lunes, 1 de junio de 2009

Lucha contra la viruela

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 11 - Junio 2009 - Pags. 8 y 9  

El inicio de la lucha contra la viruela por el Canónigo Saturnino Segurola

por el Dr. Oscar J. C. Denovi

 

En mayo de 1796, Edward Jenner; basándose en la creencia que existía entre las mujeres ordeñadoras de Gloucestershire (Inglaterra), según la cual toda persona que contrajese viruela de la vaca, jamás la adquiriría, inoculó a James Phipps, un niño con la linfa de una pústula de viruela, que había quedado en la mano de una ordeñadora.

Comenzaba con ello el proceso que finalmente iría a desterrar -muchos años después- un flagelo que había diezmado miles, probablemente, millones de personas a través del correr de los siglos.

Por entonces, en el Río de la Plata, la viruela se ensañaba con las poblaciones indígenas, después de haberlo hecho durante todo el lapso que medió entre la llegada de los españoles en 1492 y el momento en que, ya en época Patria, (circa 1840) las autoridades argentinas comenzaron a vacunar más extensamente las poblaciones nativas afincadas en las regiones convenidas con el gobierno.

Es sabido, que la exposición a contraer epidemias que se daba entre las poblaciones existentes en América, de la viruela y otras sufridas en Europa, radicaba en que la repetición de estos males en el pasado europeo, había provocado cierta resistencia de los mismos a estas infecciones contagiosas, al desarrollar en ellos ciertas defensas, insuficientes para inmunizar a los individuos pero sí generar esa resistencia, que los pobladores de América, carentes de esa experiencia epidemiológica  anterior, no tenían.

Las primeras vacunas elaboradas a partir de las vacas gloucesterianas llegaron a Buenos Aires en 1802, encontrándose en ese entonces con la autoridad  Sanitaria de Cosme Mariano Argerich, quién ejercía la conducción del Protomedicato (1). Probablemente los ensayos para conservar la vacuna y la forma de inoculación, demandaron un tiempo considerable, (también suponemos de algún ensayo que probara su eficacia, ya que solo se conocía la experiencia inglesa y se desconocía si el cambio ambiental podía variar los resultados)  pues recién el 30 de junio de 1805, el Virrey Sobremonte estableció la autorización pública de aplicación de la vacuna.

            Por entonces, era Cura Párroco de la Iglesia del Socorro Don Saturnino Segurola y Lezica, natural de Buenos Aires, nacido el 11 de febrero de 1776, cuya inclinación a los estudios de las ciencias naturales, su vasta cultura y generosidad, lo hicieron entusiasta promovedor de la vacuna y lo encaminó a aprender del Profesor Argerich la forma de conservación y de inoculación de la vacuna, acción que llevó a cabo con éxito durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807.

El 28 de Junio de 1810, don Cornelio Saavedra invitó a Segurola a tratar sobre la conservación y propagación de la vacuna, conferencia de la que surgió la disposición de la obligatoriedad de la vacunación el 4 de agosto de ese mismo año.

La aplicación de la vacuna no fue de ninguna manera fácil, ya que la población tenía temores fundados en toda práctica invasiva –según lenguaje de nuestros días– particularmente de aquel que implicara una práctica “misteriosa” (el virus, “bicho” que portaban las vacas en las pústulas no se “veía”, haciendo que la inoculación fuese una cuestión más de fe, que de práctica sanitaria), a tal punto que el 23 de enero de 1812, el Intendente de Policía José de Moldes, facultó a Saturnino de Segurola a solicitar el apoyo de la autoridad para la vacunación.

El 18 de mayo de 1813, el segundo Triunvirato autorizó el Reglamento que “formó el Dr. Saturnino de Segurola para precaver a los habitantes de esta capital y de las Provincias Unidas, de los estragos de la viruela natural, por medio de la conservación y propagación del fluido vacuno, aprobado por el supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. 

Con esa misma fecha se estableció una dependencia para asiento del vacunatorio que no lo tenía hasta entonces. Esta fue una de las salas de la Manzana de las Luces, erigida por inspiración de Vértiz con destino a satisfacer la exigua demanda, y recursos económicos para el municipio (Cabildo), de viajeros,  y al mismo tiempo, dos días después, el 20 de mayo, el triunvirato nombraba a Juan Rafael de Olleros auxiliar en el Vacunatorio Nacional, puesto que Segurola había ejercido su responsabilidad hasta ese momento sin auxilio alguno, salvo el que le podían ofrecer ocasionalmente. No solo lo había hecho solo, sino que lo hizo gratuitamente, situación que se prolongará por todo el período que media entre 1805 y 1821.

Con anterioridad, se había encomendado que los Ayuntamientos del interior, y donde no, “por el de los comandantes y Alcaldes de sus respectivas jurisdicciones” cuidaran del traslado y conservación del fluido vacunatorio para su inoculación en las poblaciones de las provincias  en la publicación de la Gaceta del 19 de mayo de 1813, en la que se reprodujo el decreto del Triunvirato citado más arriba.

En 1821, el Gobernador Martín Rodríguez dispone la formación de una Comisión Encargada de la Conservación de la Vacuna, presidida por Saturnino Segurola, Francisco Cosme Argerich (Médico, hijo mayor de Cosme Mariano, fallecido el año anterior, y más conocido por el público argentino, pues este último fue el médico que acompañó a San Martín a San Lorenzo, y quién operó cortándole la pierna al Capitán Bermúdez, herido por una bala de cañón en esa acción).

Así comenzó una lucha contra el azote de la salud pública del siglo XIX, particularmente grave en las tribus indígenas, que se fue extendiendo hacia las tolderías a medida que se entabló con ellos “el negocio pacífico”, que tuvo su apogeo con el Gobernador Rosas y con el desarrollo científico logrado por Francisco Javier Muñiz, descubridor que las propiedades de las vacas de Gloucestershire se manifestaban también en Luján, lo que permitió la fabricación nacional de la vacuna, y por lo tanto, la no dependencia de Inglaterra en este terreno, (aunque no había habido dificultades serias en la provisión de la vacuna desde aquel país).

En cuanto al Canónigo Saturnino Segurola, así llamado pues se había Doctorado en Derecho Canónico y Teología, en 1814 fue designado Director de la Casa de Niños Expósitos, y el 31 de octubre de 1817 el Cabildo de Buenos Aires en Acuerdo lo nombra “Director de las Escuelas de esta Capital como las de campaña, con la facultad amplia de hacer reformas y mejoras de que juzgue capaces dichos establecimientos y celar por el puntual cumplimiento de los preceptores…” y el 21 de noviembre, el Cabildo acordó, “teniéndose en consideración el relevante mérito y distinguidos servicios consagrados por el Dr. Saturnino Segurola a la humanidad…..nombrarlo regidor perpetuo” y días más tarde aprobó el Reglamento que redactó para la Casa de Niños Expósitos.

Toda esta labor filantrópica se complementó a la del cuidado e inoculación de la vacuna, que fuera del ejido de la ciudad se practicó bajo un árbol timbó existente aún hoy en el parque Chacabuco, por ese entonces, desarrollado en la quinta de su hermano, Romualdo Segurola. Después de muchos años de labor pública venerable, el 24 de junio de 1854, el Canónico vacunador, falleció, rodeado del amor del pueblo que por su acción vio alejarse por lo menos parcialmente, uno de los peores azotes de estas regiones rioplatenses. Otros siguieron aquella acción por él iniciada, y completaron más ampliamente el control de la viruela.  

(1)  El Protomedicato era un Tribunal que concedía las licencias para el ejercicio de la medicina.

 

Fuentes:

“Archivum”, Revista de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Tomo V, Buenos Aires, enero-diciembre 1961.

Publicado en el Nº 72 de “El Tradicional”.