REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
por Juan José Cresto*
Hay un error
conceptual en el que se cae muy a menudo cuando se habla de “las Invasiones
Inglesas de 1806 y 1807”. No fue así. Hubo, en realidad, una única invasión
llevada a cabo en varias fases diferentes, porque la flota inglesa —dirigida en
principio por el comodoro sir Home Riggs Popham, verdadero autor material e
intelectual de la invasión, y luego por los almirantes Stirling y, más tarde,
Murray, que lo reemplazaron— nunca se alejó de las aguas del Plata y sus velas
amenazantes, con cañones erizados en sus bandas, eran divisadas por las
poblaciones ribereñas de Buenos Aires y Montevideo.
Fue una aventura
inicial para obtener el tesoro existente en el Fuerte de Buenos Aires, pero
devino en una importante invasión con decenas de barcos y un ejército que
excedía los 12.000 hombres, transportados en penosa travesía a lo largo de medio
mundo. El propio duque de York había despedido a su amigo y lejano pariente, el
teniente general Whitelocke, en su partida. Ya habían rectificado los objetivos
iniciales, que ahora consistían en la toma de Montevideo y una expedición por
el Paraná para tomar Asunción, otra para Córdoba y una tercera para atacar
Santiago de Chile.
Ahora, el proyecto era
tomar la ciudad de Buenos Aires, con sus 45.000 habitantes. Era un golpe
maestro contra el imperio colonial español, empresa política popular en
Inglaterra, esperada desde un siglo atrás, por lo menos. Había, pues, muchas
esperanzas en el saludo siempre emocionado de las velas que partían. Barcos
mercantes acompañaban a los navíos de guerra. Venían abarrotados de mercaderías
que el bloqueo continental francés impedía vender en Europa.
Montevideo y Buenos
Aires tenían discrepancias comerciales que con el tiempo se agravaron, por dos razones.
La una, procedente de la naturaleza, ya que el puerto de la primera era y es de
aguas más profundas que el de Buenos Aires, por tener diferente origen
geológico, lo que lo hace más apto para recibir navíos de mayor porte, y la
otra, de carácter político, consistía en que Buenos Aires era el punto obligado
de salida de los productos de una vasta cuenca que llega hasta la intimidad del
continente a través de grandes ríos.
Liberada Buenos Aires,
en 1806, de la invasión destinada a apoderarse de los tesoros del Fuerte, las
ambiciones políticas inglesas se extendieron a toda la cuenca del Plata. En el
interludio entre 1806 y 1807—lo que ignoraba Inglaterra— la ciudad se había
preparado militarmente a través de la eficaz organización de Santiago de
Liniers. Este noble oficial francés al servicio de España fue el funcionario
español más popular desde los días de Juan de Garay y dio inicio a una
democracia de hecho, aún inorgánica y antes desconocida, porque, con el peligro
a la vista, no se tomaron en cuenta ni la fortuna ni el rango social de los
vecinos, sino su aptitud para tomar las armas y apoyar la defensa de la ciudad
amenazada.
Montevideo, que tanto
había colaborado en la Reconquista con la entrega de los regimientos españoles
allí estacionados y con la desinteresada contribución del vecindario, sería la
víctima propiciatoria por obra del más valioso general inglés que llegó al
Plata, sir Samuel Auchmuty, que era norteamericano de origen, sin estrechas
relaciones en la Corte de Saint James ni encumbrados parientes. Su prestigio
era hijo de sus obras y de sus méritos.
El virrey Sobremonte —con
justicia o sin ella, porque excede este breve espacio el examen de su conducta—
fue rechazado en Buenos Aires por su fuga frente al enemigo, luego lo fue en
Montevideo y, finalmente, exonerado y preso.
Había una realidad
concreta: el 12 de octubre, el teniente coronel Backhouse había ocupado
Maldonado con poco más de mil hombres. Los pocos gauchos defensores habían
retirado el ganado de la zona, lo que obligaba a los invasores a efectuar
largas cacerías de incierto resultado.
El 10 de noviembre
salió de Portsmouth el general Auchmuty con 4653 hombres y sólo al llegar a Río
de Janeiro se enteró de que Beresford había sido derrotado y estaba preso y de
que Buenos Aires estaba en manos españolas. Este gran general, sin perder
tiempo, levantó el campamento de Maldonado y se dirigió a Montevideo, ciudad
amurallada, con el propósito de asegurar una base de operaciones contra Buenos
Aires. Allí ya habían regresado los expedicionarios que habían ido a la capital
para la reconquista de la ciudad y se habían reincorporado a Montevideo. Se
hallaban las tropas del valiente corsario francés Mordeille, los miñones de
Bofarull y la infantería de Vallejo. Liniers había enviado también a los dragones
y blandengues. Todos juntos habrían de defender la ciudad en caso de ataque
inglés.
Acompañaba al
almirante Stirling, jefe de la escuadra, un convoy de un centenar de barcos,
algunos de guerra y otros mercantes, abarrotados de mercaderías que habrían de
vender en el Plata. Superado el conflicto militar, años después, las dos
ciudades fueron fieles compradoras de su muy buena producción. ¡Esa fue la
verdadera victoria de Inglaterra!
En vista de la nueva
situación, con Buenos Aires en poder de los criollos, el general Auchmuty y el
almirante Stirling no dudaron un instante y se lanzaron contra Montevideo.
Intimaron al virrey Sobremonte para que entregara la plaza del Fuerte de San
Felipe. La intimación señalaba que se quería “evitar efusión de sangre”, y fue
rechazada por ser “un insulto al honor y lealtad” que profesaban al rey de
España. Vista la respuesta, Auchmuty desembarcó el 16 de enero (su parte de
guerra dice “día 18”) sin encontrar resistencia.
Por su parte,
Montevideo se había aprovisionado y confiaba con lealtad en su gobernador, el
brigadier Pascual Ruiz Huidobro. Mientras tanto, Sobremonte enfrentó al invasor
en campo abierto el día 19 y huyó sin dignidad, dejando la ciudad a merced del
invasor. El encuentro más cruento se desarrolló en los alrededores de El Cristo,
donde cayeron más de 300 criollos en una hábil emboscada de Auchmuty. Los
defensores se replegaron tras los muros de la ciudad en espera de una guerra
defensiva y durante varios días el asedio de la plaza no dio a los sitiadores
resultados prometedores, pero a partir del 25 las baterías inglesas se
aproximaron a las murallas a la vez que se inició un bombardeo hecho por la
escuadra en combinación con los cañones de tierra. La población comenzó a dar
señales de fatiga. Los cabildantes pretendieron abrir negociaciones, pero
fueron repudiados por la mayoría de los defensores, lo que honra para siempre a
Montevideo.
La intensidad del
bombardeo culminó entre el 31 de enero y el 1° de febrero, cuando los ingleses
lograron abrir una brecha en el lado sur de la muralla. El 2 de febrero, antes
del amanecer, invadieron la ciudad. Se luchó calle por calle y casa por casa.
Los combates se iniciaron antes de clarear el día, aún en la oscuridad, y
concluyeron con la rendición de Ruiz Huidobro, el anciano jefe militar de la
ciudad.
Robertson cuenta: “Por
todas partes veíanse filas de heridos, de muertos y de moribundos, y por todas
las calles encontrábanse literas que conducían pacientes a las iglesias”. La
ciudad había tenido un comportamiento heroico. Tanto que en su informe,
Auchmuty lo expresó en una frase de intenso contenido: “Una resistencia
superior a cualquier otra a esperar”.
Más de cinco meses
después, el 10 de julio de 1807, llegó a Montevideo una comunicación del
Cabildo de Buenos Aires que daba cuenta de la derrota inglesa y del compromiso
de los invasores de retirarse del Río de la Plata en dos meses. La aventura
había concluido.
Han pasado 200 años.
Los hijos de aquellos defensores tienen hoy el derecho de proclamar al mundo
que su historia —pese a la derrota, como la de Cartago— enaltece su memoria.
· * El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.