace saber que, mediante negociaciones iniciadas por el gobierno oriental y ultimadas en los días 20 al 22, se ha llegado a un acuerdo con el almirante Brown, por el cual éste se ha comprometido a entregar la escuadra de su mando al jefe que esté al frente de las operaciones contra Rosas, enarbolando el verdadero pabellón argentino en lugar del manchado con letreros de sangre que Rosas ha impuesto a sus fuerzas y que Brown (12) se ha hecho ya a la vela hacia Buenos Aires para tratar de salvar a sus familias de la cólera de Rosas y capturar el resto de la escuadra.(13)

Convalida este informe de Julián Paz sobre los rumores que en esa época circulaban en la capital oriental, una carta de autor no revelado transcripta por Antonio Díaz en su HISTORIA DE LAS REPÚBLICAS DEL PLATA y que describe el ambiente en tono muy animado. Vale la pena copiar lo esencial :

Juan Gowland, José María Esteves, la mayor parte de los ingleses y unitarios emigrados, Lafone, etc., todos apuestan y aseguran la defección del Almirante del Gobierno Argentino con todos los buques que están á sus órdenes. A este paso se le da el colorido de que no es una traición lo que hace, sino que debe mantener sus buques con el pabellón Argentino hasta tanto haya un cambio en el gobierno de esa República. Sería cansado referir á Ud. porción de pormenores que se citan para hacer más creíble este negocio: uno de ellos es que el acuerdo está firmado por el mismo Almirante á quien deberán entregársele trescientos mil pesos para él, su oficialidad y tripulación.

Esteves tiene en su poder sesenta mil patacones recaudados de varios individuos contribuyentes para este negocio (esto es un hecho) y se le espera ver aparecer de un momento á otro; pues aunque por los buques y paquetes llegados de esa se sabe estuvo ó está en tierra, no por eso lo creen menos y dicen que á la salida del bergantín francés que llegó de esa ayer quedaba embarcando la familia de los oficiales para un convite que daba á bordo, pero que tenía por objeto librarlas del enojo que causaría indispensablemente al Señor Gobernador una jugada tan pesada como la que le hacía su Almirante (14).

El eminente historiador de nuestras glorias navales, D. Ángel Justiniano Carranza, en su estudio sobre Costa Brava, inserta una narración contemporánea, el nombre de cuyo autor tampoco revela, que nos da una vívida pintura del momento culminante en que llega a bordo del GENERAL BELGRANO una comisión enviada por el comercio montevideano para proponerle, verbalmente y por escrito, la entrega de la escuadra.

Según este relato (15), el 21 de abril llegó a bordo de la nave capitana una comisión de tres caballeros, siendo recibidos en cubierta por el almirante Brown, quien vestía uniforme de gala y estaba rodeado de sus oficiales y tripulantes. Escuchó cortésmente el pedido que le formularon de tener con él una breve conferencia, con el objeto de darle algunas explicaciones sobre una comunicación que poco antes le habían remitido.

Delante de toda su gente, el almirante expresó en alta voz que accedía al pedido en el entendido de que no se tratarían cuestiones políticas, pues él, en su doble condición de extranjero y de jefe a sueldo del gobierno argentino, nada quería saber de ellas. Por otra parte, agregó: Yo hago la guerra a un pabellón extranjero que, unido al francés, hostilizó al argentino, antes que pisara el puente del BELGRANO.

Ya en la cámara del almirante y no obstante su advertencia, sus huéspedes procuraron una y otra vez llevar la conversación al terreno de la política para apoyar la petición que, con muchísimas firmas, incluso la de su hijo Guillermo, le habían enviado.

Después de un cierto tiempo, para cortar esta entrevista, que debía serle muy penosa, poniéndose de pie Brown les manifestó que no estaba dispuesto a escucharlos más, agregando: Por mi parte, y sin demora, voy a poner estas notas en conocimiento de mi Gobierno, pidiéndoles, por lo tanto, no abusen más de mi indulgencia y tengan a bien retirarse, a menos que prefieran ir en persona a verse con el General Rosas en Palermo (16). Los visitantes se pusieron inmediatamente en retirada.

El viejo marino, profundamente afectado por el episodio, no quiso que ni una sombra quedara sobre su conducta y esa misma noche llamó al coronel Pinedo —comandante del bergantín ECHAGÜE y hermano del inspector de armas del gobierno porteño—, y mostrándole los papeles dejados en su poder, le expresó que deseaba hacerlos llegar sin demora al gobierno de Buenos Aires. Pinedo le aconsejó que lo hiciera directamente a Rosas, en vez de mandarlos al gobernador delegado Arana, a quien podía remitirle una copia, reservando el original para entregarlo a Rosas en mano propia o por conducto seguro. Aceptó el almirante el consejo y a los pocos días regresó a Buenos Aires.

Los agentes del gobierno riverista y los emigrados argentinos estaban convencidos de que este viaje a Buenos Aires era con el fin de embarcar las familias de los supuestos complotados. Otra era la verdad. Brown regresó con el objeto de informar personalmente sobre la aventura y entregar el petitorio de los comerciantes montevideanos. Así resulta expresamente de una carta a Guido en que el ministro Arana, con fecha 21 de mayo de 1842, es decir, al mes de los hechos relatados, le informa que el gobierno de Montevideo ha renovado ante Mandeville sus gestiones en procura de una nueva mediación, y agrega:

También entraron en el despropósito de tentar la lealtad acreditada del General Brown ofreciéndole ingentes cantidades si defeccionaba del Gobierno de le Confederación. Esta tentativa, que es ya ejercida por segunda vez, determinó al General Brown á contestarles de un modo que los alucinó, contando entrasen por el medio que les indicaba de que el malvado Coe fuese á recibirse de la Escuadra y asegurándolo, escarmentando á los viles de quienes era injuriado con tanta infamia. Mas no tuvo efecto la salida de Coe y el Gral. Brown se vino a esta en donde dió cuenta al Gobierno de su conducta y del fin que se había propuesto al contestarles prestándose á los depravados designios del Gobierno refractario de la República Oriental; entre tanto los de Montevideo consintieron de una manera muy seria en la defección de Brown; y se suscribieron con gruesas cantidades para pagar la traición en que fundaban su áncora de salvación, sin que en esto puedan ser excepcionados los mismos extranjeros que todos ellos fueron de los primeros, sin embargo de que aquí cuando se trataba de suscripciones, son muy apegados á la neutralidad que les incumbe observar (17).

Y Guido, a su vez, con fecha 24 de mayo, informa a Arana desde Río de Janeiro, que los descalabros de López en Santa Fe y de los aliados en Entre Ríos han servido para disipar muchas ilusiones. Sin embargo —agrega—, fecundísimos nuestros enemigos en confeccionar antídotos para sus desgracias, escribieron de Montevideo haberse firmado un convenio con el General Brown, por el cual este jefe debía recibir 300.000 patacones para sí y para sus oficiales, conservar en la escuadra el pabellón argentino, apoderarse de la isla de Martín García, imponer un derecho al comercio del Uruguay para sostener sus buques, hostilizar á nuestro Gobierno, y conservar la fuerza bajo su mando para entregarla al sucesor del Sr. Rosas. Es increíble la velocidad con que este incidente se hizo general, y el efecto que produjo en algunos (18).

Todavía en mayo no se convencían en Montevideo que el almirante les había escuchado y dejado hablar simplemente para ver hasta dónde llegaban en sus maquinaciones, pero, llegado el momento decisivo, había regresado a Buenos Aires para informar en detalle de todo lo ocurrido. El General Antonio Díaz, que había quedado acreditado como representante del general Oribe ante el gobierno de la Confederación, hizo conocer a Arana una carta enviada desde Montevideo, según la cual el 11 de mayo todavía continuaban, aunque con menos fuerza, asegurando la pasada del Almirante.

También el general Paz, en sus valiosas MEMORIAS, después de un rendido tributo a la honradez del almirante Brown, se refiere a este asunto, llegando a la conclusión de que existieron tratativas para conseguir su defección y que si ésta no se produjo fue porque justamente en esos días llegaron a conocimiento del almirante las rencillas entre los unitarios que habían invadido la provincia de Entre Ríos y la fácil reconquista de la capital provincial por la misma población, de arraigada convicción federal. Percibió, dice, que la oposición a Rosas estaba vencida y que, no combatiendo al lado de argentinos y bajo la bandera de su patria, aquel paso hubiera constituido una traición (20).

Los complotados en esta segunda tentativa no guardaron secreto alguno sobre sus pretensiones, haciendo correr la versión y dándola por un hecho hasta en las capitales europeas, según se desprende de una carta del ministro Manuel Moreno a Guido del 3 de setiembre siguiente.

Estaban empeñados en convencer a todo el mundo que verdaderamente existía un convenio formal para la entrega de la escuadra de la Confederación. Y sobre esta base trataban de persuadir a los gobiernos europeos y al del Brasil que la caída de Rosas era inevitable y que, en consecuencia, la política más conveniente era para ellos la de aliarse con el gobierno de Montevideo o, por lo menos, forzar la mediación entre los beligerantes.

En la carta atrás mencionada de Guido a Arana del 24 de mayo, se lee lo siguiente: Se mostró tanto empeño en Montevideo en que se diera crédito en el Janeiro a este negocio que Vázquez y Rivera Indarte se apersonaron en casa del agente del Brasil en aquella plaza y le aseguraron de la autenticidad del convenio para que, como tal, lo comunicase á su Gobierno. El Sr. Regis comprendió la tendencia verdadera de esta oficiosidad y transmitiéndola al Ministro, la da como una razón entre otras para no creerlo. A pesar de esto se ha hecho un juego tal por los agentes del pardo de la defección de Brown que hasta se han afectado de él algunas especulaciones mercantiles, sin que nadie me haya ayudado para combatir esta especie, sino los Ministros de Estado que, fiados en la opinión de su agente, han negado la existencia de tal convenio (21).

Pero en aquellos momentos la tendencia del gobierno imperial no era hacia la alianza con Montevideo sino más bien, al contrario, a un entendimiento con Buenos Aires. El encargado de negocios del Brasil en Montevideo era entonces el Sr. Regis, particularmente partidario de un estrechamiento de relaciones con la Confederación, de modo que cuando en Montevideo se dio por hecha la entrega de la escuadra porteña, el Sr. Regis se apresuró a poner sobre aviso a su colega en Buenos Aires, Sr. Moutinho y, de acuerdo con el jefe de la estación naval de su país en el Plata, ofrecieron el concurso de la escuadra imperial (22).

Este gesto espontáneo de los agentes brasileños no llegó a materializarse porque estaba condicionado a la supuesta y anunciada defección del almirante Brown, pero sirvió para, cimentar la armonía entre ambos gobiernos y a Guido como antecedente para las negociaciones que culminaron, un año después, en la firma del tratado de alianza del 24 de marzo de 1843.

Hasta aquí los hechos. Pero los hechos tienen, por sí mismos, una elocuencia honda y fuerte, que no suelen alcanzar las palabras. El almirante Brown pudo haber obrado, en las dos oportunidades a que nos hemos referido, de manera distinta, aceptando las ofertas que se le hacían y consiguiendo así una fortuna como no había podido lograrla en toda su vida anterior, de penurias y sacrificios.

Debe tenerse en cuenta que en aquella época, las ofertas de dinero no eran miradas con tanta severidad y, especialmente tratándose de jefes extranjeros, no parecía demasiado extraño el pase de un bando a otro. Ejemplos no faltan. El general D. Antonio Díaz, ministro de Oribe, escribía a Arana en 1840: Con el fin de promover en Montevideo la defección de alguno ó algunos de los jefes del facineroso unitario Rivera; y en el concepto de que este medio y la oportunidad de emplearlo sean de la aprobación de S. E., ruego á V. E. se sirva indicarme que oferta de recompensa puede hacérseles para el caso de entregar la escuadra. ó parte de ella á disposición de este Gobierno; pues siendo extranjeros los mencionados Jefes, todo puede esperarse de su venalidad y nada de su patriotismo (23). Al capitán King se le ofreció en 1841 entregarle 3.000 pesos fuertes si, abandonando la causa federal, se avenía a comandar una nave riverista. El general Martín Rodríguez formuló al coronel Pinedo la oferta de darle 10.000 pesos fuertes si se pasaba con la escuadrilla de su mando a los Libertadores de Entre Ríos (24). Durante el sitio de Montevideo, el general Oribe utilizó las onzas de oro más de una vez como elemento convincente, incluso para conseguir la defección de Garibaldi, a quien ofreció todo el oro que quisiera, viéndose obligado, ante su fracaso, a informar a Rosas: He empleado todos los medios para conseguirlo, pero es inganable, es un empecinado salvaje (25). Otras veces, en cambio, la oferta fue muy tentadora o muy débil el carácter del tentado, dejándose seducir, como en el caso muy conocido del comodoro Coe, que en 1853 entregó al Estado de Buenos Aires la escuadra de la Confederación que comandaba.

Pero Brown era de otra fibra y en la alternativa entre su lealtad y la fortuna, prefirió mantenerse fiel a la primera antes que obtener la segunda, pudiendo así repetir las palabras de Artigas un cuarto de siglo antes: ¡Yo no soy vendible!

Declaro así mi satisfacción al haber podido exhibir un episodio poco conocido de su actuación, que hace alto honor a la figura del viejo marino, valiente en los combates hasta el heroísmo, audaz y experimentado en la formulación de sus planes estratégicos, noble y sencillo siempre. Por ese conjunto de condiciones, su vida ha de seguir siendo valiosa y pura fuente de inspiración para los hombres de nuestra Marina y para todos los ciudadanos de esta tierra, que él amó con tanta o mayor pasión que si hubiera nacido bajo su cielo y su bandera.

 

(1) Carta de Rosas a Oribe del 2/4/1841: La escuadra me ha costado inmensamente ponerla en el estado en que se encuentra y ya debe hacerse V. Cargo que habrá ocupado algunos artilleros hechos. El bergantín GENERAL BELGRANO que monta el General Brown, ha costado á este Gobierno, pelado, aunque listo para ponerle artillería, setecientos treinta mil pesos, y para dejarlo listo, cincuenta mil pesos metálicos. Pero es cosa muy buena, construido al objeto preciso de la guerra. A.G.N., Correspondencia de Oribe, VII-17-6-10.

(2) Homero Martínez Montero; Tentativas para obtener la defección del Almirante Brown, La Prensa del 30 de octubre de 1938.

(3) Nota al Cabildo de Montevideo del 21 de octubre de 1815, citada por Ratto, H.: Historia del Almirante Brown, t. I, p. 134.

(4) Mabragaña H., Los Mensajes, t. II

(5) Caillet-Bois T., Los marinos durante la dictadura.

(6) Carta de Brown a Alzogaray del 26 de abril de 1841: Archivo General de la Nación, Documentos Alzogaray, VII-1-5-10.

(7) Nota de Bathurst a Arana del 17/12/1841: Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Caja 1, Varios, Exp. 8.

(8) Carta de Arana a Guido del 21/5/1842: Archivo General de la Nación, Archivo Guido, VII-16-1-14.

(9) Ferré, Memoria, p. 722.

(10) Carta de Arana a Brown del 18/12/1841 dejando a su libre albedrío permanecer frente a Montevideo o regresar a Buenos Aires: Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Caja 4, Bloqueo de Montevideo, Exp. 1.

(11) Carta de Rosas a Brown del 27/1/1842: Archivo General de la Nación, Secretaria de Rosas: VII-3-3-9. Ver cartas de Brown a Alzogaray del 29/1 y 31/1/1842, Documentos Alzogaray VII-1-5-10.

(12) La bandera que llevaba la nave capitana de Brown, de 110 por 80 cm era de seda, con dos franjas de color azul oscuro en las que estaban estampadas las leyendas ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los Salvajes Unitarios! y en sus esquinas cuatro gorros frigios de color punzó. En la franja blanca, más ancha que las azules un sol de oro (Archivo General de la Nación, Documentos Alzogaray: VII-1-4-1).

(13) Por evidente error material, la carta aparece como si llevara fecha 30 de abril de 1844, pero todos los detalles revelan que es del 30 de abril de 1842: Díaz A., Historias de las repúblicas del Plata, t. VI, p. 183.

(14) Carta citada.

(15) El texto in extenso en Carranza A. J., Costa Brava, Revista Nacional, t. XXIX p, 104. Pereda S., GARIBALDI EN EL URUGUAY, t, 1 p, 111. Ratto H., Historia de Brown, t. 11 p. 212.

(16) En una carta del 21/4/1842 de Eduardo Brown a Alzogaray figuran en el dorso unas anotaciones hechas a lápiz relativas a una visita recibida en ese día, que concuerdan con el relato mencionado: Archivo General de la Nación, Documentos Alzogaray: VII-1-5-10.

(17) Carta de Arana a Guido del 21/5/1842, Archivo General de la Nación, Archivo Guido: VII-16-1-14.

(18) Carta de Guido a Arana del 24/5/1842, Museo Mitre, Sección Manuscritos: A.1-C.37-C.13.

(19) Archivo General de la Nación, Secretaría de Rosas: X-26-2-5. Cfme: Carta de Juan Frías a Félix Frías del 5/5/1842 en Archivo General de la Nación, Archivo Frías Doc. N° 129 CRPHN.

(20) Memorias del general Paz, Cap. XXXV.

(21) Carta de Guido a Arana del 24/5/1842, Museo Mitre, Sección Manuscritos: A.1-C.37-C.13.

(22) Sobre este interesante episodio, encontramos valiosos detalles en la carta de Arana a Guido del 21/5/1842, en que el ministro informa a su agente en Río: Efectivamente ya está en Montevideo el Sr. Regis desempeñando las funciones de Encargado de Negocios del Imperio y tengo la satisfacción de anunciar a Ud. que ha acreditado un espíritu amistoso hacia este Gobierno. Luego que allá trascendió la noticia de que fueron alucinados sobre la figurada defección del Gral. Brown, la avisó por un oficio al Sr. Moutinho mandando a esta la Corbeta 7 de Abril a fin de que este Gobierno cruzase aquel designio que tanto podía influir en el desenlace de los sucesos.

Si el Sr. Regis en este paso acreditó su espíritu, no fue menos benévolo el Sr. Moutinho. Sin demora lo puso en mi conocimiento ofreciendo a las órdenes de este Gobierno, en caso de ser cierta aquella defección, la escuadra Brasilera, agregándome que este ofrecimiento no nacía de instrucciones que tuviese de su Gobierno, pues que era un caso completamente imprevisto sino del espíritu de su sincera amistad hacia este, y porque estaba convencido sería del agrado de S. M. el Emperador la conducta benévola que observaba en este caso. Ud. bien puede considerar cuanto nos ha obligado este paso tan noble y generoso del Sr. Moutinho y las expresivas demostraciones con que le he significado nuestro aprecio y gratitud; sin perjuicio de esto el Sr. Gobernador en una de las tardes que fue a la Quinta, le hizo una visita de dos horas en que hablaron muy franca y amistosamente sobre los asuntos de la República Oriental y Provincia de Río Grande en el mismo sentido que observo con Ud. en nuestra correspondencia. Es probable que el Sr. Moutinho de cuenta a su Gobierno de estos incidentes y Ud. por su parte secundará en la oportunidad que se presente las intenciones de este Gobierno que felizmente ha presentado dicho Sr. Moutinho (Archivo General de la Nación, Archivo Guido: VIL-16-1-14).

(23) Carta de Díaz a Arana del 9/11/1840: Archivo General de la Nación, Relaciones Exteriores, X-2-1-5.

(24) Carranza, A. J., Costa Brava, Revista Nacional, t. XXXI, p. 335.

(25) Carranza A. J., Costa Brava, Revista Nacional, t. XXXI, p. 11.


Para acceder a otra publicación de este blog sobre este tema "Tentativas para obtener la defección del Alte. Brown" (La Prensa, 20 de octubre de 1838) de Homero Martínez Montero, hacer click en el siguiente link:

https://periodico-el-restaurador.blogspot.com/2024/08/intento-para-lograr-la-defeccion-del.html

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Revolución Francesa

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

Con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa en 1989 se publicaron en el diario La Prensa diversos artículos relativos a ese tema, el que a continuación publicamos, si bien no tenemos registro el día exacto de su edición pero estimasmos que lo fue en agosto de 1989. 

La Revolución Francesa y el sentido común
por Patricio H. Randle 

Excesos en la Revolución Francesa




No hace falta ser muy versado en historia, ni siquiera ser un avezado revisionista para tener dudas en adherirse a los homenajes en curso a la Revolución Francesa. Basta con haber conservado el sentido común.
En primer lugar, resulta bastante lógico tener reservas frente a cualquier revolución. Las revoluciones —no los alzamientos o la desobediencia civil por causa justa— implican siempre un voluntarista trastoque del orden sin la menor consideración por lo que se pierde con él. Revolución y subversión son sinónimos. Y ambas participan tanto de la malsana intención de torcer los cursos naturales como la de entregarse a ensueños que nunca llegan y dejan el tendal por el camino.
Precisamente, el tendal dé muertos fue fenomenal durante la Revolución Francesa y no podría haber sido de otro modo por más que algunos espíritus excesivamente sutiles se empeñen en discernir entre unos principios luminosos y unas aplicaciones sanguinarias. Pero por muy impresionante que sea la anécdota de crueldad de 1789, no debería hacernos olvidar de que de ningún modo fue su nota peculiar. Toda revolución profunda entraña inevitablemente violencia y sangre para imponer un supuesto nuevo orden producto artificial de algunas mentes calenturientas o bien de algunas inteligencias frías e inhumanas.
Por eso tal vez sea que, en el fondo, ninguna revolución haya triunfado verdaderamente. Se habrá impuesto, pero jamás ha logrado la conversión de los espíritus, esa metanoia que no se verifica a nivel social —como pretenden los revolucionarios— sino estrictamente en el fuero íntimo de las personas. Lo que en todo caso logran algunas revoluciones es difundir una ideología, esto es, un esquema cerrado y rígido de ideas que funciona con la precisión de un mecanismo en la medida que se aparta de la realidad y arrastra afuera de ella a quien se entrega dócilmente a sus especulaciones simplistas.

El triunfo del ideologismo
En el caso de la Revolución Francesa habría que decir que lo que verdaderamente triunfó fue —genéricamente— el ideologismo; una especie intelectual jamás conocida antes por nuestra civilización. Y a partir de ella ha venido haciendo estragos durante dos siglos en Europa y su periferia cultural y política. Los ideólogos dela Revolución Francesa fueron los primeros en reelaborar esquemáticamente, en forma escrita, una serie de valores que integran la tradición de Occidente desde su raíz greco-latina. Verdaderamente no descubrieron nada. Sólo redactaron fórmulas. Hicieron un culto de la letra y, desgraciadamente, indujeron a que se pensase que eran los autores del espíritu. En realidad no inventaron nada; como que después del Decálogo es imposible que exista norma moral que no esté implícita o explícitamente en él, a menos que se la dicte desacralizando al hombre.
Por eso, una de las características de la ideología es su laicismo. Por su propia razón de ser rechaza toda trascendencia de la cual somos tan sólo partícipes. Las ideas, conforme a su soberbia, serían el producto supremo de los hombres y con ellas solas se podría construir un mundo mejor. ¡Craso error! Como si las ideas solas tuviesen un valor comparable a los universales; como si el mundo hubiera marchado desde la Creación al ritmo de ideas y no de significaciones.
La revolución, como el “cambio”, padecen de un defecto común. El de creer que por la mera acción de invertir el orden de las cosas o por la sencilla vía de hacer algo radicalmente diferente a lo anterior aparecerá un nuevo orden mejor. Igualmente padecen de la miopía según la cual para cambiar algo hay que cambiarlo todo, aun corriendo el riesgo de por mejorar algunas cosas empeoren otras.
Pero el error principal sigue siendo el de pretender cambiar al hombre desde lo social, desde las estructuras, desde la cultura manipulada a gusto. Por eso es esencialmente laicista. Para la revolución no existe la interioridad del hombre. Y por eso son sus más eficaces detractores quienes la reivindican. Los “filósofos” inspiradores de 1789 son los grandes responsables de este atropello al espíritu y de sus consecuencias prácticas. De allí que exista una relación directa y necesaria entre la Constitución Civil del Clero y los mártires que murieron en nombre de la Libertad.

El pueblo se hizo mito en 1789
Para legitimar las revoluciones siempre se ha apelado a su popularidad. Es una manera de respaldar la fuerza suprema de lo social cuya culminación desemboca en la peligrosa abstracción absoluta de la soberanía popular. Mucho más peligrosa que la creencia en el poder divino de los reyes que, al menos, era un condicionamiento: el de ser meros ejecutores de la voluntad divina; no sus autores, como con mala fe se ha sostenido. En el primer caso, la soberanía popular puede entender de todo (hasta de la misma existencia de Dios, como fue en ocasión de una sesión parlamentaria en la República Española), en el segundo, el rey se niega a sí mismo cuando actúa en contradicción con la religión y su moral.
Como quiera que sea, la Revolución Francesa no fue casualmente laicista. Los altares consagrados a la diosa Razón no obedecieron a un pedido ferviente del populacho y la persecución de clérigos (por mucha complicidad que tuviese de algunos ciudadanos resentidos) tuvo un origen ideológico bien neto. De allí que es imposible sostener —como algunos lo hacen— que los principios de la revolución eran buenos pero se tradujeron imperfectamente en los sucesos revolucionarios.
Jamás las revueltas populares son tan espontáneas como para carecer de jefes, o de —como se dice precisamente a partir del auge del ideologismo— de ideas-fuerza; expresión lamentable en tanto y en cuanto sería admitir que unas meras ideas pudieran justificar acciones humanas que vulneran la libertad, la dignidad y el respeto de hombres semejantes. ¡Y todo en nombre de derechos inalienables!
Toda revolución es, por naturaleza, inestable y por eso mismo no puede librarse de la amenaza interna de una revolución posterior más virulenta. Esto sucedió en 1792 con los jacobinos y en 1918 en Rusia con los bolcheviques. Si fuera verdad que esas revoluciones fueron hechas contra el despotismo, pronto se vio que terminaron imponiendo un nuevo despotismo de peor laya e intensidad.
Poca duda debe caber de que de nada vale alterar el orden intempestivamente. La continuidad social es un valor irreemplazable y sólo el pensamiento artificial de los ideólogos puede haber dado lugar al mito de que el enunciado de derechos abstractos o de constituciones escritas a priori y sin base empírica alguna sirve de algo en la práctica.
Pero, insistimos, no es verdad que la Revolución Francesa haya sido de sana inspiración y que sólo una banda de forajidos la hayan desvirtuado. Este pensamiento se está haciendo lugar común en ocasión del bicentenario y se corre el riesgo de que muchos caigan en el engaño. No; mucho más grave que la carnicería que desató (¡han habido tantas en la historia!), es el haber desatado el Prometeo de la ideología, el cual, de paso, ha provocado muchas otras revoluciones como la de la Comuna, la comunista, la de Mao Tse-Tung, la de Ho-Chi-Min, la de Fidel Castro, la de Ortega y numerosos émulos africanos. Porque cuando se mata en nombre de ideas —y no simplemente por pasiones— se está haciendo un sistema del asesinato colectivo y, para peor, disfrazándolo de altos principios.

Sangre y frivolidad
Sólo un ideologismo deliberadamente estratégico o una frivolidad sin nombre pueden haberse sumado alegremente a la conmemoración a-critica de este bien llamado “Bisangtenaire” (por lo de “sang” que supone) de la Revolución Francesa. Una cosa es ser un enamorado de Francia, de su cultura y de su tradición, de su moda y hasta de su genio culinario y otro no distinguir entre estas inocentes aficiones y la perniciosa voluntad de hacer de la revolución un paradigma; cuando en la vida política de las naciones lo deseable es lo contrario: su continuidad natural, su evolución gradual.
Claro que para aceptar esto hay que estar convencido previamente de que es inútil confiar en el cambio de las estructuras o de que de nada sirve si no se modifican las costumbres en el hombre. Porque las instituciones no nacen de principios abstractos sino de hábitos consuetudinarios; sin los cuales de nada sirve el enunciado de los más altos ideales,
De allí que resulte una inaceptable contradicción, como se ha hecho en ocasión de este aniversario, afirmar que paradójicamente, sobre un crimen comenzó una nueva era de la libertad. Más allá de que huele a una cínica “boutade” volteriana muy francesa pero muy despiadada (como son todos los panegíricos prorevolucionarios), resulta indemostrable en los hechos. Ciertamente lo de “nueva era”, tan fácil de decir, no se corresponde institucionalmente con los eventos que experimentó Francia a partir de 1789: primero terror, después imperio (autoritario), de nuevo monarquía y república alternativamente hasta rehacer su integridad nacional maltrecha gracias a la aceptación de un arbitrario como el general De Gaulle, que redactó a su gusto la Constitución de la V° República. ¡Que no se diga que la Revolución Francesa inauguró ninguna era porque para ello debería de haber habido una estabilidad que, obviamente, faltó!
Pero hay más. Y es que los resabios del ideologismo parecen haber contagiado a quienes no quisieran ser tildados de tales. Porque resulta inaudito hablar de una nueva era que habría esclarecido la moral pública. ¿Se puede honestamente pensar que en dos mil años de Europa cristiana, de pronto, un día a fines del siglo XVIII se descubrieron nuevos valores personales, sociales o políticas que no estuvieran ya vivos en los dieciocho siglos anteriores?
 Hay que tener un concepto muy estrecho de la libertad para convencerse de que un acontecimiento absolutamente contingente como la Revolución Francesa pueda haberlo enriquecido un ápice siquiera. Lo que hizo, en todo caso, fue elevarla a la categoría de abstracción, de semidiosa (subordinada a la diosa Razón), desde cuyo altar se la ha utilizado con la mayor discrecionalidad en los casos concretos (¡cuántos crímenes no se cometieron en tu nombre!)
Las libertades específicas, consagradas por la tradición greco-romana y enriquecidas por el soplo cristiano, no ganaron nada con esta explosión que en nombre dela razón hizo trizas con todos los demás valores del hombre. Por lo cual pareciera que se necesita ser demasiado “racionalista” para rendir tributo a 1789 y a todas sus secuelas revolucionarias. Porque, si como dijera Chesterton, el loco es aquel que ha perdido todo menos la razón, aplaudir todo aquello hoy tiene mucho de acto demencial. Sin contar que algunos la divinizan.
En cuanto a la Igualdad y a la Fraternidad, no resulta necesario distinguir la enorme cuota de error y de utopía que su proclamación ha difundido. Aquí, como en todo lo relativo a la Revolución Francesa, entonces como ahora, parece haberse perdido el sentido común.

NOTA BENE: En todo esto hay una moraleja para los argentinos contemporáneos que acaban de sufrir casi seis años de gobierno jacobino. Es verdad que casi no hubo sangre y eso es consuelo para muchos que no penetran el fondo de la política. Pero hubo una carga ideológica abrumadora; tal vez mayor que la de la Revolución Francesa si pensamos en el poder arrasador de los modernos medios de comunicación masiva en manos de un Estado abusivo.
Conforme a ello, la mentalidad del hombre-masa argentino (que no son pocos) fue despegada de la realidad y modelada de acuerdo a prejuicios ideológicos mediante los cuales la guerra de las Malvinas fue trasformada en algo infamante, la insurrección marxista fue condonada con el pretexto de haber sido reprimida violentamente y la política cultural entregada a una deliberada apertura para la disolución del alma nacional.
Después de esta experiencia, realmente cuesta poco darse cuenta de la perniciosa fuerza de una política subordinada a una ideología que, entre otras cosas (y por lo mismo), impidió que el gobierno viera que la realidad —especialmente la económica— era distinta de lo que sus ideas fijas habían concebido. Pero la gente lo vio y no voy a decir que por eso perdieron las elecciones (factor meramente cuantitativo) sino que muchísimos que votaron a Alfonsín en 1983 votaron en su contra este año. Y ahora, libres de esta pesada carga mental, están redescubriendo la realidad argentina tal cual es y ha sido siempre. No como la hubiera querido cambiar el artificial doctor Alfonsín, el presidente que no pudo concluir su mandato.

Páginas de este Blog relativos a la Revolución Francesa

Indigenismo

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

244

  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En  el diario La Prensa del día 18 de julio de 1989, fue publicado este interesante artículo sobre el indigenismo.

Exótico y artificial
Rebrote indigenista

por Víctor  E. Ordóñez 

En la Argentina se viene articulando desde hace tiempo —en los últimos años al compás de cierta cultura gramsciana— un proceso indigenista.

Es una ideología más, una moda intelectual pero, por sobre todo un instrumento para forzar un replanteo de la identidad y del destino nacionales. En alguna oportunidad anterior nos hemos referido en este mismo espacio a esta problemática que no debe ser descuidada porque toca a lo más íntimo y raigal de la nacionalidad cuestionando, igualmente, las relaciones internas de una sociedad que ha comenzado a ser amenazada con su disolución (o, quizá mejor, su autodisolución) mediante la implantación de una ruptura con su pasado y con su futuro. Lo que puede ser simplemente fatal porque una nación es en lo esencial, continuidad.

Esta reflexión viene a cuento ante las actividades del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen dependiente de la Conferencia Episcopal Argentina que se ha propuesto (y ha propuesto al resto de la sociedad) un programa de acción del que lo menos que podemos decir es que es exótico y artificial.

Convocó a una llamada “Semana del Aborigen” a finales del mes de abril sobre un temario cuyos puntos más ilustrativos destacamos. “Promover en la comunidad nacional el reconocimiento de que somos un país pluriétnico y pluricultural". Nuestro  comentario al respecto es que así dicho la afirmación formulada sin matices ni condicionamientos suena  abrupta y gruesa. Además se advierte  —esto parece obvio— que estos supuestos pluralismos se limitan en la intención del equipo a las parcialidades aborígenes dejando de lado los riquísimos y decisivos aportes de otras razas, otros pueblos y otras culturas. Pero lo que no se puede pretender —y hay que llamar la atención sobre este punto porque la conclusión se encuentra difusa e implícita en la redacción— es que las etnias indígenas integren lo que habitualmente se denomina "ser nacional".


La Argentina no es un país indio

La Argentina –y esto parece indiscutible— no es un país indio, ni siquiera mestizo en el sentido ni en el  modo en que lo es casi todo el resto del continente. Por supuesto esta observación no se formula en detrimento de nada ni de nadie sino en aceptación de un dato sociológico y cultural evidente. Y, finalmente, cabría preguntarse qué beneficio traerá a la Argentina como colectividad y a los aborígenes como individuos, la aceptación de semejante presupuesto. Un presupuesto que, insistimos, reputamos falso con el contenido que sugiere: nuestro país visto como un país indígena.

A un criterio como el que denunciamos responde, sin duda alguna la formulación de otro objetivo de la comisión: "Fortalecer en las bases la conciencia de su identidad y que sea respetada su propia cultura”. Intención oblicua, expresión equivoca, semejante propuesta encierra los peores peligros. La Nación es un todo, un todo complejo y tensionado pero fundamentalmente homogéneo y que como tal todo tiende —y debe tender— a la incorporación, síntesis y confusión de sus partes y elementos. Lo contrario es la anarquía, la destrucción,  la muerte del conjunto social, la pérdida de su unidad y la deformación de su identidad. Fortalecer en las bases una conciencia de una supuesta identidad —que en la realidad de los hechos es un producto típicamente ideológico— es introducir un nuevo factor de discordia y de alteración. La Nación lleva a cabo esa delicada e interminable labor de síntesis, de suma y de resumen en bien y con enriquecimiento de ella misma y también, de las partes que concurren a integrarla,  llámese provincia, región o etnia.

Afirmar con interés dialéctico, la individualidad de la parte frente a la omnicomprensión del conjunto es alterar del peor modo la naturaleza de las cosas, el orden espontáneo y la propia voluntad colectiva de la sociedad que, diríamos instintivamente, busca y desea Ja armonía a través del equilibrio. Creemos que la conciencia de ¡a identidad a que se refiere la preocupación eclesial, no es sino una toma de posición no sólo diferenciada sino contraria y beligerante frente a ese todo que es la Argentina. Y no se ha de olvidar que, como enseñan los filósofos, el todo es mayor que la parte

De cualquier manera, el hecho que nos hallemos discutiendo a esta altura de nuestro proceso evolutivo acerca de la integración nacional y de los puntos de tensión que el proceso mismo supone, demuestra lo peligroso de estas imaginerías y lo ficticio de su contenido.


“Formación de la Iglesia autóctona”

Una proposición final del documento de la comisión causa asombro al no católico y literalmente espanto al creyente. "Acompañar y alentar la formación de la Iglesia autóctona”.

¿Qué se quiere decir con semejante expresión que suena a los oídos sensatos como un exabrupto? ¿Cómo se debe entender este proyecto? ¿Se está proponiendo desde las filas mismas de la Iglesia Católica argentina la formación de una nueva organización religiosa de exóticos caracteres localistas en oposición a la universalidad el catolicismo?

A decir verdad no creemos que ésa haya sido la intención de los redactores de la declaración pero no se podrá negar que la utilización de una fórmula tan poco feliz es riesgosa, da lugar a múltiples y opuestas interpretaciones y no se condice con la suma precisión con que estos trabajos son y deben ser elaborados. Por lo demás, no se ha de descuidar la circunstancia del contexto cultural, y de las tendencias teológicas en que esta declaración se produce.

Pero resta aún una cuestión de igual trascendencia. Porque queda claro que estas manifestaciones indigenistas —que integran un largo proceso de alteración y de desinformación— presuponen el rechazo y la condena de todo el esfuerzo hispano de cristianización de América que hoy es la unidad histórica que contiene el mayor número de católicos. Todo esto es abandonado, negado y  desechado de un solo golpe por esta comisión que propicia la formación de una Iglesia autóctona.

Acusación de etnocidio

Sin embargo, la cuestión de fondo de este planteo revisionista —al que se le agrega ahora este desvarío teológico— es que consiste en cuestionar no sólo la conquista sino la concepción de cristianidad en cuyo nombre se llevó a cabo.

La meritoria Junta de Historia Eclesiástica salió al cruce de estas  suposiciones tan anticientíficas. Niega el genocidio, que es un lugar común en esta literatura revisionista en base a datos concretos y verificados con aceptable aproximación a la llegada de los españoles no había 75 millones de indios —que sería el número de víctimas de la conquista— sino poco más de trece. Este simple aporte echa por tierra cualquier pretensión de etnocidio, resta validez y seriedad al programa de la comisión y arroja una fuerte sospecha sobre sus intenciones.

Proponer un apostolado a partir de errores tan gruesos —sosteniendo la reivindicación de presuntas víctimas jamás acreditados a la luz de un análisis histórico sereno— no sólo indica una radical mala fe o una improvisación inadmisible en una comisión eclesiástica sino que adelanta el signo y la perversidad de ese apostolado.