Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 11 - Junio 2009 - Pag. 16
Anécdotas
¡Gaucho pícaro!
Gral. Fructuoso Rivera Gral. Manuel Oribe |
Nadie puede dudar
hoy día de la inteligencia y la habilidad diplomática del Restaurador; su
conocimiento de los hombres y de las circunstancias, su “viveza criolla” y su
picardía, su sangre fría puesta de manifiesto en momentos difíciles, todo ello puesto
al servicio de
En 1838 el caudillo oriental Gral. Fructuoso Rivera, con la
complicidad de emigrados unitarios y de los franceses, había depuesto al
legítimo presidente de
Ambos ejércitos se encontraban separados por el río
Uruguay, el de Rivera en la costa oriental (Uruguay) y el de Oribe en la costa
occidental (Entre Ríos). El cruce del río podía poner a una de las partes en
posición desventajosa.
En ese contexto –explicado sucintamente y sin mayores
detalles, ya que no es el objeto de ese artículo– se produce la anécdota que
relata Adolfo Saldías en su Historia de
Rosas en la presunción de que el mediador inglés Mr.
Mandeville, a quien con frecuencia recibía en su residencia de Palermo con toda
familiariedad, pasaba datos a su adversario, tramó la misce en scene, que lo pinta verdaderamente como un gaucho pícaro.
Pero dejemos el relato a Saldías:
“…Mr. Mandeville frecuentaba la casa de Rozas.
Guardábanle allí particulares consideraciones, no obstante que el jefe
ejecutivo argentino, en su sagacidad genial, sospechaba que el ministro de S.
M. B. hacia llegar oportunamente al conocimiento del gobierno de Montevideo las
órdenes militares, movimientos de fuerzas y demás
detalles secretos que podía sorprender en el despacho de Rozas donde tenía
fácil acceso.
“Para saber lo que
en esto hubiera de verdad, Rozas llamó al mayor Reyes y le dijo: "Dentro
de poco vendrá Mr. Mandeville, usted entrará a darme cuenta de que las
divisiones del ejército de vanguardia están a pie; que se ha empezado a pasar
por el Tonelero los pocos caballos que hay; pero que por esto y por falta de armas el ejército no
puede iniciar operaciones. Yo insistiré para que usted hable en presencia del
ministro".
“Media hora después entró Mr. Mandeville.
Asegurábale a Rozas que se esforzaría para que terminase dignamente la cuestión
entablada cuando se presentó Reyes a dar cuenta de lo que, con carácter
urgente, avisaban del ejército de vanguardia.
– “Diga usted, ordenó Rozas: el señor ministro es un
amigo del país y de toda mi confianza.
“Reyes dijo (lo
convenido), y Rozas
se levantó irritadísimo, exclamando:
– “Vaya usted, señor, y dirija una nota para el jefe
de las caballadas, haciéndolo responsable del retardo en entregar los caballos
para el ejército de vanguardia, y otra en el mismo sentido al jefe del convoy.
Tráigame pronto esas notas, señor, para firmarlas…".
“Y como Mr. Mandeville quisiese
calmarlo arguyendo que quizá a esas horas todo ya había llegado a su destino:
– “¡No señor, no puede haber llegado todavía!... y si
el pardejón (así llamaba Rosas a Rivera) supiera
aprovecharse... pero así es como vienen los contrastes; así es como vienen,
decía Rozas cada vez más agitado.
“Viéndose impotente para calmar tanta agitación Mr. Mandeville tuvo a bien retirarse. Inmediatamente Rozas le ordenó al
capitán del puerto que vigilase el movimiento de la bahía. Esa misma noche tuvo
parte que salía para Montevideo un lanchón en el cual iba un hombre de
confianza de Mr. Mandeville. Este hombre transmitía lo que Mr. Mandeville le
había oído a Rozas. Fué en virtud de este aviso que Rivera procedió sin
tardanza, creyendo que las circunstancias denunciadas le aseguraban el
triunfo…”
Rivera, -creyéndose en poder de un dato
inapreciable que le había transmitido Mandeville- con su ejército dejó la costa
uruguaya que le ofrecía seguridad, cruzó el río Uruguay para atacar a las
tropas de Oribe en Arroyo Grande (6
de diciembre de 1842), a quien creyó débil, desguarnecido y que no tenía las
caballadas necesarias y antes de recibir los refuerzos que le mandaba Rosas
“retrasadas en el Tonelero” y así podría infringirle una formidable derrota.
Rivera cayó en la trampa, ya que por el contrario, el ejército federal se
encontraba en perfectas condiciones y bien montado, con fuerzas superiores y
mejor posicionado que las suyas y el que sufrió una formidable derrota fue él,
quien viéndose engañado y vencido, escapó del campo de batalla “arrojando su
chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas” (Gral. César Díaz en sus Memorias).
Así el ejército de
Batalla de Arroyo Grande. Óleo sobre tela de Cayetano Descalzi. Museo Histórico Nacional |