Publicado en el Periódico El Restaurador - Año IV N° 13 - Diciembre 2009 - Pag. 4
Carta del edecán, secretario y amigo del Gral. Lavalle, el Mayor Juan Estanislao Elías a su hermano Ángel, donde le relata las alternativas del apresamiento, cautiverio y muerte del Coronel Dorrego.
El fusilamiento de Dorrego. Pintura de Antonio Ballerini |
Esto
se lo dije al Coronel Dorrego, teniendo yo la delicadez de no hacer registrar
el carruaje, pues me había asegurado de no tener un solo peso, y porque debo decir
la verdad: me lastimaba el abatimiento de un hombre, a cuyas órdenes, había hecho
como ayudante la campaña de Santa Fé, y asistido a la desastrosa batalla de Pavón
en la que perdió el ejército, por temeridad e impaciencia en no esperar las fuerzas
de Buenos Aires que se hallaban inmediatas. Como a la una y cuarto recibí por
un ayudante del general Lavalle la orden de trasladarme con el Coronel Dorrego
al cuartel general. En el acto estuve en marcha, pero Dorrego inquieto por esa
maniobra me llamó y me dijo: “Elías, ¿dónde me lleva Ud.?”. “Coronel le contesté,
al cuartel general situado en la estancia de Almeyra”. Entonces me preguntó si
allí estaba el general don Martín Rodríguez, y el Coronel Lamadrid (2). Le
contesté afirmativamente, y manifestó satisfacción. No habíamos andado media legua,
cuando por el camino de Buenos Aires me alcanzó un comisario de policía acompañado
de dos gendarmes en caballos agitados, por la participación de la marcha.
Traían pliegos urgentes, que contenían la súplica del gobierno delegado (3), para
que el Coronel Dorrego saliera del país.
Dorrego
que todo lo observaba con inquietud me preguntó: ¿qué quiere ese hombre? Yo le
dije la verdad. Entonces me dijo: “mi amigo, hace un sol y un calor terrible, suba
Ud. al carro y marchará con más comodidad”. Le agradecí ese ofrecimiento que
repitió con insistencia. Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro en
la sala que ocupaba el general Lavalle y desmontándome del caballo fui a
decirle que acababa de llegar con el coronel Dorrego. El general se paseaba
agitado a grandes pasos y al parecer sumido en una profunda meditación y apenas
oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas palabras que aún
resuenan en mis oídos, después de cuarenta años -“Vaya Ud. e intímele que
dentro de una hora será fusilado”.
El
coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con inquietud.
Me aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era portador. Al
oírla, el infeliz se dio un fuerte golpe en la frente exclamando: “Santo Dios”
“Amigo mío -me dijo entonces- proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con
urgencia al clérigo de Navarro, mi deudo (4), al que quiero consultar en mis últimos
momentos”. Efectivamente, poco después estuvo ese sacerdote al lado de Dorrego
que escribía. El cura estaba impasible y veía a la víctima conmovido. Yo estaba
al pie del carro como una estatua y pude presenciar la entrega que le hizo Dorrego
de un pañuelo que contenía onzas de oro. Como la hora funesta se aproximaba el
coronel Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el mundo conoce para
su esposa (5) y la otra que yo solo conozco su contenido para el Gobernador de
Santa Fé, don Estanislao López. Ambas cartas se las presenté al general Lavalle,
quien sin leerlas me las devolvió ordenando que entregue la dirigida a su señora
y que la otra no le diese dirección. Antes de continuar copiaré la carta dirigida
a López, porque es un documento histórico- No tiene fecha- “Navarro diciembre
de 1828. Señor Gobernador de Santa Fé don Estanislao López. Mi apreciado amigo:
En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi
muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese Ud. por mi parte
todo preparativo y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy
su affmo. Amigo. Manuel Dorrego”. Formado ya el cuadro y en el momento de
marcha al patíbulo, Dorrego que estaba pálido y extremadamente abatido me llamó
y me dijo: “Amigo mío, hágame llamar al coronel Lamadrid, pues deseo hablarle
dos palabras en presencia de Ud.”. Mientras llegaba Lamadrid que fue en el
acto, me dijo: “A su amigo el general Rondeu y el general Balcarce, dígales Vd.
que les dejo la última expresión de mi amistad”. El coronel Lamadrid se
presentó y Dorrego lo abrazó con ternura y sacándose una chaqueta de paño azul
bordada que tenía, se la dio al coronel, pidiéndole en cambio otra de tipo
escocés que tenía puesta. Además le entregó unos suspensores de seda que había
sido bordada por su hija Angelita, rogándole se los entregara. Todo había
acabado, Dorrego apoyado en el brazo del coronel Lamadrid, y en el del clérigo,
marchó lentamente al suplicio. Un minuto después oí la descarga que arrebató la
vida a ese infeliz.
Yo
no quise presenciar ese acto, cuyas tristes consecuencias prevenía. Yo mudo
estaba al lado del general Lavalle que profundamente conmovido me dijo: “Amigo
mío acabo de hacer un sacrificio doloroso que era indispensable”. Enseguida
escribió su célebre parte al gobierno delegado, participándole la ejecución del
Coronel Dorrego. He aquí querido Ángel, la narración fiel y verídica de ese
episodio de nuestros extravíos políticos. Cualquier cosa que fuera de esto se
diga, es una vil impostura, pues nadie ha conocido estos detalles, sino el
general Lavalle y yo. A la edad de 67 años, cuando tengo un pie al borde del
sepulcro de la tumba, que miro sin terror, escribo estas líneas, de que tu
harás el uso que juzgues necesario para satisfacción de la verdad, desfigurada
por viles e innobles pasiones, de los que no respetan ni el hogar ni la honra
de los ciudadanos. Soy tuyo con el mayor cariño”.
Juan Elías
Aclaraciones del
Director:
(1)
Estancia “El Talar” de Juan Pedro
Almeyra.
(2)
Coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid.
(3)
El Gobernador delegado, era el Alte.
Guillermo Brown.
(4)
Juan José Castañer, Cura de
(5) Ver “El Restaurador” Nº 10, pág. 7