martes, 1 de septiembre de 2009

Relatos de un viajero

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 12 - Setiembre 2009 - Pag. 12 

Relatos de un viajero sobre Buenos Aires en 1658.

Acarete du Biscay, viajero inglés llegó a Buenos Aires en 1658, trasladándose posteriormente al Perú. Casi al fines del siglo XVII se publicaron en Londres los relatos de su viaje “A relation of Mons. Acarete du Biscay’s voyage up te River de la Plata and from thence by land to Peru, and his observations in it”. (Relación de los viajes de Acarete du Biscay al Río de la Plata, y desde aquí por tierra hasta el Perú, con observaciones sobre estos países).

He aquí el relato, contemporáneo a los hechos relatados por la Prof. Doallo en el artículo precedente, que nos da una idea de cómo era la Buenos Aires de tres siglos y medio atrás.

 

En cuanto llegamos al cabo de Buenos Aires, noticiamos de ello al gobernador, quien sabiendo que teníamos licencia del Rey de España para ir allí (Sin lo cual no habría podido permitirnos entrar sin quebrantar sus órdenes), mandó a bordo a los oficiales para que, según costumbre, pasasen visita a nuestro buque, y verificada ésta, desembarcamos nuestros efectos, guardándolos en un almacén alquilado al efecto para mientras permaneciésemos allí. Consistían principalmente en irlandas de hilo, especialmente de aquellas manufacturadas en Rouen; que se venden bien en aquellos países, como también sederías, cintas, hilo, agujas, espadas, herraduras y otros artículos de fierro; herramientas de todas clases, drogas, especies, medias de seda y lana, paños, cargas, y otros géneros y en general todo articulo adecuado al vestido, que, según se nos dijo, eran mercancías propias para aquellos países. Es de práctica, luego que llega un buque a Buenos Aires (es decir, que tiene permiso para ello del Rey de España), despacharse por el gobernador o por el capitán del buque un chasque al Perú, conduciendo las cartas de España, si las trae, y en el caso contrario para hacer saber a los mercaderes su llegada, con cuya noticia algunos de éstos parten inmediatamente para Buenos Aires o envían comisiones a sus corresponsales para comprar los efectos que considerasen convenir. Tuve la suerte de ser mandado para llenar ambos encargos, pues entre muchas cartas que traíamos venía un gran paquete de Su Majestad Católica para el Perú, cerrado en un cajón de plomo como comúnmente se envían todos los despachos de la corte española para las Indias; a fin de que, si el buque que los conduce estuviese en peligro inmediato de caer en manos de un enemigo, pudiesen ser echados al agua y sumergirse. Este paquete, en el cual iban muchas cartas para el Virrey del Perú y para otros empleados principales de aquellos países noticiándoles el nacimiento del Príncipe de España, fué encomendado a mi cuidado...

Antes de decir nada de mi viaje al Perú, anotaré lo que observé de remarcable en Buenos Aires, mientras permanecí allí. El aire es bastante templado, muy semejante al de Andalucía, pero no tan caliente: las lluvias caen casi con tanta frecuencia en el verano como en el invierno; y la lluvia en los tiempos de bochorno frecuentemente produce diversas clases de sapos, que son muy comunes en estos paises, pero no ponzoñosos. El pueblo está situado en un terreno elevado a orillas del Río de la Plata, a tiro de fusil del canal, en un ángulo de tierra formado por un pequeño riacho llamado Riachuelo que desagua en el río a un cuarto de legua del pueblo. Contiene cuatrocientas casas, y no tiene cerco, ni muro, ni foso y nada que lo defienda sino un pequeño fuerte de tierra que domina el río, circundado por un foso, y monta diez cañones de fierro, siendo el de mayor calibre de a doce. Allí reside el gobernador y la guarnición se compone de sólo 150 hombres, divididos en tres compañías, mandadas por tres capitanes, nombrados por aquél a su antojo y a quienes cambia con tanta frecuencia que apenas hay un ciudadano rico que no haya sido capitán. Estas compañías no siempre están completas, porque los soldados, inducidos por la baratura con que se vive en aquellos países, frecuentemente desertan, a pesar de los esfuerzos que se hacen por retenerlos en el servicio pagándoles altos sueldos, que llegan a cuatro reales diarios, que equivale a un chelín y seis peniques moneda inglesa y un pan de tres peniques, que es cuanto puede comer un hombre. Pero el gobernador conserva en una llanura inmediata, como mil doscientos caballos mansos para su servicio ordinario, y, en caso de necesidad, para hacer montar a los habitantes del pueblo, formando así un pequeño cuerpo de caballería.

Además de este fuerte hay un pequeño baluarte en la boca del Riachuelo, donde existe una guardia; monta dos pequeños cañones de fierro, de a tres. Este baluarte domina el punto donde atracan las lanchas para descargar o recibir efectos, estando éstas sujetas a ser visitadas por los oficiales del baluarte cuando están descargando o cargando. Las casas del pueblo son construídas de barro, porque hay poca piedra en todos estos países hasta llegar al Perú: están techadas con cañas y paja y no tienen altos; todas las piezas son de un solo piso y muy espaciosas; tienen grandes patios y además de las casas, grandes huertas, llenas de naranjos, limoneros, higueras, manzanos, peros y otros árboles frutales, con legumbres en abundancia como coles, cebollas, lechugas, ajos, arvejas y habas; sus melones especialmente son excelentes, pues la tierra es muy fértil y buena; viven muy cómodamente: a excepción del vino, que es algo caro, tienen toda clase de alimentos en abundancia, como carne de vaca y ternero, de carnero y de venado, liebres, gallinas, patos, gansos silvestres, perdices, pichones, tortugas, y aves de caza de toda especie y tan baratas que pueden comprarse perdices a un penique cada una y lo demás en proporción. Hay también numerosos avestruces que andan en tropilla como el ganado y aun cuando su carne es buena, nadie, sino los salvajes, come de ella; hacen paraguas de plumas, que son muy cómodos para el sol; sus huevos son buenos y todos comen de ellos, aunque se dice que son indigestos...

Las casas de los habitantes de primera clase, están adornadas con colgaduras, cuadros y otros ornamentos y muebles decentes y todos los que se encuentran en situación regular son servidos en vajilla de plata y tienen muchos sirvientes, negros, mulatos, mestizos, indios, cafres o zambos, siendo todos éstos esclavos. Los negros proceden de Guinea, los mulatos son el engendro de un español en una negra, los mestizos son el fruto de una india y un español y los zambos de un indio y una mestiza, distinguibles todos por el color de su tez y su pelo.

Estos esclavos son empleados en las casas de sus amos o en cultivar sus terrenos, pues tienen grandes chacras abundantemente sembradas de granos, como trigo, cebada y mijo; o bien para cuidar de sus caballos o mulas, que en todo el año sólo se alimentan con pasto, o bien en matar toros cerriles y finalmente para cualquier otro servicio.

Observé que (entre los hombres de la milicia) había muchos hombres de edad que no llevaban arma de fuego sino sólo espada al cinto, lanza en la mano y una rodela al hombro. Los más de ellos son hombres casados y jefes de familia y por consiguiente tienen poca afición a los combates. Aman su sosiego y el placer y son devotos de Venus. Confieso que son hasta cierto punto disculpables a este respecto, pues las más de las mujeres son extremadamente bellas, bien formadas y de un cutis terso...

Las mujeres son más numerosas que los hombres, y además de españoles hay unos pocos franceses, holandeses y genoveses, pero todos pasan por españoles, pues de otro modo no habría para ellos cabida allí y especialmente para los que en su religión difieren de los católicos romanos, pues allí está establecida la Inquisición. La renta del Obispo sube a tres mil patacones, o sean setecientas libras esterlinas anuales. Su diócesis comprende este pueblo y el de Santa Fe, con las estancias o haciendas correspondientes a ambas. Ocho o diez sacerdotes ofician en la Catedral, la que, así como las casas particulares, es construida de barro. Los jesuitas tienen un colegio; los dominicos, los recoletos y los religiosos de la Merced tienen cada uno su convento. Hay también un hospital, pero existe tan poca gente pobre en estos países, que de poco sirve.

Fuente: José L. Busaniche “Lecturas de Historia Argentina – Relatos de contemporáneos 1527-1870”