REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
El 11 de agosto de 1969 el Dr. Pablo Santos Muñoz dió una conferencia en el Instituto Naval de Conferencias, dependiente del Centro Naval, que fue publicado por ese Instituto en el Folleto N° 15 y como consideramos tal disertación muy interesante la publicamos a continuación.
Presentación del conferenciante
por el Vicealmirante Ernesto Basílico
Prosiguiendo el cielo de
conferencias programado para el corriente año, hará uso de la palabra en esta
reunión, un distinguido compatriota, abogado, diplomático e historiador, el
doctor Pablo Santos Muñoz, quien ha prestado muy importantes servicios a
nuestro país.
Por hallarse internado en el
Hospital Naval el señor almirante Lajous, que es quien debía presentar a
nuestro distinguido conferenciante de hoy, se me ha encomendado efectuar dicha
presentación. Y al hacerlo en su nombre, trataré de reproducir, de la manera
más fiel, las palabras con que lo habría hecho el almirante Lajous, y cuyo
contenido y sentido emocional él habría sabido evidenciar al poner de
manifiesto la simpatía y el afecto que nació y creció hasta el punto de
convertirse en un fuerte vínculo de la amistad, iniciada durante la permanencia
de ambos en los Estados Unidos hace ya muchos años, mientras el doctor Santos
Muñoz se desempeñaba como Secretario de nuestra Embajada en Washington. Tuvo
entonces ocasión de advertir de inmediato el alto concepto con que lo
distinguían algunos diplomáticos de otros países allí acreditados, que
requerían su opinión en cuestiones relacionadas con sus funciones. Y esto se
explicaba, porque, además de ser sumamente afable, cordial y modesto, se
distinguía por su inteligencia y acertado juicio para apreciar y resolver las
más delicadas cuestiones propias de esa función.
Graduado con medalla de oro al
término de su carrera universitaria en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de Buenos Aires, se ha desempeñado sucesivamente como Asesor Letrado
de YPF desde 1923 a 1927; Secretario en las Embajadas Argentinas en Washington,
Londres y Conferencia Mundial del Desarme; Encargado de Negocios en Río de
Janeiro; Jefe de Misión en Canadá, Perú, Austria y Uruguay; Secretario General
y Delegado en la Conferencia de Paz del Chaco; Presidente de la Delegación
Argentina en las Naciones Unidas en 1962; Consejero Político Legal del
Ministerio de Relaciones Exteriores y Subsecretario de dicho Ministerio en 1955
y 1956. Es miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico del
Uruguay.
Ha sido distinguido por los
gobiernos de Bolivia, Brasil, Chile y Perú con la condecoración de Gran
Oficial, y por ocho gobiernos europeos con otras de grado menor.
Me siento muy honrado por ser
el intérprete del almirante Lajous en esta presentación del Dr. Santos Muñoz,
quien nos hablará de un hecho histórico, sumamente interesante, titulado
TENTATIVAS PARA HACER DEFECCIONAR AL ALMIRANTE BROWN.
La índole del tema y la
versación histórica del doctor Santos Muñoz nos predisponen para escuchar con
verdadero interés su autorizada palabra, para lo cual me complazco en cederle
la tribuna.
CONFERENCIA DEL DOCTOR PABLO
SANTOS MUÑOZ
Algunos historiadores han hecho
mención de una tentativa que se habría efectuado en 1842, a fin de provocar la
defección del almirante Brown del servicio de la causa de Buenos Aires. Las
versiones han variado en lo que respecta a la extensión de la maniobra, sea que
ella comprendiera sólo al almirante o también a algunos otros jefes de la
marina confederada y en cuanto a su amplitud: o bien se trataría de buscar la
incorporación de los barcos a la flota adversaria o meramente su neutralización
durante la lucha, conservándose Brown en el comando de ellos y bajo la misma
bandera. Igualmente, en cuanto al motivo determinante; según unos, se habría
apelado simplemente a los sentimientos de honor y humanidad del al mirante;
según otros, hubo una oferta concreta de dinero, aunque con disparidades acerca
del monto ofrecido.
Y, finalmente, se preguntan:
¿conoció el gobernador Rosas estas tentativas? ¿Dio o no crédito a las
denuncias? ¿Cómo pudo mantener en el mando de la escuadra a un jefe así
sospechado? A pesar de las discrepancias sobre esos puntos, había, hasta ahora,
unanimidad en cuanto a la fecha: todos coincidían en que la intentona se
produjo en abril de 1842, mientras la escuadra de Buenos Aires estaba frente a
Montevideo.
En realidad, hay un fondo de
verdad en todos esos díceres: en esa fecha, efectivamente, el gobierno y los
comerciantes de Montevideo intentaron quebrar la lealtad del almirante mediante
el ofrecimiento de una suma de dinero. Pero, no fue ése el primer ensayo de
captación, y el gobierno de Buenos Aires estuvo plenamente informado del plan,
aún antes de que comenzara a ponerse en ejecución. La primera obertura se
produjo, en realidad, en diciembre de 1841; y no obstante la enérgica repulsa
de Brown, fue reiterada en abril de 1842. Los pormenores de estas maniobras son
los que constituirán el tema de esta disertación.
Debo hacer una advertencia
previa: la guerra que entonces se desarrollaba en ambas márgenes del Plata y
del Uruguay, no era una guerra de naciones, sino meramente ideológica y
personal. Bajo la bandera Oriental combatían numerosos argentinos y bajo la de
la Confederación, emigrados orientales, tan numerosos como los otros. El
gobierno de Montevideo no hacía la guerra a la Confederación Argentina, ni el
de Buenos Aires al Estado Oriental. En la batalla definitoria de Arroyo Grande
del 6 de diciembre de 1842, los contingentes correntinos, entrerrianos y
santafesinos constituían una enorme proporción de las fuerzas de Rivera, y eran
también abundantes los batallones y escuadrones de orientales en las filas de
Oribe. Los jefes de ambos ejércitos enemigos eran orientales, pero era argentino
el suelo en que se combatió. Un nombre simbolizaba esa lucha mixta: se estaba
con Rosas o en contra de él. En realidad, se trataba de una verdadera guerra
civil.
El mismo calificativo de
federales y unitarios era ya entonces equívoco. Detrás de esos términos no
había quedado ningún concepto serio de organización política. Para Rosas, todo
enemigo suyo era salvaje unitario, así fuera argentino, oriental o francés. Si
un jefe desertaba su causa, dejaba de ser leal federal para transformarse en
inmundo unitario; adjetivo con que, producido su alzamiento, fueron calificados
Juan Pablo López y Urquiza en su tiempo. Es más, el mismo Urquiza desde que
empezó a combatir en suelo argentino, contra las fuerzas de Rosas, calificó a
éste de unitario. Sin embargo, como esas calificaciones fueron entonces de uso
corriente, seguimos utilizándolas para caracterizar a los bandos en lucha.
Antes de entrar al punto
concreto del tema propuesto, conviene efectuar un bosquejo de cuál era la
situación político- militar a fines de 1841 y comienzos de 1842.
Fracasada la expedición de
Lavalle a Entre Ríos primero, a Santa Fe y Buenos Aires después, Rosas lanzó en
su persecución al general Oribe al frente de un numeroso y bien provisto
ejército. Quebracho Herrado, Rodeo del Medio, Famaillá, fueron jalones que
marcaron la ruta de desastres de Lavalle hasta terminar sus días, en Jujuy el 9
de octubre en forma que no ha sido aún bien aclarada. Oribe y Pacheco
impusieron la ley del vencedor en todas las provincias que habían constituido
la liga unitaria, y gobernadores federales volvieron a asegurar su obediencia a
la causa rosista. Todo el interior estaba, a fines de 1841, en manos seguras.
Sólo la indómita provincia de
Corrientes, no obstante la sangría de Pago Largo y de haber quedado sin
soldados al embarcarlos Lavalle en su expedición, había seguido manteniendo el
estandarte de la rebelión. El general Paz formaba allí un nuevo ejército, cuya
sola presencia constituía para Rosas un motivo de grave preocupación, pues
entre ambos sólo mediaba el ejército de Entre Ríos, al mando del gobernador
general Pascual Echagüe.
Para extirpar ese foco de
rebelión, Echagüe, eficazmente ayudado por Rosas con tropas, armas y dinero,
invadió Corrientes en septiembre de 1841. Pero no era para Paz un rival de su
altura. Lo dejó internarse en medio de un territorio hostil y sin recursos,
haciéndole una eficaz campaña de guerrillas que entorpecían sus comunicaciones
con Entre Ríos y le obligaban a un continuo desgaste para procurarse víveres, y
recién cuando lo juzgó oportuno le presentó batalla en Caaguazú el 28 de
noviembre de 1841.
Mientras Rosas iba sojuzgando
así a sus adversarios en el interior y mantenía a Paz en jaque en Corrientes,
se ocupó también de acrecentar su poder naval, con el objeto de llevar a la
práctica la interdicción del comercio fluvial de sus enemigos, decretada a
comienzos de año cuando cerró los ríos Paraná y Uruguay a todos los barcos que
no llevaran bandera argentina, declarando buena presa a los de bandera
Oriental. Mientras duró el bloqueo francés, la actividad naval de la
Confederación había estado limitada a las aguas del río Uruguay y en forma muy
restringida; pero, firmado con el almirante Mackau el tratado del 29 de octubre
de 1840 y devueltos los barcos y la isla de Martín García, podía comenzarse a
actuar en el río de la Plata con vistas a la dominación de sus aguas. El 3 de
febrero de 1841 el brigadier Guillermo Brown fue nombrado comandante en jefe de
la escuadra de la Confederación, bastante reducida, por cierto, por cuanto no
la constituían sino el viejo barco ECHAGÜE, incrementado con los bergantines
SAN MARTÍN y VIGILANTE, devueltos por los franceses en cumplimiento del tratado
del 29 de octubre.
Por su parte, el gobierno de
Montevideo designó también un nuevo jefe naval, poniendo al frente de su flota
al comodoro John F. Coe, de nacionalidad norteamericana, antiguo oficial de la
marina de Buenos Aires, bajo cuya bandera y al mando de Brown había peleado
contra el Imperio.
La flota de Montevideo era, al
principio, más numerosa que la de Buenos Aires, pero aún antes de comenzar los
combates, empezó a perder unidades. En febrero de 1841, la goleta GENERAL
AGUILAR se pasó con armas y tripulantes al bando de Rosas, siguiendo en mayo a
esta deserción la de la goleta PALMAR. Ambos barcos, rebautizados LIBERTAD y 25
DE MAYO, respectivamente, fueron incorporados a la flota porteña.
Durante el curso del año 1841
las acciones bélicas no fueron muy abundantes, pero sí las averías sufridas en
ellas por los buques. El 24 de mayo los comandados por Brown se enfrentaron con
los de Coe frente a Montevideo. El 3 de agosto, la nave capitana de Brown,
GENERAL BELGRANO, sufrió serios daños en un encuentro contra tres de Coe,
frente a la desembocadura del río Santa Lucía. En los intervalos, las escuadras
repararon sus respectivos deterioros y aumentaron su potencial bélico con
nuevas adquisiciones; de modo que, a fines de noviembre, el gobierno de Rivera
disponía de los siguientes barcos principales: SARANDÍ, 25 DE MAYO,
CONSTITUCIÓN y CAGANCHA, con 86 cañones. Bajo el mando de Brown estaban la nave
capitana GENERAL BELGRANO, el nuevo bergantín SAN MARTÍN, la corbeta 25 DE MAYO
y los viejos barcos menores ECHAGÜE, VIGILANTE, REPUBLICANO y 9 DE JULIO, con
88 bocas de fuego. El poder ofensivo era, por piezas de artillería,
prácticamente igual; pero la reciente incorporación del SAN MARTÍN, con muy
buena y moderna artillería, poco calado, gran estabilidad y maniobrabilidad,
daba a la flota de la Confederación una cierta superioridad. Por lo demás, era
evidente que el dominio de las aguas del río de la Plata por la flota rosista
era cada vez más pronunciado, manteniendo la iniciativa y obligando a la de Coe
a permanecer encerrada la mayor parte del tiempo en el puerto de Montevideo.
Al comenzar diciembre, una
noticia estremeció a Buenos Aires y a Montevideo: el general Paz acababa de
destrozar en los esteros de Caaguazti al ejército del general Echagüe; le había
causado un millar de muertos, otro tanto de prisioneros y copado toda la
artillería, parque y municiones. El resto se había dispersado y escondía en
montes y bañados. De los cinco mil orgullosos soldados de las tres armas,
portando 16 cañones, con que había partido el gobernador de Entre Ríos, regresó
a su capital con sólo 200 hombres extenuados física y moralmente.
Montevideo se sacudió vibrante.
Repiques de campanas, tedéum, desfiles, suscripciones, arengas, levantaron el
ánimo de la población y dieron impulso a la decisión de luchar contra el
enemigo común. El general Rivera —que hasta entonces no había contribuido sino
con meras promesas, mientras procuraba llegar a un arreglo unilateral con
Rosas— se galvanizó súbitamente. Hizo remitir un buen contingente de armas y
vestuarios para el ejército de Corrientes, pasó unos piquetes al otro lado del
río Uruguay para recoger fugitivos y desertores entrerrianos y comenzó
preparativos para invadir a Entre Ríos. Pretendía la incorporación de las
fuerzas de Corrientes, pasar a Santa Fe, reunir también bajo su bandera las del
gobernador López, ya declarado contra Rosas, y arremeter contra éste antes que
Oribe y Pacheco tuvieran tiempo de regresar.
A fines de año, pues, la
situación había dado un vuelco considerable con la aplastante victoria de Paz
en Caaguazú, que volvía a abrir el camino de la invasión a Buenos Aires, vía
Entre Ríos y Santa Fe. La flor del ejército rosista estaba en Tucumán y Cuyo,
bajo el comando de Oribe y de Pacheco, El 19 de enero de 1842, Rosas dio a
ambos la orden de regresar, pero entre la llegada de esas órdenes, la
organización de las fuerzas de vigilancia a dejar en las provincias y la
travesía hasta el Paraná de los numerosos elementos de lucha, transportados en
carretas, no podían estar disponibles antes de tres meses. ¿Y entretanto?
Aparte de las fuerzas estacionadas en Santos Lugares y en los partidos de la
provincia que componían el Departamento del Centro, no muy numerosas, Rosas no
podía contar sino con las reservas que habían quedado en Entre Ríos bajo el
comando del nuevo gobernador Urquiza. Pero todo leso era poco si el ejército
correntino avanzaba rápidamente bajo el comando de Paz, unía sus efectivos a
los que trajera Rivera de la Banda Oriental y se complementaba con las tropas
santafesinas del rebelde gobernador López (a) Mascarilla.
Bien puede decirse, que en
diciembre de 1841 la defensa de Buenos Aires estaba en gran medida confiada a
las murallas de madera de sus barcos. En esos momentos, Rosas debió
congratularse de las sumas invertidas en la compra de esos buques (1) y de su
acierto en confiar el comando de los mismos al Viejo Bruno, un poco gruñón,
exigente, desconfiado, pero el mejor y más valiente marino del río de la Plata.
Para Rivera, en cambio, era esencial procurar su conquista con el oro, ya que
no habían podido dominarlo con el hierro y con el fuego.
En realidad, un proyecto de
seducción había sido ya estudiado de tiempo atrás, y su primer esbozo debe
atribuirse a Ignacio Álvarez Thomas. El antiguo director vivía emigrado en el
Estado Oriental desde hacía mucho tiempo y pasaba las mayores penurias. El
almirante Brown, a quien lo ligaba una vieja y estrecha amistad, le había
entregado para su gratuito disfrute y administración un pequeño campo que
poseía en Colonia y una casa en la ciudad. Pero el rendimiento del predio debía
ser muy escaso, a juzgar por su correspondencia conservada en los archivos de
esta ciudad y de Montevideo.
El eminente historiador
oriental teniente de navío Homero Martínez Montero publicó, hace treinta años,
un interesante trabajo sobre este tema, en el que reprodujo algunas cartas
intercambiadas entre Álvarez Thomas y el entonces ministro de guerra, general
Enrique Martínez, de las que surge la iniciación del plan (2).
Acuciado por la necesidad,
Álvarez Thomas había pedido que se le acordara una cierta suma en calidad de
préstamo reembolsable. Y para dar mayor peso a su solicitud, en carta del 13 de
febrero de 1841, esboza un plan audaz, consistente nada menos que en sobornar
al almirante Brown. Para que no lo califiquen de visionario, afirma: Las relaciones
de amistad con mi compadre Brown son tan antiguas como sinceras y no
interrumpidas y aún me atrevo a asegurar que a ninguna persona daría
preferencia en sus consejos. Sobre la base de esa amistad, asegura que sería
factible atraer a Brown, siempre que el gobierno —o mejor aún el presidente
Rivera en persona— se comprometiera a otorgarle una generosa indemnización por
las pérdidas que su actitud pudiera acarrear a sus bienes en Buenos Aires.
A los miembros del gobierno
riverista la idea no les pareció descabellada, y el general Martínez contestó a Álvarez Thomas en forma afirmativa, pero con alguna variante. Estando
convencidos de que la adhesión de Brown a Rosas no era por razones políticas,
sino meramente motivada por su mala situación económica, creían que era
necesario estimular su sentimiento del honor. Por lo tanto —explica el general
Martínez en su carta—, el Gobierno cree que el medio más seguro para arribar al
objeto que se propone sin que se resienta, es indicarle que si se separa de
Rosas con los buques a sus órdenes, lo puede verificar declarando que no
siéndole posible por más tiempo estar sometido a un tirano, juzgaba que su
honor le exige unir sus esfuerzos a los argentinos que pelean por destruir
aquél y continuar por sí la guerra, considerándose aliado de la República
Oriental. Un paso de esa naturaleza le sería muy honorífico, pues que se abría
un camino de gloria inmenso en la República Argentina. Por lo que hace a la
Oriental, hecha la declaratoria que he indicado antes, el Gobierno está
dispuesto (y lo hará en el acto), a indemnizarle al Señor Brown en metálico
aquello que él dijese importaría la pérdida de sus bienes. Pero si él pidiese
otra cosa, el gobierno estaría llano a considerar cualquier variante al plan.
Contando ya con la conformidad
inicial del gobierno, Álvarez Thomas concretó más su programa de acción. Para
llegar hasta Brown, indica a Martínez, lo mejor será enviarle un agente que
sirva de enlace, preferentemente un inglés, o, por lo menos, extranjero. Esta
persona llevaría como misión ostensible la de adquirir su campo en Colonia;
pero, debidamente instruido, le hablaría también sobre la entrega de la
escuadra. Para ambos efectos iría provisto de cartas de presentación y de
memorias explicativas dirigidas por Álvarez Thomas a su compadre.
En principio, dice en su carta
del 17 de marzo, las bases indicadas por el general Martínez son aceptables,
pero para que al almirante no le queden dudas respecto del cumplimiento y
alcance de las personas, el presidente Rivera debería depositar en las manos de
Álvarez Thomas una declaración firme en el sentido de que los buques serán
mantenidos en el Estado Oriental como propiedad del Gobierno Argentino y
devueltos a la caída del tirano. Además, la indemnización debería ser no sólo
en favor del almirante sino de todos los jefes y oficiales que cooperasen a la
empresa, a quienes, además de compensarles las pérdidas que llegaran a
experimentar en sus bienes, debería asegurárseles el mantenimiento de sus
respectivos rangos militares.
Asombra comprobar cómo la
pasión política de los hombres alteraba en tal forma su visión, haciéndoles ver
la realidad a través del prisma deformante de sus propios deseos. Al mismo
tiempo que Álvarez Thomas afirmaba no ser posible que el almirante estuviera de
acuerdo con la conducta del gobernador de Buenos Aires, Brown manifestaba su
adhesión personal a Rosas. Y seguramente no lo hacía por necesidades
económicas, pues pocos meses después pidió su separación por razones nada
políticas, sino de servicios. Es que Brown sólo veía una bandera, la de su
patria adoptiva, por la cual había derramado su sangre y hecho agobiantes
sacrificios, y estaba dispuesto a sacrificar su vida. Era hombre de carrera,
respetaba al gobierno que el pueblo de ese país se había dado y obedecía sus
órdenes. Nada más. Ya lo había dicho en 1815: él estaba exento de todo partido
o facción (3).
Por lo demás, personalmente
manifestó siempre devoción y respeto al general Rosas. Y éste, a su vez, dejó
estampada en sus MENSAJES su admiración por el abnegado marino. En el de 1842
decía: Sosteniendo con invencible intrepidez el pabellón argentino, el
Brigadier Don Guillermo Brown ha acreditado que pertenece á los héroes ilustres
de la Libertad (4). Conceptos análogos se expresaron en los años siguientes
hasta su retiro del servicio activo en 1847. En definitiva, como dice el
ilustre historiador Teodoro Caillet-Bois, el análisis de la correspondencia de
Brown no autoriza a poner en tela de juicio la firmeza y lealtad de su adhesión
al gobierno de Rosas (5).
No se conoce si el plan de
Álvarez Thomas llegó a un principio de ejecución en los meses inmediatamente
posteriores y si algún emisario suyo alcanzó a entrevistar al almirante. Si así
ocurrió, su actitud no debió dejar lugar a dudas sobre su ninguna disposición a
escuchar proposiciones como las sugeridas. Lo cierto es que el 21 de marzo hizo
su aparición en tren de guerra frente a Montevideo, y si entonces no hubo lucha
fue porque el comodoro Coe no juzgó prudente aceptar el desafío, y Brown
regresó a Buenos Aires.
La idea de tentar a los marinos
de Rosas siguió, sin embargo, latente en Montevideo. Para explicar las
defecciones de sus propios barcos se acusaba al dictador porteño de haber
empleado el oro para conseguirlas, y, lógicamente, se opinaba que ese medio no
debía ser descuidado.
En aquella época trascendieron
también las rencillas entre el almirante y sus subordinados inmediatos. Éstos
no se recataban para expresar sus quejas; y él, a su vez, propalaba que se lo
quería envenenar. Se encierra en su barco, despacha a su cocinero y se hace él
mismo la comida a título de precaución. Se indispone con el médico de a bordo,
denuncia que los tripulantes reciben venenos en vez de medicamentos; reemplaza
los prescriptos por otros de su conocimiento, y asegura en sus informes que la
gente le tiene más fe a él y a sus drogas que a las del médico (6). Rosas mismo
tiene que intervenir personalmente para calmar las inquietudes de su
desconfiado amigo, y asegurarle que la epidemia desatada a bordo no es un
fenómeno local provocado por sus enemigos sino un mal general que ataca a todo
el mundo, en las ciudades, en el campo y en los cuarteles, y para
tranquilizarle más, le manda su médico de confianza.
Brown sostiene que es víctima
de una conspiración de sus mismos oficiales; que ya le pasó algo semejante
durante la guerra con el Brasil; que lo mejor es que abandone el servicio antes
que lo maten y pide su retiro. Y cuando su ayudante de órdenes, Alzogaray,
guarda la carta en lugar de darle curso, se enfada con él y lo hace responsable
de cualquier cosa que le ocurra. Nueva intervención de Rosas para calmarlo.
Poco a poco, el viejo Bruno se apacigua. Tanto que al darle el gobernador
nuevas pruebas de su amplia confianza y adquirir el barco que él ha elegido
quiere ponerle el nombre de ILUSTRE RESTAURADOR DE LAs LEYES y hasta acepta el
reingreso de Hidalgo, a quien poco antes había acusado de deslealtad y echado
de los barcos.
Estas rencillas tienen amplia
difusión; se comentan en las dos orillas y con una cierta lógica, el mal humor
de Brown y sus querellas con los oficiales son atribuidos a desavenencias de
carácter político y a disgustos del almirante con el gobernador, de modo que
parecería oportuno el momento para hacer la oferta de dinero para conseguir su
alejamiento. Además, se ha encontrado el mensajero ideal para llevar el mensaje
de la tentación: será la propia hija de Brown.
El almirante se había casado
con Elisa Whitty, teniendo de ella tres hijos varones; Guillermo, Juan Benito y
Eduardo; y tres mujeres; Rosa, Natividad y Martina. Al igual que algunos de sus
hermanos, esta última vivía en Montevideo, donde su marido, el señor Reincke,
hamburgués, se dedicaba al comercio con provecho.
Naturalmente, los comerciantes
de Montevideo militaban en el bando opuesto a Rosas. Tenían interés en el
progreso de la ciudad en que desarrollaban sus actividades. El bloqueo de
Buenos Aires de 1838 a 1840, había significado para la plaza oriental un auge
inusitado; su puerto se pobló de barcos de ultramar que cargaban y descargaban
allí sus mercaderías y, con la complicidad complaciente de bloqueados y
bloqueadores, eran después llevadas en barcos costeros a Buenos Aires y a los
puertos interiores de los ríos Paraná y Uruguay, dejando previamente millones
de pesos de beneficios a los comerciantes y a la Aduana de Montevideo.
Terminada esa época de oro, la aparición de la flota rosista, si bien no
significaba todavía el bloqueo de Montevideo, como lo temieron al principio,
podía ser su paso inicial.
En ese ambiente Brown no
contaba, lógicamente, con simpatías, posiblemente ni en las casas de sus
propios hijos, y el señor Reincke y Martina aceptaron fácilmente llevar al
almirante, en la primera ocasión oportuna, un mensaje en que, invocando razones
de honor y de humanidad, se lo invitaba a abandonar la causa de Rosas y pasarse
a la de sus enemigos, con honra y provecho. Esa esperada ocasión se presentó a
mediados de diciembre.
Incorporado el nuevo barco SAN
MARTÍN a la flota de Buenos Aires, el almirante desea utilizarlo en la acción
cuanto antes. Con ese ánimo abandona la rada de Buenos Aires y el 21 de
noviembre se halla a unas quince millas al S.O. de la plaza de Montevideo. El
comodoro Coe, ultimados sus preparativos, está también dispuesto a la batalla,
pues si permanece encerrado junto a la isla de Ratas, otorga de hecho el
dominio de las aguas a su adversario, Y como en esos días la ciudad festeja
ruidosamente la victoria de Caaguazú, no quiere él ser menos y sale en las
primeras horas del 9 de diciembre, favorecido por un suave viento norte.
Advertido el almirante Brown,
traslada sus insignias del SAN MARTÍN a su viejo y conocido GENERAL BELGRANO.
Se ubican los barcos en la posición que más favorable les resulta y comienza el
cañoneo, intermitente al principio, más sostenido luego, que debe ser
interrumpido a intervalos por los cambios de vientos y la inminencia de uno de
esos violentos temporales de verano, que eran entonces el azote de los barcos
en el río de la Plata. Cerca del mediodía, la barca riverista 25 DE MAYO, al
mando del capitán francés Fourmantin, más conocido por Bibois, abandona la
lucha y se aleja. ¿Por qué? Posiblemente, por enemistad personal entre su
comandante y el de la flota. La tormenta separó enseguida a los adversarios; y
tres barcos de Brown, entre ellos el GENERAL BELGRANO, fueron a dar a las
barrancas de San Gregorio.
No proseguiré con la
descripción del combate por no interesar mayormente a nuestro tema especial.
Baste apuntar que el bautizo de fuego del SAN MARTÍN no pudo ser más brillante,
causando con sus cohetes serios daños a la nave capitana riverista SARANDÍ y al
CAGANCHA, siendo este último perseguido por los barcos federales que habían
quedado en el lugar de la acción a pesar de la tormenta. Muy dañado y falto de
velamen, fue finalmente capturado y llevado a Buenos Aires.
Entre tanto, Brown se dedicó en
San Gregorio a reparar sumariamente sus barcos, y el 15 volvió a colocarse
frente a Montevideo con el GENERAL BELGRANO, la 25 DE MAYO y la 9 DE JULIO para
esperar allí al comodoro Coe y disputarle el ingreso a su base.
Estacionado allí, ese mismo día
15 recibió a bordo la visita de su hija y de su yerno, que venían a cumplir la
misión que se les había encomendado. Apenas se retiraron ellos, Brown mandó una
carta al capitán Bathurst, quien comandaba la 9 DE JULIO, despachándolo de
urgencia a Buenos Aires con unas notas y varios encargos. El principal era
tomar el comando del SAN MARTÍN —que había ido a la capital conduciendo el
CAGANCHA—. y traerlo para participar en la vigilancia frente a Montevideo. Además,
Brown pedía al gobierno que se le concediera a Beazley, heroico comandante del
barco apresado, su libertad bajo palabra o, al menos, un régimen de
consideración. Bathurst debía también traerle unas prendas de ropa y gallinas
para la alimentación de los heridos que se cuidaban a bordo del GENERAL
BELGRANO, y dar cuenta al gobierno de la tentativa de seducción realizada por
el gobierno de la plaza.
Sobre este último punto, que es
el que más nos interesa, veamos lo que dice la nota de Bathurst a Arana,
fechada dos días después, es decir, el 17 de diciembre, desde a bordo de la 9
DE JULIO en la rada de Buenos Aires: Informa Bathurst: “Que el día 15 del
corriente fue un bote de tierra de Montevideo a bordo del “General Belgrano”,
con un Caballero y una Señora; que después ha sabido de un modo muy privado por
el Comandante del Bergantín Goleta “Republicano”, Teniente D. Eduardo Brown,
que la visita era de la hija del Sr. General Brown, Da. Martina Brown, y de su
esposo el Sr. Reincke, comerciante hamburgués residente en Montevideo, quienes
eran mandados por el Salvaje Pardejón Rivera con la comisión secreta de ofrecer
al Sr. General Brown, si abandonaba el servicio de la República Argentina, la
cantidad de Cien Mil Patacones, cuya cantidad le sería entregada a bordo del
Bergantín “General Belgrano” ó en letras á satisfacción del Sr. Gral. Brown; á
lo que contestó el dicho Sr. General á su hija Da. Martina Brown de Reincke que
dijera al Salvaje Rivera, que había adoptado la causa sagrada de la República
de la Confederación Argentina para servirla con honor y lealtad, hasta derramar
por ella la última gota de su sangre; y que el Pardejón Rivera no se
equivocara, pues no tenía él bastante dinero ara comprar al General Brown, y
que de este modo lo despachó á su hija y yerno (7).
Como es natural, este informe
fue inmediatamente llevado a conocimiento del gobernador Rosas, pero en Buenos
Aires se guardó estricto secreto por los pocos que del episodio tuvieron algún
conocimiento, y recién al año siguiente, al comentar Arana la segunda tentativa
reveló que ya había habido una anterior (8). En Montevideo, en cambio, algo
trascendió, pues en una carta del 25 de diciembre de ese año, enviada por el
general Paz a Ferré, le dice: Acompaño á usted la, que he recibido de mi hermano
para que vea lo que se dice respecto de Brown. Yo voy á dirigirle la carta que
se desea en términos bastante generales pero amistosos y expresivos: si usted
gusta hacer otro tanto puede dirigir la suya al agente (9). Evidentemente,
cuando D. Julián Paz escribía a su hermano pidiéndole unir sus esfuerzos a los
de Rivera ante el almirante, no se había recibido todavía su contundente
negativa.
Después de este ingrato suceso,
el almirante Brown, deseoso de reparar los daños de sus barcos y usando de la
amplia autorización que le había conferido el gobierno, (10) dispuso el regreso
a Buenos Aires, donde fue debidamente agasajado. Según resulta de una carta de
Rosas, tuvo una entrevista personal con el dictador y se atendieron debidamente
sus deseos en cuanto a la distribución de premios a los captores del CAGANCHA.
(11)
Desde el 12 de marzo siguiente,
vuelve a estacionarse frente a Montevideo con el objeto de vigilar sus
actividades e impedir la salida de sus barcos de guerra. Pero la flota
riverista ha quedado muy reducida con la venta de algunas de sus unidades y el
desarme de otras. Coe, desprestigiado, es reemplazado por Garibaldi.
En abril de 1842, ha fracasado
la invasión de Entre Ríos debido a las disidencias entre Rivera, Paz y Ferré.
En cambio, las huestes federales al mando de Oribe llegan a Santa Fe, derrotan
a su rebelde gobernador López y lo obligan a refugiarse en Corrientes con un
puñado de partidarios. Poco después, Oribe cruza el Paraná y establece su
cuartel general en el Arroyo de las Conchillas, cerca de la capital
entrerriana. La sombra de la invasión rosista se acerca cada vez más al río
Uruguay.
Vuelve a pensarse nuevamente en
obtener la defección del almirante Brown, quien ejerce en las aguas un dominio
exclusivo; y en Montevideo se decide tentar nuevamente el plan fracasado en
diciembre anterior. Es esta intentona de abril, la que ha sido conocida hasta
ahora y sobre la que hay diversas versiones más o menos coincidentes en sus
líneas generales.
Tenemos, ante todo, el informe
elevado al gobernador Ferré por D. Julián Paz, hermano del general y agente del
gobierno correntino en Montevideo. En nota del 24 de abril, hace saber que,
mediante negociaciones iniciadas por el gobierno oriental y ultimadas en los
días 20 al 22, se ha llegado a un acuerdo con el almirante Brown, por el cual
éste se ha comprometido a entregar la escuadra de su mando al jefe que esté al
frente de las operaciones contra Rosas, enarbolando el verdadero pabellón
argentino en lugar del manchado con letreros de sangre que Rosas ha impuesto a
sus fuerzas y que Brown (12) se ha hecho ya a la vela hacia Buenos Aires para
tratar de salvar a sus familias de la cólera de Rosas y capturar el resto de la
escuadra.(13)
Convalida este informe de
Julián Paz sobre los rumores que en esa época circulaban en la capital
oriental, una carta de autor no revelado transcripta por Antonio Díaz en su
HISTORIA DE LAS REPÚBLICAS DEL PLATA y que describe el ambiente en tono muy
animado. Vale la pena copiar lo esencial :
Juan Gowland, José María
Esteves, la mayor parte de los ingleses y unitarios emigrados, Lafone, etc.,
todos apuestan y aseguran la defección del Almirante del Gobierno Argentino con
todos los buques que están á sus órdenes. A este paso se le da el colorido de
que no es una traición lo que hace, sino que debe mantener sus buques con el
pabellón Argentino hasta tanto haya un cambio en el gobierno de esa República.
Sería cansado referir á Ud. porción de pormenores que se citan para hacer más
creíble este negocio: uno de ellos es que el acuerdo está firmado por el mismo
Almirante á quien deberán entregársele trescientos mil pesos para él, su
oficialidad y tripulación.
Esteves tiene en su poder
sesenta mil patacones recaudados de varios individuos contribuyentes para este
negocio (esto es un hecho) y se le espera ver aparecer de un momento á otro;
pues aunque por los buques y paquetes llegados de esa se sabe estuvo ó está en
tierra, no por eso lo creen menos y dicen que á la salida del bergantín francés
que llegó de esa ayer quedaba embarcando la familia de los oficiales para un
convite que daba á bordo, pero que tenía por objeto librarlas del enojo que
causaría indispensablemente al Señor Gobernador una jugada tan pesada como la
que le hacía su Almirante (14).
El eminente historiador de
nuestras glorias navales, D. Ángel Justiniano Carranza, en su estudio sobre
Costa Brava, inserta una narración contemporánea, el nombre de cuyo autor
tampoco revela, que nos da una vívida pintura del momento culminante en que
llega a bordo del GENERAL BELGRANO una comisión enviada por el comercio
montevideano para proponerle, verbalmente y por escrito, la entrega de la
escuadra.
Según este relato (15), el 21
de abril llegó a bordo de la nave capitana una comisión de tres caballeros,
siendo recibidos en cubierta por el almirante Brown, quien vestía uniforme de
gala y estaba rodeado de sus oficiales y tripulantes. Escuchó cortésmente el
pedido que le formularon de tener con él una breve conferencia, con el objeto
de darle algunas explicaciones sobre una comunicación que poco antes le habían
remitido.
Delante de toda su gente, el
almirante expresó en alta voz que accedía al pedido en el entendido de que no
se tratarían cuestiones políticas, pues él, en su doble condición de extranjero
y de jefe a sueldo del gobierno argentino, nada quería saber de ellas. Por otra
parte, agregó: Yo hago la guerra a un pabellón extranjero que, unido al
francés, hostilizó al argentino, antes que pisara el puente del BELGRANO.
Ya en la cámara del almirante y
no obstante su advertencia, sus huéspedes procuraron una y otra vez llevar la
conversación al terreno de la política para apoyar la petición que, con
muchísimas firmas, incluso la de su hijo Guillermo, le habían enviado.
Después de un cierto tiempo,
para cortar esta entrevista, que debía serle muy penosa, poniéndose de pie
Brown les manifestó que no estaba dispuesto a escucharlos más, agregando: Por
mi parte, y sin demora, voy a poner estas notas en conocimiento de mi Gobierno,
pidiéndoles, por lo tanto, no abusen más de mi indulgencia y tengan a bien
retirarse, a menos que prefieran ir en persona a verse con el General Rosas en
Palermo (16). Los visitantes se pusieron inmediatamente en retirada.
El viejo marino, profundamente
afectado por el episodio, no quiso que ni una sombra quedara sobre su conducta
y esa misma noche llamó al coronel Pinedo —comandante del bergantín ECHAGÜE y
hermano del inspector de armas del gobierno porteño—, y mostrándole los papeles
dejados en su poder, le expresó que deseaba hacerlos llegar sin demora al
gobierno de Buenos Aires. Pinedo le aconsejó que lo hiciera directamente a
Rosas, en vez de mandarlos al gobernador delegado Arana, a quien podía
remitirle una copia, reservando el original para entregarlo a Rosas en mano
propia o por conducto seguro. Aceptó el almirante el consejo y a los pocos días
regresó a Buenos Aires.
Los agentes del gobierno
riverista y los emigrados argentinos estaban convencidos de que este viaje a
Buenos Aires era con el fin de embarcar las familias de los supuestos
complotados. Otra era la verdad. Brown regresó con el objeto de informar
personalmente sobre la aventura y entregar el petitorio de los comerciantes
montevideanos. Así resulta expresamente de una carta a Guido en que el ministro
Arana, con fecha 21 de mayo de 1842, es decir, al mes de los hechos relatados,
le informa que el gobierno de Montevideo ha renovado ante Mandeville sus
gestiones en procura de una nueva mediación, y agrega:
También entraron en el despropósito
de tentar la lealtad acreditada del General Brown ofreciéndole ingentes
cantidades si defeccionaba del Gobierno de le Confederación. Esta tentativa,
que es ya ejercida por segunda vez, determinó al General Brown á contestarles
de un modo que los alucinó, contando entrasen por el medio que les indicaba de
que el malvado Coe fuese á recibirse de la Escuadra y asegurándolo,
escarmentando á los viles de quienes era injuriado con tanta infamia. Mas no
tuvo efecto la salida de Coe y el Gral. Brown se vino a esta en donde dió
cuenta al Gobierno de su conducta y del fin que se había propuesto al
contestarles prestándose á los depravados designios del Gobierno refractario de
la República Oriental; entre tanto los de Montevideo consintieron de una manera
muy seria en la defección de Brown; y se suscribieron con gruesas cantidades
para pagar la traición en que fundaban su áncora de salvación, sin que en esto
puedan ser excepcionados los mismos extranjeros que todos ellos fueron de los
primeros, sin embargo de que aquí cuando se trataba de suscripciones, son muy
apegados á la neutralidad que les incumbe observar (17).
Y Guido, a su vez, con fecha 24
de mayo, informa a Arana desde Río de Janeiro, que los descalabros de López en
Santa Fe y de los aliados en Entre Ríos han servido para disipar muchas
ilusiones. Sin embargo —agrega—, fecundísimos nuestros enemigos en confeccionar
antídotos para sus desgracias, escribieron de Montevideo haberse firmado un
convenio con el General Brown, por el cual este jefe debía recibir 300.000
patacones para sí y para sus oficiales, conservar en la escuadra el pabellón
argentino, apoderarse de la isla de Martín García, imponer un derecho al
comercio del Uruguay para sostener sus buques, hostilizar á nuestro Gobierno, y
conservar la fuerza bajo su mando para entregarla al sucesor del Sr. Rosas. Es
increíble la velocidad con que este incidente se hizo general, y el efecto que
produjo en algunos (18).
Todavía en mayo no se
convencían en Montevideo que el almirante les había escuchado y dejado hablar
simplemente para ver hasta dónde llegaban en sus maquinaciones, pero, llegado
el momento decisivo, había regresado a Buenos Aires para informar en detalle de
todo lo ocurrido. El General Antonio Díaz, que había quedado acreditado como
representante del general Oribe ante el gobierno de la Confederación, hizo
conocer a Arana una carta enviada desde Montevideo, según la cual el 11 de mayo
todavía continuaban, aunque con menos fuerza, asegurando la pasada del
Almirante.
También el general Paz, en sus
valiosas MEMORIAS, después de un rendido tributo a la honradez del almirante
Brown, se refiere a este asunto, llegando a la conclusión de que existieron
tratativas para conseguir su defección y que si ésta no se produjo fue porque
justamente en esos días llegaron a conocimiento del almirante las rencillas
entre los unitarios que habían invadido la provincia de Entre Ríos y la fácil
reconquista de la capital provincial por la misma población, de arraigada
convicción federal. Percibió, dice, que la oposición a Rosas estaba vencida y
que, no combatiendo al lado de argentinos y bajo la bandera de su patria, aquel
paso hubiera constituido una traición (20).
Los complotados en esta segunda
tentativa no guardaron secreto alguno sobre sus pretensiones, haciendo correr
la versión y dándola por un hecho hasta en las capitales europeas, según se
desprende de una carta del ministro Manuel Moreno a Guido del 3 de setiembre
siguiente.
Estaban empeñados en convencer
a todo el mundo que verdaderamente existía un convenio formal para la entrega
de la escuadra de la Confederación. Y sobre esta base trataban de persuadir a
los gobiernos europeos y al del Brasil que la caída de Rosas era inevitable y
que, en consecuencia, la política más conveniente era para ellos la de aliarse con
el gobierno de Montevideo o, por lo menos, forzar la mediación entre los
beligerantes.
En la carta atrás mencionada de
Guido a Arana del 24 de mayo, se lee lo siguiente: Se mostró tanto empeño en
Montevideo en que se diera crédito en el Janeiro a este negocio que Vázquez y
Rivera Indarte se apersonaron en casa del agente del Brasil en aquella plaza y
le aseguraron de la autenticidad del convenio para que, como tal, lo comunicase
á su Gobierno. El Sr. Regis comprendió la tendencia verdadera de esta oficiosidad
y transmitiéndola al Ministro, la da como una razón entre otras para no
creerlo. A pesar de esto se ha hecho un juego tal por los agentes del pardo de
la defección de Brown que hasta se han afectado de él algunas especulaciones
mercantiles, sin que nadie me haya ayudado para combatir esta especie, sino los
Ministros de Estado que, fiados en la opinión de su agente, han negado la
existencia de tal convenio (21).
Pero en aquellos momentos la
tendencia del gobierno imperial no era hacia la alianza con Montevideo sino más
bien, al contrario, a un entendimiento con Buenos Aires. El encargado de
negocios del Brasil en Montevideo era entonces el Sr. Regis, particularmente
partidario de un estrechamiento de relaciones con la Confederación, de modo que
cuando en Montevideo se dio por hecha la entrega de la escuadra porteña, el Sr.
Regis se apresuró a poner sobre aviso a su colega en Buenos Aires, Sr. Moutinho
y, de acuerdo con el jefe de la estación naval de su país en el Plata,
ofrecieron el concurso de la escuadra imperial (22).
Este gesto espontáneo de los
agentes brasileños no llegó a materializarse porque estaba condicionado a la
supuesta y anunciada defección del almirante Brown, pero sirvió para, cimentar
la armonía entre ambos gobiernos y a Guido como antecedente para las
negociaciones que culminaron, un año después, en la firma del tratado de
alianza del 24 de marzo de 1843.
Hasta aquí los hechos. Pero los
hechos tienen, por sí mismos, una elocuencia honda y fuerte, que no suelen
alcanzar las palabras. El almirante Brown pudo haber obrado, en las dos
oportunidades a que nos hemos referido, de manera distinta, aceptando las
ofertas que se le hacían y consiguiendo así una fortuna como no había podido
lograrla en toda su vida anterior, de penurias y sacrificios.
Debe tenerse en cuenta que en
aquella época, las ofertas de dinero no eran miradas con tanta severidad y,
especialmente tratándose de jefes extranjeros, no parecía demasiado extraño el
pase de un bando a otro. Ejemplos no faltan. El general D. Antonio Díaz,
ministro de Oribe, escribía a Arana en 1840: Con el fin de promover en
Montevideo la defección de alguno ó algunos de los jefes del facineroso
unitario Rivera; y en el concepto de que este medio y la oportunidad de
emplearlo sean de la aprobación de S. E., ruego á V. E. se sirva indicarme que
oferta de recompensa puede hacérseles para el caso de entregar la escuadra. ó
parte de ella á disposición de este Gobierno; pues siendo extranjeros los
mencionados Jefes, todo puede esperarse de su venalidad y nada de su
patriotismo (23). Al capitán King se le ofreció en 1841 entregarle 3.000 pesos
fuertes si, abandonando la causa federal, se avenía a comandar una nave
riverista. El general Martín Rodríguez formuló al coronel Pinedo la oferta de
darle 10.000 pesos fuertes si se pasaba con la escuadrilla de su mando a los
Libertadores de Entre Ríos (24). Durante el sitio de Montevideo, el general
Oribe utilizó las onzas de oro más de una vez como elemento convincente,
incluso para conseguir la defección de Garibaldi, a quien ofreció todo el oro
que quisiera, viéndose obligado, ante su fracaso, a informar a Rosas: He
empleado todos los medios para conseguirlo, pero es inganable, es un empecinado
salvaje (25). Otras veces, en cambio, la oferta fue muy tentadora o muy débil
el carácter del tentado, dejándose seducir, como en el caso muy conocido del
comodoro Coe, que en 1853 entregó al Estado de Buenos Aires la escuadra de la
Confederación que comandaba.
Pero Brown era de otra fibra y
en la alternativa entre su lealtad y la fortuna, prefirió mantenerse fiel a la
primera antes que obtener la segunda, pudiendo así repetir las palabras de
Artigas un cuarto de siglo antes: ¡Yo no soy vendible!
Declaro así mi satisfacción al
haber podido exhibir un episodio poco conocido de su actuación, que hace alto
honor a la figura del viejo marino, valiente en los combates hasta el heroísmo,
audaz y experimentado en la formulación de sus planes estratégicos, noble y
sencillo siempre. Por ese conjunto de condiciones, su vida ha de seguir siendo
valiosa y pura fuente de inspiración para los hombres de nuestra Marina y para
todos los ciudadanos de esta tierra, que él amó con tanta o mayor pasión que si
hubiera nacido bajo su cielo y su bandera.
(1) Carta de Rosas a Oribe del
2/4/1841: La escuadra me ha costado inmensamente ponerla en el estado en que se
encuentra y ya debe hacerse V. Cargo que habrá ocupado algunos artilleros
hechos. El bergantín GENERAL BELGRANO que monta el General Brown, ha costado á
este Gobierno, pelado, aunque listo para ponerle artillería, setecientos
treinta mil pesos, y para dejarlo listo, cincuenta mil pesos metálicos. Pero es
cosa muy buena, construido al objeto preciso de la guerra. A.G.N.,
Correspondencia de Oribe, VII-17-6-10.
(2) Homero Martínez Montero;
Tentativas para obtener la defección del Almirante Brown, La Prensa del 30 de
octubre de 1938.
(3) Nota al Cabildo de
Montevideo del 21 de octubre de 1815, citada por Ratto, H.: Historia del
Almirante Brown, t. I, p. 134.
(4) Mabragaña H., Los Mensajes,
t. II
(5) Caillet-Bois T., Los
marinos durante la dictadura.
(6) Carta de Brown a Alzogaray
del 26 de abril de 1841: Archivo General de la Nación, Documentos Alzogaray,
VII-1-5-10.
(7) Nota de Bathurst a Arana
del 17/12/1841: Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Caja 1,
Varios, Exp. 8.
(8) Carta de Arana a Guido del
21/5/1842: Archivo General de la Nación, Archivo Guido, VII-16-1-14.
(9) Ferré, Memoria, p. 722.
(10) Carta de Arana a Brown del
18/12/1841 dejando a su libre albedrío permanecer frente a Montevideo o
regresar a Buenos Aires: Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Caja
4, Bloqueo de Montevideo, Exp. 1.
(11) Carta de Rosas a Brown del
27/1/1842: Archivo General de la Nación, Secretaria de Rosas: VII-3-3-9. Ver
cartas de Brown a Alzogaray del 29/1 y 31/1/1842, Documentos Alzogaray
VII-1-5-10.
(12) La bandera que llevaba la
nave capitana de Brown, de 110 por 80 cm era de seda, con dos franjas de color
azul oscuro en las que estaban estampadas las leyendas ¡Viva la Confederación
Argentina! ¡Mueran los Salvajes Unitarios! y en sus esquinas cuatro gorros
frigios de color punzó. En la franja blanca, más ancha que las azules un sol de
oro (Archivo General de la Nación, Documentos Alzogaray: VII-1-4-1).
(13) Por evidente error
material, la carta aparece como si llevara fecha 30 de abril de 1844, pero
todos los detalles revelan que es del 30 de abril de 1842: Díaz A., Historias
de las repúblicas del Plata, t. VI, p. 183.
(14) Carta citada.
(15) El texto in extenso en
Carranza A. J., Costa Brava, Revista Nacional, t. XXIX p, 104. Pereda S.,
GARIBALDI EN EL URUGUAY, t, 1 p, 111. Ratto H., Historia de Brown, t. 11 p.
212.
(16) En una carta del 21/4/1842
de Eduardo Brown a Alzogaray figuran en el dorso unas anotaciones hechas a
lápiz relativas a una visita recibida en ese día, que concuerdan con el relato
mencionado: Archivo General de la Nación, Documentos Alzogaray: VII-1-5-10.
(17) Carta de Arana a Guido del
21/5/1842, Archivo General de la Nación, Archivo Guido: VII-16-1-14.
(18) Carta de Guido a Arana del
24/5/1842, Museo Mitre, Sección Manuscritos: A.1-C.37-C.13.
(19) Archivo General de la
Nación, Secretaría de Rosas: X-26-2-5. Cfme: Carta de Juan Frías a Félix Frías
del 5/5/1842 en Archivo General de la Nación, Archivo Frías Doc. N° 129 CRPHN.
(20) Memorias del general Paz,
Cap. XXXV.
(21) Carta de Guido a Arana del
24/5/1842, Museo Mitre, Sección Manuscritos: A.1-C.37-C.13.
(22) Sobre este interesante
episodio, encontramos valiosos detalles en la carta de Arana a Guido del
21/5/1842, en que el ministro informa a su agente en Río: Efectivamente ya está
en Montevideo el Sr. Regis desempeñando las funciones de Encargado de Negocios
del Imperio y tengo la satisfacción de anunciar a Ud. que ha acreditado un
espíritu amistoso hacia este Gobierno. Luego que allá trascendió la noticia de
que fueron alucinados sobre la figurada defección del Gral. Brown, la avisó por
un oficio al Sr. Moutinho mandando a esta la Corbeta 7 de Abril a fin de que
este Gobierno cruzase aquel designio que tanto podía influir en el desenlace de
los sucesos.
Si el Sr. Regis en este paso
acreditó su espíritu, no fue menos benévolo el Sr. Moutinho. Sin demora lo puso
en mi conocimiento ofreciendo a las órdenes de este Gobierno, en caso de ser
cierta aquella defección, la escuadra Brasilera, agregándome que este
ofrecimiento no nacía de instrucciones que tuviese de su Gobierno, pues que era
un caso completamente imprevisto sino del espíritu de su sincera amistad hacia
este, y porque estaba convencido sería del agrado de S. M. el Emperador la
conducta benévola que observaba en este caso. Ud. bien puede considerar cuanto
nos ha obligado este paso tan noble y generoso del Sr. Moutinho y las
expresivas demostraciones con que le he significado nuestro aprecio y gratitud;
sin perjuicio de esto el Sr. Gobernador en una de las tardes que fue a la
Quinta, le hizo una visita de dos horas en que hablaron muy franca y
amistosamente sobre los asuntos de la República Oriental y Provincia de Río
Grande en el mismo sentido que observo con Ud. en nuestra correspondencia. Es
probable que el Sr. Moutinho de cuenta a su Gobierno de estos incidentes y Ud.
por su parte secundará en la oportunidad que se presente las intenciones de
este Gobierno que felizmente ha presentado dicho Sr. Moutinho (Archivo General
de la Nación, Archivo Guido: VIL-16-1-14).
(23) Carta de Díaz a Arana del
9/11/1840: Archivo General de la Nación, Relaciones Exteriores, X-2-1-5.
(24) Carranza, A. J., Costa
Brava, Revista Nacional, t. XXXI, p. 335.
(25) Carranza A. J., Costa Brava, Revista Nacional, t. XXXI, p. 11.
Para acceder a otra publicación de este blog sobre este tema "Tentativas para obtener la defección del Alte. Brown" (La
Prensa, 20 de octubre de 1838) de Homero Martínez Montero, hacer click en el siguiente link:
https://periodico-el-restaurador.blogspot.com/2024/08/intento-para-lograr-la-defeccion-del.html