domingo, 1 de marzo de 2009

Anécdotas - Las visitas a Rosas

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 10 - Marzo 2009 - Pag. 16  

Anécdotas

 Las visitas a Rosas en el exilio

"Cuando ustedes estudien la personalidad del gene­ral Rosas, dirijan las investigaciones a destacar la nobleza y la altivez de la vida solitaria que llevó en el extranjero. Es para mí ese período de su existencia azarosa, el que ilumina con mejor luz el fondo de su recia personalidad"...

Dicho por Hipólito Irigoyen en 1914 en conversación con el Dr. Ricardo Caballero y el Coronel Ricardo Pereyra Rosas.

Casa de Juan Manuel de Rosas en Swaythling, 10 kms. de Southampton

En su largo exilio en Inglaterra -25 años- Rosas recibió en su casa a innumerables visitantes: amigos, familiares, adversarios políticos, personalidades extranjeras, etc. Todos dan cuenta de la sencillez de la vida que llevaba, atada al diario trabajo. Muchos de ellos se asombraron de la cultura del ex dictador. En este número ofrecemos el relato de dos visitantes, el primero, el célebre poeta español (nacido en Buenos Aires) Ventura de la Vega, cuya madre había tenido vinculación con la familia Rosas, que lo visitó al inicio del exilio, en 1853, quien en carta a su esposa –que figura en las Cartas Intimas del escritor– le relata el encuentro con el exiliado y el otro corresponde a Alejandro Valdez Rozas, hijo de María Dominga Rozas, hermana de Juan Manuel, quien lo visitó en 1873, ya en la ancianidad, y que incluyó el relato en su libro “Relatos de viaje”

 

Carta a su mujer (Fragmento) de Ventura de la Vega.

… A las once salí de aquí (Londres) y a la una y cuarto estaba en Southampton; me bajé del coche y me encaminé, por señas que me habían dado, a la casa que habita el general Rosas. Me recibió una criada inglesa, la cual pasó un recado de que un sujeto de Buenos Aires, deseaba ver al general: salió un negrito y me dijo que su amo estaba en cama y no podía recibir. Entonces le dije que pasara recado a doña Manuelita, y volvió a salir conduciéndome a una sala donde me dijo que aguardase.

…A poco rato de esperar sentí pasos, se abrió la puerta y se presentó una señora que, por el retrato que había visto, conocí era Manuelita…Yo la saludé y ella se quedó parada mirándome como si quisiera reconocerme.

- Es usted de Buenos Aires?

- Sí, señora -le contesté- soy Ventura de la Vega.

No puedes figurarte la impresión que le hizo; se acercó a mi y me dio la mano, diciéndome:

- Dios mio, cómo se parece usted en la cara a su madre! ¿Y qué sorpresa tan agradable es ésta que usted nos da? ¿Cómo se halla usted aquí?

Yo le dije que hacía este viaje a Southampton tan sólo por verlos, porque no me hubiera perdonado, estando a dos horas de distancia de ellos, haber dejado de ir a conocerlos y darles las gracias por las distinciones que les ha merecido mi madre.

- Tampoco yo le hubiera perdonado a usted -me dijo- el que nos hubiera privado de conocer a un argentino que hace tanto honor a su patria, etcétera, etcétera.

Y ya te puedes figurar lo que añadiría en elogios…

Después de hablar mucho, como puedes figurarte, de Buenos Aires, de los acontecimientos de aquel país, de mi madre, de mi hermano, etc., fué al cuarto de su padre, y vino a decirme que en cuanto había sabido que era yo, (Rosas) quería verme, y que le perdonase que me recibiera en la cama. Me levanté para ir allá; pero antes de salir de la sala, se acercó Manuelita a una bandeja con vino generoso y bizcochos que había hecho traer, y llenando tres copas, nos dió una á cada uno, y me dijo: - Antes de bajar, vamos á brindar por la salud de su mamá de usted. Me enterneció aquel recuerdo; porque aunque algunas veces me hago ilusión de que he de volverla a ver... ¡sabe Dios si será! Bajamos por una escalera interior a un cuartito pequeño, donde había una mesa con muchos papeles, y a un lado una cama de caoba, en la cual estaba Rosas. Tenía por colcha un poncho americano: él estaba incorporado, en mangas de camisa, y tenía puesto un chaleco de pana azul, de solapa, y abrochado de arriba abajo. Con decirte que es idéntico al retrato, te lo he dicho todo. -Venga acá, me dijo, que no sabe cuanto gusto tengo en conocerlo. Y abrió los brazos y me dió dos abrazos muy apretados, diciéndome: -Ha de saber que tenía pensado ir á Madrid, solo por verle. Me senté en una silla a su lado. Manuelita se sentó sobre la cama, y empezó de nuevo nuestra conversación de Buenos Aires.

Rosas es el carácter más original, más raro, más sorpren­dente que te puedes imaginar. No sé si para cortar cuando le parece alguna conversación, ó para disimular su pensamiento, ó para desconcertar al que le habla, te encuentras con que pasa repentinamente del tono más elevado, del discurso más serio, á una chapaldita de lo más vulgar, a la cual siguen otra y otra, entre muchas carcajadas, y de allí a un rato vuelve insensible­mente a entrar en el tono serio, y entonces dice, hablando de política, cosas admirables. Decían que solo tenía talento natural y que era poco culto; no es cierto. Es un hombre instruidísimo, y me lo probó con las citas que hacía en su conversación; conoce muy bien nuestra literatura, y sabe de memoria muchos versos de los poetas clásicos españoles.

Con él me estuve hasta las seis y media, en que me levanté para marcharme, porque el convoy salía a las siete; él mandó que arrimaran su coche, y en él fui al camino de hierro, acompaña­do del marido de Manuelita. Al despedirme de Rosas me dio un abrazo, y cuando yo me marchaba, me llamó y me dijo dándome otro “Este por su madre”. Manuelita me acompañó hasta el portal, y me ofreció que pronto irían a hacerme una visita a Madrid…

 

“Diario de Viaje” de Alejandro Valdez Rozas

SOUTHAMPTON agosto 17 de 1873. Esta mañana fui a casa de mi tío Juan Manuel y no lo encontré... Llegué al Farm y salió un peón, en seguida su sirvienta y me dijo que estaba en casa de Manuelita en Worthing y que ésta volvería a Londres en dos semanas. ¡Otro día perdido!...

Día 19. Anoche traté un cochero, al parecer muy bueno que, por dos shillings ha quedado en llevarme al Farm de mi tío... Llevóme el cochero por un lindísimo bosque de inmensos árboles y entramos en el Old London Road, camino viejo de Londres... Llegamos al Farm y esta vez la sirvienta salió corriendo hasta sin sombrero, que es cuanto se puede decir. Abrió la puerta y me hizo entrar, con las mayores demostracio­nes de respeto y amabilidad, a un pequeño saloncito de recibo, con una mesa de comer y una alfombra de la misma fábrica y gusto de la que tenemos en la sala y antesala de casa. Subió la sirvienta una escalera angosta, y volvió diciéndome que la siguiera; al fin de la escalera me pareció ver en una puerta, a la derecha, que estaba mi tío, por la parte de adentro, pero la sirvienta seguía por una puerta al frente; entonces recordé al momento cuán aficionado era mi tío a esa clase de sorpresas, y seguí a la sirvienta; pero al pasar la dicha puerta me salió mi tío al encuentro, con una gran exclamación: "¡Oh!..." y me tendió los brazos.

A mí me había enseñado, desde chico, mi buena madre, a pedirle la bendición: no porque fuera gobernador de la Repú­blica Argentina, sino porque era el hermano mayor de la familia; y en mis cartas, después que él emigró a Inglaterra, yo seguí la misma costumbre. He crecido, llegué a hombre y siempre lo mismo, esta vez no tenía por qué alterarla, así fue que le pedí la bendición. ¡Ah! ¡mis buenos y queridos padres! Después de ellos sólo mi tío a quien pedir la bendición; después de él nadie me la dará ya... doble motivo para guardar esa práctica de mis primeros años.

Mi tío me bendijo con mucho gusto, y me hizo entrar; era aquel su dormitorio y su cuarto de trabajo; allí hay de todo. Es una pieza como de siete varas de largo más o menos, por seis de ancho, con dos ventanas al frente; su puerta de entrada a la izquierda y otra a la derecha que va a un pequeño retrete, una gran mesa llena de periódicos, papeles, libros, impresos, manuscritos y otros objetos, la punta de la derecha está libre para las horas del almuerzo y comida. Alrededor de la pieza, en forma de estantes, unas tablas llenas de libros. Su cama está entre la puerta de entrada y la del retrete, contra la pared, y allí también hay tablas en forma de estantes, llenas de libros. Una chimenea, sobre cuyo marco hay dos relojes de sobremesa y una virgen de Nuestra Señora de las Mercedes. Ningún otro objeto o adorno que llame la atención. Mi tío me hizo entrar cerca de la cama, y él se recostó: me dijo que estaba en mi casa, que podría hacer lo que me diera la gana. Llamó a la sirvienta y le dijo: This gentleman comands here more than I, y la dicha sirvienta (Mariana), a quien ha enseñado a repetir sus órdenes para que no se equivoque, repitió en inglés: Este caballero manda aquí más que usted...

-Ya vez -me dijo mi tío- si puedes estar aquí como en tu casa. Ahora te mostraré las habitaciones todas y no te faltará donde dormir.

Yo no aproveché de estas ofertas, por espíritu de pruden­cia, sabiendo que él se levanta a las cuatro de la mañana y sale a trabajar con sus peones hasta las nueve o diez y que a la una o dos de la tarde vuelve a su tarea hasta la oración. En fin, todo lo que hablamos es puramente privado y asuntos de familia que llenarían todo este diario si lo fuera a escribir aquí, cuando éste es sólo como un extracto.