domingo, 1 de marzo de 2009

La derrota de Caseros

   Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 10 - Marzo 2009 - Pags. 8 a 11

Ultimos instantes de la batalla de Caseros”.
Oleo de A. Fumagalli 

 




En esta obra se puede apreciar la defensa del palomar y la casa de Caseros.

A la izquierda se ven soldados federales y en primer lugar y de frente, con condecoración, el Gral. Marquez de Souza.






La derrota de Caseros

por Norberto Jorge Chiviló

La Batalla de Caseros, que tuvo lugar el 3 de febrero de 1852 muy cerca de nuestra Ciudad de Gral. San Martín, entre las fuerzas nacionales de la Confederación Argentina a cuyo frente se encontraba Juan Manuel de Rosas, y fuerzas de la coalición formada por el Imperio del Brasil, el Estado Oriental y fuerzas entrerrianas a cargo del Gral. Justo José de Urquiza, fue una de esas batallas que han torcido el curso de la historia de nuestra patria. Las tropas de la Confederación Argentina fueron derrotadas, Caseros fue una derrota nacional, Rosas debió dejar el Gobierno y partir al exilio. La guerra la ganó el Imperio del Brasil.

En el mundo y a través de los tiempos, otras batallas también torcieron el curso de la historia.  Podemos mencionar entre otras y por ser las mas conocidas, la batalla de Lepanto ocurrida el 7 de octubre de 1571, donde la armada turca fue vencida por la armada de la coalición cristiana –La Liga Santa: España, Venecia, Génova y Santa Sede– al mando de don Juan de Austria; la batalla de Trafalgar ocurrida el 21 de octubre de 1805, allí la armada británica al mando del Almirante Nelson derrotó a la armada franco española; las batallas de El-Alamein (noviembre de 1942) y Stalingrado (junio 1942-febrero 1943) durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las hasta entonces victoriosas tropas alemanas fueron derrotadas por los ingleses y soviéticos, respectivamente, etc.

¿Por qué decimos que esas batallas torcieron y variaron el curso de la historia?. La historia seguía un curso y devenir previsible y lógico y esas batallas cruciales decidieron que la historia tomara un rumbo totalmente distinto hasta la que hasta ese entonces venía siguiendo. Winston Churchill, uno de los artífices de la victoria aliada en la 2da. Guerra Mundial en sus “Memorias”, destaca la importancia de la batalla de El-Alamein, que varió el curso de la guerra, con la siguientes palabras “Antes de El-Alamein, no conocimos la victoria, después de El-Alamein, no conocimos la derrota”. Para continuar con los ejemplos señalados, a partir de Lepanto comenzó el fin del expansionismo otomano sobre el Mediterráneo; con la derrota de la armada franco española, en Trafalgar, Napoleón no pudo realizar la invasión a Inglaterra que le hubiera dado la derrota de su tradicional enemigo y el dominio absoluto de Europa (ver El Restaurador Nº 3, pág. y sgtes.), así, a raíz de la victoria británica, Inglaterra surgió como primera potencia mundial en el S. XIX, con las consecuencias que ello trajo aparejada sobre las colonias españolas en América; lo mismo pasó con Hitler al ser vencidas sus tropas del Africa Korps en el norte de Africa al mando de Rommel –el legendario “zorro del desierto”– por los ingleses comandados por Montgomery en El-Alamein (Egipto) impidiéndole llegar al Canal de Suez y hacerse con esa importante vía de navegación y en el continente europeo derrotado por los soviéticos al mando del general Zhukov en Stalingrado, con lo cual no pudo hacerse con el dominio de la Europa continental y dando todo ello un vuelco al desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, hasta ese momento favorable al Eje y a partir de allí, a favor de los aliados y principalmente de la Unión Soviética, quien se hizo luego dominadora de media Europa.

En nuestro caso, Caseros quebró el curso de la historia de nuestro país. Nuestra Argentina no volvió a ser la misma.

Dice el historiador Ernesto Palacio en “Historia de la Argentina”: “Con la derrota de la Confederación en Caseros –tal vez la mayor calamidad de nuestra historia– se frustraba temporaria­mente el destino nacional y se abrían para el país treinta años más de guerras civiles”.

“Aun dando por ciertas las imperfecciones que a la dictadura del general Rosas le achacaban sus enemigos, no hay duda que el viejo e ilustre partido federal, del que era jefe, representaba la unidad nacional, la integridad territorial, la fidelidad a las esencias tradicionales de la patria, a la vez que un cabal con­cepto de la soberanía y del honor colectivo. En los tres lustros de su dominación habíamos pasado de la situación de colonias va­cantes y anarquizadas –y expuestas por lo tanto al zarpazo de las potencias en tren de expansión– a la de un país respetado y digno. La reiterada agresión extranjera se había estrellado en nuestra heroica decisión de mantener la independencia recién conquistada. El partido federal era sobre todo eso: el partido de la independencia. Por lo cual aplaudía sus triunfos el Liber­tador expatriado y lo servían las más notables figuras sobre­vinientes de la gesta de mayo, como Alvear, Guido, López y Planes, Brown, Sarratea, Soler, Necochea y Manuel Moreno, her­mano, biógrafo y heredero espiritual del secretario de la Primera Junta”.

“En esa lucha se había forjado la unidad de la Confederación, que en 1851 era ya un hecho consumado. A ella había contribuido una política supremamente inteligente de defensa del es­píritu y el trabajo autóctonos, que logró atenuar las viejas tensiones interprovinciales hasta hacerlas desaparecer. No solo éramos un país unido, sino también laborioso y próspero, merced a la protección que las leyes vigentes otorgaban a la producción na­cional y a la escrupulosidad con que se administraban las fi­nanzas. La sabia política americana del Restaurador había afianzado, por lo demás, nuestro prestigio en todo el continente, donde se veía con simpatía y con esperanza la expansión de nuestra influencia”.

“Todo esto cambiaría radicalmente después de Caseros”.

Entrada de Urquiza en la ciudad de Buenos Aires
Léoni Matthis



"Justo José de Urquiza: Abrió nuestros ríos a la libre navegación e inventó el agua de colonia". Ignacio B. Anzoátegui







El escritor mejicano Carlos Pereyra, dice en su obra “Rosas y Thiers”:

“El Brasil era antes de Rosas, como lo fue más tarde, el peligro mayor para la República Argentina. Rosas lo vió, cosa que no había hecho Rivadavia y que no hizo Mitre. Rosas combatió el peligro del Brasil, y lo habría conjurado plenamente su victoria contra Urquiza en 1852, pero la derrota de Caseros dejó abierta una vía de penetración en el Río de la Plata, que la despreocupación y la miopía de Mitre pusieron francamente a disposición del Imperio. Rosas no pudo, pues, resolver este problema capital, y su caída fue recisamente un fracaso histórico para la República Argentina”.

No se explicarán en este artículo los pormenores de esa Batalla, como así tampoco la actuación que le cupo al Gral. Urquiza.

Caseros fue la culminación del segundo enfrentamiento que nuestro país, como estado independiente, sostuvo con el imperio del Brasil en el Siglo XIX, pero ya con anterioridad, se habían suscitado confrontaciones entre los reinos de España y Portugal en estas tierras americanas, originadas por el expansionismo lusitano y que continuó después el Imperio del Brasil.

A fin de frenar ese expansionismo portugués, la Corona española había creado en 1776 el Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires,  que comprendía un extenso territorio que abarcaba lo que ahora es la Argentina, Uruguay, Bolivia (Alto Perú), Paraguay, prácticamente las dos terceras partes del actual Chile, las Misiones Orientales y parte de Río Grande del Sur (estos dos últimos actuales territorios integrantes del Brasil).

La política astuta de Portugal y su sucesora el Imperio del Brasil –aliados tradicionales de Inglaterra– fue en primer lugar lograr la expansión territorial, y paralelamente promover la desintegración territorial del Virreinato del Río de la Plata y el debilitamiento de las repúblicas que se habían independizado del dominio español y que otrora habían formado parte del mismo.

Los gobiernos patrios surgidos a partir de la revolución de Mayo, no supieron, no quisieron o no pudieron dar solución a este problema de la desintegración territorial y paralelamente al expansionismo lusitano y brasilero, después. Así durante los primeros años se perdieron las provincias del Alto Perú –hoy Bolivia– y el Paraguay, también se consintió, cuando no se promovió, la invasión lusitana a la Provincia argentina de la Banda Oriental –actual Uruguay– y la incorporación de ésta al Imperio del Brasil con el nombre de Provincia Cisplatina (año 1821). Esos gobiernos (Directoriales), no sólo le negaron recursos sino que combatieron a quienes como José Gervasio de Artigas, se oponían a la invasión lusitana a la Banda Oriental, confundiendo así a quienes eran los verdaderos enemigos de la nacionalidad argentina naciente.

En la primera Guerra contra el Imperio del Brasil (1825-1828) que se dio para lograr la reincorporación de la Banda Oriental –que había sido incorporada al imperio del Brasil– junto a sus hermanas del otro lado de los Ríos de la Plata y Uruguay, terminó, pese a la victoria de la armas argentinas, con una derrota en la mesa de las negociaciones para las Provincias Unidas del Río de la Plata –designación que tenía nuestro país en aquellas épocas– perdiéndose así esa provincia importante, la Banda Oriental, que pasó a ser un país independiente (actualmente República Oriental del Uruguay).

El Ejército Grande cruza el Paraná, 1851

Cuando Juan Manuel de Rosas asumió la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires en diciembre de 1829 se propuso reconstruir la integridad territorial de lo que había sido el Virreinato del Río de la Plata –si bien nunca lo hizo saber explícitamente– y del cual las Provincias Unidas del Río de la Plata era heredera.

Su mas encarnizado enemigo, Domingo F. Sarmiento –emigrado a Chile– escribió como una crítica al gobernante argentino en el diario “El Progreso” de Chile el 8 de octubre de 1844: “…porque su mira (la de Rosas) desde mucho tiempo atrás…es restablecer en toda su integridad el antiguo virreinato de Buenos Aires”. El sanjuanino, como todo el partido unitario, consideraba beneficioso el achicamiento del territorio nacional argentino. Ellos se declaraban admiradores del Imperio del Brasil, de los Estados Unidos y de las potencias europeas, potencias todas estas, que a su vez, no sólo no consentían en ver disminuídos sus territorios sino que por el contrario trataban de incrementarlos de toda forma, aún tomando territorios que nunca les habían pertenecido. En Sud América, Rosas por el contrario trataba no solamente de impedir la disgregación territorial del país –cosa que consiguió y logró la unidad territorial y por lo cual todos los argentinos le debemos nuestro agradecimiento– sino que se propuso reconstruir la unidad territorial de lo que había sido aquél virreinato, actitud legítima de todo argentino bien nacido de aquella época. Esa reincorporación de los territorios secesionados del tronco del Virreinato no lo sería por medios violentos o por la fuerza, sino por el convencimiento y voluntad de sus habitantes (caso del territorio de Tarija y el Paraguay). Sobre este tema nos referiremos en otra edición de este periódico.

Esa actitud de Rosas fue siempre criticada por el partido unitario, cuya política fue siempre el de achicar la Nación.

Ese proceder del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires –Juan Manuel de Rosas–, quien como representante de la Nación Argentina ante el resto del mundo (por el ejercicio de las Relaciones Exteriores que tenía como Gobernador de Buenos Aires), y cabeza y jefe visible de la Confederación Argentina que él había formado en 1831, se interponía en los planes del Brasil.

En efecto, la clase dirigente del Imperio brasilero, veía a Rosas no sólo como un estorbo en los planes expansionistas de aquella potencia, sino también como el elemento que podía perturbar la existencia misma del Imperio. 

La división brasileña en la batalla de Caseros.
Litografía de V. Adam. Archivo Militar, Río de Janeiro.

No olvidemos que el Imperio del Brasil era un país esclavista y que Rosas no sólo concitaba la adhesión de todas las clases sociales y raciales –blancos, indios y negros– de la Argentina, sino que contaba con las simpatías de las clases agrarias y los esclavos del Brasil. Los esclavos que escapaban de aquél país eran recibidos como hombres libres en la Confederación Argentina.

En el diario “El Progreso” del 5 de agosto de 1844, escribe Sarmiento refiriéndose al Brasil: “… encontramos pueblos pastores, movedizos, jinetes, hombres del desierto, acostumbrados a vagar, por las necesidades mismas de su industria, en mayor parte del día. Esto sucede precisamente en las provincias del Sur (Río Grande do Sul), que es donde, por el contacto con la República oriental, con la provincia de Corrientes y la república del Paraguay, se halla expuesto el Imperio a las influencias desorganizadoras del caudillo argentino (Rosas). El Brasil, además por una necesidad tradicional en el sistema de agricultura, usa del medio horrible, pero necesario allí, de la esclavatura; de modo, pues, que estos dos elementos, los esclavos y los pastores, forman una masa de sociedad peligrosa, preparada a recibir la acción insidiosa de un seductor político (Rosas), por la naturaleza misma de la situación social que tienen”. Párrafos mas adelante, sigue diciendo Sarmiento: “La monarquía constitucional es en el Brasil el paladium de la civilización y de la libertad, no sólo por su acción gubernamental sino por el feliz carácter personal y las tendencias y las tradiciones que han desplegado sus dos primeros monarcas”. Nótese los parámetros que tenía Sarmiento, pues para él, el Brasil esclavista era el “paladium de la civilización y de la libertad”, y cuando habla del Imperio en ese mismo artículo, dice “ese Imperio americano, fuerte y feliz, rico y civilizado…”, mientras que Rosas era el “caudillo desorganizador”, el “déspota” y el “tirano”. Sigue diciendo Sarmiento sobre el Brasil: “Sin embargo de esto, mil veces ha aparecido el incendio con su aspecto aterrante; mil veces se ha desfogado el fuego interno que alimenta allí las clases baja… y la insurrección que más ha durado, la que hasta ahora presenta… un carácter más alarmante por su tenacidad misma, es precisamente la que trabaja las provincias del Sur (Río Grande do Sul) que están en contacto con el desorganizador argentino (el “desorganizador argentino” es Rosas)…”

Tres días después escribe en el mismo diario: “Si Rosas fuera algún gobierno débil, cada cual (otras potencias) iría a ponerle sus cinco dedos sobre el hombro y a dictarle condiciones. Pero como es un poder fuerte, como es un poder peligroso (para aquellas potencias), no hay quien no se encoja para huir su contacto…” “Rosas aborrece de un modo decidido los resultados de la revolución americana, y uno de aquellos que mira con mayor antipatía, es el de las divisiones territoriales que sobrevinieron y se realizaron a la conclusión de aquel grande acontecimiento”.

¿Quién, que no fuera Sarmiento y los unitarios, no podía mirar con antipatía las divisiones territoriales que sobrevinieron después de la independencia? Sarmiento admirador de los Estados Unidos de Norte América, ¿no se dió cuenta que las colonias del Norte de América, una vez independizadas, en vez de dividirse, por el contrario se cohesionaron y fueron incorporando nuevos territorios por compra (Louisiana a Francia, Florida a España, Alaska a Rusia, etc.), por adhesión de sus habitantes y aún por conquista (California y Tejas a Méjico)? ¿No se dio cuenta tampoco que Inglaterra y Francia incrementaban sus territorios con sus intervenciones por todo el mundo…?. ¿Porqué lo contrario para lo que había sido el Virreinato del Río de la Plata y sus continuadoras: las Provincias Unidas del Río de la Plata y posteriormente la Confederación Argentina?

Urquiza, presidente de la Confederación Argentina, 1854
Retrato realizado por Am,adeo Gras

Veamos que actitud tomó el partido unitario en nuestro país y que impidieron a la Confederación Argentina volver a integrar lo que había sido el territorio del antiguo Virreinato, sigue diciendo Sarmiento: “Gracias a resistencias tenaces y sorprendentes que ha encontrado hasta aquí el actual gobierno argentino (el de Rosas) dentro del país mismo que oprime, gracias a ellas si todavía, después de diez años de acción incesante, lo vemos apenas rompiendo los límites de su territorio y cambiando en guerra extranjera la guerra civil que lo empujó al poder. Si no hubieran sido esas resistencias y el consumo extraordinario de fuerzas, de labor y de recursos que ellas le han ocasionado, el poder del general Rosas sería hoy en el sur de la América algo más formidable que lo que es…debemos algo a ese partido argentino (el unitario) que con una tenacidad admirable ha luchado y renacido siempre; que, débil pero resignado, ha ocupado sin cesar y de tal modo las fuerzas y los recursos del gobierno opresor (argentino), que hasta ahora no le ha permitido derramar sobre sus vecinos el torrente de desórdenes y de desmoralización que forma su vida y su poder”.

Para Sarmiento el gobierno argentino era un “gobierno opresor” y “desorganizador” (?), mientras que el brasilero, esclavista era “civilizado” y “progresista”. ¿Civilización o barbarie?, ¿donde una y otra? ¿Civilización y barbarie…?. ¿Civilización bárbara…?. Responda el lector según sus convicciones.

La clase dirigente brasilera, unida e imbuida de un patriotismo envidiable –que casi siempre le ha faltado a la nuestra–, vió con claridad cual era el peligro para el Imperio. El peligro estaba en la Confederación Argentina y su cabeza Juan Manuel de Rosas, él era el único que se interponía en la política expansionista y hegemónica del Brasil en Sud América; Rosas era el único que podía oponerse a la división territorial de lo que había quedado del antiguo Virreinato en pequeñas republiquetas que se pelearan entre sí y que ninguna sombra hicieran al Imperio; Rosas era quien, con la ayuda de los esclavos brasileros, podía determinar el fin del Imperio del Brasil y la declaración de la República que se hermanara con las restantes de América.

Con esas miras se propuso el Brasil, desalojar a quien le molestaba en América; y quien molestaba y le impedía concretar sus aspiraciones era Rosas y la Confederación Argentina.

Pero el Imperio del Brasil con sus disensiones internas no podía por sí solo derribarlo, así intentó alianzas con otras potencias (p. e. Francia e Inglaterra) pero sin lograrlo, hasta que apareció el Gral. Justo José de Urquiza en sus planes, quien cometió el mayor de los crímenes, el de traición a la Patria.

Con la defección de Urquiza, a quien Rosas había confiado la jefatura del Ejército de Operaciones, el Imperio pudo lograr sus propósitos y desalojar a Rosas del poder, que ocupó el General entrerriano de inmediato, a quien hizo reconocer la independencia de la hasta entonces provincia argentina, el Paraguay, le hizo reconocer también la libre navegación de los ríos interiores, tan celosamente defendida por Rosas hasta ese entonces y que tanto había costado mantener, y la pérdida definitiva de las Misiones Orientales –territorio ubicado al este de nuestra actual provincia de Misiones, de una superficie mayor a la provincia de Tucumán–.

Después de Caseros, los esclavos que huyeran del “civilizado Imperio” y pasaran a la Argentina, no serían ya bien recibidos y considerados libres –como lo habían sido con el “tirano” Rosas–, sino que serían extraditados y devueltos a sus “civilizados dueños”.

Como dijimos antes, Caseros resultó un quiebre en la historia argentina. Rosas, el gran defensor de la independencia nacional fue desalojado del cargo. Nuestro país dejó de ser ya el país respetado no sólo en América, sino también en el resto del Mundo; el Brasil pasó a ser el país rector en América. La Armada del Brasil pudo navegar nuestros ríos interiores. La política del Imperio llevó años después a nuestro país a secundarlo en la guerra con la antigua provincia del Virreinato, el Paraguay. De la verdadera Organización Nacional que se había dado a través del tiempo y como consecuencia del tratado del Litoral de 1831 –cuyo inspirador había sido Rosas– se pasó después de Caseros a la total desorganización y a la reanudación de las guerras civiles que se extenderán hasta la década del 80. Las pequeñas industrias del interior y las economías provinciales, protegidas en la época rosista por la Ley de Aduanas de 1835, sufrieron a partir de Caseros la irrupción de mercaderías europeas, que las llevaron prácticamente a su desaparición.


Medalla otorgada por el Uruguay
a Urquiza por su victoria en Caseros

Como premio, Urquiza recibió la más alta condecoración que el Imperio podía otorgar a un extranjero, la Gran Cruz de la Orden de Cristo. Otro que también se había desempeñado como Boletinero del Ejército Grande Aliado Libertador –como se llamó al ejército formado por brasileros, orientales y entrerrianos, en su lucha contra la Confederación Argentina– don Domingo F. Sarmiento será hecho por el Imperio “Comendador de la Orden de la Rosa”.

El General San Martín, había fallecido un año y medio atrás cuando tuvo lugar la batalla de Caseros. ¡Suerte para Urquiza…! Cobraban actualidad las palabras que el Libertador había escrito el 30/6/1839 a Juan Manuel de Rosas: “…pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.