lunes, 1 de junio de 2009

Anécdotas - ¡Gaucho pícaro!

 Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 11 - Junio 2009 - Pag. 16  

Anécdotas

¡Gaucho pícaro!

 

Gral. Fructuoso Rivera                                    Gral. Manuel Oribe

Nadie puede dudar hoy día de la inteligencia y la habilidad diplomática del Restaurador; su conocimiento de los hombres y de las circunstancias, su “viveza criolla” y su picardía, su sangre fría puesta de manifiesto en momentos difíciles, todo ello puesto al servicio de la Nación.

En 1838 el caudillo oriental Gral. Fructuoso Rivera, con la complicidad de emigrados unitarios y de los franceses, había depuesto al legítimo presidente de la República del Uruguay, Gral. Manuel Oribe. Éste pasó a la Confederación Argentina, donde obtuvo el apoyo de Rosas para recuperar la presidencia. Así Oribe, aliado a Rosas,  quedó al frente del Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina formado por orientales y argentinos. La Comisión Argentina de Montevideo, formada por unitarios emigrados, apoyaban al Gral. Rivera en su lucha contra Rosas. Al frente del ejército, Oribe vence a los unitarios del interior del país. Los diplomáticos franceses e ingleses trataron de mediar entre las partes en pugna para lograr solucionar la cuestión afianzar a Rivera y evitar el regreso de Oribe a la presidencia del estado oriental.

Ambos ejércitos se encontraban separados por el río Uruguay, el de Rivera en la costa oriental (Uruguay) y el de Oribe en la costa occidental (Entre Ríos). El cruce del río podía poner a una de las partes en posición desventajosa.

En ese contexto –explicado sucintamente y sin mayores detalles, ya que no es el objeto de ese artículo– se produce la anécdota que relata Adolfo Saldías en su Historia de la Confederación Argentina, que le habría contado don Antonino Reyes, edecán de Rosas.

Rosas en la presunción de que el mediador inglés Mr. Mandeville, a quien con frecuencia recibía en su residencia de Palermo con toda familiariedad, pasaba datos a su adversario, tramó la misce en scene, que lo pinta verdaderamente como un gaucho pícaro. Pero dejemos el relato a Saldías:

“…Mr. Mandeville frecuentaba la casa de Rozas. Guardábanle allí particulares consideraciones, no obstante que el jefe ejecutivo argentino, en su sagacidad genial, sospechaba que el ministro de S. M. B. hacia llegar oportunamente al conocimiento del gobierno de Montevideo las órdenes militares, movimientos de fuerzas y demás detalles secretos que podía sorprender en el despacho de Rozas donde tenía fácil acceso.

“Para saber lo que en esto hubiera de verdad, Rozas llamó al mayor Reyes y le dijo: "Dentro de poco vendrá Mr. Mande­ville, usted entrará a darme cuenta de que las divisiones del ejército de vanguardia están a pie; que se ha empezado a pasar por el Tone­lero los pocos caballos que hay; pero que por esto y por falta de ar­mas el ejército no puede iniciar operaciones. Yo insistiré para que usted hable en presencia del ministro".

“Media hora después entró Mr. Mandeville. Asegurábale a Rozas que se esforzaría para que terminase dignamente la cuestión enta­blada cuando se presentó Reyes a dar cuenta de lo que, con carácter urgente, avisaban del ejército de vanguardia.

– “Diga usted, ordenó Rozas: el señor ministro es un amigo del país y de toda mi confianza.

“Reyes dijo (lo convenido), y Rozas se levantó irritadísimo, exclamando:

– “Vaya usted, señor, y dirija una nota para el jefe de las caballa­das, haciéndolo responsable del retardo en entregar los caballos para el ejército de vanguardia, y otra en el mismo sentido al jefe del con­voy. Tráigame pronto esas notas, señor, para firmarlas…".

“Y como Mr. Mandeville quisiese calmarlo arguyendo que quizá a esas horas todo ya había llegado a su destino:

– “¡No señor, no puede haber llegado todavía!... y si el pardejón (así llamaba Rosas a Rivera)  supiera aprovecharse... pero así es como vienen los contrastes; así es como vienen, decía Rozas cada vez más agitado.

“Viéndose impotente para calmar tanta agitación Mr. Mandeville tuvo a bien retirarse. Inmediatamente Rozas le ordenó al capitán del puerto que vigilase el movimiento de la bahía. Esa misma noche tuvo parte que salía para Montevideo un lanchón en el cual iba un hombre de confianza de Mr. Mandeville. Este hombre transmitía lo que Mr. Mandeville le había oído a Rozas. Fué en virtud de este aviso que Rivera procedió sin tardanza, creyendo que las circunstancias denun­ciadas le aseguraban el triunfo…”

Rivera, -creyéndose en poder de un dato inapreciable que le había transmitido Mandeville- con su ejército dejó la costa uruguaya que le ofrecía seguridad, cruzó el río Uruguay para atacar a las tropas de Oribe en Arroyo Grande (6 de diciembre de 1842), a quien creyó débil, desguarnecido y que no tenía las caballadas necesarias y antes de recibir los refuerzos que le mandaba Rosas “retrasadas en el Tonelero” y así podría infringirle una formidable derrota. Rivera cayó en la trampa, ya que por el contrario, el ejército federal se encontraba en perfectas condiciones y bien montado, con fuerzas superiores y mejor posicionado que las suyas y el que sufrió una formidable derrota fue él, quien viéndose engañado y vencido, escapó del campo de batalla “arrojando su chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas” (Gral. César Díaz en sus Memorias).

Así el ejército de la Confederación Argentina, obtuvo una espléndida victoria, que le permitió posteriormente ocupar el Uruguay y poner sitio a la ciudad de Montevideo, donde debió refugiarse Rivera, con los emigrados unitarios argentinos, ayudados por fuerzas francesas e inglesas. 


Batalla de Arroyo Grande. Óleo sobre tela de Cayetano Descalzi. Museo Histórico Nacional