REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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A 25 años de Malvinas
por Armando Alonso Piñeiro
Mañana se cumplirá un cuarto de siglo de la Guerra de Malvinas, es decir, desde que los argentinos intentamos reconquistar el archipiélago pirateado por los ingleses en 1833.
Quienes después de 1982 abominaron de esta gesta -y lo continúan haciendo hasta el presente- olvidan la importancia histórica de aquel hecho, prolongado hasta la rendición del 14 de junio del gobernador de la época, general Mario Benjamín Menéndez, desobedeciendo las órdenes en contrario del general Leopoldo Galtieri.
En los últimos tiempos los británicos no insisten mucho en subrayar sus falsos derechos sobre las islas Malvinas, porque saben que tienen en contra, más que las justas alegaciones nuestras, posiciones de los propios ingleses de los siglos XIX y XX.
Un contemporáneo de la agresión de 1833, el duque de Wellington -a la sazón primer ministro del Reino Unido-, confesó haber “revisado los papeles relacionados con las islas Malvinas. No me resulta nada claro que alguna vez hayamos poseído la soberanía de estas islas”. En 1848 William Maleswon manifestó públicamente en la Cámara de los Comunes que era necesario devolver “las islas al gobierno de Buenos Aires, que justamente las reclama”. El acuerdo anglo-hispano de 1771 contenía una cláusula secreta que implicaba el reconocimiento de los derechos españoles. Ello motivó una sorda polémica en el gobierno inglés, que pidió al prestigioso escritor y lexicógrafo Samuel Johnson ocuparse del tema para dilucidar la cuestión afondo. Johnson escribió entonces un trabajo titulado “Consideraciones sobre las últimas transacciones con respecto a las islas Falkland”, donde su desprecio por el archipiélago era patente: “Hemos mantenido el honor de la Corona y la superioridad de nuestra influencia. ¿Y qué hemos adquirido además de esto? Nada, sino una soledad yerma y triste, una isla inadecuada para cualquier uso humano, de inviernos tormentosos y áridos veranos; una isla que ni siquiera los salvajes sureños se han dignado habitar; donde hay que mantener una guarnición en tales condiciones que llegan a envidiar a los exiliados en Siberia, cuyo gasto será eterno y el uso especialmente ocasional, y que, si la suerte se apiada de nuestros apuros, puede convertirse en nido de contrabandistas en tiempos de paz y en los de guerra en refugio de futuros bucaneros”.
Cuesta creer que un país tenga tan deplorable opinión de su eventual propio territorio, de manera que la conclusión es obvia. Pero hay más aún. En 1910, el titular del Departamento América del Foreign Office, Sidney Spicer, escribió textualmente: “Es difícil evitar la conclusión de que la actitud del gobierno argentino no es enteramente injustificada y que nuestra acción ha sido algo despótica”.
Veintiséis años más tarde, el consejero legal de la Cancillería inglesa, George Fitzmaurice, señaló: “Nuestro caso posee cierta fragilidad”. Y su dictamen era, simplemente, “sentarse fuerte sobre las islas, evitando discutir, en una política para dejar caer el caso”.
Al mismo año de 1936 corresponde un comentado y demoledor párrafo de John Tortbeck, otro alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores británico: “La dificultad en nuestra posición radica en que nuestra toma de posesión de las islas Malvinas en 1833 fue tan arbitraria a los ojos de procedimientos legales actuales, que no es por lo tanto fácil de explicar nuestra posición sin mostrarnos a nosotros mismos como bandidos internacionales”.
Se conservan otros documentos diplomáticos de similar envergadura, todos ellos existentes en el Archivo Público Oficial (PRO) del Foreign Office, pero existe la perturbadora circunstancia de que este archivo se encuentra cerrado hasta el año 2015. Es el mismo repositorio donde se encuentra un memorándum de 1940: “Oferta propuesta por el gobierno de Su Majestad para volver a unir las islas Malvinas a la Argentina y aceptación de arrendamiento”. Este documento fue escrito en una época particular, cuando al Reino Unido le interesaba el apoyo argentino, en plena Guerra Mundial. No sólo el contenido del memorándum sino aun su propio título no tiene desper- dicio, puesto que “volver a unir las islas Malvinas a la Argentina” implica un paladino reconocimiento de que el archipiélago estaba unido a nuestro país.
¿No habrá llegado el momento de utilizar las pruebas británicas -y otras muchas que conservo en mis archivos- a fin de que se les vuelvan en contra?