Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 12 - Setiembre 2009 - Pag. 5
OPINIONES
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Emilio Ravignani |
Emilio Juan
Francisco Ravignani, nació en Buenos Aires en 1886 y falleció en la misma
Ciudad en 1954. Siendo muy joven, en 1909, se graduó de abogado. Fue político,
jurisconsulto, historiador y profesor universitario en las Universidades de
Buenos Aires y La Plata. Fue
el fundador y Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad
de Buenos Aires, que dirigió hasta 1946 y que luego de su fallecimiento lleva
su nombre. Fue Decano de dicha Facultad. Siendo estudiante se afilió a la Unión Cívica Radical
y fue diputado nacional durante tres períodos. Se identificó con el
antipersonalismo –opositor a Hipólito Yrigoyen–, siguiendo el liderazgo dentro
de su partido de Marcelo T. de Alvear. Fue miembro de la Academia Nacional
de la Historia.
Durante la década
infame (1930-1943), junto a otras personalidades como Federico Pinedo, Victoria Ocampo, Nicolás Repetto, Julio A. Noble -entre otros-, integró la Junta
Ejecutiva Central de Acción Argentina,
que era una organización destinada a oponerse al nazismo y para presionar al gobierno
argentino a declarar la guerra al Eje (Alemania-Italia-Japón).
Sus obras mas
importantes fueron entre otras: Una comprobación histórica, el comercio de
ingleses y la
Representación de Hacendados de Moreno (1914), Historia del
Derecho Argentino (1919), Historia Constitucional de la República Argentina
(1926-1930), El pacto de la Confederación Argentina
(1938) y su obra culminante, los siete tomos de las Asambleas Constituyentes Argentinas (1937-1940).
He aquí su opinión
sobre Rosas:
Rosas fue una personalidad
que se acrecentó firmemente merced a su vinculación con los intereses y
necesidades del país. Llegó un momento en que dominó por completo el escenario
del país y su acción trascendió los límites de la Argentina. Negarlo
o ignorarlo sería absurdo. Consagróse, en las horas iniciales de su existencia,
al fomento de nuestra industria madre: la ganadería. Esto no sólo le dio
patrimonio, sino también prestigio social y político. La vida de estancia,
junto a la frontera interior, le creó el trato con nuestros elementos rurales,
gauchos e indios. No por ello se apartó del trato con la clase distinguida de
la ciudad. La estancia, entonces, exigía la propia defensa y, en especial, su
amparo del malón de los indios. Así se hizo jefe de milicias. Pero sus milicias
de campaña no eran montoneras; en 1820 se presentaron a la ciudad de Buenos
Aires como restauradores del orden. Era natural que los intereses económicos
vitales no pudiesen mantenerse sino dentro del orden más absoluto. Esto
condecía con la mentalidad de Rosas: orden, siempre orden. Los hacendados
porteños, obligados, en parte, a retirarse de la Banda Oriental, se
expandieron por la campaña de Buenos Aires. Se impuso el ensanche de las
fronteras. Tan lo entendió Martín Rodríguez durante su gobierno, que alcanzó
las serranías del Tandil. Y aunque Rosas no aprobara el método adoptado en la
lucha, fue un propulsor de la ocupación del desierto. Durante el corto gobierno
de Dorrego, planeó un nuevo avance. Se llegó a Bahía Blanca.
Al mismo tiempo,
por su acción como jefe de milicias, Vicente López lo nombrará comandante
general de campaña en 1827. Penetra, en esta forma, con paso firme, al terreno
de la política, vinculado al partido federal. No podía ser de otro modo, dado
su trato con los Pueblos, así, con mayúscula.
Rosas tuvo amigos
entre gente importante y entre los humildes. Mas su prestigio, como hombre, lo
afirmó en estos últimos; entre los importantes se incubaron enemigos como Maza
y los estancieros del Sur, que acaban de ser glorificados. En la abundante
correspondencia de Rosas -virgen de inferencias, aunque desde hace años la
tengo individualizada y seleccionada en buena parte para el Instituto de
Investigaciones históricas- pueden verse las diversas tonalidades de su
amistad. La mantenida con Terrero, v. gr., ofrece una faceta sentimental digna
de análisis. Al general Pacheco le tuvo una confianza ilimitada hasta las
vísperas de Caseros. Al coronel Vicente González, en otro plano de acción, lo
utilizó como nadie. A su hermano Prudencio lo conservó siempre a una
determinada distancia. A los personajes federales del interior los envolvió en
una trama amistosa, tan fuerte y sutil que, sin su conocimiento, haría
inexplicable la acción política desplegada. Con Estanislao López y Juan Facundo
Quiroga estructuró la
Confederación a partir de 1831 sobre la base de un íntimo
entendimiento; sólo que, para ello, puso ingredientes espirituales distintos.
El estilo epistolar con López y Quiroga tiene matices profundamente diversos.
Era un gran conocedor de temperamentos; supo ser, así, un político práctico. En
la correspondencia sostenida con uno y otro, y los respectivos actos de
conducta, aparenta dos ecuaciones personales diferentes, fruto de una
conciencia política proteiforme. Es un príncipe criollo.