Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 11 - Junio 2009 - Pags. 1 a 4
UN
BRAZO VIGOROSO
Por Norberto J. Chiviló
José Francisco de San
Martín. Óleo, c. 1825 François Joseph Navez. Museo Histórico Nacional |
Después de
producida la conferencia o entrevista de Guayaquil –actual Ecuador– (26 y 27 de
julio de 1822) entre los Libertadores, Simón Bolívar y José de San Martín, y
debido a desavenencias entre estos dos personajes, acerca de la forma de
terminar la campaña libertadora de
Años
después en carta que envía a O’Higgins desde Bruselas el 20 de octubre de 1827,
le expresará las intrigas que se tejieron a su alrededor y que le llevaron a
emigrar:
Remedios Escalada de
San Martín. Miniatura sobre marfil de Carlos Durand |
Remedios
fallecerá -3 de agosto de 1823- sin poder ver a su esposo.
En octubre,
llega a Mendoza un enviado del caudillo federal Estanislao López, con una carta
dirigida al Libertador, haciéndole saber que en Buenos Aires, se lo estaba
esperando para juzgarlo: “Sé de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires –le
dice López– que a la llegada de V.E. a aquella capital, será mandado juzgar por
el gobierno por un consejo de guerra de oficiales, por haber desobedecido sus
órdenes de 1817 y 1820, realizando en cambio, las gloriosas campañas de Chile y
el Perú.
“Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de
gratitud, mía y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan
patrióticamente en
“Si V.E. no aceptase esto,
fácil me será hacerlo conducir con toda seguridad por Entre Ríos hasta
Montevideo”.
El encono de los hombres del partido unitario que gobernaban en Buenos
Aires hacia San Martín, tuvo su origen en la negativa del héroe de inmiscuirse con
su ejército de los Andes en las luchas civiles que enfrentaron ese gobierno con
los caudillos federales en 1817 y 1820, San Martín, no quiso abandonar la empresa
libertadora y marchar con su ejército a Buenos Aires, para sostener al gobierno
y combatir a los caudillos, lo cual hubiera dado por tierra con la empresa
emancipadora que San Martín estaba gestando ya en 1817 preparando en Mendoza su
ejército para cruzar a Chile y posteriormente en 1820, cuando se encontraba en
Lima, se negó nuevamente a regresar con el ejército con la misma finalidad. La
historia, debemos decirlo, le dio la razón a San Martín.
No obstante las mencionadas advertencias que le hizo López, el
Libertador, partió de Mendoza a fines de noviembre y llegó a Buenos Aires a
principios de 1824, donde solo encontró ingratitud y desconsideración, ante lo
cual decidió partir al exilio a Europa, con su pequeña hija Mercedes Tomasa,
radicándose en Bruselas. No obstante, siempre tuvo la intención de volver a “…América para concluir mis días
en mi chacra y separado de todo cargo público, y si es posible, de la sociedad
de los hombres” según le manifestó en una carta a su amigo O’Higgins.
Debido a las penurias
económicas que sufrió en Europa y con su deseo de regresar a su patria para
“vivir tranquilo y morir en paz” se embarcó a fines de noviembre de 1828 en el
paquebote (paquete o paquebote: buque a vapor, mercante, que
lleva correspondencia pública y pasajeros) inglés Countess of Chichester.
Cuando el barco
recala por algunas horas en Río de Janeiro para descargar mercaderías y
pasajeros, San Martín se entera por los periódicos que el 1º de diciembre se
había producido en Buenos Aires el motín unitario, iniciado por un ex
subordinado suyo, el Gral. Juan Lavalle, que había derrocado al legítimo
gobernador de la provincia, Manuel Dorrego.
Días después el
navío llega a balizas del puerto de Montevideo y allí se entera del infeliz
desenlace de la situación, con el fusilamiento de Dorrego en el pueblo de Navarro.
Todo ello entristece a San Martín, ya que víctima y victimario fueron sus
camaradas de armas en la lucha emancipadora, y también por la situación tan
grave por la que atravesaba nuestro país y siempre él contrario al desorden, el
caos y la anarquía.
Cuando el vapor
recala en Buenos Aires, la prensa porteña publica conceptos agraviantes hacia
su persona, por lo que nuestro héroe decide no desembarcar e ir a la otra
orilla del Plata y radicarse momentáneamente en Montevideo.
Así, el mismo día que llega a Buenos
Aires, en una carta que dirigió al Ministro Secretario General de
En conversación
con Manuel Olazábal, quien lo fue a visitar al buque, San Martín le dijo: “Yo
supe en Río de Janeiro la revolución encabezada por Lavalle; en Montevideo el
fusilamiento del coronel Dorrego; entonces me decidí a venir hasta balizas,
permanecer en el Paquete y no desembarcar, haciendo desde aquí algunos asuntos
que tenía que arreglar y regresar a Europa. Mi sable… no… ¡jamás se
desenvainará en guerras civiles!”.
Pocos días mas tarde -13 de febrero-
San Martín, desembarca en Montevideo, donde es recibido cálidamente -lo
contrario de lo ocurrido en Buenos Aires- donde permanecerá poco menos de tres
meses ya que el 6 de mayo se embarca nuevamente para Europa, para no regresar
más en vida a su querida América.
Bernado O'Higgins |
El ofrecimiento que implicaba asumir
la dictadura total y una mano fuerte para terminar con la situación caótica, no fue aceptado por San
Martín. En contestación a Lavalle, que hizo llegar por los mismos comisionados
le dijo: “…por mi parte, siento decir a usted que los medios que me han
propuesto no me parece tendrán las consecuencias que usted se propone para
terminar los males que afligen a nuestra patria desgraciada… en la situación en
que usted se halla, una sola víctima que puede economizar a su país, le servirá
de un consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que
se halla usted empeñado, porque esa satisfacción no depende de los demás, sino
de uno mismo”.
Evidentemente, San Martín, no quiso
inmiscuirse en las luchas políticas y de guerra civil, ni ser el verdugo de sus
conciudadanos.
¿Pero entonces, cuál era la solución
para encarrilar esa situación de anarquía y caos?
Estando todavía en Montevideo, San Martín le envía el 6 de abril una extensa carta a Tomás Guido, en la cual le manifestará: “…Las agitaciones de 19 años de ensayos (1810-1829, agregado mío) en busca de una libertad que no ha existido y más que todo las difíciles circunstancias en que se halla en el día nuestro país, hacen clamar a lo general de los hombres (que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre), no por un cambio en los principios que nos rigen (y que en mi opinión es donde está el verdadero mal) sino por un gobierno vigoroso: en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra; igualmente convienen (y en esto todos) en que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca; al efecto, se trata de buscar un salvador, que reuniendo al prestigio de la victoria, el concepto de las provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan: la opinión presente este candidato, él es el general San Martín. Para establecer esta aserción yo no me fundo en el número de cartas que he recibido de personas de respeto de ésa y otras que en ésta me han hablado sobre este particular; yo apoyo mi opinión sobre las circunstancias del día…”
Tomás Guido (1) |
San Martín, de mente clara y profética,
vislumbraba para
Ese “brazo vigoroso”, no será otro sino
Juan Manuel de Rosas, quien después de vencer a Lavalle y restablecer a la
antigua Legislatura, será designada por ésta como Gobernador de la provincia de
Buenos Aires, a principios de diciembre de 1829.
Juan Manuel de Rosas. Miniatura de autor desconocido |
Enterado San
Martín de todo ello y ya residiendo nuevamente en Bruselas, le escribe a Guido el 6 de abril de 1830:
“Aunque
no sea fácil juzgar a la distancia; y aunque carezco de un exacto conocimiento
del carácter de los hombres más influyentes de Buenos Aires, me atrevo a
extender mi juicio (apoyándome solamente en la experiencia de nuestra
revolución y en la moral que caracteriza a nuestro bajo pueblo) para opinar que
jamás se ha hallado esa provincia en situación más ventajosa para hacer su
prosperidad que la presente. Me explicaré en pocas palabras: todos los
movimientos acaecidos en Buenos Aires desde el principio de la revolución han
sido hechos contando con la dilatada campaña que habría de seguir la impulsión
de
Meses mas tarde el 1° de Noviembre de
1831, enterado de que Rosas comienza a pacificar el país, vuelve a escribir a
su amigo Guido:
“…ha
habido almas caritativas que me han puesto al corriente de los acaecimientos.
Por ellos puede calcularse que la guerra fratricida que tanto ha deshonrado y
destruido esas desgraciadas provincias es concluida…que
En otra carta que envía, siempre a
Guido, pero esta vez desde París, el 1°
de Febrero de 1834, le dice: “El foco de las revoluciones, no sólo en Buenos
Aires, sino de las provincias, ha salido de esa Capital: en ella se encuentra
la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no
viven más que de trastornos, porque no han tenido nada que perder, todo lo
esperan ganar en el desorden; porque el lujo excesivo, multiplicando las
necesidades, se procura satisfacer sin reparar en los medios; ahí es en donde
un gran número quiere vivir del Estado y no trabajar, etc….”
“…¡Libertad!
Para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya
leyes que lo protejan, y si existen se hagan ilusorias…¡Libertad! Para que me
carguen de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque
a cuatro ambiciosos se les antoja, por vía de especulación, hacer una
revolución y quedar impunes…¡Libertad! Para verme expatriado y sin forma de
juicio y tal vez por mera divergencia de opinión. ¡Libertad! para que el dolo y
la mala fe encuentren completa impunidad como lo comprueba lo general de las
quiebras fraudulentas acaecidas en ésa. Maldita sea esa libertad; no será el
hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporcione. Hasta
que no vea establecido un gobierno que los demagogos llaman tirano y me proteja
contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez usted dirá que esta
carta está escrita con humor bien soldadesco. Usted admitirá que tengo razón
que a los 53 años no puede transigir uno, de buena fe, el que se le quiera dar
gato por liebre. No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país que no
sufra una irritación. Dejemos este asunto y concluyo diciendo que el hombre que
establezca el orden en nuestra patria, sean cual sean los medios que emplee
para ello, es el que merecerá el noble título de su libertador”.
En otra carta al mismo Guido, fechada
en Grand Bourg, el 17 de diciembre de 1835, ratifica su complacencia por el
gobierno de Rosas al expresarle:
“Hace
cerca de dos años escribí a usted que no se encontraba otro arbitrio para
cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada
tierra, que el establecimiento de un gobierno fuerte, o más claro, Absoluto,
que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer. Yo estoy convencido que los
hombres, cuando no quieren obedecer a
Y una última carta de la extensa
correspondencia cambiada con su dilecto amigo, enviada desde Grand Bourg, el 26
de octubre de 1836, reafirma:
“Veo
con placer la marcha que sigue nuestra Patria: desengañémonos, nuestros países
no pueden (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos
vigorosos, más claro despóticos...”
FUENTES:
Eros Nicola Siri, “San Martín, los unitarios y federales”; Agustín Pérez
Pardella, “José de San Martín. El Libertador cabalga”; Colección Grandes
Protagonistas de
(1) Durante el gobierno de Rosas, Tomás Guido fué Ministro Plenipotenciario en la Corte del imperio del Brasil.