Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 12 - Setiembre 2009 - Pags. 10 y 11
El primer robo bancario en Buenos Aires
Por
La “Real Fortaleza y Fuerte de San Juan
Baltasar de Austria” se alzaba, desde fines del siglo XVI, en el lugar
donde hoy se encuentra
Vista de Buenos Aires 1628 (1) |
Esta “fortificación”, erigida para defender
la ciudad de posibles ataques piratas o
indios, tuvo la buena fortuna de no sufrir ninguno, pero que carecía de seguridad interna quedó
demostrado en la mañana del 16 de septiembre de 1631 cuando la población fue
despertada por un cañonazo. Era la señal acostumbrada para avisar a los
pobladores de que algo grave sucedía. Y lo que había ocurrido en horas de la
noche, y se acababa de descubrir, era que habían saqueado el tesoro real.
Las palabras “tesoro real” evocan
El arqueo de caja se hacía diariamente al finalizar
las actividades, y la tarde anterior había allí 9.477 pesos y 1 real, cantidad
que para la época era importante. La caja estaba ubicada en el sector destinado
a Hacienda, el lado sur del Fuerte. Los cacos de entonces no necesitaban la
parafernalia que despliegan en la actualidad quienes saquean un Banco y que
suele incluir construcción de túneles, motos de agua y de tierra, instalación
eléctrica para iluminación, perforadoras, sopletes, baños químicos, y sacos de
dormir y provisiones para los operarios. Quienes
se habían apropiado del tesoro real
sólo tuvieron que escalar un terraplén del costado sur y horadar con algunos
golpes una pared para penetrar en
El pueblo quería
saber a qué venía tanto alboroto, y fue
recibido en audiencia pública por el Gobernador, Antonio de Céspedes,
acompañado por el Obispo y otros funcionarios, entre ellos el Lugarteniente
general a cargo de la milicia, el
Contador, un abogado de
En un breve
discurso Céspedes puso a la población al tanto del robo, que dejaba malparada
la vigilancia que, se suponía, debían ejercer los arcabuceros y piqueros que
constituían la tropa que custodiaba el Fuerte y sus entornos.
Buenos Aires era
poco más que un caserío donde casi todos sus moradores se conocían, y la
ausencia de alguno de ellos se advertía muy pronto. Ya al día siguiente de
descubrirse el robo circuló la noticia de que el vecino Pedro Cajal, que vivía
en una choza lindera con el Convento de Santo Domingo, había desaparecido. Se
detuvo e interrogó al criado de Cajal, un indio llamado Juan Puma, quien negó saber dónde se hallaba su patrón. Para complicar las cosas, esa misma
noche Puma, al que se había encerrado en uno de los calabozos, burló la
custodia de sus guardianes y se fugó agujereando el techo de paja.
Se dispuso que dos destacamentos de tropa
armada salieran en persecución de los fugitivos. Una de las patrullas exploró
la ribera del río de
Con el concurso del licenciado Diego de Rivera
Maldonado, el abogado de
Por su parte, el
indio Puma, que contó con un defensor de oficio, admitió haber colaborado en el
robo y recibido de Cajal 214 pesos, suma que fue encontrada, siguiendo sus
indicaciones, en una olla escondida en un horno de las afueras.
Restaba
averiguar quién había sido el ideólogo del saqueo a la caja de caudales, pero
un careo entre amo y criado derivó en acusaciones recíprocas. El curador y el
defensor formalizaron la exigencia legal de argumentar a favor de ambos
ladrones y el Gobernador dictó sentencia. Cajal y Puma fueron condenados a la
horca, para luego ser decapitados y que sus cabezas se exhibieran sobre el
borde del terraplén sur del Fuerte.
Léonie Matthis. Paza Mayor en 1600 |
Los delincuentes
fueron puestos en capilla, donde el sacerdote franciscano Fray Jacinto de
Quiñones escuchó su confesión y les administró la comunión. El 30 de septiembre
se los paseó en carreta por las calles, sometidos a vergüenza pública, hasta el sitio donde les aguardaba el verdugo
para ejecutarlos. Sus cabezas, tal como ordenara el Gobernador, fueron
ensartadas en picas que se clavaron en el terraplén sur del Fuerte, el mismo
que habían escalado para llevar a cabo el robo.
El episodio tuvo una secuencia inesperada: el 1º de octubre, Fray Quiñones, el confesor de los reos, se presentó al Gobernador para informarle que la última voluntad del indio Puma había sido restituir a las autoridades otra parte del dinero sustraído, enterrada por él bajo el piso de la choza de Cajal, cerca de donde se había excavado tras la confesión de éste. Una segunda excavación dió por resultado hallar una bolsa con 79 pesos y medio real. Con este cuarto hallazgo el monto total de lo recuperado ascendió a 7.020 pesos, por lo que Hacienda perdió, en definitiva, 2.457 pesos y l/2 real. Dado que no hubo evidencias de que Cajal o Puma hubieran gastado esa cantidad en el lapso previo a ser detenidos, sólo cabe deducir que uno de los dos se llevó a la tumba el secreto de un quinto escondite.
En sólo 17 días se había capturado a los ladrones, realizado su enjuiciamiento con presentación de pruebas, defensa, apelaciones y alegatos, y ejecutado la sentencia. Si bien la seguridad y vigilancia del Fuerte habían sido puestas en entredicho, no quedan dudas de que los sistemas de represión del delito y de justicia actuaron con una celeridad y eficacia encomiables.
(1) Acuarela del año 1628
realizada por el cartógrafo holandés Juan Vingboons, que se conserva en