Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 11 - Junio 2009 - Pags. 8 y 9
El
inicio de la lucha contra la viruela por el Canónigo Saturnino Segurola
por el Dr. Oscar J. C. Denovi
Comenzaba con
ello el proceso que finalmente iría a desterrar -muchos años después- un
flagelo que había diezmado miles, probablemente, millones de personas a través
del correr de los siglos.
Por entonces,
en el Río de
Es sabido,
que la exposición a contraer epidemias que se daba entre las poblaciones
existentes en América, de la viruela y otras sufridas en Europa, radicaba en
que la repetición de estos males en el pasado europeo, había provocado cierta
resistencia de los mismos a estas infecciones contagiosas, al desarrollar en
ellos ciertas defensas, insuficientes para inmunizar a los individuos pero sí
generar esa resistencia, que los pobladores de América, carentes de esa
experiencia epidemiológica anterior, no
tenían.
Las primeras
vacunas elaboradas a partir de las vacas gloucesterianas llegaron a Buenos
Aires en 1802, encontrándose en ese entonces con la autoridad Sanitaria de Cosme Mariano Argerich, quién
ejercía la conducción del Protomedicato (1). Probablemente los ensayos para
conservar la vacuna y la forma de inoculación, demandaron un tiempo
considerable, (también suponemos de algún ensayo que probara su eficacia, ya
que solo se conocía la experiencia inglesa y se desconocía si el cambio
ambiental podía variar los resultados)
pues recién el 30 de junio de 1805, el Virrey Sobremonte estableció la
autorización pública de aplicación de la vacuna.
Por
entonces, era Cura Párroco de
El 28 de
Junio de 1810, don Cornelio Saavedra invitó a Segurola a tratar sobre la
conservación y propagación de la vacuna, conferencia de la que surgió la
disposición de la obligatoriedad de la vacunación el 4 de agosto de ese mismo
año.
La aplicación
de la vacuna no fue de ninguna manera fácil, ya que la población tenía temores
fundados en toda práctica invasiva –según lenguaje de nuestros días–
particularmente de aquel que implicara una práctica “misteriosa” (el virus,
“bicho” que portaban las vacas en las pústulas no se “veía”, haciendo que la
inoculación fuese una cuestión más de fe, que de práctica sanitaria), a tal
punto que el 23 de enero de 1812, el Intendente de Policía José de Moldes,
facultó a Saturnino de Segurola a solicitar el apoyo de la autoridad para la
vacunación.
El 18 de mayo
de 1813, el segundo Triunvirato autorizó el Reglamento que “formó el Dr.
Saturnino de Segurola para precaver a los habitantes de esta capital y de las
Provincias Unidas, de los estragos de la viruela natural, por medio de la
conservación y propagación del fluido vacuno, aprobado por el supremo Poder
Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de
Con esa misma
fecha se estableció una dependencia para asiento del vacunatorio que no lo
tenía hasta entonces. Esta fue una de las salas de
Con
anterioridad, se había encomendado que los Ayuntamientos del interior, y donde
no, “por el de los comandantes y
Alcaldes de sus respectivas jurisdicciones” cuidaran del traslado y
conservación del fluido vacunatorio para su inoculación en las poblaciones de
las provincias en la publicación de
En 1821, el
Gobernador Martín Rodríguez dispone la formación de una Comisión Encargada de
Así comenzó
una lucha contra el azote de la salud pública del siglo XIX, particularmente
grave en las tribus indígenas, que se fue extendiendo hacia las tolderías a
medida que se entabló con ellos “el negocio pacífico”, que tuvo su apogeo con
el Gobernador Rosas y con el desarrollo científico logrado por Francisco Javier
Muñiz, descubridor que las propiedades de las vacas de Gloucestershire se
manifestaban también en Luján, lo que permitió la fabricación nacional de la
vacuna, y por lo tanto, la no dependencia de Inglaterra en este terreno,
(aunque no había habido dificultades serias en la provisión de la vacuna desde
aquel país).
En cuanto al
Canónigo Saturnino Segurola, así llamado pues se había Doctorado en Derecho
Canónico y Teología, en 1814 fue designado Director de
Toda esta
labor filantrópica se complementó a la del cuidado e inoculación de la vacuna,
que fuera del ejido de la ciudad se practicó bajo un árbol timbó existente aún
hoy en el parque Chacabuco, por ese entonces, desarrollado en la quinta de su
hermano, Romualdo Segurola. Después de muchos años de labor pública venerable, el
24 de junio de 1854, el Canónico vacunador, falleció, rodeado del amor del
pueblo que por su acción vio alejarse por lo menos parcialmente, uno de los
peores azotes de estas regiones rioplatenses. Otros siguieron aquella acción
por él iniciada, y completaron más ampliamente el control de la viruela.
(1)
El
Protomedicato era un Tribunal que concedía las licencias para el ejercicio de
la medicina.
Fuentes:
“Archivum”, Revista de
Publicado en el Nº 72 de “El Tradicional”.