REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA
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por Pacho O´Donnell
El Chacho |
Desde su provincia
natal, La Rioja, se enfrentó a los más importantes líderes de Buenos Aires. Su
pueblo lo llamó “Padre de los pobres” por la ferviente lucha para sacar a su
gente de la pobreza. Traicionado por Urquiza, a quién consideró líder, fue asesinado
a manos de soldados de Sarmiento.
Quien lo había
condenado a muerte y festejó ésta con morboso entusiasmo, Domingo Faustino
Sarmiento, debió sin embargo reconocer en su víctima: “Alguna cualidad
verdaderamente grande debía de haber en el carácter de aquel viejo gaucho”.
Cualidad que a Angel Vicente Peñaloza, el “Chacho”, le había permitido, al
frente de sus montoneras, tener en jaque durante varios años a los bien
entrenados y mejor armados ejércitos que imponían sangrientamente a las
provincias el proyecto porteñista de organización nacional.
Puro coraje riojano
El “Chacho” había
nacido en el riojano rancherío de Guaja, en Los Llanos, en 1798. Era un
importante estanciero en La Rioja lo que no fue óbice, movido por su espíritu
justiciero, de que se incorporase a las fuerzas de su comprovinciano Facundo
Quiroga. Se destacó prontamente por su coraje convirtiendo en leyenda su
repetida acción de, montado, enlazar cañones enemigos e incorporarlos a las
propias filas. Luego de la Batalla del Tala, El Tigre de los Llanos lo ascendió
a capitán de milicias.
Peñaloza continuó en
el federalismo luego de la muerte de su jefe en Barranca Yaco hasta que,
siguiendo a su nuevo referente, el general Tomás Brizuela, se pasó al
unitarismo en rebelión contra Juan Manuel de Rosas, enconado porque éste no
había resuelto la postergación y la miseria que acosaba a La Rioja. El Restaurador
argumentaba que había debido destinar la recaudación de la Aduana porteña a
financiar la defensa contra el ataque de Francia en 1840 y de las armadas anglo
francesas combinadas en 1845. Pero esos conflictos parecían ajenos, exclusivos
de Buenos Aires, en las provincias alejadas como la riojana. Además eran muchos
los convencidos de que don Juan Manuel había sido el autor intelectual de la
muerte de Facundo.
A raíz de la derrota
de la unitaria Coalición del Norte el “Chacho” se exilia en Chile. Al poco
tiempo vuelve a cruzar la Cordillera en un nuevo intento de sublevarse contra
la Confederación que termina en fracaso. Otra vez en Chile, convencido del
arraigo popular de Rosas y constatando sus diferencias con los exiliados
unitarios en tierra chilena, decide reincorporarse al campo federal. Para ello
busca la protección del gobernador sanjuanino, Nazario Benavidez, y luego
regresa a La Rioja convirtiéndose, desde 1848, en el indiscutible árbitro de la
política de su provincia.
Es designado general
de la Confederación provincial por nombramiento de su presidente, Justo José de
Urquiza, con formal aprobación del Senado. Con su ejército irregular de
milicias gauchas convocadas por su carisma, tenía por tarea la custodia del
orden militar en La Rioja y en Catamarca.
Las noticias de que la
victoria federal en Pavón se había transformado en derrota, que Urquiza estaba
enclaustrado en su palacio de San José y que el presidente Derqui había huido
en un barco inglés detuvieron su avance sobre Tucumán para cumplir con la orden
de deponer al gobernador Taboada, aliado con los liberales autoritarios del
puerto. El “Chacho” acampa en las afueras de la ciudad y envía una propuesta de
negociación a Taboada quien acepta para darle tiempo de llegar a las tropas al
mando del coronel Paunero, a quien escribe Mitre: “Mejor que entenderse con el
animal de Peñaloza es voltearlo. Aprovecharemos la oportunidad de los caudillos
que quieren suicidarse para ayudarlos a bien morir”.
Cuando el gobernador
tucumano, sintiéndose fuerte, rompe la tregua Peñaloza le escribe una carta que
revela su espíritu cándido y noble: “¿Por qué una guerra a muerte entre
hermanos contra hermanos”. Aprovechando la ausencia del “Chacho”, Paunero
avanza sobre La Rioja pero aquél, regresando a matacaballo, la recupera ante
los vítores de la chusma que lo venera como “Padre de los pobres”. El corrido
coronel uruguayo escribe a Buenos Aires: “El negocio de La Rioja se hace cada
vez más una espina en el talón, como decía Luis Felipe a Mackau por la guerra
en el Río de la Plata”, identificándose con el invasor extranjero que fuese
derrotado por el gauchaje de Rosas.
Dicha “espina” debía
ser extraída por cualquier medio, como lo entendiese el coronel Sandes quien
sorprendió en “Los llanos” a una desprevenida partida “chachista” y pasó por
las armas a todos los apresados. Quien elevaría el parte sería Sarmiento: “El
coronel Sandes llevó orden por escrito del infrascripto de pasar por las armas
a todos quienes encontrase con armas en la mano, y lo ha ejecutado en jefes y
oficiales”. La vocación militarista del sanjuanino se había hecho palpable,
desencadenando las burlas de sus adversarios, cuando se hizo retratar, luego de
Caseros, con gesto fiero y con imaginario uniforme de coronel, grado que el
ejército nunca le reconoció. Años más tarde, ya presidente, fundaría el Colegio
Militar y la Escuela Naval.
La rebelión de los
provincianos
La guerra se extiende
espontáneamente movida por la indignación de los provincianos que ven invadido
su territorio por quienes les quieren imponer a sangre y fuego sus
conveniencias disfrazadas de cruzada civilizadora. Se levanta en Arauco Severo
Chumbita, en Guadancol Felipe Varela, en el oeste Fructuoso Riveros, también
Carlos Angel en Chilecito. Para mayor preocupación de Buenos Aires aparecen
también montoneras en Córdoba y San Luis.
Lo que los mueve no es
tanto la ideología antiliberal sino la convicción tantas veces confirmada de
que los intereses porteños eran incompatibles con los de las plebes
provincianas y que su predominio resultaría en más miseria y más injusticia.
“En 1858, el año más próspero de esa década, el presupuesto del gobierno
provincial (de La Rioja) disponía el gasto de apenas 21.150 pesos, muy lejos
del de la provincia de Buenos aires que en 1859 autorizaría gastos por 3.
961.260, es decir ¡187 veces más de lo que se intentaba gastar en La Rioja! Aún
así la Legislatura riojana estimaba que los recursos genuinos alcanzarían sólo
a 11.085 pesos. Entonces el déficit de ese misérrimo presupuesto era casi del
50 por ciento” (A. de la Fuente). Por eso su guerra era por la supervivencia y
el “Chacho”, cuyo origen social le hubiera permitido integrar la “clase decente”,
como se autocalificaban los oligarcas dando por sentado que los humildes eran
“indecentes”, se sentía en la obligación de conducir la resistencia al frente
de los gauchos que lo seguían con la confianza de que nunca los defraudaría.
Los porteñistas
intentaron entonces el soborno ante la imposibilidad de cazarlo y derrotarlo, y
porque su acción se había extendido a San Luis donde aliado con los levantiscos
puntanos puso sitio a la capital provincial. Pero lo que el caudillo exige es
que las tropas nacionales abandonen su provincia, se terminen las matanzas de
riojanos y el secuestro de madres y hermanas de los montoneros. Además una
amnistía “para el señor Peñaloza, sus jefes, oficiales y tropa a fin de que
puedan regresar, garantidos, a sus hogares”.
Mientras el riojano
espera la respuesta de Mitre los coroneles uruguayos continúan su guerra de
exterminio. En “Valle fértil” la guerra favorece a la montonera y el “Chacho”
se limita a requisar los caballos y deja en libertad a los prisioneros con una
carta “muy atenta” como señala, extrañado, Paunero en su comunicación a Mitre:
“Es tanto más singular esta conducta noble de parte de Peñaloza en cuanto
Sandes y Rivas le han hecho la guerra a muerte”.
La humillación de los
mitristas
Se llega finalmente a un
acuerdo, el Tratado de La Banderita, que respeta las demandas del “Chacho”.
Este promete entregar armas y prisioneros que serían canjeados por los que
habían caído en manos del ejército porteñista. Lo sucedido entonces lo contó
José Hernández, quien dedicaría un exaltatorio libro al caudillo riojano: “Se
entregan las lanzas y en el momento de devolver los prisioneros: “¿Ustedes
dirán si los han tratado bien?”, pregunta el “Chacho”: “¡Viva el general
Peñaloza!” fue la única y entusiasta respuesta. El riojano se dirige a los
jefes porteños: “Y bien, ¿dónde están los míos?”... Los jefes de Mitre se
mantenían en silencio, humillados; los prisioneros habían sido fusilados sin
piedad, como se persigue y mata a las fieras de los bosques”.
La “clase decente” de
La Rioja está disconforme con el arreglo. También Mitre desconfía de dejar al
“Chacho” en su provincia a pesar de los argumentos de Paunero de que es el
único capaz de mantener el orden. Pero quien más dispuesto está a sabotear esa
paz es el gobernador de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, inquieto por la
proximidad de los aborrecidos gauchos insurrectos cuyo exterminio, sostenía,
era la única garantía de instalar en suelo argentino la civilización liberal en
su versión autoritaria. El 22 de enero de 1863 le reprocha a Mitre que “La
Rioja estuviera barbarizada y aniquilada con el visto bueno del gobierno y del
partido liberal” y acusa a Paunero de cobardía.
José M. Rosa cita al
riojano César Reyes quien contaría que “cuando el Chacho se bajaba solo en una casa
nuestra no pasaba una hora cuando esa casa se veía rodeada de gauchada. Eran recelos
de que le pasara algo, pues la chusma sospechaba la repugnancia de la clase
distinguida por el caudillo”. Peñaloza, creyendo en la palabra de los porteños,
se retiró a su casa en Guaja. También se apaciguaron sus jefes Ontiveros,
Varela, Angel, Llanos, Puebla y otros. Pero la tregua no dura porque los
gobernadores liberales y los miembros de la clase alta no cumplen con la
amnistía y persiguen, encarcelan y matan a quienes integraron las montoneras
“chachistas”. Peñaloza se quejaría ante el gobierno porteño: “Después de la
guerra exterminadora no se han cumplido las promesas hechas tantas veces a los
hijos de esta desgraciada patria. Los gobernantes se han convertido en verdugos
de las provincias, atropellan las propiedades de los vecinos y destierran y
mandan matar sin forma de juicio a ciudadanos respetables por haber pertenecido
al Partido Federal”.
El ejército nacional
con sus cuatro coroneles uruguayos al frente, Sandes, Flores, Paunero e
Yrrazábal, se pone nuevamente en movimiento con el estímulo de Sarmiento:
“Sandes ha marchado a San Luis. Está saltando por llegar a La Rioja y darle una
buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir en esta emergencia? Si va, déjelo ir.
Si mata gente, cállese la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición
que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor” (Carta a Bartolomé Mitre, 23 de
marzo de 1863).
Ante la indómita
resistencia del caudillo y los suyos, el sanjuanino será designado una semana
más tarde Director de Guerra y Mitre le informa que se ha dispuesto hacer una
“guerra de policía” para terminar con Peñaloza. Es decir que serán considerados
meros delincuentes, salteadores. Sarmiento cree interpretar lo sugerido en
cartas a los coroneles: “Es permitido entonces quitarles la vida donde se los
encuentre”. Mitre desmentirá más tarde que ésa fuese su intención.
Arengando a Urquiza
Desde Guaja el
“Chacho”, nuevamente en armas, dará una conmovedora proclama: “Los hombres
todos, no teniendo ya más que perder en la existencia, quieren sacrificarla más
bien en el campo de batalla defendiendo sus libertades, sus leyes y sus más
caros intereses atropellados vilmente”. Es decir, no se trataba de lograr una
victoria imposible sino vender cara la derrota con coraje y dignidad. Su “grito
de Guaja” termina con una consigna de guerra: “¡Viva Urquiza!”, una
convocatoria a que el entrerriano saliese de su lujoso palacio y se pusiera al
frente de esa nueva insurrección federal que se propagaría por varias
provincias. Félix Luna dio a conocer una carta del riojano al entrerriano
fechada el 14 de junio de 1863, que fuera interceptada por los unitarios
rebautizados “liberales” y publicada en Buenos Aires: “(...) Por fin, Excmo.
Sr., puedo responder a V.E. de la situación de las Provincias Argentinas, pero
es necesario que aparezca al frente de la reacción política del país V.E.,
circunstancia sin la que serían estériles todos los sacrificios hechos y la
sangre derramada hasta ahora para libertar nuestra patria”. Con humildad el
“Chacho” se subordina a Urquiza: “Con bastante fundamento espero que V. E. no
solamente se pondrá en pie inmediatamente para llevar a cabo la obra que he
iniciado, sino que también no perderá momento en comunicarme sus instrucciones
las que serán cumplidas con la lealtad y decisión que V. E. conoce”. Pero don
Justo José se apresura a escribir a Mitre que “su nombre es explotado sin mi
conocimiento ni aprobación”. En cambio escribiría a Peñaloza y otros caudillos
como el puntano Juan Sáa hipócritas cartas que alimentarían sus esperanzas.
Al caudillo riojano lo
acompañaba, cabalgando a su lado y sin esquivar los entreveros, su esposa
Victoria Romero de Peñaloza. “Era mujer de temperamento varonil e
independiente, que no vacilaba ante el peligro” (Lily S. de Newton). Nacida en
la Costa Alta de La Rioja, sus comprovincianos sentían por ella respeto y
admiración, fomentadas porque, igual que el “Chacho”, compartía fiestas y
penurias con el gauchaje. En la Batalla del Manantial, librada por el Chacho
contra fuerzas federales en 1842, Victoria, viendo a su marido acorralado se
lanzó en su ayuda. "Debió su vida -escribió José Hernández- al arrojo e
intrepidez de su mujer, quien, viendo el peligro en que se hallaba, reúne unos
cuantos soldados y poniéndose a su frente se precipita sobre los que atacaban a
Peñaloza, con una decisión que habría honrado a cualquier guerrero". En el
entrevero recibió un feroz sablazo en su cabeza que dejó una cicatriz desde la
frente hasta la boca que desfiguró su rostro, lo que disimulaba cubriéndose con
un manto. Una copla popular lo recordaría: "Doña Victoria Romero, / si
usted quiere que le cuente, / se vino de Tucumán / con una herida en la
frente". "La esposa del Chacho venía con frecuencia al campamento y
al combate -dice otro biógrafo del riojano, Eduardo Gutiérrez-, a partir con su
marido y sus tropas los peligros y las vicisitudes. Entonces el entusiasmo de
aquella buena gente llegaba a su último limite y sólo pensaban en protestar a
la Chacha, como la llamaba, su lealtad hasta la muerte".
Crónica de un final
anunciado
El 28 de junio se
produciría la decisiva derrota del “Chacho” en la batalla de “Las Playas”
contra las tropas armadas con modernísimos fusiles “Enfield”, comprados para la
guerra con el Paraguay, al mando de Paunero y Sandes, sufriendo enormes
pérdidas a las que se sumaron las posteriores ejecuciones de oficiales y
soldados apresados. Lo que siguió fue una orgía de exterminio de sospechados
“chachistas” que, en la obsesión por imponer la “paz de los sepulcros” se
extendería a los delincuentes comunes. Sarmiento se vanagloriaría ante Mitre de
que un acusado de robo de ganado fue condenado con su firma “a la pena de
ordinaria de que se ejecutará a tiro de fusil en la plaza principal de la
ciudad, debiendo ser descuartizado su cadáver y puesta su cabeza y cuartos en
los diversos caminos públicos”.
El “Chacho” es
perseguido por toda la provincia y es común la tortura para arrancar datos de
quienes podrían conocer su paradero. Pero el riojano no está escondido sino que
ha formado un nuevo ejército de un millar de gauchos y ante el estupor de sus
enemigos arremete contra San Juan gobernado por Sarmiento. Las tropas
nacionales, con el coronel Arredondo a su frente, vuelven a derrotarlo en
“Caucete” y se retira a Olta. Desde allí escribe una vez más a Urquiza exigiéndole
que tome la jefatura del movimiento contra la prepotencia porteña. Pero el
entrerriano está muy orondo en su palacio haciendo pingües negocios con Buenos
Aires que han terminado por convertirlo en el hombre más rico de la Argentina.
Además su proyecto político es entonces explorar en el exterior el apoyo para
la independencia de las provincias mesopotámicas constituyendo un nuevo país,
idea recurrente en Urquiza en distintos momentos de su vida.
Una partida mitrista
sorprende, según la versión oficial el 12 de noviembre de 1863, al riojano en
la casa de su amigo Oro. Este entrega su facón al jefe de la partida, capitán
Vera, quien lo trata con respeto. Pero entonces el comandante Yrrazábal irrumpe
en la casa preguntando “quién es el bandido del Chacho”. Este se adelantó: “Yo
soy el General Peñaloza, pero no soy un bandido”. Como toda respuesta Yrrazábal
le hundió su lanza en el vientre. Luego lo degüella y expone su cabeza hasta la
pudrición en el extremo de un palo en la plaza de Olta.
El periodista que lo venga
Carlos del Frade
reconoce en José Hernández a uno de los pioneros del periodismo de denun cia
debido a su investigación de la muerte de Peñaloza que publicaría en "El
Argentino" de Paraná. La primera nota se titulaba "Asesinato
atroz" y comenzaba así:
"El general de la
Nación, Don Angel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho,
degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavidez, de los
Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del
actual", en referencia a noviembre de 1863.
Luego agregaba:
"El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera
militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no
tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la
magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus
sentimientos y la abnegación de sus sacrificios".
El autor del “Martin
Fierro” relacionaría la muerte del “Chacho” con la de Dorrego y otros jefes
populares. En su segundo artículo, "La po lítica del puñal", se ocupa
de aquel en quien el riojano había vanamente confiado: "Tiemble ya el
general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre
su cuello; allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre
ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario".
La tercera nota, según
Del Frade, es la presentación del género de la investigación periodística en la
Argentina.
"Peñaloza no ha
sido perseguido. Ni hecho prisionero. Ni fusilado. Ni su muerte ha acaecido el
12 de noviembre. Lo vamos a probar evidentemente, y con los documentos de ellos
mismos. Todo eso es un tejido de infamias y mentiras, que cae por tierra al más
ligerísimo examen de los documentos oficiales que han publicado sus
asesinos", aseguró el periodista.
Agregó que "ha
sido cosido a puñaladas en su propio lecho, y mientras dormía, por un asesino
que se introdujo a su campo en el silencio de la noche; fue enseguida
degollado, y el asesino huyó llevándose la cabeza. A la mañana siguiente no
había en su lecho ensangrentado sino un cadáver mutilado y cubierto de heridas.
Esa es la verdad, pero todo esto ha ocurrido antes del 12 de que hablan las
notas oficiales (...) Examinemos ligeramente esos documentos. El primer parte
que aparece dando cuenta de la muerte del general Peñaloza, es el
siguiente" y transcribe el texto de Pablo Yrrazábal y Ramón Castañeda
fechado en Olta, el 12 de noviembre de 1863.
Allí se pone de
manifiesto que Yrrazábal sorprendió al "bandido Peñaloza, el cual fue
inmediatamente pasado por las armas" y aseguraba que también tenía
"prisionera a la mujer y un hijo adoptivo".
Hernández destacó a
los lectores el hecho de que el operativo se produjo en la madrugada del 12 y
que no había más prisioneros que la familia de Peñaloza.
La verdad se ha dicho
A continuación,
Hernández publicó una carta de Sarmiento, como gobernador de San Juan, al
inspector general de Armas de la República, general Wenceslao Paunero.
En ella el sanjuanino
le adjudicó la detención del Chacho a Vera y no en la madrugada del 12, sino a
las nueve de la mañana.
El tercer documento es
la carta que Yrrazábal dirigió al coronel José Arredondo el mítico 12 de noviembre
de 1863.
"Pongo en
conocimiento de VE el buen éxito de nuestra jornada que ha dado el triunfo
sobre el vandalaje", comenzaba el escrito.
Luego mencionó al
"valiente comandante Ricardo Vera", la fecha 11 de noviembre, la toma
de 18 prisioneros y la partida hacia Olta en la madrugada del 12. Habla de otro
grupo de 18 nuevos prisioneros, seis muertos y el secuestro de la mujer del
Chacho y un hijo adoptivo.
Entonces Hernández
pone en evidencia las contradicciones entre los documentos oficiales.
"O miente uno o
miente el otro. La verdad es que mienten los dos", escribe en tono
contundente.
“(...) Peñaloza ha
sido asesinado mucho antes de lo que dicen esas notas falsificadas".
Después analiza la construcción de la historia oficial a través del diario
"El Imparcial" de Córdoba y "La Nación Argentina" de Buenos
Aires y termina escribiendo que "el criminal se agazapa, se esconde, pero
siempre deja la cola afuera, que es por donde lo toma la justicia. Los salvajes
unitarios han dejado también la cola afuera".