sábado, 30 de julio de 2022

Juan Larrea - Omar López Mato

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


Encontramos un artículo muy interesante publicado en la columna Umbrales del Tiempo del diario La Prensa del 26 de diciembre de 2010.

Juan Larrea el financista de la Revolución de Mayo
por Omar López Mato

Revolución de Mayo
El catalán era ducho para los negocios, qué duda cabe. Había llegado al país junto a su madre viuda y un modesto capital. Al cabo de diez años, gracias a sus habilidades, se había hecho de un buen capital. Se hablaba de 200.000 pesos, aunque esas cosas nunca se saben. Sus negocios se extendieron por las provincias y allende los mares porque además fue armador. En 1806, junto a Nadal y Alaguer, crearon el Batallón de Voluntarios Catalanes, luciéndose en la guerra contra los ingleses, tanto en la primera como durante la segunda invasión. Para entonces ya lucia los galones de capitán. En 1809 adhirió a la Revuelta de Álzaga, pero al fracasar esta fue condenado al exilio. No sería el último.
Pocos meses después recuperaba el puesto de síndico del Cabildo.
De allí en más frecuentó a los gestores de los días de Mayo en las reuniones que realizaban en la quinta de Rodríguez Peña, aunque no asistió al Cabildo del 22. Sin embargo, fue incluido en la Primera Junta por sus dotes de financista y sus aceitadas relaciones con comerciantes ingleses y franceses. Junto a Manuel Sarratea se encargó de proyectar un nuevo reglamento de comercio. Asistió a Mariano Moreno en sus tareas y solía acompañarlo en sus largas jornadas. Con él asistió a la celebración por la victoria de Suipacha, que terminó con la corona de azúcar sobre la testa de Saavedra y ese famoso “Ni ebrio ni dormido”. Al igual que otros miembros de la Junta había renunciado a su sueldo y de su propio peculio saldaba algunos gastos del incipiente gobierno patrio. Por otro lado, fue acusado de beneficiarse con el viaje en el que Cisneros volvía a España para aprovechar el flete a fin de enviar sus mercaderías a Europa. Destituido después de la Revolución de los Orilleros, fue preso a Luján y más tarde confinado a San Juan hasta 1812.
El ascenso de sus aliados como integrantes del Segundo Triunvirato le otorgó nuevo protagonismo participando en el Congreso de 1813. Fue triunviro en reemplazo de José Julián Pérez y ministro de Hacienda durante el directorio de Posadas. Preocupado por conquistar a la vecina Montevideo, a fin de alejar la amenaza del poderío español sobre las costas patrias, Larrea concentró todos sus esfuerzos en la formación de una escuadra nacional. Esta, dirigida por el almirante Brown, coronó sus esfuerzos con la victoria de Buceo. Sitiados por tierra y por mar, Montevideo no tuvo otra alternativa más que rendirse ante las tretas de Alvear.
Después de la Revolución de 1815 pesaron sobre Larrea graves acusaciones, como la de contrabando, la de deber cánones aduaneros (230.000 pesos según algunas fuentes) y haber vendido con suculentos sobreprecios armas al ejército nacional. Los sables se vendían con ganancias del 500%, o al menos eso decían los enemigos del financista, que no dudaron en apresarlo y encerrarlo engrillado por “delitos de facción”. A raíz de este juicio sus bienes fueron expropiados y Larrea, una vez más, debió seguir el camino del exilio. Esta vez cambió la aridez cuyana por el glamour de Bourdeos, ciudad donde trató de rehacer su patrimonio, sin fortuna. La Ley del Olvido de 1822 (ya precozmente en nuestra historia patria debemos recurrir a la amnesia) le permitió un regreso con gloria, ya que gracias a las relaciones adquiridas en Francia pudo establecer una línea de vapores con sede en Le Havre. Sin embargo, y a pesar del comienzo auspicioso, la empresa terminó en fracaso. De los vapores pasó al saladero. En 1828 Dorrego lo nombró cónsul en Francia y hacia allá se dirigió para volver un año más tarde con el Acta de Reconocimiento de nuestra independencia por el país galo.
La llegada al poder de Rosas le complicó las cosas al catalán. Evidentemente el Restaurador lo tenía entre ceja y ceja. Las continuas multas e impuestos gravosos que debió soportar llevaron a la quiebra sus negocios.
Larrea no pudo tolerar este nuevo fracaso, viejo y deprimido se cortó el cuello con una navaja. “¡Pobre las Larrea!”, exclamó Margarita Sánchez de Mendeville al enterarse del desenlace final.
El cuerpo de Larrea fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta en un lugar no precisado, con el tiempo se ha extraviado. Los diario de la época no dieron cuenta de su muerte. Larrea había sido olvidado hacía tiempo, aunque fuera, en opinión de Vicente Fidel López, “el financista más hábil de su tiempo”.