REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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El tabú de una guerra
por Nicolás Kasanzew
“No habrá olvido que nos borre su memoria, y la memoria nos hará leales”
La corona venia acompañada
de una carta para el cuerpo de oficiales de la aviación alemana. La misiva
rezaba: “Esperamos que encuentren esta corona. Lamentamos que llegue tan tarde,
pero el tiempo nos ha impedido enviarla antes. Todos nosotros compartimos el
duelo de la familia y los amigos del capitán Boelke y reconocemos su valor”.
Los hombres cabales saben
rendir justicia aun al enemigo, cuando éste lo merece.
¿Y a los propios compatriotas?
¿Cómo puede ser que a dos años de finalizada la gesta, la nación desconozca
todavía los nombres de los pilotos que atropellaron a la flota inglesa? ¿Que no
repare en ellos? ¿Cómo es que los argentinos no hemos desfilado, uno a uno,
frente a esas casas donde todavía sangran los familiares de los héroes y no
hemos dejado en cada puerta la corona de nuestro luto y nuestro orgullo?
Ocultación
inexplicable
Inexplicablemente, se
ha tratado de ocultar no sólo las miserias —que igualmente afloraron—, sino
también las grandezas de nuestra guerra austral.
La Argentina tiene
desde hace dos años a su propio Barón Rojo, a su propio Douglas Bader, a su
propio Nesteroy... y no se ha dado por enterada. Lo cual —amén de ser una
aberrante injusticia—priva ala Nación de eso que históricamente fue el más
sublime de los tónicos: el ejemplo de los héroes.
Comportamientos
heroicos individuales, los hubo en las tres fuerzas. Pero es obvio decir que
los de los “cazadores” son los que más saltan a la vista. Y sin embargo...
¿cuántos argentinos saben que tres pilotos ostentan un formidable e idéntico récord:
tres navíos ingleses alcanzados?
Dos de esos aviadores
“cruzaron los aires sin regreso, pero en las bases saben que hay estrellas
convertidas en hangares”: el capitán García y el teniente Vázquez. El tercero
está con nosotros, Es el capitán Pablo Marcos Rafael Carballo. ¿Alguien lo ha
visto acaso. en la tapa de alguna revista?
Tres camaradas
De García y Vázquez se
decía —recuerdo— que estaban cebados. Ninguna duda. Se habían acostumbrado a
despanzurrar fragatas enemigas. Y es que los “halcones” partían en misión siguiendo
un riguroso orden, pero solía suceder que alguno —hombre al fin— se amilanara a
último momento.
¿Quiénes eran entonces
los que invariablemente se ofrecían como voluntarios —fuera de turno— para
reemplazarlo? García y Vázquez.
Este último había sido
un suboficial que cursara la escuela de Aviación Militar. Su propio hermano
supervisaba las refacciones del “Skyhawk” que habitualmente volvía hecho un
colador. Nada amedrentaba a Vázquez. Y así fue como cayó en cumplimiento de una
misión digna de los protagonistas de Homero: intentar colocar sus bombas en el
puente del mismísimo “Invincible”.
Que los aviones
argentinos se acercaban a la flota a ras del agua, es harto sabido. No lo es
tanto el hecho de que depositaban sus bombas aproximadamente con tanta
temeridad, que en algún caso llegaron a rozar el mástil del navío inglés, como
lo atestiguara, por ejemplo, en su momento la revista “Time”.
“Reempleo”
En varios casos algún
aparato de la escuadrilla atacante se desviaba al hacer la aproximación y salía
a un costado de la escuadra. Entonces, invariablemente, el “cazador” hacía
“reempleo”, o sea: efectuaba el viraje para arremeter una vez más, Sólo que
—alertada la flota por la acometida de los demás aviones— el piloto que había
errado el rumbo era generalmente abatido.
¿Y por qué hacía “reempleo”
el aviador en lugar de volver a su base? Porque su sentido del honor le impedía
volver con las bombas: debía a toda costa intentar descargarlas sobre el
enemigo.
La “droga”
“Escuché que
preguntaban si nos drogábamos antes de enfilar a una muerte casi segura, —me
dijo encrespado el capitán Carballo— Sí. Ibamos drogados. Esta era nuestra
droga”. Y con gesto vehemente sacó de entre sus ropas un rosario.
Carballo —“el capitán
Cruz”— comandaba una de las escuadrillas que debían atacar a los ingleses en
Bahía Agradable. Sin embargo, en trayecto hacia el blanco, su aparato comenzó a
fallar. Antes de regresar, Carballo le ordena a su segundo: “Teniente Cochon,
forme con tres aviones adelante y dos atrás, y condúzcalos a la gloria”.
Comenzaba con esas palabras lo que los británicos mismos bautizaron como “el día
mas negro de la flota”: el “Sir Galahad” y otros tres buques fueron arrasados
por esas máquinas que tripulaba el coraje argentino.
¿Qué experimenta un
“cazador” al aproximarse a la flota? “Sentis una explosión a la derecha: le
dieron a tu camarada. Otra a la izquierda: sucedió lo mismo. Y sabés con toda
certeza que la única chance de salir es embocando las bombas en el puente mismo
de la fragata. Sólo habiéndola tocado, la confusión que se produce puede
permitirte hacer el escape”.
Al principio de la
guerra, casi ningún piloto dormía. Por la noche permanecían de guardia, al
amanecer presenciaban la salida de las misiones, luego esperaban el retorno y
al producirse éste, todavía se quedaban en pie hasta averiguar los nombres de
los caídos.
Algunos estaban nerviosos.
Otros, en cambio, francamente felices.
Varios acababan de
abandonar la vida civil. El comandante de Aerolíneas Argentinas Musso cambió su
mastodóntico Boeing por un afilado Dagger, aparato mortífero y vulnerable a la
vez, ya que su tobera de gran tamaño atrae muy especialmente a cuanto misil
esté rondando. Musso arremetió contra la flota en cinco misiones. Otro aviador,
Páez —de Austral— aprendió a pilotear un Pucará.
Los “trasporteros”
Si estos casos nos
hacen vibrar, ¿qué decir entonces de la hazaña del “trasportero” metamorfoseado
en bombardero? Ya hacia el final de la contienda, un Hércules C-130 atacó el
buque petrolero “Hércules”, encargado de abastecer a los ingleses, dañándolo
con el maravillosamente simple procedimiento de abrir la puerta de carga y arrojar
a través de ella las bombas. Días más tarde el petrolero se hundió.
Al igual que en las
otras fuerzas, en la Fuerza Aérea la Argentina tiene héroes muertos y héroes
vivos. Tanto unos como otros conforman el corazón moral del país. Los Ardiles,
Vázquez, García Cuerva, Bustos, Castillo, García, así como los Carballo,
Ballesteros, Moroni, Sánchez han protagonizado combates épicos, proezas individuales
que relatadas a nuestros hijos van a forjarles el espíritu que un país sano
reclama.
Para eso todos los
nombres deben ser proclamados, todos los detalles revelados. La Nación debe
conocer a sus héroes (así como a sus estafadores, por otra parte). Es lo único
que puede elevar la temperatura moral del país en los duros momentos que está
atravesando.
Culto del valor
Debemos hacer un culto
de esa virtud esencial que es el valor, tanto el guerrero como el civil. Una
virtud particularmente honrosa y necesaria, porque es la salvaguarda del ser
nacional.
Y si bien la frustración
de la derrota y de la estafa propagandística ha llevado a negarles a los héroes
la recompensa merecida, nosotros, los civiles que hemos vivido ardientemente
esta guerra por una causa noble, esperamos vivir también la embriaguez de la justicia,
cuando la Nación entera aclame a los caballeros del coraje.