Publicado en el Periódico El Restaurador - Año I N° 2 - Marzo 2007 - Pags.8 y 9
DEL
FALLECIMIENTO
DEL
RESTAURADOR DE LAS LEYES
En su libro “Rosas y Urquiza” (Bs. As. - 1948), Mario César Gras relata el fallecimiento del Restaurador:
“…el miércoles 14 de marzo de 1877, en el amanecer de uno de esos días gélidos y brumosos, tan comunes en el invierno inglés, la vida del fundador de la Confederación Argentina se extinguía, dulcemente, en su humilde residencia de Swanthling. La presencia de la hija amada en sus instantes supremos, debió hacerle inmensamente feliz y una sonrisa plácida, reveladora de la conformidad interior selló, para siempre, aquellos labios finos y enigmáticos.
“¡Te aseguro que ha muerto como un justo! –escribía Manuelita a su marido, a la sazón en viaje a Buenos Aires, describiéndole los últimos momentos de su progenitor– ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan luego que me dirigió su última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni mas que entregar quietamente su alma grande al Divino Creador! ¡Que él lo tenga en su santa gracia!”.
Faltábanle pocos días para cumplir los 84 años siendo así uno de los próceres argentinos a quienes Dios concedió más larga vida. Entre nuestras grandes figuras, sólo Mitre, que falleció a los 85, le superó en longevidad.
Trabajó, sin desmayos y con su ahínco habitual, hasta pocos días antes de su muerte. La neumonía que lo llevó al sepulcro la contrajo el jueves 8 al dejarse sorprender por la noche, recorriendo el campo, como tenía costumbre, sin reparar en los riesgos de la estación, que en la zona de Southampton, azotada por los vientos del mar, es singularmente fría y húmeda.
La carta en que Manuelita relata a su marido los pormenores de la muerte de Rosas a que hice referencia, es un documento de extraordinario valor emotivo e histórico, e insustituible, por su claridad y precisión, para quienes desean conocer el epílogo de una existencia tan apasionadamente combatida. Por ello he querido transcribirla en su integridad.
Hela aquí:
Burgess Street Farm.
Southampton, marzo 16 de 1877
Mi Máximo:
Cuando recibas ésta estarás ya impuesto de que mi pobre y desgraciado padre nos dejó por mejor vida el miércoles 14 del corriente.
¡Cuál es mi amargura tú lo alcanzarás pues sabes cuanto te amaba, y haber ocurrido esta desgracia en tu ausencia hace mi situación doblemente dolorosa! Es realmente terrible que tan pronto como nos hemos separado, desgracia semejante haya venido a aumentar el pesar de estar tan lejos uno de otro, pero queda seguro, no me abandona la energía tan necesaria en estos momentos que tanta cosa hay que disponer y atender, todo con mi consentimiento, y que sobrellevo tan severa prueba con religiosa resignación acompañandome el consuelo de haber estado a su lado en sus últimos días, sin separarme de él.
El lunes 12 fui llamada por el doctor Wibblin, quién me pedía venir sin demora. El telegrama me llegó a las cinco y media y yo estuve aquí a las diez y media, acompañada por Elizabeth. El doctor me esperaba para explicarme el estado del pobre tatita. Sin desesperar del caso, me aseguró ser muy grave, pues que, siendo una fuerte congestión al pulmón, en su avanzada edad era de temerse que le faltase la fuerza una vez debilitado el sistema. Al día siguiente (martes) el pulso había bajado de 120 a 100 pulsaciones pero la tos y la fatiga le molestaban mucho, a más de surgir un fuerte dolor en el pulmón derecho. Este desapareció completamente en la tarde… la espectoración, cada vez que tosía, era con sangre, y éste, para mí, era un síntoma terrible, como también la fatiga. Esa noche del martes (13) supliqué al doctor hablarme sin ocultarme nada, si él lo creía en peligro inmediato; me contestó que no me ocultaba su gravedad y que temía no pudiera levantarse más, pero que no creía el peligro inmediato, ni ser necesario consultar otros médicos, y como su cabeza estaba tan despejada y con una fuerza de espíritu que ocultaba su sufrimiento, embromando con el doctor, hasta la noche misma del martes, en que hablábamos, víspera de su muerte. El doctor, como yo, convinimos no ser prudente ni necesario todavía hacer venir al sacerdote, pues su presencia pudiera hacerle creer estar próximo su fin y esperaríamos hasta ver cómo seguía el miércoles (14). Esa noche estuve con él hasta las dos de la mañana con Kate, pues Mary Ann me reemplazaba con Alice, haciendo turnos para no fatigarnos. Antes de retirarme, estuvo haciendo varias preguntas entre otras cuándo recibiría tu carta de San Vicente y me recomendó irme a acostar, para que viniera a reponer a Mary en la mañana. Todo esto, Máximo, dicho con fatiga, pero con tanto despejo, que, cuando lo recuerdo, creo soñarlo! Cuando a las seis de la mañana entró Alice a llamarme porque Mary Ann creía al general muy malo, salté de la cama, y cuando me allegué a él lo besé tantas veces como tú sabes lo hacía siempre, y al besarle la mano la sentí muy fría. Le pregunté “¿cómo te va tatita?” su contestación fue, mirándome con la mayor ternura: “no sé, niña”. Salí del cuarto para decir que inmediatamente fueran por el médico y el confesor; sólo tardaría un minuto pues Atche estaba en el corredor; cuando entré al cuarto había dejado de existir!!! Así, tú ves, Máximo mío, que sus últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija tan amante y afectuosa. Con esta última demostración está compensado mi cariño y constante devoción. ¡Ah Máximo, qué falta me haces! ¡Si tú estuvieras aquí yo sola me ocuparía de llorar mi pérdida, pero no te tengo, y es preciso que yo tome tu lugar, lo que hago con una fuerza de espíritu que a mi misma me sorprende, desde que he estado acostumbrada que, en mis trabajos y los de mi padre, tú hicieras todo por nosotros! Pero Dios Todopoderoso, al mismo tiempo que nos da los sufrimientos, nos acuerda fuerza y conformidad para sobrellevarlos. ¡Te aseguro que ha muerto como un justo! ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan luego que me dirigió su última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni más que entregar quietamente su alma grande al Divino Creador. ¡Que él lo tenga en su santa gracia! ¡Mary estaba a su lado cuando murió, y esta pobre mujer se ha conducido con él, hasta su última hora, con la fidelidad que tú conoces siempre le ha servido! ¡Pobre tatita, estuvo tan feliz cuando me vió llegar el lunes! Las dos muchachas están desoladas. Madre e hija demuestran el cariño que tenían a su patrón. Tus predicciones y las mías se cumplieron desgraciadamente, cuando le decíamos a tatita que esas salidas con humedad en el rigor del frío le habían de traer una pulmonía. Pero su pasión por el campo ha abreviado sus días, pues, por su fortaleza pudo vivir muchos años más.
En uno de los días de frío espantoso que hemos tenido, anduvo afuera, como de costumbre, hasta tarde; le tomó un resfrío y las consecuencias tú las sabes. ¡Pobre tatita! Estoy cierta que tú le sentirás como a tu mismo padre, pues tus bondades para él bien probaban cuánto le amabas! A Rodrigo, que ruegue a Dios por el alma de su abuelito, que tanta predilección hacía de él, y que no le escribo porque no me siento con fuerzas, ni tengo más tiempo que el que te dedico.
El doctor Wibblin es mi paño de lágrimas en estos momentos en que necesitaba una persona, a quien encargar las diligencias del funeral. Kate con Manuel, fueron a ver al Undertaker, al padre y demás, y todo está arreglado para que tenga lugar el martes 20, y como el pobre tatita ordenara en su testamento que sólo se diga en su funeral una misa rezada, y que sus restos sean conducidos a su última morada sin pompa ni apariencia, y que el coche fúnebre sea seguido por uno fúnebre con tres o cuatro personas, los preparativos no tienen mucho que arreglar y su voluntad será cumplida, y en éste último irán el doctor, Manuel y el sacerdote, y tal vez venga el esposo de Eduardita García, pues he tenido un telegrama pregúntándome cuándo tendría lugar el funeral, porque quiere asistir a él. Eduarda me ha dirigido otro, diciéndome pone a mi disposición dos mil francos, si necesito dinero. Esto es un consuelo en mi aflicción.
Por supuesto que se lo he agradecido, contestando que, si necesito algo, a ella mejor que a nadie ocurriría, pero que, al presente, no lo necesito.
También ordena tatita que su cadáver sea enterrado dos días después de su muerte, pero esto ha sido imposible cumplirlo pues el undertaker dijo que no tenía tiempo, porque siendo el pobre tatita tan alto era preciso hacer el cajón y el de plomo, donde está ya hoy colocado; mañana vendrá el de caoba, decente solamente, y aunque deseaba fuese el funeral el lunes no puede ser, por ser día de San José, y así será el martes 20. ¡Dios nuestro Señor le acuerde descanso eterno! En fin, no serán las cosas dispuestas como si tú estuvieras ocupado en ellas, pero haremos cuanto podamos, yo por llevar mi deber filial y el doctor el tan sagrado de amistad. Pobre Manuel, no sabe cómo complacerme y consolarme.
Tuya
MANUELA DE ROSAS DE TERRERO
La edificante muerte del ex dictador, la magnífica serenidad con que se desprende del mundo, en plena lucidez mental, prueba a las claras, que en la hora suprema, no le conturba ningún remordimiento y que está en paz consigo mismo. Murió como un justo, proclama conmovida su hija que sabe cuanto le han difamado sus enemigos. Los que le han maldecido, augurándole una agonía horrible, acechada por los espectros vengadores de sus supuestas víctimas, han de haber quedado estupefactos al informarse que afrontó, sonriendo, el tránsito definitivo. ¡Farsa, histrionismo, simulación! –repetirán irreverentes–. No, la tranquilidad de conciencia no se finge en momento tan solemne, cuando el espíritu humano se desprende de su envoltura carnal y se eleva a Dios en demanda de su divina justicia. Quien sonríe ante la muerte es porque nada tiene de que excusarse. La tranquilidad de conciencia no es entonces una postura: es una convicción íntima, una conformidad suprema, que retempla el ánimo e ilumina el más allá.
Acto Recordatorio - 130 años - Fallecimiento del Restaurador |