REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
¿Quién ganó el Combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de
noviembre de 1845? Muchos argentinos creen que fue una victoria nacional. Para
los ingleses fue solo un pequeño combate, pero sus historiadores, como John
Lynch, serios saben bien cómo fueron las cosas. En cambio los franceses lo han
recordado. En 1868, en tiempos de los sueños imperiales de Luis Napoleón, la
Rue de la Pelouse fue rebautizada como Rue d’Obligado. La calle desemboca en la
Avenue de la Grande-Armée, la de Napoleón y de Austerlitz, a pocas cuadras del
Arco de Triunfo, que celebra las grandes victorias. Más aún, en 1900 el nombre
se impuso a la nueva estación del Metro. Así fueron las cosas hasta 1947,
cuando Eva Perón visitó Francia y pidió que ambas fueras rebautizadas como
Argentina.
A fuerza de leer a José María Rosa, a Pacho O’Donnell o a
sus repetidores, muchos argentinos han quedado envueltos en un mito que,
comenzando por exaltar la “gesta heroica” concluyó convirtiendo la derrota en
victoria. Desde 2010, asesorados por el Instituto Nacional del Revisionismo
Histórico, celebramos su aniversario como el Día de la Soberanía Nacional, con
feriado incluido.
Los hechos son claros. En noviembre de 1845 la flota anglo
francesa, que en ese momento sitiaba Buenos Aires, decidió remontar el Paraná y
llegar hasta Corrientes, acompañando a buques mercantes cargados de
mercaderías. Para impedirlo, el gobernador de Buenos Aires, J.M. de Rosas,
dispuso bloquear el río Paraná en la Vuelta de Obligado, con cadenas protegidas
por dos baterías. Se intercambiaron disparos, los buques cortaron las cadenas y
siguieron su navegación hasta Corrientes.
Los mitos se desentienden de los hechos simples y
comprobables, pero en cambio interpelan a los sentimientos y las emociones. El
relato revisionista de Obligado, que se viene perfeccionando desde los años
treinta, incluye algunas verdades, otras tergiversaciones y muchas cosas
inventadas.
Con respecto al resultado, no hay duda de que fue una
derrota: los ingleses pasaron, y llegaron felizmente a Corrientes. Se dice que
fue una victoria “pírrica”, por las bajas ocasionadas; pero los ingleses y
franceses perdieron solo siete hombres y los porteños doscientos. Podrá
aceptarse que fue una gesta heroica y hasta una victoria moral -una
especialidad argentina-, pero en los hechos fue una derrota.
En el núcleo del mito está la idea de que en Obligado Rosas
resistió al imperialismo y defendió los intereses nacionales. Es cierto que el
gobernador de Buenos Aires enfrentó a la “diplomacia de las cañoneras” y
defendió la soberanía de su provincia. La tergiversación consiste en
identificar esta forma de imperialismo, propia de mediados del siglo XIX, con
la idea posterior de imperialismo -popularizada inicialmente Lenin- que
aplicada a nuestro caso identifica toda la relación anglo argentina con la
dominación y la explotación. Por ejemplo, muchos argentinos están convencidos
de que los ferrocarriles han sido el peor de los instrumentos de esa
explotación. Pero en tiempos de Rosas nadie confundía la agresión militar con las
relaciones económicas. Toda la prosperidad de Buenos Aires se basó en una
estrecha relación con Gran Bretaña, y el propio Restaurador, que la cultivó
cuidadosamente, eligió exiliarse en Southampton.
El punto central del mito reside en la idea de que allí se defendieron los intereses nacionales. Pero en 1845 la nación y el Estado argentinos no existían. Había provincias, guerra civil y discusión de proyectos contrapuestos, basados en intereses distintos. El Combate de Obligado, y todo el conflicto en la Cuenca del Plata, es un ejemplo de esas diferencias. Rosas aspiraba a someter a las provincias, incluyendo a la Banda Oriental y a Paraguay, cuya independencia no reconocía. Corrientes defendía su autonomía y pretendía comerciar directamente con ingleses y franceses. En cambio Rosas quería que todo el comercio pasara por el puerto de Buenos Aires y su Aduana. El río Paraná, abierto o cerrado, estaba en el epicentro de las diferencias.
En Corrientes creían en el federalismo y la libre navegación
de los ríos. La flota anglo francesa fue recibida amistosamente; hubo fiestas,
los hombres admiraron los buques de vapor -los primeros que veían- y las
señoras correntinas se empeñaron en hacer grata la estadía de los marinos.
Rosas, que también trataba muy amistosamente a los ingleses de Buenos Aires,
parece haber tenido una idea unitaria de la nación, construida en torno de la
hegemonía porteña. ¿Cuál de los dos era el auténticamente nacional? Admitamos
que sea opinable. Pero cuando las provincias acordaron en 1853 crear un Estado
nacional, establecieron que el interés de la nación incluía la libre navegación
de los ríos. Y así quedó.
Es curioso que sobre esta situación, que puede leerse en
cualquier libro serio, se haya constituido el mito de la victoria -una
verdadera trampa cazabobos- y el de la defensa de la soberanía nacional.
Celebrar una derrota -como ocurre hoy con Malvinas- es la quintaesencia de
nuestro enfermizo nacionalismo, soberbio y paranoico. Se encuentra en el
sustrato de nuestra cultura política, y aflora cuando es adecuadamente
convocado. Este gobierno, que vive envuelto en su propio mito, ha apelado con
éxito al relato del revisionismo, adecuado a su política de enfrentamiento.
Desmontar estos mitos es una parte de la batalla cultural
que deberemos encarar.
* Historiador. Club Político Argentino
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