lunes, 1 de junio de 2009

Malvinas - ¿Como te llamabas soldado?

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 11 - Junio 2009 - Pags. 6 y 7 

¿Cómo te llamabas soldado?

POR ALFREDO LÓPEZ PATTERSON *

Sobre obsequiado al Director por el Sr. Ricardo Succar


¿Cómo te llamabas soldado? ¡Cómo me gustaría recordarlo! Hace tanto tiempo que ocurrió todo, que he olvidado tu nombre. ¿O es que nunca lo supe?

Es la madrugada del 12 de junio 1982. Integramos la compañía C del Regimiento 4 de Infantería y estamos tratando de mantener el cerro Dos Hermanas, primera línea del dispositivo de defensa de Puerto Argentino. Nuestra lucha es dura porque se prolonga desde hace tres horas y fuimos los primeros en recibir el golpe. Todos pelean arduamente. El miedo ya pasó o es otro tipo de miedo, no lo sé. Pero lo cierto es que estamos todos jugados. La conducción de la defensa en forma coordinada se hace difícil, ya nadie pide órdenes y hace lo que tiene que hacer: mantener la posición salvando la vida a costa de la del enemigo. Cosas tremendas, dramáticas se producen alrededor como si fueran parte de una rutina cotidiana. Quizá sea así porque habíamos tenido un buen entrenamiento con nuestra permanencia en primera línea, durante la cual habíamos sufrido más de un mes el hostigamiento preparatorio al ataque enemigo. Habíamos soportado el fuego de buques, de la artillería de campaña y de aviones.

También mantuvimos enfrentamientos con fuerzas especiales enviadas a explorar. Tal vez nuestra actitud se debía a la experiencia acumulada o a los mecanismos de defensa que el hombre pone en acción en situaciones límites. O por el peso de las responsabilidad. No lo sé. Estas reflexiones llegaron con el paso de los años, pero en el momento no pensaba en esto para nada.

El ataque se hace más intenso y nuestra primera línea comienza a ceder. Los hombres se repliegan combatiendo y hay un intento por reforzar el sector, pero corremos peligro de ser rodeados. Tengo dos oficiales heridos y uno muerto; de los tres restantes no tengo noticias. La posición vecina a la nuestra en el monte Harriet se encuentra en una situación incierta, posiblemente haya caído o esté a punto de hacerlo.

Se produce una pausa en el combate, un momento inexplicable en el que pareciera cierto acuerdo tácito que hace que atacantes y defensores se tomen un respiro. Al principio esto sorprende gratamente; por fin un descanso dentro de tantas tensiones, pero rápidamente me di cuenta que esto tenía poco que ver con la tranquilidad anhelada, sino el prolegómeno del asalto.

Analizo la situación. Organizaciones aún operativas: menos de una sección (30 hombres); munición de las armas de apoyo (morteros, ametralladoras pesadas) agotada; munición de fusil, sin reservas para más de diez minutos de combate.

Mis subordinados me miran. No demuestran miedo, no imploran ni reniegan contra la situación y los heridos soportan estoicamente su dolor.

Monte Dos Hermanas
Estoy frente a una decisión dramática que exige determinar el límite preciso entre el sacrificio que beneficiará al conjunto y las reales posibilidades de que éste tenga sentido, por lo menos para el cumplimiento de la misión. O que no comprometa la seguridad de otras fracciones que depende del propio esfuerzo y firmeza.

En estas circunstancias el temor del que conduce pareciera distanciarse de la propia persona, anula el instinto de conservación y se transfieren a los subordinados. Uno tiene miedo de apreciar mal la situación y, en consecuencia, impartir órdenes erróneas que serán pagadas con la vida de quienes confiaron en nuestra eficiencia. Decido replegar la posición.

Tomé una ametralladora que tenía la cinta de munición por la mitad y dos fusiles que encontré en la oscuridad y me acomodé en una posición elevada que cubría uno de los sectores de posible aproximación del enemigo... y a esperar. También a recapacitar, porque no las tenía todas conmigo. Recuerdo que palpé el paquetito de curación individual que guardaba en un bolsillo desde que salí de Buenos Aires dos meses antes: ¡dos vendas y un alfiler de gancho! Miré hacia atrás para ver si el repliegue era ordenado, pues de acuerdo con los planes había que llegar a un lugar de reunión para organizar una nueva posición defensiva. Todo iba bien, el enemigo no había reanudado el ataque y mi gente se retiraba a cubierto.

De pronto una bengala me permite observar los movimientos del enemigo que salía de atrás de una lomada a unos 150 metros y avanzaba en línea sin hacer fuego. Era el momento. Comencé a disparar con mi ametralladora.

La cinta de munición se agotó en un suspiro, empecé a recibir una lluvia de balas de los atacantes y me pegué a la piedra que me cubría. ¡Dios mío, quién me metió en esto! En ese momento alguien me pasa un fusil con su cargador completo. Era un soldado que se había quedado a mi lado. Quién te mandó? ¿Porqué te quedaste? No había tiempo para preguntas y además creo que ya conocía las respuestas. Rápidamente se puso a llenar otro cargador para pasármelo y continuó con la cinta de la ametralladora. Unos cuantos disparos más y había conseguido mi objetivo: el enemigo se detuvo y mi gente ganó tiempo para el repliegue.

Mientras tanto el fuego de los británicos se había hecho más preciso y le dije "bueno, vamos porque si no, no salimos de esta". No sé si me respondió algo así como "vamos, mi capitán" o si simplemente recogió el arma en silencio y nos retiramos, al trotecito, cuesta abajo.

No sé si alguna vez podré honrar un gesto tan noble, pero si no me alcanzase la vida para hacerlo, desde estas líneas te saludo y te agradezco, soldado valiente.

* López Patterson combatió en Malvinas como capitán.

Articulo publicado en "Así peleamos", Biblioteca Soldados 2006