martes, 1 de diciembre de 2009

Fusilamiento de Dorrego

  Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 4 

Carta del edecán, secretario y amigo del Gral. Lavalle, el Mayor Juan Estanislao Elías a su hermano Ángel, donde le relata las alternativas del apresamiento, cautiverio y muerte del Coronel Dorrego.

El fusilamiento de Dorrego. Pintura de Antonio Ballerini

“Tucumán, 12 de junio de 1869. Señor Ángel Elías. Mi hermano: Aunque tu nada me has escrito, he sido intuido que un periódico de Entre Ríos, que no se cual ni como se llama, por odio a tu persona, se habla de mí, retrocediendo a la época remota del año 1828, refiriéndose a episodios suministrados por el coronel Olazábal, con motivo de la muerte del coronel Dorrego. Ante todo te diré que el coronel Olazábal, no ha podido suministrar ningún dato, en el sentido que lo ha hecho, y que cualquier cosa que se diga con referencia a él, es una calumnia, o una invención vergonzosa. Empezaré por declararte en nombre del honor y poniendo a Dios por testigo, que cuanto yo diga de esa época del año 28, en la que tu aún no figurabas al lado del general Lavalle, y del que yo era edecán, secretario y amigo, todo está lleno de verdad porque no tengo ningún interés en desfigurarla, después de cuarenta años y cuando me encuentro agobiado por la edad y postrado por una grave enfermedad. El 9 de diciembre de ese año, tuvo lugar la batalla de Navarro, en que las fuerzas que mandaban Dorrego y Rosas fueron vencidas al primer empuje de los bravos coraceros, que habían regresado de la campaña del Brasil. El 13, muy de mañana, llegó el coronel Acha, conduciendo en un carruaje bien escoltado al coronel Dorrego desde Salto, donde se había dirigido para ponerse a la cabeza del regimiento de Húsares, que mandaba el coronel don Bernardino Escribano. Rosas que iba con Dorrego como más astuto y desconfiado, se quedó fuera del pueblo y no viendo regresar a su confiado compañero huyó precipitadamente a la Pcia. de Santa Fé. Sabedor Acha, de la derrota de Navarro y apercibido de las intenciones del desgraciado Dorrego por su propia y exclusiva resolución, y contando con la influencia que tenían en el Regimiento, lo prendió con el propósito de entregarlo al general Lavalle. En el acto que llegó el coronel Dorrego, el general Lavalle me llamó y me dijo: “Vaya Ud. a recibir a Dorrego, que confío a su celo y vigilancia, y como la tropa que ha traído el general Acha debe retirarse, lleve Ud. una compañía de infantería para cuidar de él“. Llevé, en cumplimiento de esta orden, una compañía mandada por el capitán Mansilla y me situé en una casa de espacioso patio, a las inmediaciones del cuartel general. Muy luego, el general Lavalle, con el ejército, se fue a situar a la estancia de Almeyra (1), más allá de Navarro. Luego que me recibí del coronel Dorrego, y que hube tomado todas las medidas de seguridad convenientes, me aproximé al carro en que Dorrego se hallaba, y le dije: -“Coronel, estoy encargado de custodiarlo y responder de su persona”. Entonces él con esa amabilidad que lo distinguía, me alargó la mano y me dijo: -“Mucho me felicito de que Ud. haya sido elegido para desempeñar este encargo”. El coronel Dorrego, me significó después la necesidad que sentía de alimentarse. Poco después le fue servido un abundante almuerzo. Este caballero insistió porque yo subiera al carro para almorzar con él, a lo que no accedí con excusas honorables. Era la una de la tarde, cuando recibí un papelito del general Lavalle que contenía lo siguiente: “Elías, sé que Dorrego tiene bastantes onzas de oro, recójalas Ud. y dígale que no necesita de ellas, pues para todos sus gastos Ud. le suministrará lo que necesite”.

Esto se lo dije al Coronel Dorrego, teniendo yo la delicadez de no hacer registrar el carruaje, pues me había asegurado de no tener un solo peso, y porque debo decir la verdad: me lastimaba el abatimiento de un hombre, a cuyas órdenes, había hecho como ayudante la campaña de Santa Fé, y asistido a la desastrosa batalla de Pavón en la que perdió el ejército, por temeridad e impaciencia en no esperar las fuerzas de Buenos Aires que se hallaban inmediatas. Como a la una y cuarto recibí por un ayudante del general Lavalle la orden de trasladarme con el Coronel Dorrego al cuartel general. En el acto estuve en marcha, pero Dorrego inquieto por esa maniobra me llamó y me dijo: “Elías, ¿dónde me lleva Ud.?”. “Coronel le contesté, al cuartel general situado en la estancia de Almeyra”. Entonces me preguntó si allí estaba el general don Martín Rodríguez, y el Coronel Lamadrid (2). Le contesté afirmativamente, y manifestó satisfacción. No habíamos andado media legua, cuando por el camino de Buenos Aires me alcanzó un comisario de policía acompañado de dos gendarmes en caballos agitados, por la participación de la marcha. Traían pliegos urgentes, que contenían la súplica del gobierno delegado (3), para que el Coronel Dorrego saliera del país.

Dorrego que todo lo observaba con inquietud me preguntó: ¿qué quiere ese hombre? Yo le dije la verdad. Entonces me dijo: “mi amigo, hace un sol y un calor terrible, suba Ud. al carro y marchará con más comodidad”. Le agradecí ese ofrecimiento que repitió con insistencia. Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro en la sala que ocupaba el general Lavalle y desmontándome del caballo fui a decirle que acababa de llegar con el coronel Dorrego. El general se paseaba agitado a grandes pasos y al parecer sumido en una profunda meditación y apenas oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas palabras que aún resuenan en mis oídos, después de cuarenta años -“Vaya Ud. e intímele que dentro de una hora será fusilado”.

El coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con inquietud. Me aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era portador. Al oírla, el infeliz se dio un fuerte golpe en la frente exclamando: “Santo Dios” “Amigo mío -me dijo entonces- proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con urgencia al clérigo de Navarro, mi deudo (4), al que quiero consultar en mis últimos momentos”. Efectivamente, poco después estuvo ese sacerdote al lado de Dorrego que escribía. El cura estaba impasible y veía a la víctima conmovido. Yo estaba al pie del carro como una estatua y pude presenciar la entrega que le hizo Dorrego de un pañuelo que contenía onzas de oro. Como la hora funesta se aproximaba el coronel Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el mundo conoce para su esposa (5) y la otra que yo solo conozco su contenido para el Gobernador de Santa Fé, don Estanislao López. Ambas cartas se las presenté al general Lavalle, quien sin leerlas me las devolvió ordenando que entregue la dirigida a su señora y que la otra no le diese dirección. Antes de continuar copiaré la carta dirigida a López, porque es un documento histórico- No tiene fecha- “Navarro diciembre de 1828. Señor Gobernador de Santa Fé don Estanislao López. Mi apreciado amigo: En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese Ud. por mi parte todo preparativo y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su affmo. Amigo. Manuel Dorrego”. Formado ya el cuadro y en el momento de marcha al patíbulo, Dorrego que estaba pálido y extremadamente abatido me llamó y me dijo: “Amigo mío, hágame llamar al coronel Lamadrid, pues deseo hablarle dos palabras en presencia de Ud.”. Mientras llegaba Lamadrid que fue en el acto, me dijo: “A su amigo el general Rondeu y el general Balcarce, dígales Vd. que les dejo la última expresión de mi amistad”. El coronel Lamadrid se presentó y Dorrego lo abrazó con ternura y sacándose una chaqueta de paño azul bordada que tenía, se la dio al coronel, pidiéndole en cambio otra de tipo escocés que tenía puesta. Además le entregó unos suspensores de seda que había sido bordada por su hija Angelita, rogándole se los entregara. Todo había acabado, Dorrego apoyado en el brazo del coronel Lamadrid, y en el del clérigo, marchó lentamente al suplicio. Un minuto después oí la descarga que arrebató la vida a ese infeliz.

Yo no quise presenciar ese acto, cuyas tristes consecuencias prevenía. Yo mudo estaba al lado del general Lavalle que profundamente conmovido me dijo: “Amigo mío acabo de hacer un sacrificio doloroso que era indispensable”. Enseguida escribió su célebre parte al gobierno delegado, participándole la ejecución del Coronel Dorrego. He aquí querido Ángel, la narración fiel y verídica de ese episodio de nuestros extravíos políticos. Cualquier cosa que fuera de esto se diga, es una vil impostura, pues nadie ha conocido estos detalles, sino el general Lavalle y yo. A la edad de 67 años, cuando tengo un pie al borde del sepulcro de la tumba, que miro sin terror, escribo estas líneas, de que tu harás el uso que juzgues necesario para satisfacción de la verdad, desfigurada por viles e innobles pasiones, de los que no respetan ni el hogar ni la honra de los ciudadanos. Soy tuyo con el mayor cariño”.

Juan Elías


Aclaraciones del Director:

(1)          Estancia “El Talar” de Juan Pedro Almeyra.

(2)          Coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid.

(3)          El Gobernador delegado, era el Alte. Guillermo Brown.

(4)          Juan José Castañer, Cura de la Parroquia de Navarro, primo de Dorrego.

(5)          Ver “El Restaurador” Nº 10, pág. 7