martes, 1 de septiembre de 2009

Anécdotas - El coloso caido - Nicolás Calvo

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 12 - Setiembre 2009 - Pag. 16 

ANECDOTAS

EL COLOSO CAIDO

Rosas en la ancianidad

Como ya lo hemos señalado en números anteriores de este periódico, en su exilio en Southampton, Rosas recibía, a todos aquellos –argentinos y extranjeros, familiares o no– que se acercaban para conocerlo y para conversar con él.

Doce años y medio después de haber sido derrocado, el ex Dictador recibió en su casa a don Nicolás Calvo, argentino, fundador del periódico “La Reforma Política”, quien de paso por Europa, decidió visitarlo.

Calvo había fundado su periódico después de Caseros en apoyo de la política del Gral. Urquiza y contra la actitud separatista de la Provincia de Buenos Aires. Después de haber sido “derrotado” Urquiza por Mitre en Pavón (1861), Calvo siguió con la edición de su periódico en Montevideo.

Calvo mandó correspondencias para su periódico desde Río de Janeiro y Nueva York y luego se embarcó desde esta ciudad en viaje a Soupthampton, donde se entrevistó con el ex gobernante argentino, y así lo hizo según lo informa en su correspondencia que transcribimos a continuación.

 

En el vapor oímos asegurar al capitán Woolward que el general Rosas vivía de su trabajo personal vendiendo leche a mitad del precio general.

Nunca habíamos conocido al señor Rosas ni oído su voz, ni examinado su fisonomía sino en los retratos, y sentíamos tanta mayor curiosidad de conocer personalmente al hombre que durante veinte años había mandado autocráticamente la República, cuanto que, la más ridícula patraña que se haya podido inventar en política, nos había imputado durante diez años de lucha por la nacionalidad federal argentina, connivencias con el general Rosas, a quien no conocíamos, y tendencias a restaurar su época, toda personal, y que otras veces   hemos juzgado con imparcialidad.

Tomamos un carruaje y fuimos a ver al coloso caído. El aspecto de su residencia es pobre. Vimos tres ranchos de paja, un perro negro y un muchacho inglés que nos dijo hallarse el general en el campo y que iba a avisarle.

Se abrió poco después la puerta del frente de uno de los ranchos, techo de paja, y se nos hizo entrar en una pieza amueblada con una mesa de caoba, un sofá y cuatro sillas forradas de percal, presentando todo el aspecto de la mediocridad más marcada, por no decir de la miseria.

Vino el señor Rosas y nos recibió con extrema cortesía, disculpándose por haberse hecho esperar porque estaba trabajando en el campo para alcanzar a pagar el arriendo anual de cinco libras esterlinas por acre que era lo que costaba aquella farm. El general Rosas tiene setenta y un años, está fuerte y lozano, dice que duerme bajo un corredor que nos mostró; que está pobre, que salvó muchos papeles pero no dinero porque él aprecia más su honor que todo; que esos papeles están perfectamente organizados; que han de publicarse después de su muerte y que han de juzgarlo entonces; que tiene mucho escrito sobre diversos ramos de los conocimientos humanos: sobre la ley natural, la ciencia médica y otras; mostrando todo una tranquila filosofía que realmente llama la atención del que le observa, como nosotros lo hacíamos, con el deseo de conocer al hombre.

Rosas habla de nuestro país con templanza: cree que se le ha hecho  injusticia y asegura que la confiscación no ha entrado jamás en sus principios. Habló del presidente Mitre sin encono, pero lo que nos llamó la atención más, fue que hablase del general Urquiza con tan subido elogio, diciendo que le debía muchos agradecimientos por las ofertas que le había hecho. Observamos que se había hecho circular la voz de que Urquiza le había enviado cincuenta mil patacones, y que le pasaba cinco mil pesos anuales, a lo que contestó no haberlos recibido.

El general Urquiza, en su correspondencia con el general Rosas trata a este último de grande y buen amigo. El señor Rosas en el curso de la conversación animada que le es peculiar, dijo que él asumía la responsabilidad de todos sus actos, que a nadie tenía que culpar. Que había leído el importante papel que escribíamos (La Reforma) y que aun cuando habíamos juzgado su gobierno muy duramente, él respetaba las opiniones ajenas, porque la opinión no es razón, y que, el haberle publicado la cláusula del testamento del general San Martín mandándole su espada, que allí tenía, nos conquistó su reconocimiento, pero que, al publicarla habíamos suprimido la palabra sabiduría.

Lord Palmerston
Parece el señor Rosas entregado enteramente a su trabajo de campo, recibe muy pocas visitas porque dice que su posición de fortuna no se lo permite y no paga visitas porque ellas le ocasionarían gastos. A lord Palmerston, lo visita cada año una vez (1).

Agregó que conservaba su lazo, bolas y demás arreos argentinos de campo sin los cuales no ensillaba nunca; que una magnífica yegua, que nos mostró, la había domado él mismo; que el mate no lo ha podido dejar y que él podría hacer adoptar entre la gente de campo en Inglaterra, la yerba paraguaya en vez de té, porque era más saludable.

Estos detalles puramente personales, sólo tienen interés para los pueblos que durante veinte años han obedecido la voz de este hombre o luchado para derrocar su sistema.

Juzgar a Rosas y a su sistema no es nuestro trabajo del momento. Antes lo hemos hecho: nos limitamos solamente a referir lo que hemos visto en el hombre que tan gran figura ha hecho en el Río de la Plata.

Debíamos partir para Londres incesantemente [sic]: acortamos la visita. Southampton, 8 de noviembre de 1864.

                                                                       Nicolás Calvo

(1) Lord Palmerston, había sido ministro de relaciones exteriores inglés y era amigo personal de Rosas (Nota del Director)