Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 14 - Marzo 2010 - Pag. 11
José María Ramos Mejía y los Santos Lugares
José
María Ramos Mejía, fue médico, iniciador de la sociología y la psiquiatría en
nuestro país. Había nacido en 1849. Su padre y otros familiares habían
intervenido en la rebelión de los mal llamados “Libres del Sur”. Fue político y
escritor. Su antirrosismo no le impidió ver hechos positivos en la personalidad
de Juan Manuel de Rosas. En su libro “Rosas y su tiempo”, realiza la siguiente
descripción de los Santos Lugares.
José María Ramos Mejía |
Santos Lugares parecía una pequeña
ciudad industrial. Próximamente, seis mil hombres había allí, a la par de
soldados, obreros, mecánicos y aprendices. Grupos numerosos de mujeres
condenadas por delitos correccionales, las esposas y queridas de la tropa,
ocupábanse en trabajos de sastrería y costura, bajo la grave dirección de un
gallego Callejas, asmático y por ende renegón, que comparaba las mujeres con
los ratones y las tenía en un puño. La carpintería trabajaba, dirigida por un
obrero de San Fernando, Nogueiras de apellido; la herrería por Lobatón, cuya
especialidad eran los grillos gruesos y pesados y las largas moharras pampas
flamígeras, de las lanzas federales. Bonifacio Doistua, un asturiano silencioso
y de gigante estatura, sargento del famoso batallón “Nueva Creación”, mandado
por don Antonino Reyes, desempeñaba las funciones de armero; hábil, fuera de
toda ponderación, para transformar la vieja y desvencijada tercerola, enviada
por el comandante de campaña, en un perfecto instrumento de guerra... En ningún
campamento o juzgado se inutilizaba un objeto sin venir a las usinas de Santos
Lugares o del Parque a experimentar su renovación o consagrar su definitiva
inutilización. Baste decir que las viejas vainas de sables, las hojas rotas y
melladas tenían que pasar por las manos de Doistua, de donde salían convertidas
en lustrosos machetes para las policías rurales o en cuchillos y punzones para
usos industriales; sin arte o pretenciosas cinceladuras, si se quiere, pero con
aquella solidez y fidelidad que era lo único que le exigía Rosas.