REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Publicamos a continuación un artículo del escritor Omar López Mato, aparecido en el diario La Prensa del día 16 de mayo 2010, en la columna Umbrales del tiempo.
Los días de Mayo
por Omar López Mato
El Cabildo Abierto del 22 de mayo comenzó a las nueve de la mañana en punto; entonces se repartió una proclama que fue leída por el actuario. Después de esta lectura se adoptó el sistema de fijar una proposición para absorberla respectivamente y acordar la siguiente.
El primer voto correspondió al obispo Lué, que ocupaba un estrado rodeado de sus acólitos. Todos escucharon la exposición del obispo, un personaje poco querido por sus feligreses debido a su carácter fuerte y espíritu poco diplomático.
El historiador Vicente Fidel López, que tuvo referencia de este episodio por su padre -el autor de nuestro Himno Nacional- concurrente al congreso general del 22 de mayo, pinta en páginas animadas la escena del discurso impertinente del obispo: “Habló con voz trémula, como si estuviese conteniendo su natural, conocidamente rudo y grosero -y olvidado de toda prudencia-, para defender al virrey cayó en el tema más desventurado con modales y palabras agresivas, dijo que estaba asombrado de que hombres nacidos en una colonia se creyesen con derecho de tratar asuntos que eran privados de los que habían nacido en España, por razón de la conquista y de las bulas que los papas habían declarado que las Indias eran propiedad exclusiva de los españoles; dijo que era un desacato insolente ese de querer negarle a la ciudad de Cádiz el derecho de imponer un gobierno general de las Indias. Desconocer la Regencia que allí se había erigido era un crimen de alta traición: porque mientras quedara un punto libre de la España en donde se defendiera la causa del rey cautivo, aunque no fuese más que un pedazo de tierra o una aldea, ese pedazo de tierra o aldea, por pequeña que fuera, tenía el derecho innegable de tomar el nombre del soberano, para crear un gobierno provisional, y para nombrar o autorizar todos los empleados y virreyes que debían gobernar las colonias; los americanos tenían la obligación natural y canónica de obedecerlos, y dado el caso de que toda la península cayese en poder de los malditos franceses, los españoles, que en América estuviesen constituidos en dignidad, por sus empleos civiles y eclesiásticos, eran los únicos que tenían derecho a concertarse, para erigir el gobierno que debía conservar estos dominios a S.M. Fernando VII o a sus sucesores”.
La indignación de los patriotas ante la manifestación poco feliz del obispo fue inmediata. Se escucharon gritos entre la concurrencia. El fiscal Villota, temiendo que se produjera un escándalo, o que la multitud, que esperaba ansiosa en la plaza, incurriese en actos de violencia, pretendió intervenir en el debate pero terció entonces el doctor Castelli. Mientras en la plaza se escuchaban gritos: ¡Abajo Cisneros!
El orador se paró sobre una banca y con voz de trueno dijo que según el señor obispo, los españoles que habían conquistado y poblado a la América no habían engendrado hombres sino carneros, puesto que los nacidos de esos padres eran simple cosa semoviente, simples siervos de los nacidos en España de otros padres, y no hijos ni herederos de los españoles de América. Entretanto, los que se habían quedado en España, ni habían conquistado, ni habían poblado; mientras que los que habían tenido hijos en América eran quienes ocupaban el país. “El señor Lué nos trae una novedad: los hijos no heredan a sus padres; los extraños, los prójimos, los mercaderes que no han hecho jamás otras cosa que chupar el jugo de nuestra tierra, esos son los herederos; aquí no hay más herederos ni más conquistadores que nosotros, es falso que el derecho de disponer de nuestra herencia, hoy que la madre patria ha sucumbido, pertenezca a los españoles de Europa y no a los americanos”. Grandes aplausos, dice López, ahogaron la voz del orador, quien rebatió al obispo la teoría del derecho de conquista, diciendo que según tal argumento, en cuanto Napoleón se apoderase de España, habría que reconocerle el derecho de apropiarse también de América, y agregó: “Los españoles de España han perdido su tierra; los españoles de América tratan de salvar la suya. Los de España, que se entiendan allá como puedan; los americanos sabemos lo que queremos, lo que podemos y a donde vamos”. Terminó su discurso con una proposición imprudente, la primera fórmula que no fue aceptada: subrogar a la autoridad de virrey, dependiendo de la Metrópoli si ésta se salva, o independiente de ella si queda subyugada. Los mismos americanos consideraron demasiado avanzada esta proposición que ponía en descubierto sus intenciones antes de conseguir el poder.
Antonio de Escalada trató de apaciguar los ánimos, mientras seguían oyéndose claramente los gritos de la calle: ¡Abajo Cisneros!