lunes, 1 de marzo de 2010

Ramos Mejía y los Santos Lugares

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 14 - Marzo 2010 - Pag. 11 

José María Ramos Mejía y los Santos Lugares

            José María Ramos Mejía, fue médico, iniciador de la sociología y la psiquiatría en nuestro país. Había nacido en 1849. Su padre y otros familiares habían intervenido en la rebelión de los mal llamados “Libres del Sur”. Fue político y escritor. Su antirrosismo no le impidió ver hechos positivos en la personalidad de Juan Manuel de Rosas. En su libro “Rosas y su tiempo”, realiza la siguiente descripción de los Santos Lugares.

José María Ramos Mejía
Santos Lugares parecía una pequeña ciudad industrial. Próximamente, seis mil hombres había allí, a la par de soldados, obreros, mecánicos y aprendices. Grupos numerosos de mujeres condenadas por delitos correccionales, las esposas y queridas de la tropa, ocupábanse en trabajos de sastrería y costura, bajo la grave dirección de un gallego Callejas, asmático y por ende renegón, que comparaba las mujeres con los ratones y las tenía en un puño. La carpintería trabajaba, dirigida por un obrero de San Fernando, Nogueiras de apellido; la herrería por Lobatón, cuya especialidad eran los grillos gruesos y pesados y las largas moharras pampas flamígeras, de las lanzas federales. Bonifacio Doistua, un asturiano silencioso y de gigante estatura, sargento del famoso batallón “Nueva Creación”, mandado por don Antonino Reyes, desempeñaba las funciones de armero; hábil, fuera de toda ponderación, para transformar la vieja y desvencijada tercerola, enviada por el comandante de campaña, en un perfecto instrumento de guerra... En ningún campamento o juzgado se inutilizaba un objeto sin venir a las usinas de Santos Lugares o del Parque a experimentar su renovación o consagrar su definitiva inutilización. Baste decir que las viejas vainas de sables, las hojas rotas y melladas tenían que pasar por las manos de Doistua, de donde salían convertidas en lustrosos machetes para las policías rurales o en cuchillos y punzones para usos industriales; sin arte o pretenciosas cinceladuras, si se quiere, pero con aquella solidez y fidelidad que era lo único que le exigía Rosas.