martes, 19 de septiembre de 2023

Batalla de Tucumán - Manuel Belgrano

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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  En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En la revista AutoClub N° 214 correspondiente a los meses de Octubre, Noviembre y Diciembre de 2012, fue publicado este interesante artículo sobre la batalla de Tucumán.

David y Goliat en la batalla de Tucumán

por Luis Horacio Yanicelli 

Belgrano
Manuel Belgrano (1770-1820)

DON MANUEL BELGRANO, MIENTRAS DESARROLLABA SU CAMPAÑA EN EL ALTO PERÚ, LOGRÓ ESCRIBIR ALGUNAS LÍNEAS A MODO DE MEMORIAS QUE HAN LLEGADO A NOSOTROS. EN ELLAS NOS CUENTA CÓMO FUE LA BATALLA DEL 24 DE SEPTIEMBRE DE 1812 EN LA CIUDAD DE SAN MIGUEL DE TUCUMÁN, POR ENTONCES UN VILLORRIO DE CUATRO MIL HABITANTES, SIN VEREDAS Y SIN ILUMINACIÓN NOCTURNA, CON SUS CALLES DE TIERRA. 

El patriota general venía marchando en retirada desde Jujuy, donde había producido el conmovedor hecho de levantar a toda la población en su marcha de retrogradación, el éxodo. Campo arrasado había dejado al enemigo. Bernardino Rivadavia, desde Buenos Aires (secretario de Guerra del Primer Triunvirato), le había ordenado abandonar el norte y retroceder hasta Córdoba, y esto, bajo amenaza de severas sanciones en caso de incumplimiento, aunque incluso en caso de incurrir en él, el resultado fuese favorable.
El líder tucumano era Bernabé Aráoz, que fue quien convenció a Belgrano de quedarse a dar batalla desobedeciendo las órdenes de Rivadavia, y para lograrlo había ofrecido al general patriota que el campo de batalla sea precisamente la propia ciudad; y por si esto fuese poco, le propuso sumar a su ejército seiscientos hombres montados en excelente caballada, además de proveer a los demás soldados de sus correspondientes montas y todo otro elemento que fuese preciso. Por el tiempo aún vuelan las desesperadas palabras de Aráoz pidiéndole a Belgrano: “¡General, pida lo que usted precise que nosotros daremos el doble!, ¡pero que Tucumán no se pierda!”
Esta oferta y compromiso fue puntualmente honrada por Aráoz y los tucumanos, y así nos lo cuenta el propio Belgrano: “Sucesivamente se reunieron hasta 600 hombres a sus órdenes [por Balcarce, jefe al que se designó para entrenar la tropa novata], en que había húsares, decididos y paisanos, y les dio sus lecciones constantemente, contrayéndose en verdad a su instrucción y a entusiasmarles en los días que mediaron, con un celo digno de aprecio”. Destaquemos que los patriotas, desde que decidieron dar batalla en Tucumán hasta el día del enfrentamiento, sólo dispusieron de diez o doce jornadas. En esos escasos días debieron convertir a los voluntarios que no eran más que ganaderos, artesanos y agricultores, en soldados. ¡Un imposible que hicieron realidad!
Pío Tristán y Moscoso, general al mando de las tropas realistas, era un militar de carrera, con una vasta experiencia ya que había participado en guerras europeas y también americanas, y cuando llegó a las inmediaciones de San Miguel de Tucumán, además lo hizo con un ejército regular, con tropa veterana muy bien equipada y mejor entrenada, Entre las unidades de combate que integraban el ejército real, se encontraban el Regimiento Real de Lima, el Batallón Fernando VII, el Abancay, el Cotabambas, el Batallón de Milicias de Paruro y la caballería de Tarija, entre otros. Todos los soldados sin excepción eran americanos al servicio de la Corona imperial. La presencia de españoles ibéricos se limitaba a algunos escasos oficiales, pero nada más. Entre el 21 y 22 de septiembre, Tristán estableció el campamento de su ejército en localidad de Los Nogales, a unos diez kilómetros de la ciudad. Su plan, en función de la superioridad de su fuerza —tres mil seiscientos efectivos, de los cuales dos mil trescientos eran cazadores y unos seiscientos de caballería—, consistía en rodear la ciudad, colocar su fuerza en la retaguardia de las fuerzas patriotas y cortándoles así la posibilidad de retirada, a la vez que su movimiento ofensivo consistiría en tomar por asalto la ciudad.
Belgrano, por el contrario, planteó dos escenarios de combate. Uno en las afueras de la ciudad y luego, mediante una fortificación de la plaza, prepararse para resistir el asedio realista si la situación en el campo le fuera desfavorable. Los Decididos de Tucumán, changos de aproximadamente dieciséis y diecisiete años, todos montados, con lanzas y chuzas fabricadas por ellos mismos, ocuparían el ala derecha del ejército. Allí descolló la figura de Gregorio Aráoz de Lamadrid, enloqueciendo a los realistas. Primero incendiándoles los campos y obligándolos a realizar movimiento de marchas que terminaron desordenando la línea, y luego sorprendiendo a Tristán y a su estado mayor al aparecer como fantasmas detrás de un monte de laureles, dando alaridos y golpeando los guardamontes con su taleros en un montaje escénico impresionante que agravó el desorden en que habían caído los hombres del rey.
El parte de guerra de Belgrano nos informa que la formación de su ejército fue parar “...la infantería en tres columnas, con cuatro piezas de artillería para los claros y la caballería marchó en batalla”, sin más complicaciones ni movimientos más complejos por no estar impuesta, ni disciplinada para otros despliegues; pero no obstante ello, su accionar fue letal para el enemigo. El general patriota añade: “El campo de batalla no había sido reconocido por mí, porque no se me había pasado por la imaginación que el enemigo intentase venir por aquel camino a tomar la retaguardia del pueblo”. Y así, al mediodía del 24 de septiembre, chocaron los dos ejércitos. Belgrano y Tristán eran viejos amigos, ya que se habían conocido en España, cuando sus mozos años de estudiantes salamanquinos los habían visto compartir aventuras y estudiantinas. Y luego de veinte años, en este rincón del mundo se encontraban para matarse... ¡Terrible y perverso juego del destino!
La superioridad militar de los realistas era notable, como notable también era la convicción de la tropa patria. Ese día, como una suerte de reedición histórica, se llevó a cabo la lucha entre David y Goliat. El imperio fue humillado por unos paisanos, cuyas mayores armas eran su fe y su inquebrantable decisión de ser libres, de sacudirse el yugo colonial aun al precio de sus vidas. Por eso el zapatero, el carpintero, el hortelano, el ganadero y el herrero de esa ciudad pequeña intrascendente, donde nunca pasaba nada, se convirtieron aquel día en feroces guerreros que le mataron al ejército imperial más de cuatrocientos cincuenta soldados, le hicieron seiscientos cincuenta prisioneros, le quitaron todo el parque de artillería y asimismo el arsenal con el tesoro y el equipaje de Tristán, que no tuvo más que, aprovechando la oscuridad de la noche del 25, madrugada del 26, huir a refugiarse a la ciudad de Salta, plaza que tenía totalmente controlada. Una victoria total fue la de aquellos sencillos paisanos. Una derrota humillante la que sufrió el realista, que hasta tuvo que soportar que, borrachos en los festejos, aquellos gauchos brutos pasearan por la victoriosa San Miguel en el coche que le habían capturado, y para colmo disfrazados con sus ropas y uniformes, que le habían quitado los Decididos de Tucumán. Si bien se contó con el apoyo de hombres de Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Catamarca, más los soldados de Buenos Aires que conformaban la tropa regular, la batalla fue un hecho profundamente tucumano. Quien convenció a Belgrano de hacer pie en Tucumán y dar batalla, fue Bernabé Aráoz, y los tucumanos dieron todo. No hubo especulación alguna. Tucumán era la revolución. A tal punto fue la evidencia del arrojo colectivo y la valoración que del mismo se hizo entonces, que le valió a Tucumán ser designada “provincia autónoma” (independizándola de Salta, a la cual se encontraba subordinada hasta entonces, 08/10/1814), en reconocimiento a su aportes “a la libertad y la independencia de la Patria”, privilegio con que no cuenta otra provincia, y asimismo se designó como primer gobernador a Bernabé Aráoz. Y esa página heroica es la que a su vez la hará merecedora de ser el asiento del histórico Congreso, que el 9 de julio de 1816 declaró la Independencia y el 25 de ese mes dictó la ley que creaba la Bandera Nacional de las independientes Provincias Unidas del Río de la Plata como primera actuación soberana, constituyéndola así en la cuna de la Bandera Nacional. Se ha dicho que la Batalla de Tucumán fue la más criolla de todas las batallas, en razón de que en la misma el protagonista no fue el ejército sino el pueblo tucumano. Aquel día de gloria, una comunidad escribió una página no repetida e inédita. Una sencilla y humilde comunidad que frente al atropello imperial, se empinó con dignidad a vender cara su libertad. Devotos fervientes de la Virgen de la Merced, en las vísperas del enfrentamiento le elevaron sus plegarias y en oración colectiva realizada en la plaza de ciudad, se pusieron bajo se protección.
Digno de destacarse para la antología de la fe, que la advocación de la Virgen de la Merced, a la cual los tucumanos en su días fundacionales habían declarado mediante formal actuación de su Cabildo “protectora de la ciudad”, es nada más y nada menos que la advocación mariana a la cual elevan sus plegarias aquellos que han perdido o que luchan por su libertad. Aquel día, los tucumanos oraron a su protectora pidiendo por su libertad, y fueron a batalla el día de su festividad sin proponérselo, lucharon en condiciones adversas con un resultado extraordinariamente favorable, casi un imposible... Muchos en la tradición hablan del milagro del 24. En la soledad y la desobediencia, Belgrano, un político avenido general y una comunidad de pastores, agricultores, artesanos y comerciantes que nunca habían siquiera oído la palabra guerra, derrotaron a un ejército imperial armado con soldados profesionales, perfectamente entrenados, con equipamiento militar y además, por si todo esto fuese poco, que los duplicaba en número. Sí, aquel día, una vez más, David venció a Goliat. Por eso Belgrano, hombre de fe, entregó su bastón de mando a la Imagen de la Merced, ante el beneplácito y orgullo de los tucumanos, que todos juntos, Virgen, general y pueblo, habían escrito una página imborrable en la historia de los argentinos. Mientras tanto, en Buenos Aires, Rivadavia convocaba a festejos por el resultado de Tucumán, explicando cómo sus esfuerzos “conjuntos” habían fructificado en tan contundente victoria. San Martín y Alvear sabían de esta impostura, y a Rivadavia su oportunismo lo hizo caer del gobierno. Doscientos años se cumplirán el 24 de septiembre de aquel día de gloria que le valió a Tucumán que el gran Belgrano la denominase “sepulcro de la tiranía”.

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