jueves, 12 de enero de 2023

Sacerdotes en la historia argentina - Armando Alonso Piñeiro

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En el diario La Prensa, del 24 del mes de diciembre de 2006, fue publicado en la columna "Los fantasmas del pasado"un importante artículo sobre la intervención de sacerdotes en varios acontecimientos de nuestra historia. 

Hombres de sotana en la historia argentina

por Armando Alonso Piñeiro


El reciente triunfo de monseñor Piña en Misiones había desatado -antes de conocerse la victoria- un caudal de críticas por el hecho de que un miembro de la Iglesia actuara en política, apelando inclusive a mal entendidas manifestaciones del Sumo Pontífice.

Pero más allá de esta prevención, es bueno recordar que desde el nacimiento de la Argentina, ya en los prolegómenos de la Revolución de Mayo, los hombres de sotana tuvieron activa participación en hechos cruciales de nuestro pasado.

El famoso deán Gregorio Funes fue el autor del Reglamento Orgánico destinado al Primer Triunvirato. Fue el mismo que por decreto del 1 de julio de 1812 de ese mismo Triunvirato aceptó la misión de “escribir la historia filosófica de nuestra feliz revolución”, lo que dio pie en el año 2002 a que el Congreso Nacional estableciera aquella fecha como Día Nacional del Historiador, a propuesta de la revista Historia -que dirige el autor de esta columma- según ley N° 25.566.

La Declaración de Independencia de 1816 rubricada en la ciudad de Tucumán lleva las firmas de otros ilustres sacerdotes: Cayetano Rodríguez, Colombres, Castro Barros, Molina, Pacheco, Acevedo, Del Corro, Gallo, Aráoz, Thames, Sáenz, Iriarte, Oro, López, Uriarte. Cinco sacerdotes -Juan Solá, Alberti, Gorriti, Funes e Iriarte- tuvieron destacada actuación en tres asambleas fundamentales de la nacionalidad: la Junta del 24, la del 25 de mayo de 1810 y la Junta Grande.

Otro cura, José Amenábar, fue el primer titular de la Legislatura santafesina, quedando a su cargo la redacción de la primera Constitución, y de paso fundó y dirigió el inicial colegio secundario de la provincia.

El primer rector que tuvo la Universidad de Buenos Aires fue el sacerdote Antonio Sáenz. Otro cura, Gómez, asumió el vicerrectorado. Este último tuvo a su cargo la redacción del Estatuto Provisional de 1815.

Valentín Gómez fue, acaso, uno de los más notables hombres de la Iglesia que se destacaron por su fervor patriótico y su consagración a tareas políticas fundamentales. Al presidir la Asamblea Constituyente de 1813 firmó los decretos de aprobación de nuestra bandera y de lo que luego sería el escudo nacional. La Logia Lautaro lo propuso, aunque inútilmente, como presidente de la Nación, pero al menos escribió un proyecto de Constitución Nacional. Educador rígido, fue maestro de Vicente López, Alvarez Jonte, Dorrego, Rivadavia, Manuel García. Y en 1807 organizó, con Pueyrredón, la Reconquista de Buenos Aires de los invasores ingleses.

Otro no menos destacado sería Luis Chorroarín, a quien se le debe la creación de la bandera de guerra, simbolizada por el sol en su centro, y se le ocurrió también que la imagen de Febo figurara en la banda presidencial. Inauguró y dirigió la Biblioteca Nacional.

La Gaceta de Buenos Aires -considerado el primer periódico argentino, aunque en realidad era órgano oficial del gobierno de turno- fue organizada por el sacerdote Manuel Alberti, siendo Mariano Moreno su redactor, pero al renunciar éste, su puesto se cubrió con otro hombre de la Iglesia: el deán Funes, ya citado anteriormente,

Prácticamente no hubo provincia, en los primeros años de la Revolución, que no tuviera entre sus líderes y gobernantes a sacerdotes. Así ocurrió con San Luis (el padre Lucero), con San Juan (Pedro Fernández), Jujuy (Zegada), Salta (Gorriti), Mendoza (Aldao), Santa Fe (Amenábar y Zaballa) y Catamarca (con Centeno, Cardoso y Tolosa, sucesivamente). Y aún faltan otros territorios en esta lista.

Fantasmas bienhechores de nuestro pasado común, esta incompleta lista de ilustres sacerdotes se integra también, entre otros, con dos grandes historiadores: el padre Guillermo Furlong y Cayetano Bruno, autor este último de un libro en dos tomos con sugestivo titulo: La Argentina nació católica.