REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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Condenados antes de empezar
por Omar López Mato
El coronel Dorrego
estaba condenado a morir antes de asumir el cargo de gobernador de Buenos
Aires.
Vicente López y
Planes, nuestro jurisconsulto poeta, sirvió de puente entre la debacle
presidencial rivadaviana y la oposición republicana del coronel Dorrego, que a
pesar del tiempo transcurrido no podía quitarse de encima ese estigma de
juvenil descontrol que había caracterizado sus años mozos. Por más que a lo
largo de esos últimos tiempos había demostrado una mesura aprendida durante sus
años de exilio en los Estados Unidos (donde había estudiado el funcionamiento
de las instituciones federales), aún le cabía el mote de ‘Loco’ con que lo señalaban
sus enemigos, los doctorcitos unitarios segundones del Mulato.
Rivadavia se vio
obligado a renunciar ante los torpes manejos diplomáticos de su ministro García
en la Corte brasileña. ¿Acaso García se había tomado tantas atribuciones sin el
consentimiento del presidente? ¿Había actuado por cuenta propia sin una media
palabra de las autoridades? Es difícil de creer que haya sido una medida
inconsulta (de hecho, García permaneció en su puesto, y con los años fue
funcionario de Rosas), pero Rivadavia presenta su renuncia en el momento más
álgido del conflicto, cuando el ejército republicano era un infierno de
enfrentamientos internos. Alvear, Soler, Lavalleja, Oribe, Lavalle, Paz,
Iriarte, todos confrontaban sus posiciones, discutían las órdenes, opinaban
sobre el manejo de los asuntos militares, políticos y diplomáticos.
La batalla de
Ituzaingó fue un duro golpe para el ejército imperial, pero a pesar de que la
fortuna le había sonreído hasta entonces al ejército argentino, poco más podía
durarle esa suerte. No sólo le faltaba dinero: diluida el empréstito Baring con
intereses y manejos turbios, era natural que a medida que este ejército casi
acéfalo se adentrase en territorio enemigo las dificultades logísticas y
estratégicas complicarían el desarrollo de las acciones (tal como le había
pasado al malogrado Ejercito del Norte diez años antes y cada vez que cruzaba
el río Juramento).
Sin medios, en
posición estratégica adversa, con derrotas diplomáticas y la fuerte presión
inglesa para imponer su teoría del Estado tapón, asume Dorrego. Efectivamente,
sólo un loco podía tomar las riendas del gobierno en condiciones tan
desfavorables. Pero esta precipitación en la que cayó el coronel Dorrego no fue
privativa de él. Se repitió varias veces a lo largo de nuestra historia. El
coronel y sus sucesores cayeron en un mesianismo inconducente, en negarse a ver
las propias limitaciones en una crisis profunda, el ciego voluntarismo de
pensar que podían manejar los conflictos del momento mientras la oposición creó
ese maremágnum conspiraba desde las tinieblas. Efectivamente, esperaban entre
las sombras a que este “idiota útil” hiciera lo que era inevitable hacer. Que
cargase él con las culpas del caso, y así va preparando el terreno para el
retorno triunfal de los unitarios. Rivadavia y los suyos, que sembraron la
semilla del mal, volverían como los salvadores de la patria.
La frase de Agüero,
fiel segundón de Rivadavia, expresó esta intención con frialdad maquiavélica:
“Nuestra caída es aparente, nada más que transitoria. No se esfuerce usted en
atajarle el camino a Dorrego. Déjele que se haga gobernador... tendrá que hacer
la paz con Brasil aceptando la deshonra que nosotros hemos rechazado... el
ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos.”
Todo lo intentó
Dorrego. Trató de activar la oposición brasileña, fomentó el espíritu
separatista de los farrapos, buscó el apoyo de su admirado Bolívar, y hasta San
Martín volvió para ponerse enfrente del ejercito republicano. Todo fue en vano.
La presión inglesa fue terrible sobre un gobierno sin medios. Se logró la paz
más honrosa posible, pero que no estaba a la altura de las expectativas de los
oficiales que habían vencido en el campo de batalla. Buscaron algún culpable,
el que tenían más a mano, y resultó que era este coronel medio loco, arrebatado,
populista y federal. Amigo de los pobres y aliado de los mismos caudillos que
le habían negado su apoyo para llevar adelante la guerra contra el Imperio. Sí,
él era el culpable.