domingo, 1 de junio de 2014

El asesinato de Achinelly

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VIII N° 31 - Junio 2014 - Pags. 12 y 13 

EL ASESINATO DE ACHINELLY

En 1934, Manuel Bilbao (h) escribió el libro Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires, en el cual cuenta distintos hechos ocurridos en Buenos Aires, muchos de ellos en la época de Rosas.

El que transcribimos a continuación corresponde al asesinato de Felipe Achinelly (o Accinelli, según otros autores), agente de bolsa, crimen que durante mucho tiempo fue atribuido a Rosas y ejecutado por la Mazorca. He aquí el relato de cómo ocurrieron en la realidad esos hechos y del castigo impuesto al asesino.

 

Existe la leyenda de este asesinato, como sobre muchos otros análogos de la época de Rosas, de que fueron mandados a ejecutar por el Restaurador, por medio de La Mazorca, lo que no es de extrañar, dada la versión que sobre muchas de estas cosas existe, y que la pasión ha dado como hechos consumados, pero que el tiempo viene aclarando y poniéndolos en su lugar.

Bolsa de Comercio de Buenos Aires
(1)


La Bolsa de Comercio, cuya historia hemos hecho en nuestro libro Buenos Aires, tiene en sus orígenes un episodio trágico, cuya víctima fue precisamente, uno de los primeros corredores, don Felipe Achinelly, quien fue bárbaramente asesinado y robado el 16 de junio de 1845, en una casa de la calle Bartolomé Mitre entre Maipú y Esmeralda (el nombre de estas calles corresponde a la fecha de la redacción del libro), en una de cuyas piezas vivía Juan Larrea o Elizague, quien, con el pretexto de realizar una operación de cambios, lo llevó hasta allí, donde, mientras contaba unos billetes lo asesinó por la espalda.

Fue Achinelly el primero que estableció un escritorio en la calle Florida, al lado de donde está el Banco de Boston, precisamente en el sitio que hoy ocupa la avenida Diagonal Roque Sáenz Peña, en donde se compraban y vendían onzas, lo que daba motivo a un gran movimiento de clientes, que entraban y salían, lo que a su vez fue causa de que se aplicase a este escritorio la palabra camoatí, que en guaraní significa “colmena”.

Los concurrentes a este escritorio fueron, poco después, en 1846, los que fundaron la Bolsa de Comercio, a la que se le llamó El Camoatí.

Una tarde se presentó en el Departamento de Policía un niño muy afligido, que deseaba hablar con el jefe de la repartición. El empleado con quien habló lo atendió y puso en conocimiento de su superior los deseos del niño.

Don Juan Moreno, que era el jefe de policía, viendo la aflicción de su interlocutor, lo hizo sentar, lo tranquilizó y le pidió le contara lo que le pasaba y que tuviese confianza en él, que haría todo lo que fuese posible por complacerlo y remediar lo que le ocurría.

Así fue. El niño, sollozando, le dijo que venía de parte de su mamá a avisarle que su papá había desaparecido contra su costumbre, pues no había llegado a su casa hasta ese momento, sin que en ninguna parte se le hubiera visto, ni sus amigos dieran noticias de él. Que había salido de su casa entre las dos y tres de la tarde, acompañado por un hombre que no conocían, alto, de capa, sin decir a dónde iban, llevando su padre en la mano un paquete que debía ser dinero, porque momentos antes lo había sacado de la caja de hierro. Que su papá se llamaba Felipe Achinelly, que era corredor de bolsa, siendo muy conocido. Que él era su hijo Felipe y tenía diez años de edad.

El jefe le preguntó si recordaba las facciones del desconocido y si lo reconocería, si lo encontrase, al primer golpe de vista, a lo que el chico contestó que sí, porque su fisonomía no se le despintaba.

-Pues bien -dijo Moreno-: si es así, saldremos juntos pero antes voy a llamar a los comisarios de sección para que les repita la filiación del sujeto de la capa y tomar otras medidas para asegurar el éxito de la pesquisa.

Así fue, en efecto. Los comisarios recibieron sus instrucciones y fueron despedidos en seguida.

Al mismo tiempo, ordenaba a los sargentos del cuerpo de policía de toda su confianza, Aquino y Hornos, se vistiesen de particular, armados de pistolas y se preparasen para salir con él.

Listos ya todos. Moreno dijo al niño Achinelly que lo acompañase a hacer una gira por el centro de la ciudad, indicándole que cuando viese a una persona parecida al hombre de la capa, le apretase la mano y mirase al hombre y no a él, para no despertar sospechas.

Así anduvieron, hasta que Moreno se dirigió a la joyeria de don Carlos Lanatta, que era también cambista, y estaba situada en la calle Victoria 57, a inmediaciones de la plaza de este nombre.

Al llegar a ella, el niño apretó fuertemente la mano de Moreno, diciéndole en voz baja:

- ¡Es él, señor! ¡Ese! mismo! ¡Tiene la misma capa y son sus propias facciones!

-Bueno, muchacho -le dijo el jefe de policía-, vamos a entrar, y si lo reconoce de nuevo me oprime otra vez la mano.

Antes de entrar, Moreno llamó a Aquino y a Hornos, y les dijo:

-Cuando yo saque mi pañuelo será la señal para que ustedes caigan sobre ese hombre que nos da la espalda y lo sujeten sin darle tiempo para nada.

Moreno penetró primero, y se puso a mirar distraídamente los escaparates, al propio tiempo que el chico entraba también, clavando su vista en el hombre de la capa, al que reconoció en seguida como al mismo que había salido con su padre.

De acuerdo con las indicaciones de Moreno, el chico se acercó a éste y le apretó la mano nerviosamente con los ojos llenos de lágrimas.

Inmediatamente Moreno sacó su pañuelo, y los dos agentes cayeron como un rayo sobre el hombre de la capa, cuyos fornidos brazos sujetaron con grandes esfuerzos, al propio tiempo que Moreno sacaba su revólver, abocándoselo al detenido, diciéndole que si se resistía lo mataría, con lo que terminó la resistencia del detenido, conduciéndosele a la comisaría de órdenes, donde se le interrogó y se le registró, no protestando durante la primera parte de esta operación; pero al querer registrársele el bolsillo izquierdo del pantalón se resistió, arrojando al suelo al agente que lo registraba, lo que dio intervención a otros agentes, que lo maniataron, continuando la operación minuciosamente, encontrando en el mencionado bolsillo izquierdo unos billetes de papel moneda, notando en el fondo un costurón, por lo que ordenó Moreno se arrancara el bolsillo entero, cortando con un cuchillo la jareta del mismo, apareciendo entonces el reloj de Achinelly.

No cabía duda de que el detenido era el ladrón o el asesino.

Se le interrogó cómo se encontraba ese objeto en su poder y dónde se hallaba su dueño.

No pudo justificar nada de lo que se le preguntaba, por lo cual se le condujo a su casa, abriéndose en su presencia la puerta de su habitación, y encontrándose la autoridad ante un espectáculo horrible.

Todos los muebles estaban en desorden, las ropas revueltas, las paredes estampadas con la sangre de las manos de la víctima y del victimario, lo que demostraba la lucha desesperada del asesinado, cuyo cuerpo, inerte, estaba al fondo de la pieza, sobre el suelo, rodeado de la sangre salida de sus heridas.

Fue entonces, ante este cúmulo de pruebas, que Larrea confesó su crimen, declarándose autor del mismo, manifestando que por medio de un engaño llevó a Achinelly a su pieza, al cual, mientras contaba unos billetes sobre su catre, le metió el puñal por la espalda, ultimándolo después de una obstinada resistencia, robándole todo lo que llevaba sobre si. Lavándose y cerrando después la habitación, se marchó a la calle, para preparar su rápido regreso a Montevideo, de donde había llegado hacía poco. Dijo llamarse Juan Larrea o Elizague, y ser vasco francés.

Con todos estos elementos el jefe de policía inició el proceso criminal, el que, una vez terminado, lo elevó al secretario del ministerio de Gobierno, don Pedro Regalado Rodríguez, por estar vacante de titular esa cartera en esos días.

Hay que tener presente que en ese tiempo la policía ejercía las funciones que hoy desempeñan los jueces de instrucción, lo que explica la minuciosa intervención que tomaba en todos estos casos.

La noticia de este crimen produjo gran sensación, y enterado Rosas de todo esto, dispuso prescindir de las formas legales por lo claro del caso y para rápido y ejemplar castigo de lo ocurrido y para escarmiento y ejemplo de los que les pasaría a los que intentasen hacer lo mismo.

Antes de las cuarenta y ocho horas de consumado este crimen el asesino Juan Larrea era ejecutado en la plaza del Retiro, junto al paredón del Cuartel, y su cuerpo colgado durante cuarenta y ocho horas a la expectación pública.

La cabeza del reo fue entregada al doctor Francisco de Paula Almeyra, presidente del Tribunal de Medicina, con fines de estudio.

Al mismo tiempo, Rosas dispuso que el cuerpo de Achinelly fuese entregado a su viuda, doña Antonia Bayá, costeando el gobierno el entierro y mandando se levantase una suscripción popular, encabezada por Rosas, para regalar una casa a la viuda. 

Como se ve, las versiones sobre este triste hecho que lo dan como producido por orden o instigación de Rosas por medio de La Mazorca. y que hasta en la Historia de la Bolsa de Comercio aparece como tal, es completamente incierto, razón por la cual hemos escrito esta narración.  

(1) En 1846 se constituye una sociedad de corredores formada inicialmente por 80 socios, cuyas primeras sesiones de realizan en la calle Florida 21, que era una casa de cambio fundada en 1830 por Felipe Acchinelly, dando origen al "Camoatí", primera bolsa de comercio y antecesora de la Bosa de Comercio de Buenos Aires.