REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Tiahuanaco fue cuna de la civilización andina
por Omar López Mato
Puerta del sol en Tiahuanaco |
Hay quien dice que
Tiahuanaco fue la cuna de las civilizaciones andinas; allí a 20 kilómetros del
lago Titicaca se alzan los imponentes restos de esta cultura en el altiplano
central de Bolivia. Sus comienzos datan del año 1500 a.C., y se pierde su
rastro hacia el año 1200 d.C. Durante esos 27 siglos de existencia, Tiahuanaco
diseminó su influencia por los pueblos que la rodeaban. Nadie sabe con
precisión qué quiere decir: o ‘piedra del centro' en aimara o ‘alborada
moribunda' en quechua.
Era inevitable que estas
ruinas se convirtiesen en un símbolo político para las tropas porteñas que allí
llegaron en 1810, aunque no comprendiesen el profundo sentido que estas obras
tenían. Este milenario lugar
también fue escenario de la celebración del primer aniversario de la patria, el
25 de Mayo de 1811, fecha que eligió Juan José Castelli para montar un acto
proselitista a fin de expresar el pensamiento revolucionario de la Junta de
Buenos Aires, y su propuesta de crear una gran nación. Las instrucciones de la Junta
eran precisas: Castelli debía ganar “a la indiada” con su oratoria. Mientras tanto en
Buenos Aires se inauguraba la mal llamada Piramide de Mayo -que en realidad es
un obelisco-, sospechada de haber sido construida con un significativo sobreprecio
en los elementos que la conformaban, el oscuro comienzo de la patria contratista. Castelli también
encontró propicio el festejo del aniversario del 25 de Mayo para mejorar la imagen
de la comitiva libertadora y la suya propia después de los comentados excesos
en la represión y las acusaciones de conducta anticlerical. Para ese fin eligió
la pirámide más imponente como marco de su discurso, y desde allí pronunció una
alocución estudiada en su contenido e histriónicamente presentada, emulando los
actos paganos de la Revolución Francesa. Ante una multitud
convocada para el evento, las tropas patrias y las tribus vecinas vestidas con
trajes típicos, Castelli, de pie sobre el monumento elegido, el palacio de
Kalasasaya, enunció las ventajas de sumarse al proyecto porteño y denostó el
trato que las autoridades españolas les daban a los lugareños. Castelli gritó su
mensaje, por momentos esperanzador con voz emocionada, por momentos firme y
autoritario, ante la multitud que lo escuchaba en silencio. Toda la alocución
se tradujo al quechua y al aimara. Para finalizar,
después de señalar los excesos de los españoles, Castelli les preguntó a los
presentes: “Ya habéis visto los males y los bienes que os ofrecen el uno y el
otro sistema, pues bien, decidan vosotros, ¿qué queréis?” La respuesta no se
hizo esperar, un coro polifónico respondió a la indagatoria del tribuno. “Abarrente,
Tatay” “¡Abarrente, Tatay!”, lo que quiere decir ¡Aguardiente, señor! La
fórmula utilizada por los lugareños para concluir las celebraciones autóctonas
que se llevaban a cabo en ese recinto. El ilustre
revolucionario no se había hecho entender, pero tampoco se enteró del
significado de la respuesta hasta días más tarde, ya que ni Castelli ni los oficiales
del ejército patrio distribuyeron aguardiente como solicitaban los lugareños.
En el ínterin, Goyeneche se rearmaba para enfrentar a los porteños. Al Ejército
del Norte lo esperaba la aciaga jornada de Huaqui. |