Publicado en el portal de Infobae el 16 de marzo de 2023
Los Granaderos de San Martín:coraje a toda prueba y educados por su jefe para ser invencibles
Por Adrián Pignatelli
Un 16 de marzo de 1812 San Martín comenzó la organización del Regimiento
de Granaderos a Caballo. Luchó contra la falta de presupuesto y de hombres,
pero aun así formó una unidad de caballería que fue ejemplo en las guerras de
la independencia
En marzo de 1812 no hubo en la ciudad de Buenos Aires quien no mirase
con recelo a José de San Martín. Era un perfecto desconocido de 34
años, con un fuerte acento español y sin un peso en el bolsillo. Para
colmo llevaba un sable corvo o mameluco, de confección oriental,
difundido por los ingleses y muy parecido a los usaban los corsarios. “Seguro
es un espía británico”, murmuraban.
El 16 de marzo de 1812 el gobierno le ordenó la constitución de un cuerpo
de caballería. Su proyecto fue formar una unidad de elite y
tuvo donde inspirarse. En 1667 por orden de Luis XIV había
sido creado los Granaderos de Infantería, los “enfant perdus”, por los
temerarios que eran. Ocupaban siempre la primera línea de combate y eran los
que encabezaban los asaltos.
Eran altos, corpulentos, ágiles y valientes. Armados con
sable y hacha, llevaban colgando un saco llamado granadera, que contenía una
docena de granadas, una suerte de proyectiles huecos de hierro fundido,
redondos, con un agujero por donde se les introducía la carga. Se las arrojaba
con la mano, con una honda o con una cuchara.
San Martín era entonces teniente coronel de caballería y había partido de
Gran Bretaña el 19 de enero de 1812. Luego de cincuenta días de navegación en
la fragata George Canning, llegó al puerto de Buenos Aires el lunes 9 de marzo.
Venía con una amplia experiencia militar. En el ejército español,
combatió en cinco campañas, participó en 17 acciones de guerra y se había
destacado por su arrojo e inteligencia en el campo de batalla, especialmente en
el combate de Arjonilla y en la derrota del ejército napoleónico en Bailén.
No venía solo. Lo acompañaba el capitán de infantería Francisco
de Vera; el alférez de navío José Zapiola; el capitán de milicias Francisco
Chilavert; el alférez de carabineros reales Carlos de Alvear y
Balbastro; el subteniente de infantería Antonio Arellano y
el primer teniente de guardias walonas barón Eduardo de Holmberg.
Ya traía en mente un plan para libertar a América del dominio español.
El 17 elevó el “Plan bajo cuyo pie deberá formarse el Escuadrón
de Granaderos a Caballo”. El 21 de marzo el Triunvirato lo aprobó y lo
instó a llevarlo adelante “sin pérdida de tiempo”. En Buenos Aires ya existía
el Regimiento de Dragones de la Patria, que había sido organizado por el
coronel José Rondeau.
El 27 de marzo el gobierno impartió órdenes a Córdoba, La Rioja y San
Luis para que cada provincia enviase 100 hombres cada una. Debían ser
de regular estatura y con caballo.
Era preciso armar el primer escuadrón de los cuatro que tendría. Nombró
a Zapiola capitán de la primera compañía y Alvear fue
ascendido a sargento mayor. Sus cuñados Mariano y Manuel
de Escalada también fueron de la partida.
La primera docena de hombres que se integraron a esta unidad fueron
soldados, cabos y sargentos de los Dragones de la Patria. También recibieron a
14 soldados pertenecientes al Regimiento 1 Patricios, que se habían sublevado
en el Motín de las Trenzas, en diciembre del año anterior.
Envió a Francisco Doblas a Misiones, a quien le dio
tres meses para que le llevase 300 guaraníes altos y robustos. De los 80
candidatos que el teniente José Ruiz trajo de Córdoba,
descartó solo tres. Por el litoral estuvo el teniente coronel Toribio
de Luzuriaga, quien reclutó, entre otros al correntino Juan
Bautista Cabral. También se incorporaron hombres provenientes de San
Isidro, Morón, Pilar y San Luis, entre otros.
En agosto llegaron unos cincuenta riojanos que, sumados a la tropa que
ya había reunido, completó el primer escuadrón con dos compañías de 70 hombres
cada una. Cuando en septiembre llegaron los puntanos, se armó el segundo
escuadrón.
La primera baja que sufrió la incipiente fuerza fue por invalidez, la
del sargento primero de la segunda compañía del primer escuadrón Gregorio
Miltos, enfermo de tuberculosis, que tenía una brillante foja de servicios.
Granadero. Carlos Ripamonte |
Un escuadrón estaba formado por un capitán, dos tenientes, un
subteniente, un sargento primero, tres sargentos segundos, un trompeta, cuatro
cabos primeros, setenta soldados montados y seis soldados desmontados. La plana
mayor estaba compuesta por un comandante, un sargento mayor, un ayudante, un
porta estandarte, un capellán, un trompeta, un sillero y un herrador, tal como
describe Camilo Anschütz en su historia del regimiento.
Era responsabilidad de San Martín la organización, la
disciplina, la instrucción, el vestuario y el equipo. Debía pasar los
requerimientos al Estado para la provisión de todo lo que necesitase.
De todas formas, se encontró con que el Estado tenía las arcas casi
vacías y dependió bastante de donaciones de particulares. De su primer
sueldo donó 50 pesos, mientras que Alvear lo cedió íntegro.
La organización fue lenta porque el propio San Martín eligió
uno por uno a sus oficiales. Tuvo el percance de no contar con la ayuda de su
segundo, el sargento mayor Alvear, arrestado en su casa por haber
sableado a un grupo de ingleses y por abrirle la cabeza a uno de ellos, el
comerciante Diego Winthon. Para colmo Zapiola, el
capitán de la primera compañía, era un marino que de pronto se vio como oficial
de caballería. En lugar de ayudar a su jefe, se convirtió en otro de sus
alumnos.
El 23 de abril presentó la lista de oficiales para que se les
extendieran los despachos correspondientes.
También se incorporaron, en calidad de cadetes, 16 niños, provenientes
de las mejores familias de la ciudad.
Como primer cuartel se usó el de la Ranchería, ubicado en Perú y Alsina
y cuando en mayo los Dragones de la Patria partieron a la Banda Oriental, ocuparon
su cuartel en el Retiro, junto al Parque de Artillería. Como caballerizas
se usó las instalaciones de la plaza de toros, que se levantaba más sobre la
actual Avenida Santa Fe y Marcelo T. de Alvear. El resto de lo que es plaza San
Martín se usaba para prácticas de combate.
Desde entonces se llamó Plaza de Marte y no importaba el momento del
día, siempre se escuchaba el estridente sonido de clarines.
En sus comienzos, los sables que colgaron de sus cinturas eran
de latón de 36 pulgadas y si en un principio usaron lanzas fue por la
escasez de ellos. Fueron hechas según las especificaciones dadas por San
Martín: cortas con asta de madera dura. También los granaderos usaban carabinas
de chispa con 10 cartuchos, o tercerolas, una suerte de carabina pero más corta.
Por lo general, eran los oficiales que usaban pistolas, que debían adquirir con
su propio dinero.
Pero como nada parecía alcanzar, se requisaron a particulares sables y
pistolas.
Tanto las técnicas de ataque y defensa con el sable y la lanza las enseñaba,
con paciencia y claridad, el propio jefe, que solía aparecerse montado en un
alazán tostado o un zaino oscuro de cola larga y abundante. “San Martín formó
soldado por soldado, oficial por oficial, apasionándolos con el deber, y les
inoculó ese fanatismo frío del coraje que se considera
invencible y es el secreto de vencer”, escribió Bartolomé Mitre en
la biografía del prócer.
Los primeros caballos fueron comprados gracias a donaciones de dinero de
varios vecinos de la ciudad y del interior.
El uniforme pensado por el jefe constaba de fraque, forro, pantalón,
capote, maleta, chaqueta de cuartel y gorra, todo en azul. Además cuellos
carmesí, chaleco blanco, botones cabeza de turco blancos (usados por los
Húsares y Cazadores), casco con carrilleros o gorra y bota alta con espuelas.
El morrión era alto y tenía en la frente una granada y alrededor la leyenda
“Libertad y Gloria”.
San Martín era obsesivo, minucioso para imbuir a cada uno de los granaderos “el
espíritu de cuerpo, de orden, de aseo y de disciplina”. Todo era revisado
por el jefe: la comida, la ropa y el cuidado del caballo: todos los días a la
misma hora se lo limpiaba, se los alimentaba y se les daba agua: todas las
actividades con toques de corneta.
Todos los días se hacía una revista del aseo y antes de que los soldados
abandonaran el cuartel, en la puerta un suboficial revisaba a uno por uno.
Cada granadero recibía un nombre de guerra por el que debía contestar
cuando se pasaba lista; debían sostener la mirada un poco más arriba del
horizonte. Domingo F. Sarmiento escribió que de diez cuadras
se distinguía un oficial de Granaderos, porque llevaba la cabeza erguida con
exageración e inclinaba el pecho hacia adelante con altanería. San
Martín había dispuesto que lucieran, en sus orejas, aros metálicos.
El jefe les preparaba emboscadas y ataques nocturnos. “Prueba del
miedo”, los llamaba.
El primer domingo de cada mes reunía en su casa a los oficiales del
regimiento, y en unas tarjetas en blanco escribían los hechos que merecían ser
discutidos. En caso de haber algún acusado, se lo hacía salir y se deliberaba
cómo proceder.
El prestigio que iba adquiriendo la nueva unidad estaba dado porque las
mejores familias porteñas, de donde salieron 16 niños que se incorporaron como
cadetes.
Combate de San Lorenzo. Obra de Angel della Valle - M.H.N. |
Su primer combate fue San Lorenzo el 3 de febrero de 1813 y el último
Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Los últimos granaderos regresaron a
Buenos Aires en 1826 y de ellos solo siete habían estado desde un principio.
El regimiento fue disuelto y reorganizado el 25 de mayo de 1903 por
disposición del presidente Julio A. Roca. “Queda reconocido como
cuerpo permanente del Ejército, el Regimiento de movilización creado por
resolución ministerial del 3 de febrero del corriente año, el cual se
denominará, en homenaje a su antecesor, “Regimiento de Granaderos a Caballo”,
establece el decreto.
Los años de lucha
en el continente americano. Las batallas en las que el ró.
En el parte del combate de San Lorenzo, San Martín escribió que “el
valor e intrepidez que han manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los
hace acreedores a los respetos de la patria”.
De esa unidad, en sus 13 años de vida, salieron 19 generales, 60
coroneles y más de 200 oficiales, que le haría decir a su jefe que “de lo
que mis muchachos son capaces, solo lo sé yo. Quien los iguale habrá, quien
los exceda no”.
Fuentes: Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo (1812-1826), de Camilo Anschütz; Historia de San Martín y la emancipación americana, de Bartolomé Mitre; San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria, por Patricia Pasquali.