jueves, 12 de enero de 2023

Chacho Peñaloza - Pacho O'Donnell

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 

En la revista El Federal del 7 de diciembre de 2006, fue publicado un artículo sobre el Chacho Peñaloza.

 CHACHO PEÑALOZA

por Pacho O´Donnell

El Chacho
El Chacho


Desde su provincia natal, La Rioja, se enfrentó a los más importantes líderes de Buenos Aires. Su pueblo lo llamó “Padre de los pobres” por la ferviente lucha para sacar a su gente de la pobreza. Traicionado por Urquiza, a quién consideró líder, fue asesinado a manos de soldados de Sarmiento.

Quien lo había condenado a muerte y festejó ésta con morboso entusiasmo, Domingo Faustino Sarmiento, debió sin embargo reconocer en su víctima: “Alguna cualidad verdaderamente grande debía de haber en el carácter de aquel viejo gaucho”. Cualidad que a Angel Vicente Peñaloza, el “Chacho”, le había permitido, al frente de sus montoneras, tener en jaque durante varios años a los bien entrenados y mejor armados ejércitos que imponían sangrientamente a las provincias el proyecto porteñista de organización nacional.

 

Puro coraje riojano

El “Chacho” había nacido en el riojano rancherío de Guaja, en Los Llanos, en 1798. Era un importante estanciero en La Rioja lo que no fue óbice, movido por su espíritu justiciero, de que se incorporase a las fuerzas de su comprovinciano Facundo Quiroga. Se destacó prontamente por su coraje convirtiendo en leyenda su repetida acción de, montado, enlazar cañones enemigos e incorporarlos a las propias filas. Luego de la Batalla del Tala, El Tigre de los Llanos lo ascendió a capitán de milicias.

Peñaloza continuó en el federalismo luego de la muerte de su jefe en Barranca Yaco hasta que, siguiendo a su nuevo referente, el general Tomás Brizuela, se pasó al unitarismo en rebelión contra Juan Manuel de Rosas, enconado porque éste no había resuelto la postergación y la miseria que acosaba a La Rioja. El Restaurador argumentaba que había debido destinar la recaudación de la Aduana porteña a financiar la defensa contra el ataque de Francia en 1840 y de las armadas anglo francesas combinadas en 1845. Pero esos conflictos parecían ajenos, exclusivos de Buenos Aires, en las provincias alejadas como la riojana. Además eran muchos los convencidos de que don Juan Manuel había sido el autor intelectual de la muerte de Facundo.

A raíz de la derrota de la unitaria Coalición del Norte el “Chacho” se exilia en Chile. Al poco tiempo vuelve a cruzar la Cordillera en un nuevo intento de sublevarse contra la Confederación que termina en fracaso. Otra vez en Chile, convencido del arraigo popular de Rosas y constatando sus diferencias con los exiliados unitarios en tierra chilena, decide reincorporarse al campo federal. Para ello busca la protección del gobernador sanjuanino, Nazario Benavidez, y luego regresa a La Rioja convirtiéndose, desde 1848, en el indiscutible árbitro de la política de su provincia.

Es designado general de la Confederación provincial por nombramiento de su presidente, Justo José de Urquiza, con formal aprobación del Senado. Con su ejército irregular de milicias gauchas convocadas por su carisma, tenía por tarea la custodia del orden militar en La Rioja y en Catamarca.

Las noticias de que la victoria federal en Pavón se había transformado en derrota, que Urquiza estaba enclaustrado en su palacio de San José y que el presidente Derqui había huido en un barco inglés detuvieron su avance sobre Tucumán para cumplir con la orden de deponer al gobernador Taboada, aliado con los liberales autoritarios del puerto. El “Chacho” acampa en las afueras de la ciudad y envía una propuesta de negociación a Taboada quien acepta para darle tiempo de llegar a las tropas al mando del coronel Paunero, a quien escribe Mitre: “Mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo. Aprovecharemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse para ayudarlos a bien morir”.

Cuando el gobernador tucumano, sintiéndose fuerte, rompe la tregua Peñaloza le escribe una carta que revela su espíritu cándido y noble: “¿Por qué una guerra a muerte entre hermanos contra hermanos”. Aprovechando la ausencia del “Chacho”, Paunero avanza sobre La Rioja pero aquél, regresando a matacaballo, la recupera ante los vítores de la chusma que lo venera como “Padre de los pobres”. El corrido coronel uruguayo escribe a Buenos Aires: “El negocio de La Rioja se hace cada vez más una espina en el talón, como decía Luis Felipe a Mackau por la guerra en el Río de la Plata”, identificándose con el invasor extranjero que fuese derrotado por el gauchaje de Rosas.

Dicha “espina” debía ser extraída por cualquier medio, como lo entendiese el coronel Sandes quien sorprendió en “Los llanos” a una desprevenida partida “chachista” y pasó por las armas a todos los apresados. Quien elevaría el parte sería Sarmiento: “El coronel Sandes llevó orden por escrito del infrascripto de pasar por las armas a todos quienes encontrase con armas en la mano, y lo ha ejecutado en jefes y oficiales”. La vocación militarista del sanjuanino se había hecho palpable, desencadenando las burlas de sus adversarios, cuando se hizo retratar, luego de Caseros, con gesto fiero y con imaginario uniforme de coronel, grado que el ejército nunca le reconoció. Años más tarde, ya presidente, fundaría el Colegio Militar y la Escuela Naval.


La rebelión de los provincianos

La guerra se extiende espontáneamente movida por la indignación de los provincianos que ven invadido su territorio por quienes les quieren imponer a sangre y fuego sus conveniencias disfrazadas de cruzada civilizadora. Se levanta en Arauco Severo Chumbita, en Guadancol Felipe Varela, en el oeste Fructuoso Riveros, también Carlos Angel en Chilecito. Para mayor preocupación de Buenos Aires aparecen también montoneras en Córdoba y San Luis.

Lo que los mueve no es tanto la ideología antiliberal sino la convicción tantas veces confirmada de que los intereses porteños eran incompatibles con los de las plebes provincianas y que su predominio resultaría en más miseria y más injusticia. “En 1858, el año más próspero de esa década, el presupuesto del gobierno provincial (de La Rioja) disponía el gasto de apenas 21.150 pesos, muy lejos del de la provincia de Buenos aires que en 1859 autorizaría gastos por 3. 961.260, es decir ¡187 veces más de lo que se intentaba gastar en La Rioja! Aún así la Legislatura riojana estimaba que los recursos genuinos alcanzarían sólo a 11.085 pesos. Entonces el déficit de ese misérrimo presupuesto era casi del 50 por ciento” (A. de la Fuente). Por eso su guerra era por la supervivencia y el “Chacho”, cuyo origen social le hubiera permitido integrar la “clase decente”, como se autocalificaban los oligarcas dando por sentado que los humildes eran “indecentes”, se sentía en la obligación de conducir la resistencia al frente de los gauchos que lo seguían con la confianza de que nunca los defraudaría.

Los porteñistas intentaron entonces el soborno ante la imposibilidad de cazarlo y derrotarlo, y porque su acción se había extendido a San Luis donde aliado con los levantiscos puntanos puso sitio a la capital provincial. Pero lo que el caudillo exige es que las tropas nacionales abandonen su provincia, se terminen las matanzas de riojanos y el secuestro de madres y hermanas de los montoneros. Además una amnistía “para el señor Peñaloza, sus jefes, oficiales y tropa a fin de que puedan regresar, garantidos, a sus hogares”.

Mientras el riojano espera la respuesta de Mitre los coroneles uruguayos continúan su guerra de exterminio. En “Valle fértil” la guerra favorece a la montonera y el “Chacho” se limita a requisar los caballos y deja en libertad a los prisioneros con una carta “muy atenta” como señala, extrañado, Paunero en su comunicación a Mitre: “Es tanto más singular esta conducta noble de parte de Peñaloza en cuanto Sandes y Rivas le han hecho la guerra a muerte”.


La humillación de los mitristas

Se llega finalmente a un acuerdo, el Tratado de La Banderita, que respeta las demandas del “Chacho”. Este promete entregar armas y prisioneros que serían canjeados por los que habían caído en manos del ejército porteñista. Lo sucedido entonces lo contó José Hernández, quien dedicaría un exaltatorio libro al caudillo riojano: “Se entregan las lanzas y en el momento de devolver los prisioneros: “¿Ustedes dirán si los han tratado bien?”, pregunta el “Chacho”: “¡Viva el general Peñaloza!” fue la única y entusiasta respuesta. El riojano se dirige a los jefes porteños: “Y bien, ¿dónde están los míos?”... Los jefes de Mitre se mantenían en silencio, humillados; los prisioneros habían sido fusilados sin piedad, como se persigue y mata a las fieras de los bosques”.

La “clase decente” de La Rioja está disconforme con el arreglo. También Mitre desconfía de dejar al “Chacho” en su provincia a pesar de los argumentos de Paunero de que es el único capaz de mantener el orden. Pero quien más dispuesto está a sabotear esa paz es el gobernador de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, inquieto por la proximidad de los aborrecidos gauchos insurrectos cuyo exterminio, sostenía, era la única garantía de instalar en suelo argentino la civilización liberal en su versión autoritaria. El 22 de enero de 1863 le reprocha a Mitre que “La Rioja estuviera barbarizada y aniquilada con el visto bueno del gobierno y del partido liberal” y acusa a Paunero de cobardía.

José M. Rosa cita al riojano César Reyes quien contaría que “cuando el Chacho se bajaba solo en una casa nuestra no pasaba una hora cuando esa casa se veía rodeada de gauchada. Eran recelos de que le pasara algo, pues la chusma sospechaba la repugnancia de la clase distinguida por el caudillo”. Peñaloza, creyendo en la palabra de los porteños, se retiró a su casa en Guaja. También se apaciguaron sus jefes Ontiveros, Varela, Angel, Llanos, Puebla y otros. Pero la tregua no dura porque los gobernadores liberales y los miembros de la clase alta no cumplen con la amnistía y persiguen, encarcelan y matan a quienes integraron las montoneras “chachistas”. Peñaloza se quejaría ante el gobierno porteño: “Después de la guerra exterminadora no se han cumplido las promesas hechas tantas veces a los hijos de esta desgraciada patria. Los gobernantes se han convertido en verdugos de las provincias, atropellan las propiedades de los vecinos y destierran y mandan matar sin forma de juicio a ciudadanos respetables por haber pertenecido al Partido Federal”.

El ejército nacional con sus cuatro coroneles uruguayos al frente, Sandes, Flores, Paunero e Yrrazábal, se pone nuevamente en movimiento con el estímulo de Sarmiento: “Sandes ha marchado a San Luis. Está saltando por llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir en esta emergencia? Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállese la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor” (Carta a Bartolomé Mitre, 23 de marzo de 1863).

Ante la indómita resistencia del caudillo y los suyos, el sanjuanino será designado una semana más tarde Director de Guerra y Mitre le informa que se ha dispuesto hacer una “guerra de policía” para terminar con Peñaloza. Es decir que serán considerados meros delincuentes, salteadores. Sarmiento cree interpretar lo sugerido en cartas a los coroneles: “Es permitido entonces quitarles la vida donde se los encuentre”. Mitre desmentirá más tarde que ésa fuese su intención.


Arengando a Urquiza

Desde Guaja el “Chacho”, nuevamente en armas, dará una conmovedora proclama: “Los hombres todos, no teniendo ya más que perder en la existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo de batalla defendiendo sus libertades, sus leyes y sus más caros intereses atropellados vilmente”. Es decir, no se trataba de lograr una victoria imposible sino vender cara la derrota con coraje y dignidad. Su “grito de Guaja” termina con una consigna de guerra: “¡Viva Urquiza!”, una convocatoria a que el entrerriano saliese de su lujoso palacio y se pusiera al frente de esa nueva insurrección federal que se propagaría por varias provincias. Félix Luna dio a conocer una carta del riojano al entrerriano fechada el 14 de junio de 1863, que fuera interceptada por los unitarios rebautizados “liberales” y publicada en Buenos Aires: “(...) Por fin, Excmo. Sr., puedo responder a V.E. de la situación de las Provincias Argentinas, pero es necesario que aparezca al frente de la reacción política del país V.E., circunstancia sin la que serían estériles todos los sacrificios hechos y la sangre derramada hasta ahora para libertar nuestra patria”. Con humildad el “Chacho” se subordina a Urquiza: “Con bastante fundamento espero que V. E. no solamente se pondrá en pie inmediatamente para llevar a cabo la obra que he iniciado, sino que también no perderá momento en comunicarme sus instrucciones las que serán cumplidas con la lealtad y decisión que V. E. conoce”. Pero don Justo José se apresura a escribir a Mitre que “su nombre es explotado sin mi conocimiento ni aprobación”. En cambio escribiría a Peñaloza y otros caudillos como el puntano Juan Sáa hipócritas cartas que alimentarían sus esperanzas.

Al caudillo riojano lo acompañaba, cabalgando a su lado y sin esquivar los entreveros, su esposa Victoria Romero de Peñaloza. “Era mujer de temperamento varonil e independiente, que no vacilaba ante el peligro” (Lily S. de Newton). Nacida en la Costa Alta de La Rioja, sus comprovincianos sentían por ella respeto y admiración, fomentadas porque, igual que el “Chacho”, compartía fiestas y penurias con el gauchaje. En la Batalla del Manantial, librada por el Chacho contra fuerzas federales en 1842, Victoria, viendo a su marido acorralado se lanzó en su ayuda. "Debió su vida -escribió José Hernández- al arrojo e intrepidez de su mujer, quien, viendo el peligro en que se hallaba, reúne unos cuantos soldados y poniéndose a su frente se precipita sobre los que atacaban a Peñaloza, con una decisión que habría honrado a cualquier guerrero". En el entrevero recibió un feroz sablazo en su cabeza que dejó una cicatriz desde la frente hasta la boca que desfiguró su rostro, lo que disimulaba cubriéndose con un manto. Una copla popular lo recordaría: "Doña Victoria Romero, / si usted quiere que le cuente, / se vino de Tucumán / con una herida en la frente". "La esposa del Chacho venía con frecuencia al campamento y al combate -dice otro biógrafo del riojano, Eduardo Gutiérrez-, a partir con su marido y sus tropas los peligros y las vicisitudes. Entonces el entusiasmo de aquella buena gente llegaba a su último limite y sólo pensaban en protestar a la Chacha, como la llamaba, su lealtad hasta la muerte".


Crónica de un final anunciado

El 28 de junio se produciría la decisiva derrota del “Chacho” en la batalla de “Las Playas” contra las tropas armadas con modernísimos fusiles “Enfield”, comprados para la guerra con el Paraguay, al mando de Paunero y Sandes, sufriendo enormes pérdidas a las que se sumaron las posteriores ejecuciones de oficiales y soldados apresados. Lo que siguió fue una orgía de exterminio de sospechados “chachistas” que, en la obsesión por imponer la “paz de los sepulcros” se extendería a los delincuentes comunes. Sarmiento se vanagloriaría ante Mitre de que un acusado de robo de ganado fue condenado con su firma “a la pena de ordinaria de que se ejecutará a tiro de fusil en la plaza principal de la ciudad, debiendo ser descuartizado su cadáver y puesta su cabeza y cuartos en los diversos caminos públicos”.

El “Chacho” es perseguido por toda la provincia y es común la tortura para arrancar datos de quienes podrían conocer su paradero. Pero el riojano no está escondido sino que ha formado un nuevo ejército de un millar de gauchos y ante el estupor de sus enemigos arremete contra San Juan gobernado por Sarmiento. Las tropas nacionales, con el coronel Arredondo a su frente, vuelven a derrotarlo en “Caucete” y se retira a Olta. Desde allí escribe una vez más a Urquiza exigiéndole que tome la jefatura del movimiento contra la prepotencia porteña. Pero el entrerriano está muy orondo en su palacio haciendo pingües negocios con Buenos Aires que han terminado por convertirlo en el hombre más rico de la Argentina. Además su proyecto político es entonces explorar en el exterior el apoyo para la independencia de las provincias mesopotámicas constituyendo un nuevo país, idea recurrente en Urquiza en distintos momentos de su vida.

Una partida mitrista sorprende, según la versión oficial el 12 de noviembre de 1863, al riojano en la casa de su amigo Oro. Este entrega su facón al jefe de la partida, capitán Vera, quien lo trata con respeto. Pero entonces el comandante Yrrazábal irrumpe en la casa preguntando “quién es el bandido del Chacho”. Este se adelantó: “Yo soy el General Peñaloza, pero no soy un bandido”. Como toda respuesta Yrrazábal le hundió su lanza en el vientre. Luego lo degüella y expone su cabeza hasta la pudrición en el extremo de un palo en la plaza de Olta.


El periodista que lo venga

Carlos del Frade reconoce en José Hernández a uno de los pioneros del periodismo de denun cia debido a su investigación de la muerte de Peñaloza que publicaría en "El Argentino" de Paraná. La primera nota se titulaba "Asesinato atroz" y comenzaba así:

"El general de la Nación, Don Angel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavidez, de los Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual", en referencia a noviembre de 1863.

Luego agregaba: "El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios".

El autor del “Martin Fierro” relacionaría la muerte del “Chacho” con la de Dorrego y otros jefes populares. En su segundo artículo, "La po lítica del puñal", se ocupa de aquel en quien el riojano había vanamente confiado: "Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello; allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario".

La tercera nota, según Del Frade, es la presentación del género de la investigación periodística en la Argentina.

"Peñaloza no ha sido perseguido. Ni hecho prisionero. Ni fusilado. Ni su muerte ha acaecido el 12 de noviembre. Lo vamos a probar evidentemente, y con los documentos de ellos mismos. Todo eso es un tejido de infamias y mentiras, que cae por tierra al más ligerísimo examen de los documentos oficiales que han publicado sus asesinos", aseguró el periodista.

Agregó que "ha sido cosido a puñaladas en su propio lecho, y mientras dormía, por un asesino que se introdujo a su campo en el silencio de la noche; fue enseguida degollado, y el asesino huyó llevándose la cabeza. A la mañana siguiente no había en su lecho ensangrentado sino un cadáver mutilado y cubierto de heridas. Esa es la verdad, pero todo esto ha ocurrido antes del 12 de que hablan las notas oficiales (...) Examinemos ligeramente esos documentos. El primer parte que aparece dando cuenta de la muerte del general Peñaloza, es el siguiente" y transcribe el texto de Pablo Yrrazábal y Ramón Castañeda fechado en Olta, el 12 de noviembre de 1863.

Allí se pone de manifiesto que Yrrazábal sorprendió al "bandido Peñaloza, el cual fue inmediatamente pasado por las armas" y aseguraba que también tenía "prisionera a la mujer y un hijo adoptivo".

Hernández destacó a los lectores el hecho de que el operativo se produjo en la madrugada del 12 y que no había más prisioneros que la familia de Peñaloza.


La verdad se ha dicho

A continuación, Hernández publicó una carta de Sarmiento, como gobernador de San Juan, al inspector general de Armas de la República, general Wenceslao Paunero.

En ella el sanjuanino le adjudicó la detención del Chacho a Vera y no en la madrugada del 12, sino a las nueve de la mañana.

El tercer documento es la carta que Yrrazábal dirigió al coronel José Arredondo el mítico 12 de noviembre de 1863.

"Pongo en conocimiento de VE el buen éxito de nuestra jornada que ha dado el triunfo sobre el vandalaje", comenzaba el escrito.

Luego mencionó al "valiente comandante Ricardo Vera", la fecha 11 de noviembre, la toma de 18 prisioneros y la partida hacia Olta en la madrugada del 12. Habla de otro grupo de 18 nuevos prisioneros, seis muertos y el secuestro de la mujer del Chacho y un hijo adoptivo.

Entonces Hernández pone en evidencia las contradicciones entre los documentos oficiales.

"O miente uno o miente el otro. La verdad es que mienten los dos", escribe en tono contundente.

“(...) Peñaloza ha sido asesinado mucho antes de lo que dicen esas notas falsificadas". Después analiza la construcción de la historia oficial a través del diario "El Imparcial" de Córdoba y "La Nación Argentina" de Buenos Aires y termina escribiendo que "el criminal se agazapa, se esconde, pero siempre deja la cola afuera, que es por donde lo toma la justicia. Los salvajes unitarios han dejado también la cola afuera".