lunes, 1 de marzo de 2010

Cabalgata a los Santos Lugares de Rosas - Lord Howden

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 14 - Marzo 2010 - Pags. 14 y 15 

Una cabalgata a los Santos Lugares de Rosas 

Lord Howden


Adolfo Saldías, autor de la “Historia de la Confederación Argentina”, cuenta en su obra, la cabalgata que se realizó en el invierno de 1847 al Campamento de los Santos Lugares y de la cual participó Lord Howden, ministro plenipotenciario inglés que había arribado a Buenos Aires el 10 de mayo de 1847, con la finalidad de llegar a un arreglo con las autoridades nacionales, para poner fin a la intervención anglofrancesa iniciada en 1845.

Nos cuenta Saldías:

“Muy de mañana, y á pesar del frío de la estación, con un poncho pampa de lo fino, sombrero blando y de alas cortas, rebenque criollo, y espolín acerado, montaba lord Howden, uno de los soberbios pingos que el general Rozas guardaba en su quinta de Palermo y a los cuales se les hacía andar diariamente con un peso equivalente al del cuerpo de su dueño; y se dirigía por las quintas y chacras que li­mitaban entonces la ciudad, cuyo plano muy extenso desde las deli­neaciones que se hicieron bajo el gobierno de Rivadavia y siguieron haciéndose bajo el de Rozas, presentaba sin embargo claros más o menos grandes que han ido desapareciendo á medida que la pobla­ción aumentaba, formando solución de continuidad en las calles de dos leguas. Una de esas mañanas se dirigió a los Santos Lugares, pero extraviado en el camino tuvo que regresar como pudo, muy á pesar suyo. Los diarios de los emigrados en Montevideo habían hecho de ese paraje el teatro de escenas horribles y sangrientas… que el lord quiso verlo por sus ojos. Al efecto, una noche que se hallaba en la tertulia de la señorita Manuela de Rozas, manifestóle a ésta y a varios ca­balleros sus deseos de hacer esa excursión en la mañana siguiente. La señorita de Rozas dio sus órdenes, y a la hora fijada partieron a caballo los más de los invitados y algunas damas en carruaje.

Ya he conducido al lector a ese paraje, al ocuparme del año de 1840 y de la invasión del general Lavalle con el auxilio de los franceses. Urgido a reconcentrar fuerzas en punto conveniente para oponerlas a esa invasión, Rozas estableció su cuartel general en un punto intermedio entre la ciudad y la dirección que traía el general Lavalle, en los límites del partido de Morón, a poco más de ocho cuadras de la hoy estación San Martín del ferrocarril a Campana. Existía allí un arruinado caserío de fines del siglo pasado, que ocuparon unos conventuales hasta que se sancionó la ley de reforma eclesiástica bajo el ministerio de Rivadavia. Por esa circunstancia y la de poseer esos santos padres una virgen, que, según fama, ope­raba milagros y concedía beneficios a los que visitaban esos lugares para rendirle el culto de su fe, los paisanos designan el paraje con el nombre de los Santos Lugares. Por tal era conocido, y por esto siguió llamándose Campamento de los Santos Lugares desde el 17 de agosto de 1840, en que llegaron allí el batallón Maza, el de Restau­radores, las milicias de infantería de San Isidro, San Fernando y Las Conchas al mando del coronel Garay; el general Pineda con el nú­mero 1 y el regimiento de abastecedores. Rechazada la invasión, el gobernador Rozas fijó allí un campamento permanente donde se re­unían y disciplinaban las fuerzas de la Provincia y se elaboraban los materiales para el ejército; y nombró jefe de dicho campamento al sargento mayor don Antonino Reyes. Bien pronto quedó aquello transformado con las obras que se emprendieron. Sobre las ruinas de la antigua casa se levantaron grandes construcciones en razón de las necesidades actuales. Con frente al sur se levantó la capilla, y contigua a ésta se edificó la cárcel que formaba un gran cuadrado al cual convergían todas las dependencias. Del lado norte estaban las oficinas del despacho; en seguida el alojamiento del jefe y como a cien varas de distancia se construyó algunas habitaciones para el gobernador. Este perímetro se circunvaló con tres líneas de árboles equidistantes entre sí; y al exterior de estas líneas se construyó las cuadras para los cuerpos de infantería, para la caballería y la artillería; y convenientemente repartidos, los talleres para la maestranza, para el parque, de sastrería, de carpintería y de herrería. A costa de mucho trabajo y mucho empeño, formóse allí en poco tiempo un establecimiento el más completo que le era dado sostener al gobierno de la Provincia con los medios que por entonces había. Era, por decirlo así, el verdadero centro militar de Buenos Aires. Allí se sabía día a día cuántos fusiles, cuántos cañones, cuántos hombres listos para formar y cuántos caballos útiles tenía la provincia, pues todo pasaba por las oficinas de Santos Lugares.

El jefe del campamento recibió a la comitiva conduciéndola a las habitaciones del gobernador, donde se había preparado un almuerzo cuyo menú se componía de piezas acreditadas por el arte culinario francés, y de algunas no menos apetitosas del gusto criollo, en obse­quio del ilustre convidado. A lord Howden no le sorprendía las cultas demostraciones de que era objeto de parte de la buena sociedad que lo rodeaba, que eran las mismas que se le dispensaba desde que arribó a Buenos Aires. Pero tampoco se le ocultaban que eran im­puestas por la urbanidad, distanciándolas hasta en los detalles que pudieran imprimirles carácter oficial, y esto a mérito de la conducta agresiva que la Gran Bretaña, por seguir a la Francia, observaba con la Confederación Argentina. Lord Howden quiso romper este hielo aprovechando la presencia allí del ministro Arana, de generales, de funcionarios y de la propia hija del general Rozas. A los postres se puso de pie y saludando al ministro Arana con la copa en la mano, dijo: "La Gran Bretaña ha sido y será siempre amiga de la República Argentina: por el general Rozas, el ilustre jefe de la Confederación!".  Este brindis sorprendió a todos. El ministro Arana se levantó al punto y en respuesta dijo: "La República Argentina, desde que nació a la vida independiente, manifestó por la Gran Bretaña simpatías que el tiempo y el mantenimiento de sus intereses recíprocos fortificarán: por S. M. la reina Victoria, ilustre jefe de una de las naciones más poderosas de la tierra”.

Después de cumplimentar a la señorita de Rozas, lord Howden le ofreció su brazo y la comitiva se dirigió a visitar el establecimiento. Lord Howden salía de una sorpresa para entrar en otra, como que sus impresiones eran muy distintas de las que le habían suscitado las descripciones horroríficas de los enemigos de Rozas. No creyó que ese establecimiento militar estuviese montado bajo el pie de orden, de buena administración y de progreso que se desenvolvía ante sus ojos; ni mucho menos que las artes mecánicas y las industrias a que se prestaban las materias primas del país y en manos de artesanos hijos del país también, y al mismo tiempo soldados, estuviesen desarrolladas en las proporciones que acusaban los vastos talleres, fun­diciones y maquinarias que minuciosamente iba inspeccionando.

Los mismos diarios de los emigrados unitarios en Montevideo, a los cuales llegaron los ecos de esta excursión de lord Howden, no pudieron menos que concordar en el fondo con las impresiones de éste. El Comercio del Plata (N. del D.: del 5 de julio de 1847); refiriéndose a sus datos, escribía: "Lle­garon al campamento de Santos Lugares a las 12 y después de inspeccionar las obras que lo defienden, fueron a ver el ejercicio de las tropas de las diferentes armas. Lord Howden que manifiesta los gus­tos de un verdadero touriste (montaba en recado, con poncho, y quedó encantado de ver cómo los soldados domaron en su presencia seis potros), se mostró muy satisfecho. El campamento, se nos dice, es una verdadera población de campo: los ranchos colocados en línea forman calles espaciosas, con jardines y puertas pequeñas: todo pa­recía esmeradamente aseado. Hay también algunas casas de ladrillo. Los varios campamentos ocupan como una legua. Hay actualmente allí como unos dos mil hombres".

En un apartado, Saldías comenta:

“No era extraño en modo alguno que lord Howden, como muchas gentes, se formase ideas más siniestras de lo que era Santos Lugares. La propaganda continua y bien dirigida de Rivera Indarte y demás diaristas unitarios, había llevado lejos los ecos de que Santos Lugares era el antro elegido por Rozas para levantar hecatombes con los cadáveres de los enemigos a quienes vencía en la guerra que sin cuartel le declararon. En el año de 1885 fui una vez más a Santos Lugares, en compañía del coronel Antonino Reyes, el antiguo jefe de ese campamento, para recoger datos y noticias que sólo éste podía suministrarme. Desde la estación San Martín nos conducía en su carruaje un mocetón criollo como de veinte años, ilustrándonos con noticias que para él eran exactas y ciertas como que luz había. Al llegar al antiguo campamento cuyo caserío había sido utilizado hasta poco antes por una fabrica de cola, descendió con nosotros, se aproximó a un gran pozo de balde frente a la casa solitaria, y nos dijo con todo aplomo: "En este pozo, señor, era donde se echaban las cabezas y los cuerpos de los que degolla­ban allí"; y nos indicaba con el dedo el patio de la Cárcel inundado de la maleza que acompaña a la soledad. "Hombre, hombre, le decía Reyes, que fué quien hizo cavar ese pozo, y de cuya excelente agua todos tomaban hasta el año 1852, ¿y de dónde sacaban el agua para beber?". El cicerone nos contestó sin turbarse, como el Rebolledo de los Diamantes de la Corona: "Lo cegaron, señor, al pozo grande, después que cayó Rozas".