REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años.
Publicamos a continuación un artículo del escritor Omar López Mato, aparecidos en el diario La Prensa el día 31 de octubre de 2010, en la columna Umbrales del tiempo.
Piquito de Oro
y desmadre jacobino
por Omar López Mato
Juan José Castelli y Mariano Moreno eran asiduos lectores de Voltaire y Rousseau y encararon la tarea de construir una nación con el espíritu propio de sus ídolos, los jacobinos franceses. Le tocó a Castelli la ingrata misión de ordenar la ejecución del ex virrey Liniers, al igual que a los jefes realistas tomados prisioneros en Suipacha, la primera victoria patria. De esta forma daban comienzo a las retaliaciones que cobrarían tantas muertes inútiles durante nuestras guerras por la independencia.
Castelli actuaba como comisario ideológico en el politizado Ejército del Norte y debía velar por la ortodoxia doctrinaria de sus miembros. Durante su permanencia en el Alto Perú se lo acusó de fomentar una actitud antirreligiosa que les granjeó a los porteños la antipatía de la población del lugar. Se habló de profanaciones de templos y sermones sacrílegos dados desde el púlpito de las iglesias por Monteagudo y el mismo Castelli vestido de cura.
Después del desastre de Huaqui y la desaparición de Moreno del espectro político, Castelli recibió una carta de Saavedra donde le ordenaba suspender “toda ejecución capital” y otras arbitrariedades. Castelli debió volver a Buenos Aires para rendir cuenta de sus actos durante el juicio al que fue sometido, conocido como La Causa del Desaguadero y “Proceso formado al doctor Juan José Castelli”.
En los autos nada se habla de conductas heréticas, por el contrario, se expone el sentimiento cristiano que en todo momento imprimió a sus actos dentro del ejército. Los testigos -Gregorio Zeballos, Juan Argerich y Juan Madera- sostenían vehementemente que en ningún momento Castelli había caído en “proposiciones escandalosas o sospechosas en la fe”. Es más, cuentan los testigos que Castelli reprendió a un grupo de oficiales que habían arrastrado una cruz del cementerio de Cochabamba.
Más precisa y contundente fue la afirmación de Bernardo Monteagudo, a quien señalaban como otro autor de atentados contra la Iglesia. “A no ser que se confundan, como es frecuente, las máximas de libertad política como el espíritu de irreligión, ignoro que ningún individuo del ejército se hubiese deslizado contra la religión dominante”, aclaró el tucumano.
Las causas quedaron inconclusas ya que Castelli no llegó a declarar, debido a que el 12 de octubre de 1812 falleció de una llaga cancerosa en la lengua causada por la quemadura con un cigarro, como relata Cayetano Bruno en su libro “El ocaso cristiano de los próceres”.
El tema de los excesos antirreligiosos quedó en agua de borrajas, pleno de testimonios contrarios a los de Castelli y Monteagudo, como el expuesto por el deán Funes (“Castelli se maneja como un libertino”) o en las memorias del general español García Camba, donde afirma que este cáncer fue “sin duda un castigo del cielo por las blasfemias que profirió por su boca en el Perú, donde le decían Pico de Oro y predicaba la irreligión”. Estas afirmaciones dejan el debate abierto.
Al sufrimiento físico que padeció Castelli a causa de esta dolorosa enfermedad, debemos agregar la amargura inducida por su hija Ángela, unida en matrimonio clandestino contra la voluntad de su padre. A pesar de las acusaciones de sacrílego, Juan José Castelli murió habiendo recibido todos los sacramentos y fue enterrado en la iglesia de San Ignacio, donde aún se encuentran sus restos.