Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 14 - Marzo 2010 - Pags. 14 y 15
Una cabalgata a los Santos Lugares de Rosas
Lord Howden |
Adolfo Saldías, autor de la “Historia
de
Nos cuenta Saldías:
“Muy de mañana, y á pesar del frío de la
estación, con un poncho pampa de lo fino, sombrero blando y de alas cortas,
rebenque criollo, y espolín acerado, montaba lord Howden, uno de los soberbios
pingos que el general Rozas guardaba en su quinta de Palermo y a los cuales se
les hacía andar diariamente con un peso equivalente al del cuerpo de su dueño;
y se dirigía por las quintas y chacras que limitaban entonces la ciudad, cuyo
plano muy extenso desde las delineaciones que se hicieron bajo el gobierno de
Rivadavia y siguieron haciéndose bajo el de Rozas, presentaba sin embargo
claros más o menos grandes que han ido desapareciendo á medida que la población
aumentaba, formando solución de continuidad en las calles de dos leguas. Una de
esas mañanas se dirigió a los Santos Lugares, pero extraviado en el camino tuvo
que regresar como pudo, muy á pesar suyo. Los diarios de los emigrados en
Montevideo habían hecho de ese paraje el teatro de escenas horribles y sangrientas…
que el lord quiso verlo por sus ojos. Al efecto, una noche que se hallaba en la
tertulia de la señorita Manuela de Rozas, manifestóle a ésta y a varios caballeros
sus deseos de hacer esa excursión en la mañana siguiente. La señorita de Rozas
dio sus órdenes, y a la hora fijada partieron a caballo los más de los
invitados y algunas damas en carruaje.
Ya he conducido al lector a ese
paraje, al ocuparme del año de 1840 y de la invasión del general Lavalle con el
auxilio de los franceses. Urgido a reconcentrar fuerzas en punto conveniente
para oponerlas a esa invasión, Rozas estableció su cuartel general en un punto
intermedio entre la ciudad y la dirección que traía el general Lavalle, en los
límites del partido de Morón, a poco más de ocho cuadras de la hoy estación San
Martín del ferrocarril a Campana. Existía allí un arruinado caserío de fines
del siglo pasado, que ocuparon unos conventuales hasta que se sancionó la ley
de reforma eclesiástica bajo el ministerio de Rivadavia. Por esa circunstancia
y la de poseer esos santos padres una virgen, que, según fama, operaba
milagros y concedía beneficios a los que visitaban esos lugares para rendirle
el culto de su fe, los paisanos designan el paraje con el nombre de los Santos
Lugares. Por tal era conocido, y por esto siguió llamándose Campamento de los
Santos Lugares desde el 17 de agosto de 1840, en que llegaron allí el batallón
Maza, el de Restauradores, las milicias de infantería de San Isidro, San
Fernando y Las Conchas al mando del coronel Garay; el general Pineda con el número
1 y el regimiento de abastecedores. Rechazada la invasión, el gobernador Rozas
fijó allí un campamento permanente donde se reunían y disciplinaban las
fuerzas de
El jefe del campamento recibió a la
comitiva conduciéndola a las habitaciones del gobernador, donde se había
preparado un almuerzo cuyo menú se componía de piezas acreditadas por el arte
culinario francés, y de algunas no menos apetitosas del gusto criollo, en obsequio
del ilustre convidado. A lord Howden no le sorprendía las cultas demostraciones
de que era objeto de parte de la buena sociedad que lo rodeaba, que eran las
mismas que se le dispensaba desde que arribó a Buenos Aires. Pero tampoco se le
ocultaban que eran impuestas por la urbanidad, distanciándolas hasta en los
detalles que pudieran imprimirles carácter oficial, y esto a mérito de la
conducta agresiva que
Después de cumplimentar a la señorita
de Rozas, lord Howden le ofreció su brazo y la comitiva se dirigió a visitar el
establecimiento. Lord Howden salía de una sorpresa para entrar en otra, como
que sus impresiones eran muy distintas de las que le habían suscitado las
descripciones horroríficas de los enemigos de Rozas. No creyó que ese
establecimiento militar estuviese montado bajo el pie de orden, de buena
administración y de progreso que se desenvolvía ante sus ojos; ni mucho menos
que las artes mecánicas y las industrias a que se prestaban las materias primas
del país y en manos de artesanos hijos del país también, y al mismo tiempo
soldados, estuviesen desarrolladas en las proporciones que acusaban los vastos
talleres, fundiciones y maquinarias que minuciosamente iba inspeccionando.
Los mismos diarios de los emigrados
unitarios en Montevideo, a los cuales llegaron los ecos de esta excursión de
lord Howden, no pudieron menos que concordar en el fondo con las impresiones de
éste. El Comercio del Plata (N. del D.: del 5 de julio de 1847); refiriéndose
a sus datos, escribía: "Llegaron al campamento de Santos Lugares a las 12
y después de inspeccionar las obras que lo defienden, fueron a ver el ejercicio
de las tropas de las diferentes armas. Lord Howden que manifiesta los gustos
de un verdadero touriste (montaba en recado, con poncho, y quedó
encantado de ver cómo los soldados domaron en su presencia seis potros), se
mostró muy satisfecho. El campamento, se nos dice, es una verdadera población
de campo: los ranchos colocados en línea forman calles espaciosas, con jardines
y puertas pequeñas: todo parecía esmeradamente aseado. Hay también algunas
casas de ladrillo. Los varios campamentos ocupan como una legua. Hay
actualmente allí como unos dos mil hombres".
En un apartado, Saldías comenta:
“No
era extraño en modo alguno que lord Howden, como muchas gentes, se formase
ideas más siniestras de lo que era Santos Lugares. La propaganda continua y
bien dirigida de Rivera Indarte y demás diaristas unitarios, había llevado
lejos los ecos de que Santos Lugares era el antro elegido por Rozas para
levantar hecatombes con los cadáveres de los enemigos a quienes vencía en la
guerra que sin cuartel le declararon. En el año de 1885 fui una vez más a
Santos Lugares, en compañía del coronel Antonino Reyes, el antiguo jefe de ese
campamento, para recoger datos y noticias que sólo éste podía suministrarme.
Desde la estación San Martín nos conducía en su carruaje un mocetón criollo
como de veinte años, ilustrándonos con noticias que para él eran exactas y
ciertas como que luz había. Al llegar al antiguo campamento cuyo caserío había
sido utilizado hasta poco antes por una fabrica de cola, descendió con
nosotros, se aproximó a un gran pozo de balde frente a la casa solitaria, y nos
dijo con todo aplomo: "En este pozo, señor, era donde se echaban las
cabezas y los cuerpos de los que degollaban allí"; y nos indicaba con el
dedo el patio de