REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Los héroes de Prefectura en Malvinas
por Magdalena Defferrari
Guardacostas Río Iguazú, con su camuflaje |
Se cumplen 25 años desde que un maquinista del "Río Iguazú" logró derribar un avión Harrier inglés
En mayo de 1982, la Prefectura Naval Argentina logró una de las hazañas de la Guerra de las Malvinas. Dos guardacostas, el GC-82 “Islas Malvinas” y el GC-83 “Rio Iguazú”, no sólo consiguieron burlar el bloqueo impuesto por la marina inglesa, sino que, por primera y única vez, se logró derribar un avión Harrier británico desde una unidad de superficie.
Gabino Oscar González era el primer oficial y José Ibáñez, un cabo segundo a cargo del sector máquinas del guardacostas “Río Iguazú”, mientras que Osvaldo Aguirre iba a bordo del “Islas Malvinas” como primer oficial de navegación. Ninguno superaba los 25 años y no imaginaban que su viaje hacia la recuperación de las Islas Malvinas iba a convertirse en una odisea.
P R I S I O N E R O D E G U E R R A
El guardacostas “Islas Malvinas” fue el primero en entrar en combate. El 12 de mayo de 1982, a las 8 de la mañana, estaba fondeado en la bahía de la Anunciación cuando un helicóptero Sea King comenzó un ataque.
Aguirre recuerda que les dieron la orden de “fuego libre” y que pensó: “¿Fuego libre... desde un guardacosta? Nosotros disparábamos con lo que había y se ve que se asustó porque desapareció, pero en eso reaparece y con los disparos MAC 762 hiere a Antonio Grigolato, que disparaba con un fusil. Fue el primer combate aeronaval que tuvo el país, aunque no lo quieren reconocer”.
Pero, tras otras misiones y después de sobrevivir a distintos ataques, el “Islas Malvinas' fue capturado por los ingleses y Aguirre, junto a tres oficiales más, fueron tomados prisioneros de guerra.
“Estuve 30 días preso -recuerda-. El capitán Bell, el que estuvo en la rendición de Menéndez, me pidió la espada y la pistola diciéndome que ‘el día de mañana si se solucionaba me los iba a devolver’... y no se habrá solucionado porque no me los devolvió nunca”, dice entre risas.
Aguirre tenía 25 años, cuando pasó sus primeros 15 días como prisionero de guerra en un frigorífico. En el patio, donde todos los días lo hacían caminar en círculos hasta que dijeran basta, había una bomba argentina de 750 libras encajada.
“En un cuaderno de recibos escribía un diario donde contaba lo que hacíamos, más algún insulto de bronca. Un día me llaman a interrogatorio y me sacaron el diario que escondía en mis calzoncillos, nunca más lo recuperé. El Capitán Bell tenía una frase: 'Antes que lo tome un soldado como souvenir, dámelo a mí’ ”, aseguró.
Aguirre se negó a responder algunas de las preguntas del interrogatorio y por eso lo mudaron de ala. Ahí compartió la celda con Menéndez, Dorrego y Balza y asegura “lo único bueno es que a ellos les daban comida”.
Cada vez que habla de su tiempo en cautiverio, pierde la mirada y se nota cómo los recuerdos lo trasladan a su celda. Los siguientes 15 días los pasó peor, lo trasladaron a un barco donde “vivía en un espacio de 8 centímetros”. El camarote tenía cuatro camas y ellos eran cinco. A él le tocó dormir en el piso porque era el de menor cargo.
“Yo era el último en acostarme y el primero en levantarme porque si no me pisaban... aparte roncaban. No tenía diálogo con ellos porque ¿Qué iba a conversar con dos teniente coronel y dos capitanes de fragata? Nada. No podía hablar de hijos porque estaba soltero así que en silencio pasé 15 días más”.
Después fue la vuelta a casa y el dolor de ver al GC-82 “Islas Malvinas” capturado por los británicos,
- ¿Alguna deuda pendiente?
- Sí, tendríamos que haber hundido el barco,
E L H É R O E D E P R E F E C T U R A
José Ibáñez relata como derribó al avión inglés |
Distinto fue lo que pasó en el GC-83 “Río Iguazú”. José Raúl Ibáñez tenía 24 años y fue la persona que el 22 de mayo de 1982 derribó a un avión Harrier.
A las 8.10 de la mañana, cerca de Puerto Darwin, el “Río Iguazú” hace sonar el ‘zafarrancho de combate’: mientras cada uno de los hombres tomaba su puesto de combate, los Harrier comenzaron el ataque. El guardacosta se defiende también a los tiros.
En la balacera muere el encargado de la ametralladora, Julio Omar Benítez y quedan heridos el timonel, Carlos Bengochea y el contramaestre, Juan José Baccaro. Mientras tanto, en la zona de máquinas, Ibáñez intentaba sacar el agua que invadía al guardacostas, pero las dos bombas de achique no daban abasto y el agua comenzaba a subir. Tras la orden de abandonar el puesto, Ibáñez sale a la cubierta.
“El panorama era desolador. Baccaro y Bengochea estaban arrastrándose por cubierta y lo único que me acuerdo fue que alguno me dijo ‘Hacelo pomada’ ”, relata.
En medio de los tiros, Ibáñez quita el cuerpo de Benítez de la ametralladora. Luego se acomoda, levanta la vista, el avión comienza un vuelo en picada mientras se enfila en la popa del guardacosta: “El Harrier abre fuego y ahí le mandé una ráfaga de la ametralladora 12,7 y le di. Empezó a largar una cortina de humo y a caer en picada. Nos pasó muy cerca”.
Lo que vino después fue un suplicio. El GC-83 quedó encallado a 10 metros de un islote cerca de Puerto Darwin. Y todos los tripulantes del barco se trasladaron a tierra a la espera de ser rescatados pero con el temor de un nuevo ataque inglés.
“Nuestra gran salvación fue que había observadores de avanzada de la Fuerza Aérea”, recuerda Ibáñez. Enviaron un helicóptero a las 10 de la mañana y otro a las 14. En ese momento, él y 5 personas más se encontraban en el guardacostas sacando el cuerpo de Benítez, y un grupo de 7 personas del Ejército en tierra.
El helicóptero se fue con la promesa de regresar a rescatarlos. Pero eso no sucedió hasta el día siguiente. Durante toda la jornada sobrevolaron aviones ingleses, ninguno argentino. El miedo era normal. “Esa noche, encontramos algo fuerte para tomar. Una botella que estaba archivada, que no sabemos de quién era. Pero era una botella de una bebida blanca muy fuerte que nos ayudó mucho”, recordó.
Al día siguiente, a las 16, llega el helicóptero de rescate y les piden que dejen los bultos, incluido el cuerpo de Benítez, que con 19 años era el hombre más joven de la tripulación: “Ahí le digo que sin el cuerpo no volábamos y me dice: ‘Bueno, alzalo’. Así que nos subimos al helicóptero con la mala suerte de que la zona entra en alarma roja”.
Lo que pasó después fue tan rápido que Ibáñez no lo puede creer. El del helicóptero nos dice: “Yo apoyo el helicóptero y ni bien toco tierra se tiran, se desparraman”. Y así fue, algunos se tiraron, otros no llegaron a hacerlo y unos minutos después pasa el avión... por suerte no nos enganchó sino no contábamos la historia”.
- ¿Usted obtuvo la máxima distinción de la Nación?
- Sí, recibí la máxima distinción que entregó el gobierno “La Nación Argentina al Alto Valor en Combate”. Fue un honor para mí aunque lamento que quedó un compañero en el camino... podríamos haber sido todos, como alguna vez me dijeron. Pero, la vida continúa, hay que ver que sirva d ejemplo porque esto no lo hizo Ibáñez sólo, sino la tripulación de un Guardacosta de la Prefectura.
La guerra terminó pero la memoria, el recuerdo y el agradecimiento persiste en el tiempo. Ellos no dudaron en dar la vida por su país.
U n m a e s t r o d e l c a m u f l a j e
Gabino Oscar González era el oficial principal del GC-83 ‘Rio Iguazú”, estaba recién casado y guarda las cartas y telegramas a su familia como si fueran un tesoro. “Hay algunas que las empiezo a leer y no puedo seguir porque recuerdo lo que fue estar ahí, es algo más fuerte que yo”, relata.
“Las leo y todas dicen lo mismo: ‘Estoy bien’, ‘estamos bien’, ‘no pasa nada’...pero no puedo seguir leyéndolas”, dice.
González fue el hombre que distinguió el avión Harrier sin ninguna información, sólo por ver su imagen en una revista. Una imagen que hoy recuerda por la forma de las alas y por la herida de una esquirla, que recibió durante el ataque, en su pierna izquierda.
Pero también es “el artista de la Prefectura”. No sólo sus dibujos forman parte de las hazañas en las Islas, sino que gracias a su ingenio se logró camuflar el guardacostas y evitar así el ataque inglés.
“Teníamos que ocultarlo como sea -asegura- y con pintura de algunos barcos pesqueros empecé a mezclar colores. No teníamos experiencia en el tema, pero con paciencia conseguí armar los colores: primero fue un verde oscuro, que lo recuerdo porque es como el de la hoja de naranja; un verde más agrisado y el color madera. Y así logramos eludir un ataque inglés”.