REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Hombres de sotana en la historia argentina
por Armando Alonso Piñeiro
El reciente triunfo de
monseñor Piña en Misiones había desatado -antes de conocerse la victoria- un
caudal de críticas por el hecho de que un miembro de la Iglesia actuara en
política, apelando inclusive a mal entendidas manifestaciones del Sumo
Pontífice.
Pero más allá de esta
prevención, es bueno recordar que desde el nacimiento de la Argentina, ya en
los prolegómenos de la Revolución de Mayo, los hombres de sotana tuvieron
activa participación en hechos cruciales de nuestro pasado.
El famoso deán
Gregorio Funes fue el autor del Reglamento Orgánico destinado al Primer
Triunvirato. Fue el mismo que por decreto del 1 de julio de 1812 de ese mismo
Triunvirato aceptó la misión de “escribir la historia filosófica de nuestra
feliz revolución”, lo que dio pie en el año 2002 a que el Congreso Nacional
estableciera aquella fecha como Día Nacional del Historiador, a propuesta de la
revista Historia -que dirige el autor de esta columma- según ley N° 25.566.
La Declaración de
Independencia de 1816 rubricada en la ciudad de Tucumán lleva las firmas de
otros ilustres sacerdotes: Cayetano Rodríguez, Colombres, Castro Barros,
Molina, Pacheco, Acevedo, Del Corro, Gallo, Aráoz, Thames, Sáenz, Iriarte, Oro,
López, Uriarte. Cinco sacerdotes -Juan Solá, Alberti, Gorriti, Funes e
Iriarte- tuvieron destacada actuación en tres asambleas fundamentales de la
nacionalidad: la Junta del 24, la del 25 de mayo de 1810 y la Junta Grande.
Otro cura, José Amenábar, fue el primer titular de la Legislatura santafesina, quedando a su cargo la redacción de la primera Constitución, y de paso fundó y dirigió el inicial colegio secundario de la provincia.
El primer rector que
tuvo la Universidad de Buenos Aires fue el sacerdote Antonio Sáenz. Otro
cura, Gómez, asumió el vicerrectorado. Este último tuvo a su cargo la redacción del Estatuto Provisional de 1815.
Valentín Gómez fue, acaso, uno de los más notables hombres de la Iglesia que se destacaron por su fervor patriótico y su consagración a tareas políticas fundamentales. Al presidir la Asamblea Constituyente de 1813 firmó los decretos de aprobación de nuestra bandera y de lo que luego sería el escudo nacional. La Logia Lautaro lo propuso, aunque inútilmente, como presidente de la Nación, pero al menos escribió un proyecto de Constitución Nacional. Educador rígido, fue maestro de Vicente López, Alvarez Jonte, Dorrego, Rivadavia, Manuel García. Y en 1807 organizó, con Pueyrredón, la Reconquista de Buenos Aires de los invasores ingleses.
Otro no menos
destacado sería Luis Chorroarín, a quien se le debe la creación de la bandera
de guerra, simbolizada por el sol en su centro, y se le ocurrió también que la
imagen de Febo figurara en la banda presidencial. Inauguró y dirigió la
Biblioteca Nacional.
La Gaceta de Buenos
Aires -considerado el primer periódico argentino, aunque en realidad era órgano oficial del gobierno de turno- fue organizada por el sacerdote Manuel Alberti, siendo Mariano Moreno su redactor, pero al renunciar éste, su
puesto se cubrió con otro hombre de la Iglesia: el deán Funes, ya citado
anteriormente,
Prácticamente no hubo
provincia, en los primeros años de la Revolución, que no tuviera entre sus
líderes y gobernantes a sacerdotes. Así ocurrió con San Luis (el padre Lucero),
con San Juan (Pedro Fernández), Jujuy (Zegada), Salta (Gorriti), Mendoza
(Aldao), Santa Fe (Amenábar y Zaballa) y Catamarca (con Centeno, Cardoso y
Tolosa, sucesivamente). Y aún faltan otros territorios en esta lista.
Fantasmas bienhechores de nuestro pasado común, esta incompleta lista de ilustres sacerdotes se integra también, entre otros, con dos grandes historiadores: el padre Guillermo Furlong y Cayetano Bruno, autor este último de un libro en dos tomos con sugestivo titulo: La Argentina nació católica.