lunes, 1 de marzo de 2010

Hábitos de trabajo de Rosas

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 14 - Marzo 2010 - Pag. 16 


Anécdotas

Antonino Reyes cuenta los hábitos de trabajo de Juan Manuel de Rosas

Antonino Reyes
Es de destacar la dedicación a la tarea administrativa que se imponía Rosas, en el duro y fatigoso trabajo que le demandaba gran parte del día. Fue sumamente puntilloso, estando en cada cuestión y en cada detalle, tanto en las cuestiones puramente administrativas, como en las políticas, militares y en aún en las diplomáticas.

Nos cuenta Carlos Ibarguren:

“La correspondencia militar con la vanguardia del ejército y la política con las provincias y con sus amigos de Bs. As. (N del D.: en le época de la expedición al desierto) le absorbía constantemente, “la poníamos en limpio –recuerda su secretario Antonino Reyes– en la tienda del general donde estábamos para no salir sino cuando Su Excelencia dejaba el trabajo, que era siempre después de la media noche o a la madrugada…”

…“No tenía –recuerda Antonino Reyes– hora fija para dejar de escribir, y sus empleados debían ser dotados de buena salud para soportar la tarea”. La abrumadora labor iniciábase a las tres de la tarde y continuaba sin tregua hasta las ocho o nueve de la mañana del día siguiente, en que se acostaba a dormir. Así que se despertaban –anota Antonino Reyes– “abría la puerta de su despacho y dormitorio, me mandaba llamar y ya empezaba de nuevo a trabajar. Jamás he visto al general Rosas de tertulia”. Los escribientes se turnaban; ninguno podía seguirle durante gran parte del día y toda la noche. Se había reservado atender directamente, sin asistencia de sus ministros, las cuestiones políticas, los asuntos de las provincias y de la campaña, los militares y la correspondencia con los gobernadores, jueces de paz y jefes del ejército. Los numerosísinios chasquis iban y venían, como de un hormiguero; llegaban directamente hasta el secretario, que recibía los oficios, los extractos y los presentaba para su estudio y contestación.

Rosas pasaba las horas escribiendo, a ratos dictaba a los pendolistas, paseándose como un león enjaulado por la sala del despacho. Era tan personal que no delegaba en nadie la redacción de las innumerables cartas que diariamente debía responder. “Tengo que hacer yo mismo toda la correspondencia, y no me es posible entregar a otro un trabajo que es de absoluta necesidad que yo personalmente lo haga” (N. del D.: comentará en carta a Urquiza). Su minuciosidad no descuidaba el detalle más mínimo. Todo lo reglamentaba, hasta las líneas de la escritura, o la forma de compaginar o numerar los pliegos: “que cada oficial tome un pliego y saque una copia de él; lo que no importa que unos pliegos se acaben de copiar más acá y otros más allá, siempre que vayan numerados, etc., etc.”

Leía despacio los artículos, muchísimos inspirados por él, que debían publicarse en la prensa, pasando bajo su censura, y hacía correcciones escribiéndolas al margen…

 

Antonino Reyes cuenta los hábitos de trabajo de Juan Manuel

“El tiempo corrido desde que entré al servicio del general Rosas y muy cerca de su persona, me da derecho a juzgar al hombre... No tenía hora señalada para su despacho: cuando se acababa lo del día se dejaba el trabajo y se despachaban los escribientes; generalmente la noche se pasaba en el trabajo. Se llamaba del Ministerio cuatro o seis escribientes cuando estábamos muy apurados. A estos escribientes se les despachaba a las cuatro de la tarde y se les daba a cada uno cinco pesos para ir a comer a la fonda: a los de la oficina, nada; éstos comían, si no había trabajo, en la mesa general de la familia, y si había que hacer no se movían. A mí jamás me mandaba a comer, y cuando iba, al momento me llamaba para que hiciese el trabajo que correspondía a los demás. Se comprende el motivo: era que como él quedaba trabajando, no podía estar solo, pues tenía que hacer copiar lo que escribía… El domingo o día de fiesta era lo mismo que el día de trabajo. Generalmente dejaba el trabajo a la madrugada, a veces a las ocho o nueve de la mañana, y lo retornaba a las tres o cuatro de la tarde. Inmediatamente se despertaba y abría la puerta de su despacho y dormitorio, si aún no había llegado me mandaba llamar y ya empezaba el trabajo... Tengo la convicción que nunca usó en beneficio propio de los dineros del Estado durante su gobierno. Era celoso defensor de los caudales públicos y no permitía que los encargados de la distribución de dineros rindieran cuentas dudosas. Sólo había descanso cuando el general iba a Palermo y nos dejaba en la ciudad, y muchas veces al marcharse nos dejaba trabajo. No había que separarse mucho porque solía llamar de Palermo por algún trabajo urgente. Sabido es que entonces iba a Palermo a respirar después de un largo encierro, y allí sólo recibía con gusto determinadas personas. Allí no estaba el gobernador, allí era simplemente el ciudadano, era la casa particular donde el servicio y lo que consumía era costeado por don Juan Manuel, para lo cual prevenía lo necesario al proveedor don Pablo Santillán y era todo pagado con su dinero particular. En estos paseos no molestaba, como él decía, a ningún edecán, ni ayudante: llevaba a dos ordenanzas y el servicio particular. He oído muchas veces que salía disfrazado. No es cierto: no salía sino de particular, embozado en su capa, sin que nadie lo acompañara, algunas veces lo acompañaba yo; sus salidas eran a lo del doctor don Tomás de Anchorena. Otras veces iba solo, daba una vuelta y volvía  después de una hora. La puerta quedaba apretada sin pasador y yo en la pieza siguiente".

Fuentes: 

Carlos Ibarguren, “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo”.

Julio Irazusta, “Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia”, Edic. 1975, Tº 7, pág. 185.