miércoles, 29 de marzo de 2023

La época de Rosas - Opiniones de Marcos Sastre, Alberdi

 LA ÉPOCA DE ROSAS

por César Tamborini Duca

“Las ideas no se matan”

(Hipolyte Fortoul, prestigioso escritor 

francés (1791-1856)


La época de Rosas
Releyendo “La época de Rosas”, Antología, Marcos Sastre, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y otros, publicado en el año 1979 por el Centro Editor de América Latina, encontré varias e interesantes opiniones referentes a Juan Manuel de Rosas.

En el acto de apertura del Salón Literario en junio de 1837, los discursos no omiten elogios a Rosas: “…el hombre que la providencia nos presenta más a propósito para presidir la gran reforma de ideas y costumbres que ha empezado” dice  Sastre; “…el hombre grande que preside nuestros destinos públicos”, Alberdi (Prólogo, pág. III).

Decía Marcos Sastre en el acto inaugural del Salón Literario: “Porque el actual gobierno es el único conveniente, el único poderoso para allanar los caminos de la prosperidad nacional. El gran Rosas es el hombre elevado por la sola fuerza de su genio al alto grado de influencia y de fama, que le pone en aptitud de rechazar toda reacción extraña o anárquica que intente oponerse a la realización de las esperanzas de la nación”…

Y por fin, que el país se dispone a adoptar: Una política y legislación propias de su ser; un sistema de instrucción pública acomodado a su ser; y una literatura propia y peculiar de su ser”… (Pág. 9 y 10)

¡Cuánta razón tenía Marcos Sastre! Aunque lamentablemente cuando se estaba llegando a esa meta premonitoria del escritor, combinados factores espurios entre argentinos renegados -alguno comprado con dinero brasileño- y fuerzas extranjeras, malbarataron lo que pudo ser la gran nación del sur del continente. Mas adelante pronuncia otros conceptos:

En vano se hacen esfuerzos por restablecer el imperio de la razón y de las leyes, repitiendo el error de echar mano de los principios democráticos; pues la libertad no puede refrenar el desorden que es un abuso de la libertad. El único poder que puede suceder a la anarquía es el absoluto. Conducida por la licencia nuestra sociedad a los críticos momentos de realizar esta terrible verdad en medio de las tempestades civiles, llegó la hora en que para evitar el naufragio que la amenazaba, se presentaba la necesidad de un poder fuerte; y encontrando un hombre dotado de valor y virtudes, de tanta actividad, como energía, de tanto amor al orden, como inflexibilidad, se apodera de él, lo eleva al poder, y este hombre, superior a la pesada carga que se le impone, consiente en aceptarla; el genio lo inspira; se engrandece su alma; se multiplican las fuerzas de su espíritu; ¡salva a la Patria! Este hombre, señores, no necesitáis que os lo nombre… [refiriéndose a quien por entonces era el gobernador de la provincia]  

Dotado de gran capacidad, activo, infatigable, y felizmente animado de un sentimiento de antipatía contra toda teoría extraña; de aquel temple de alma vigorosa, y enérgico que le da un predominio misterioso sobre todo espíritu díscolo y altivo; éste es el hombre que la Providencia nos presenta más a propósito para presidir la gran reforma de ideas y costumbres que ya ha empezado. El refrena las pasiones, mientras las virtudes se fortifican, y adquieren preponderancia sobre los vicios. La paz y el orden son los grandes bienes de su gobierno. El crimen es castigado, la virtud y la religión respetada, los habitantes de los campos viven tranquilos en sus hogares, porque ven en seguridad sus bienes y sus personas, y el agricultor laborioso se afana en cultivar la tierra, porque no teme que le cambien el arado por el sable... Pero es necesario que esta marcha progresiva se la deje sujeta a la ley del tiempo; que jamás se intente precipitarla con la espada, porque no pueden usurparse impunemente los derechos del tiempo”… (pág. 11, 12 y 13)

Y refiriéndose a los que abrumados con el rudo peso de las aulas, no han tenido fuerzas ni tiempo para buscar el verdadero camino del saber, diciendo de ellos:

y como los gusanos que no se alimentan sino de muerte y corrupción, tienen que buscar su sustento en las dolencias y en los vicios de los hombres. Estos son después, los que primero y más obstinadamente rechazan la luz y la verdad; porque a favor de las tinieblas de la ignorancia engordan impunemente con los frutos de la mentira y del error. Estos son los que hollan la moral y la justicia, por tragarse las dignidades y las riquezas. Estos los que, tan henchidos de presunción como obstinados, llenos de confianza en su capacidad, y admiradores de sí mismos, se entrometen en dirigir los destinos de los pueblos, creyéndose investidos de tan alta misión, y no hacen más que añadir yerro sobre yerro, absurdo sobre absurdo; todo lo atrasan, todo lo arruinan; porque espíritus tardos (o mediocres cuando más), todo lo hacen por imitación y por plagio”... 

¡Qué sabias y premonitorias fueron estas palabras de Marcos Sastre! Que por otra parte nos llevan a comparar con el mismo sentimiento que sintió ese otro gran hombre que fue San Martín, sobre la necesidad de las aptitudes que debía tener el hombre para regir los destinos de nuestro país en la situación que se encontraba en ese tiempo. 

Es interesante también observar en esta Antología, como, aún en el año 1841, un poeta tan importante como Juan María Gutiérrez en dos de las estrofas de su poema “A MAYO” (composición presentada en el Certamen Literario de 1841 en Montevideo y recibió el premio principal entre las diez obras presentadas) menciona el color azul para nuestra bandera; que es el color oficial, no el celeste que impusieron “iluminados” poetas expatriados, en aras de realzar su emblema político (unitario). 

A MAYO (1841)

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¡Palma a mi sien! Mas palma entrelazada

Con albas cintas en azul teñidas,

Colores que a la vez son bien queridas

Del cielo hermoso y de la patria amada. (Pág. 87)

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¿No ve en lo futuro cruzar por los mares

Azules pendones llevando a millares

Los frutos opimos de un mundo feliz? (Pág. 95)

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Los bóers y la Argentina - Omar López Mato

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

162

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


Encontramos un artículo muy interesante publicado en la columna Umbrales del Tiempo del diario La Prensa del 5 de octubre de 2008 sobre los campos del concentración instalados por los ingleses en sudáfrica en la guerra contra los bóeres y el afincamiento de un grupo de ellos en nuestra Patagonia.
Si bien en el artículo se hace referencia a los "Bóers", la designación correcta sería "Bóeres".

Los bóers y la Argentina
por Omar López Mato

Los primeros campos de concentración no salieron de la imaginación mefistofélica de Hitler, ni del espíritu perverso de los nipones, sino de los flemáticos británicos, que han cometido algunos de los desmanes más notorios de la historia (las divisiones étnicas en África o el conflicto israelita-palestino, entre muchos otros) con la habilidad de saber retirarse con altiva indiferencia y cara de ‘yo no fui’. Este ‘invento britanico’ estaba destinado a los rebeldes bóers que se resistían a la invasión inglesa de Sudáfrica. Ya los bóers habían herido el orgullo británico dándoles una paliza en la batalla de Colenso (el 15 de diciembre de 1899). Un grupo de tropas irregulares, tan sólo munidas de sus Mauser, y algo de ingenio, habían desairado a las tropas profesionales del Imperio. A las derrotas en el campo de batalla debemos agregarles los golpes de mano de estos guerrilleros de origen holandés, jóvenes granjeros conocedores del terreno, excelentes jinetes y mejores tiradores. Para desalentar esta lucha de partisanos, los ingleses aprehendieron a las esposas e hijos de los bóers y los encerraron en campos rodeados de alambres de púa y custodiados por tropas fuertemente armadas para evitar cualquier intento de rescate. Allí murieron muchos de estos reclusos por mala alimentación y enfermedades, mientras que sus hombres, desalentados, fallecían en los enfrentamientos contra el invasor o se entregaban para unirse a sus familias prisioneras. Un grupo de colonos bóers, cansados de esta guerra, miraron el mapa e imaginaron que del otro lado del Atlántico había tierras como las sudafricanas, y hacia allá fueron, instalándose en Comodoro Rivadavia, donde el rugido del león fue reemplazado por el bramido del puma. Crecieron en una colectividad cerrada; muchos de ellos recién aprendieron a hablar el castellano años más tarde. De su gesta dejaron la carreta patagónica, igual a la que usaron para conquistar el Transvaal, tal como la que se ve a la entrada de Comodoro. 
En el ínterin el el gobierno de esta joya rutilante de la Corona Británica (léase Argentina) le vendió caballos al ejército inglés para continuar su lucha en Sudáfrica, pero en uno de esos alardes de viveza criolla, las partidas fueron tan malas (matungos, les decían) que nuestros pingos se crearon una pésima fama en el mundo. Tuvo que ir don Alfredo Martínez de Hoz a Inglaterra a competir con sus purasangre para recuperar nuestro alicaído prestigio equino.
Han pasado cien años, lo colonos sudafricanos aún desfilan en cada Día del Inmigrante por las calles de Comodoro Rivadavia, tienen un restaurante Rada Tilly, donde pueden degustarse sus exquisiteces, y aún persisten algunos criollos (que nunca aprenden) vendiendo matungos como si se tratase de ganadores del Pellegrini. No aprendemos... ¡Qué le vamos a hacer!

lunes, 27 de marzo de 2023

El primer Perón - Fermín Chávez

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

161

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


Este artículo que a continuación se reproduce, fue publicado en el revista Abogados, de agosto de 2003.

Los presidentes argentinos

JUAN DOMINGO PERÓN

El primer Perón

por Fermín Chávez


Perón
Nació en el campo de su padre, partido de Lobos el 8 de octubre de 1895, y falleció en Buenos Aires el 1 de julio de 1974.

A los 5 años fue llevado por sus padres a Chankaike, cerca de Río Gallegos, y a los 9 pasó a Camarones, cerca de Comodoro Rivadavia. Fue así como hizo sus primeras letras en la Patagonia, hasta 1905, año en que vino a Buenos Aires y vivió con su abuela Dominga Dutey, en la casa y escuela de San Martín 548, parroquia de Catedral al Sur. Y allí cerca, en la Iglesia de la Merced, fue adoctrinado por el padre Antonio Rasore.

Quería ser médico como su abuelo Tomás Liberato Perón, pero terminó finalmente en el Colegio Militar. De esta época, 1911, se ha conservado unos versos criollistas que escribió, y tras su egreso como subteniente fue destinado al 12 de Infantería, con asiento en Paraná. Allí mostró su vocación de escritor: escribió piezas de teatro para ser representadas por los soldados a su mando. Dos de sus comedias se titularon “Silvino Abrojo” y “El detective de la máscara negra”.

Desde muy joven se interesó por la historia y por la filosofía. Uno de sus escritos no literarios fue Moral Militar, de 1925. Después (1928) publicó Campañas del Alto Perú y Guerra Mundial 1914 (1931). En 1934 cambió su temática cuando publicó Memoria geográfica sintética del territorio nacional del Neuquén, con fines docentes. Por razones parecidas fue movido para elaborar su Toponimia patagónica de etimología araucana, publicada en entregas de 1935 y 1936 del Almanaque del Ministerio de Agricultura de la Nación. Con razón, el inglés George Pendle dijo una vez: “Perón no fue un militar ni un político, fue un estudiante, y luego un profesor que enseñaba a sus estudiantes en la Escuela de Guerra. No solamente temas militares, sino también la historia de la Argentina. Fue profesor, y cuando llegó al poder siguió enseñando, a su manera, dando conferencias a la gente”. El propio Perón lo confirmó durante su exilio, cuando en una entrevista dijo: “Yo he sido presidente, pero en el fondo soy más un maestro”.

Como es sabido, en la conspiración contra Yrigoyen y el golpe de 1930 actuó como auxiliar del Estado Mayor revolucionario, y de su participación dejó un escrito publicado por el general José María Sarobe en sus memorias: Lo que yo vi de la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre de 1930.

Cabe consignar su actuación como agregado militar y aeronáutico en nuestra embajada en Chile (1936-1938), de la que quedan valiosos documentos en el Archivo del Ministerio de Guerra. Estando todavía en Santiago apareció en Buenos Aires un trabajo suyo, presentado al 2do Congreso Internacional de Historia de América, y titulado “La idea estratégica y la idea operativa de San Martín en la campaña de los Andes” (1937).

Una nueva etapa de su vida comienza en febrero de 1939, cuando fue enviado a Italia como agregado a tropas alpinas de montaña, y en rigor como observador del curso de la contienda europea. Regresó a fines de 1940, luego de una visita a Portugal y a España. A comienzos de 1941 el “Serpa Pinto” y el “Brazil” lo trajeron a su patria, y poco después fue destinado al Centro de Instrucción de Montaña en Mendoza, donde se desempeñó como maestro de esquí desde mediados de 1941 hasta marzo de 1942, en que fue trasladado a Buenos Aires, para funcionar en el Estado Mayor de Tropas de Montaña, ya con el grado de coronel.

En este tiempo surgió el proyecto de creación del Grupo Obra de Unificación, o GOU, que fue una sociedad militar con fines políticos y contraria al sistema imperante. Esta organización nació a fines de 1942 y creció antes del 4 de junio de 1943. Es decir que el movimiento triunfante en esta fecha halló al GOU en plena labor de enrolamiento. Perón ocupaba el número 19 del escalón inicial, pero era su verdadero y principal conductor.

En la primera quincena de junio del 43 fue designado jefe de la Secretaría del Ministerio de Guerra, y el 27 de octubre, director del Departamento Nacional del Trabajo, el cual fue convertido por su titular en la Secretaría de Trabajo y Previsión, el 27 de noviembre, bajo la inspiración de la encíclica “Quadragesimo Anno”. Y aquí empezó otra historia: la era de la política social, bajo el imperio de la doctrina del “Estado subsidiario”.

El 10 de junio de 1944 dictó una clase magistral sobre defensa nacional en la Universidad de La Plata. El año 1945 fue decisivo para él, a partir del 9 de octubre, en que renunció a la vicepresidencia, al Ministerio de Guerra y a la Secretaría de Trabajo. Pero la marcha popular del 17 de octubre lo reimplantó en el curso histórico argentino.


Fermín Chávez fue profesor de Historia Argentina de la UBA, de la Universidad Nacional de La Plata y de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Recibió el Premio Consagración Nacional (1990), Premio Bartolomé Mitre - Adolfo Saldías (1991), entre otros. 

Es autor de varios libros, entre ellos Historia del país de los argentinos, Perón y el peronismo en la historia contemporánea, Eva Perón sin mitos y La vuelta de Don Juan Manuel.

Corte Suprema de Justicia - Parque de Artillería - Cañón "El criollo"

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

160

En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


Este artículo que a continuación se reproduce, fue publicado en el revista Abogados, de marzo de 2003.

Un cañón en el Palacio de Justicia

por Carlos Fresco (Periodista e historiador)

Corte Suprema de Justicia de la Nación
Parque de Artillería

El viejo edificio del Parque de Artillería fue demolido en 1903 para dar lugar a la construcción del actual edificio de Tribunales.


Un día, Enrique Udaondo, a la sazón director del Museo Colonial e Histórico de la provincia de Buenos Aires (1), que está en Luján, ingresó al Palacio de los Tribunales y se dirigió al despacho del doctor Antonio Bermejo, que era el presidente de la Corte Suprema de Justicia (2). En esa oportunidad fue a pedirle el viejo cañón “El Criollo”, que fue tomado como trofeo a los paraguayos en la guerra de la Triple Alianza, y que se encontraba en dicho Palacio, para trasladarlo al Museo.

El magistrado, atónito y desconcertado ante tal pedido, no podía dar fe a las palabras de Udaondo. No podía imaginar que una pieza de artillería de tal porte pudiera estar en los Tribunales, en el mismo solar donde décadas atrás estuvo el Parque de Artillería. Grande debe haber sido su sorpresa cuando ambos bajaron al sótano del edificio y pudo comprobar que allí se encontraba el mencionado cañón.

Esta enorme pieza de artillería, que había sido construida con la fundición de utensilios de cocina, estuvo emplazada sobre una alta cureña y se exponía en el patio, frente a la Puerta principal del Parque de Artillería, que daba a la plaza. Estaba junto con el vetusto cañón “El Cristiano”, que había sido fundido con campanas de las iglesias del Paraguay,


Del hueco al Parque de Artillería

Donde hoy se encuentra el Palacio de Tribuales fueron tierras de Juan Gregorio Zamudio, que tenía alrededor de 10 manzanas abandonadas; por ello se lo denominaba “hueco”, y a la zona se la conocía como el “hueco de Zamudio”.

Al morir éste, las tierras se fraccionaron para que cada uno de sus hijos recibiera la parte que le correspondía. Felipe Filiberto Arguibel y Larregui, abuelo de Encarnación Ezcurra, la esposa de Rosas, compró a los herederos los distintos lotes y cuartos (4) hasta hacerse dueño de la manzana donde hoy se encuentra el Palacio de Justicia.

Arguibel murió en 1801 y la manzana comprendida por Lavalle, Talcahuano, Libertad y Uruguay, donde tenía su quinta (hoy el solar de los Tribunales), le fue expropiada a sus herederos por la Junta Provisional de Gobierno en 1810 para levantar una fábrica de armas y luego el Parque de Artillería, que anteriormente habían estado en Defensa y Humberto 1°, San Martín y Viamonte, y en Viamonte y Suipacha, frente a lo que se conoció como Plaza del Temple; de allí que la calle Viamonte se la denominaba Del Temple, porque pasaba frente a dicha plaza.

El vendedor fue Juan J. de Ezcurra (suegro de Rosas) y la escritura se firmó el 28 de noviembre de 1818 ante el escribano de gobierno José R. de Basavilbaso, para establecer una fábrica de armas.

El primer director de la fábrica fue Domingo Matheu, designado en ese cargo el 29 de septiembre de 1811.

En ese tiempo el “hueco” que daba al frente del Parque de Artillería era un basural, hasta que en 1822 se convirtió en plaza. Muy pocas viviendas se encontraban en los alrededores, por lo que el Parque de Artillería aparecía como una construcción imponente, con su frente por Lavalle; de ahí que a esta calle se la conoció durante muchos años por el nombre de Del Parque. Y ese mismo nombre recibió el barrio.

Un muro liso rodeaba la manzana, lo que formaba el edificio de estilo colonial. En su pórtico lucía la estatua de Marte.

En la época de Rosas se instaló el arsenal con frente a la calle Uruguay.

El general Tomás de Iriarte, en sus Memorias, cuenta que en 1828 el gobierno recurría directamente al fraude en las elecciones para que triunfaran los federales. Iriarte, que era uno de los jefes a cargo, reconoce haber utilizado a los operarios del Parque de Artillería “para hacer triunfar la lista del gobierno de la parroquia de San Nicolás” ¿un anticipo del “fraude patriótico”?

Posteriormente se instaló el cuartel, que miraba a la plaza, y se ampliaron los talleres. En 1863 el Parque tenía siete almacenes grandes con material de guerra, cinco talleres, una sala de armas, oficinas y habitaciones para sus empleados. En los dos patios se depositaban piezas de artillería y proyectiles de gran calibre, carros y cureñas.

Los sones militares, los toques de clarines, el redoble de tambores y las dianas eran los acordes que por muchos años marcaron las horas del día en la apacible zona que se iba transformando con el correr del tiempo.

Parque de Artillería
Cañón El criollo en el interior del Parque de Artillería,
en vísperas de la revolución.


A medida que el progreso se iba instalando en los distintos barrios parroquias, como se los denominaba entonces, los primitivos cuarteles y fábricas de armas se fueron trasladando a zonas menos pobladas.

En 1872 una comisión de vecinos destacados le solicitó al presiden de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento (6), el traslado del Parque de Artillería como medida de precaución para protección de la vida del vecindario, que estaba expuesto a una catástrofe como la que se produjo en 1865 en la Plaza San Martín por la explosión del polvorín, que causó más de 70 víctimas. El tiempo pasaba, no se procedía al traslado y los petitorios y protestas continuaban.

Corría el año 1884 y los vecinos al Parque se dirigieron al intendente Torcuato de Alvear quejándose por el humo y el vapor que invadían las calles aledañas, arrojados por las chimeneas y las fraguas de la fábrica de armas. Ese hollín que despedían caía sobre los techos y las aguas de lluvia lo arrastraba a los aljibebes inutilizándolos para el servicio hogareño.

Un año más tarde se ordenó la construcción del Arsenal Principal de Guerra Esteban de Luca, en las calles Combate de los Pozos, Rincón, avenida Brasil y Juan de Garay. Y muy cerca, en avenida Brasil y Pichincha, lindando con el arsenal, se construyeron los cuarteles, El Regimiento 5° que tenía asiento en el Parque fue trasladado a Campo de Mayo.

Pero el viejo Parque siguió en pie.

En 1887 el 2° Batallón del Regimiento 1° de Infantería tenía su cuartel en la esquina de Libertad y Tucumán. En 1888 se instaló el Cuerpo de Bomberos, y al abrirse la Avenida de Mayo se demolió el edificio que ocupaba frente a la plaza Lorea. Al año siguiente los bomberos lo abandonaron y fue ocupado por el arma de Ingenieros.

 

El baluarte de los boinas blancas

En 1890 el gobierno de Miguel Juárez Celman (7) pasaba por un quiebre de las instituciones, y quiebra financiera, económica y moral. Así las cosas, se programó un estallido revolucionario cuyos principales actores y cabecillas provenían de la Unión Cívica, de reciente formación.

El 26 de julio de 1890, en la casa del general Viejobueno, en los altos del Parque, se encontraron, en una pieza, unos veinte revolucionarios. En otra estaba el doctor Leandro N. Alem, que había ingresado en el Parque de Artillería durante la madrugada.

Los adictos al movimiento revolucionario fueron llegando al Parque, hasta juntarse unas 150 personas, que se apropiaron de armas y municiones del viejo cuartel de artillería.

Una vez que comenzaron los disparos de las fuerzas leales contra los acantonados revolucionarios, que también se fueron ubicando en distintos puntos alrededor de la plaza Lavalle y llevaban boinas blancas para su identificación, la lucha se fue haciendo más encarnizada y las bajas numerosas.

El 28 se intentó llegar a un armisticio, pero éste fracasó. Mientras, en el Parque de Artillería se estaban quedando sin municiones, por lo que la resistencia se hacía inútil.

Al día siguiente se llegó finalmente a un armisticio en condiciones honrosas para los vencidos revolucionarios. En esta asonada también resultó vencido el presidente Juárez Celman, que debió renunciar.

El viejo edificio del Parque de Artillería había sufrido, en toda su estructura, los impactos de municiones de distintos calibres. En parte fue derrumbado, y los escombros y distintos materiales que habían volado obstruían las calles aledañas. En su interior el desorden y la destrucción de armamento y edificios hablaba por sí de la encarnizada lucha que se había librado contra el que fue el baluarte de Leandro N. Alem.

 

Las armas dejan lugar a la Justicia

Finalmente, el 30 de diciembre de 1903 se traspasó la manzana limitada por Lavalle, Uruguay, Tucumán y Talcahuano del Ministerio de Guerra al de Justicia e Instrucción Pública. El acto se realizó ante el escribano mayor de gobierno doctor Enrique Garrido. Allí se levantaría el palacio que conocemos.

Distintas opiniones se dieron a conocer ante esta resolución. La Prensa, en su edición del 31 de diciembre de 1903, expresaba la pérdida del patrimonio arquitectónico y cultural de esta forma: “Justamente con la demolición del viejo edificio del Parque de Artillería desaparecerá de Buenos Aires un verdadero monumento nacional, por el importante papel que le tocó desempeñar durante los períodos más agitados del desarrollo de nuestra vida institucional”.

Por el contrario, La Nación, en su edición del 1° de enero de 1904, aplaudió tal medida despreciando el significado que tenía el viejo edificio. Bajo el título “Transformaciones edilicias” apuntó: “La piqueta va a demoler el Parque de Artillería, y lo que fue caserón vetusto de paredes agrietadas en la que el musgo se trepaba, será más tarde el Palacio de Justicia, que reunirá a todos los tribunales, centralizándolos. No hay quien no haya pasado alguna vez por aquel cuartel viejo y ruinoso de aspecto tétrico, que frente a la Plaza Lavalle y en calles tan centrales, constituía un verdadero adefesio. Edificado hace muchos años, cuando no se sospechaba que Buenos Aire llegase a ser lo que es ahora, el Parque fue construido para talleres y maestranza del ejército. Edificado más tarde el Arsenal de Guerra los materiales pasaron a la nueva dependencia, y desde entonces fue habilitado como Cuartel, hasta hace poco, en que estuvo allí el palomar militar y el 5° de Infantería, actualmente destacado en el Campo de Mayo”.

Al demolerlo se encontraron en el subsuelo enterradas, distintas armas y municiones, como sables corvos, granadas, municiones para ametralladoras y cañones. Entre ellos uno que tenía la culata destrozada por una explosión producida en Humaitá, río del Paraguay donde tuvo lugar la conocida resistencia paraguaya en la guerra de la Triple Alianza, en 1868.

El proyecto del edificio del Palacio de Justicia pertenece al ingeniero francés Norberto Maillart, el que también proyectó el edificio de Correos y Telégrafos, sobre la base del diseño de la Central de Correos de Nueva York, realizado en 1887, y el Colegio Nacional de Buenos Aires en 1908. Y también elaboró un anteproyecto para la Casa de Gobierno de Córdoba.

Las obras del Palacio de Justicia comenzaron en 1905, para ser habilitado, en parte, en 1910.

Carlos Fresco es periodista e historiador

NOTAS

1. Fue director desde 1923 hasta su muerte, acaecida en 1962

2. Fue presidente de la Corte Suprema de Justicia durante 25 años, desde 1904 hasta 1929.

3. Esta curiosa historia le fue suministrada al historiador Enrique Germán Herz por el profesor Carloas María Gelly y Obes, amigo dilecto de Enrique Udaondo.

4. Se denominaba cuarto  a la fracción de una manzana, que medía 17,5 varas de frente por 70 varas de fondo.

5. Gaceta de Buenos Aires, del 3 de octubre de 1811.

6. Presidente de la Nación desde 1868 hasta 1874. Lo sucedió a Bartolomé Mitre, que lo fue de 1862 a 1868.

7. Presidente de la República desde 1886 hasta 1890.

 

Según pasan los años

Los nombres de las calles de Buenos Aires fueron cambiando en distintas épocas. En este detalle se dan los nombres que tomaron las que limitan la manzana donde hoy se levanta el Palacio de Justicia y antes estaba el Parque de Artillería: la calle Lavalle se llamó General Lavalle (1879), Parque (1822), Merino (1808), Santa Teresa (1769) y San Benito (1738); Tucumán se llamó Herrero (1808) y Santiago (1734); Talcahuano se llamó Irigoyen (1808) y Uruguay se llamó Pazos (1822).

martes, 21 de marzo de 2023

Edificios donde funcionó la Corte Suprema de Justicia de la Nación - Caserón que perteneció a Rosas

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


Este artículo que a continuación se reproduce, fue publicado en el revista Abogados, de mayo-junio de 2005.

Corte Suprema

La itinerante Casa de Justicia

por Carlos Fresco (Periodista e historiador)

La primera sede de la Corte estuvo emplazada en lo que fue la casa de Juan Manuel de Rosas, en Bolívar y Moreno.

Edificio de la Corte Suprema
Caserón de Juan Manuel de Rosas en Bolívar y Moreno (c. 1910)

El poder más joven de la República, la Corte Suprema de Justicia, sesionó en distintos edificios, alguno de ellos de larga trayectoria, hasta que finalmente hoy tiene su lugar definitivo en el Palacio de Tribunales, en el solar que ha sido mudo testigo de los avatares de nuestro pasado.


El Poder Judicial de la Nación es el más joven de los tres poderes instalados en la República Argentina.
La primera Corte, designada por Urquiza a fines de 1854, nunca llegó a reunirse. El presidente de la República Bartolomé Mitre (1862-1868), de acuerdo con la ley, organizó la Corte Suprema Federal de Justicia de la Nación.
El 18 de octubre de 1862, Mitre, por medio de un decreto, nombró la primera Corte argentina con la presidencia de Valentín Alsina, Francisco de las Carreras, Salvador María del Carril, Francisco Delgado, José Barros Pazos y Francisco Pico como procurador general.
El 15 de diciembre decretó que el tribunal principal se instalara un mes más tarde. Pero Alsina no aceptó ser presidente del mismo, por lo que Mitre, por decreto del 1° de junio de 1863, nombró en ese puesto al doctor Francisco de las Carreras, que permaneció en el cargo hasta 1870.

Su residencia
La Corte sesionó en lo que fue el caserón de Juan Manuel de Rosas en la ciudad, que comprendía casi media manzana, limitada por mitad de cuadra de Bolívar, toda la cuadra de Moreno y la esquina de Perú donde hoy está el bar El Querandí.
Originalmente, sobre Moreno estaba la casa que era de Juan Ignacio de Ezcurra, padre de Encarnación. Allí fue a vivir Rosas al poco tiempo de casarse con ésta. En 1836 (1) Rosas comenzó a comprar las casas linderas, y finalmente le adquirió (2) a su suegra, Teodora Arguibel, la casa paterna de su mujer. Así, y mediante las modificaciones que realizó el maestro Miguel Cabrera, se formó ese gran caserón que fue sede de su gobierno en la ciudad.
Cabe recordar que en ese mismo caserón tuvo su asiento (3) el gobernador provisorio de la provincia de  Buenos Aires después de Caseros, doctor Vicente López y Planes, dado el estado de abandono que presentaba el Fuerte de Buenos Aires.
Allí, en ese edificio con una larga historia, el 11 de octubre de 1863, por una acordada, la Corte dictó su reglamento interno, y el 15 de ese mes, su primera sentencia; por ello éste es el día elegido para celebrar el aniversario del máximo tribunal argentino, diez años después de haber sido creado por la Constitución de Santa Fe de 1853.

Cambios de edificios
En 1886, el Supremo Tribunal, presidido por José Benjamín Gorostiaga (4) desde 1878 hasta 1886, arrienda la propiedad de Andrés Egaña, casi lindera a la primera ubicación, Perú 195- 199 (en ese entonces la numeración correspondía a la esquina de Belgrano (5)).
En 1902, siendo atin presidente de la Corte el doctor Benjamín Paz (6), ésta ocupó oficinas del edificio de San Martín 275, donde hoy está el Banco Central; la Cámara Civil, en el Cabildo; y los jueces del crimen trabajaban en dependencias del Departamento de Policía, inaugurado en 1889. Posteriormente, y a la espera de que se terminaran las obras del edificio de Tribunales, la Corte Suprema ocupó el primer edificio que se construyó dónde iba a estar la Escuela Petronila Rodríguez.

La casa definitiva para la Justicia
En la Cámara de Senadores, el miembro informante Carlos Doncel se refirió a “la necesidad urgente y sentida de proveer de un edificio adecuado a los tribunales de la Capital, instalados en varias casas que no ofrecen comodidad, lo que constituye un inconveniente para una buena administración de justicia”.
El 14 de mayo de 1902 los diputados Emilio Gouchon, F. P. Bollini, D. M. Torino y M. Argañaraz presentaron un proyecto de ley destinado a construir la casa para la Justicia, que seria levantada en un terreno de propiedad fiscal limitado por Lavalle, Talcahuano, Tucumán y Uruguay, donde estuvo el Parque de Artillería.
El 24 de julio de 1902 el proyecto quedó convertido en ley n° 4.087. El presidente Julio Argentino Roca la promulgó el 31 de ese mes y año. Esta ley facultó al Poder Ejecutivo a adoptar los planos que trazó para tal efecto el arquitecto francés Norberto Maillart, en abril de 1889, durante la presidencia del doctor Juárez Celman.
En diciembre de 1903, el escribano mayor de Gobierno, doctor Enrique Garrido, labró el acta por la cual se traspasó el predio del Parque de Artillería al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública.
El Palacio de Justicia se levantaría, finalmente, en el solar que fue de Ambrosio de Zamudio y, posteriormente, de Felipe de Arguibel (7), caballero de origen francés que castellanizó su apellido D'Argibel, abuelo de Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas. Solar en el que posteriormente se erigió el Parque de Artillería. Como si fuera un extraño designio, donde se velaron las armas de la Patria se velaría la fiel ejecución de la Justicia.



El arquitecto
Norberto Maillart era arquitecto recibido en la escuela de Bella Artes de París, y a él le pertenecen los planos del Correo Central (8) y del Colegio Nacional de Buenos Aires (9). No sólo proyectó el Palacio de Justicia sino que también diseñó gran parte del mobiliario que aún permanece en uso en muchas oficinas de los Tribunales. Los planos originales sufrieron algunas reformas que sugirió el Consejo de Obras Públicas.
Las obras preliminares comenzaron en 1903, cuando se demolieron las viejas construcciones del Parque de Artillería. Allí se hallaron enterradas diversas armas: sables corvos, fusiles de avancarga y un cañón de gran tamaño que fue empleado en Humaitá (10).
El 24 de mayo de 1904, el presidente Roca y el ministro de Justicia, Juan R. Fernández, colocaron la piedra fundamental.
Una parte del edificio se habilitó para el Centenario, cuando se reunió, también allí, el Congreso Panamericano.
Mientras avanzaba la construcción se fueron haciendo muchas transformaciones al proyecto original, como las mansardas con techo de pizarra del último piso, que fueron transformadas en oficinas con muros de fábrica recubiertas en su parte exterior con tejas esmaltadas. La escalera de honor que debía conducir a la Corte Suprema, pasando por el lugar que hoy ocupa la estatua de la Justicia, fue suprimida ante la imposibilidad técnica de resolver su desarrollo con la amplitud necesaria; y se eliminaron escaleras sobre Tucumán y Lavalle.
En 1942 se inauguró la Sala de Audiencias de la Corte Suprema. Con tal motivo, el gobierno de la provincia de Santa Fe donó una réplica del Cristo de los Constituyentes para ser colocada sobre la cabeza del sitial del presidente del Alto Tribunal. Ante el original de esa imagen, que se encuentra en el Convento de San Francisco, de la ciudad de Santa Fe, se juró la Constitución de 1853.
El edificio de los Tribunales fue una obra largamente criticada, pero es la clara expresión de las características edilicias de fin del siglo XIX. Se sacrificaba lo funcional por lo visual, se magnificaban los espacios para dar majestuosidad y transmitirla como carácter señero de la institución que allí debía funcionar. Era una época en la que la decoración cumplía un rol importante, de allí la influencia griega, como la variedad de acróteras de distintos tamaños; el arte romano, con sus fasces o haces del lictor, sus metopas formadas por las cruces latinas y de San Andrés, las palmetas, las medusas, las máscaras grotescas, los frisos con sus metopas bucráneas y sus triglifos y sus gotas; y también está presente el arte egipcio con sus ornamentos, en los que deben reconocerse valores espirituales.

Notas
1. AGN. Reg. 1 1836. Fj. 408v. Escribano Luis López.
2. AGN. Reg. 6 1838. Fj. 123v. Escribano Marcos Leonardo Agrelo.
3. Decreto n° 1.476 del 17 de febrero de 1852. Leyes y decretos de la provincia de Buenos Aires.
4. José Benjamín Gorostiaga se domiciliaba en Cangallo 121, casi esquina San Martín, por ese entonces.
5. Gran Guía de la Ciudad de Buenos Aires editada por Hugo Kunz y Cía. Director, Edelmiro Mayer, 1886.
6. El doctor Benjamín Paz fue presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación desde el 13 de julio de 1892 hasta su fallecimiento, el 18 de noviembre de 1902.
7. AGN. Testamentaria 8.821, año 1791.
8. Los planos fueron dibujados sobre la base del diseño de la Central de Correos de Nueva York, realizada en 1887.
9. Los planos son de 1908.
10. Fortaleza paraguaya que fue tomada por el ejército aliado el 25 de julio de 1868.
 

Palacio de Tribunales
La estatua de la Justicia

En 1959 se emplazó en el hall central del edificio, sobre la calle Talcahuano, y colocada sobre un basamento que ya existía, alojado en un nicho, la estatua de la Justicia. Esta es obra del escultor Rogelio Yrurtia (1879-1950).
Es una figura hecha en bronce que mide 3,50 metros de altura y pesa aproximadamente 1.500 kilos. Representa a una mujer de pie, en ademán de avanzar con los brazos tendidos. Sus manos aparecen abiertas y unidos los pulgares. Su vestimenta es una túnica ceñida, y está calzada con sandalias. Sobre su cabeza lleva un casco, cuya visera proyecta sombras en los ojos, de tal modo que semeja que su vista está fija en el horizonte. El símbolo de la balanza de la Justicia se puede apreciar levemente en la parte frontal del casco.
La idea de emplazar esta estatua surgió del presidente del tribunal ante la falta de obras que embellecieran el palacio. Así, sugirió que en ese nicho se colocase una réplica de la estatua de la Justicia, de Yrurtia, adquirida por el doctor Carlos Delcasse. Al fallecimiento de este abogado, político y gran deportista -con quien se entrenó Jorge Newbery en la esgrima y el boxeo, en su quinta de Belgrano, conocida posteriormente por la Casa del Angel-, con el asentimiento de sus herederos, entre ellos el doctor Héctor E. González, hijo de Joaquín V. González, y yerno de Carlos Delcasse, y el beneplácito del autor de la obra, pudo ser alojada en la Casa de la Justicia. Una estatua similar corona la bóveda de la familia Delcasse en el Cementerio de Olivos.

El Kepis

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


El siguiente artículo fue publicado en el revista El Federal, del 10 de diciembre de 2009, en la columna "Tradición".

EL  KEPIS

Kepi

Copiado de los franceses, lo trajeron los orientales y lo adoptó nuestro ejército.
Cuando se aprecia una pintura del siglo XIX, que nos muestra oficiales y soldados del ejército argentino, e incluso fotos de la Campaña al Desierto o en la Guerra de la Triple Alianza (no olvidemos que la primera fotografía en nuestro país se tomó en 1845), podemos apreciar un coqueto sombrerito, que generalmente es de color azul añil o rojo, con bordados en oro y visera de suela, que se llama “kepis”. Este elemento del uniforme es preciado por los coleccionistas y de poseer uno, sabremos que tenemos en nuestras manos una pieza original de un período importante de la construcción de la Nación. 
El historiador y uniformólogo Luqui Lagleize, se ocupó particularmente de esta prenda del uniforme militar, que sabemos, era alterado a gusto por oficiales que solían diseñar, por decir de algún modo, sus propias chaquetas. 
Dice el autor: “Kepí, quepí, quepís, las maneras de escribirlo son varias, pero todas describen al cubrecabezas de origen francés usado a partir de la campaña de Argelia, y que en la época era una especie de gorra ligera con visera, que se usó en reemplazo del pesado chacó a causa del calor de Africa”. Digamos que cuando refiere a “campaña de Argelia” (país africano) lo hace porque fue colonia francesa desde 1830, hasta que en 1962 proclamó su independencia. 
Continúa Lagleize: “Suele decirse que su nombre (kepis) derivaría del alemán Kappi, diminutivo de Kapp: gorra. Hoy en día ha evolucionado y modificado en su forma, pero su configuración original sigue siendo el emblema de los militares franceses, a más de 170 años de creado. 
Luego de instalado en Francia se hizo famoso en el mundo entero y ha sido adoptado en distintas épocas por casi todos los ejércitos del mundo, aun los más acérrimos chauvinistas y xenófobos, como el inglés o el alemán. En Latinoamérica no ha habido país que no lo adoptase y son muchos los que aún lo llevan aunque más no sea por los cadetes de sus escuelas militares, como México y Perú. 
En la Argentina apareció después de la caída de Rosas, traído por las fuerzas uruguayas combatientes en Caseros y se impuso rápidamente como gorra militar por excelencia. Se usó con infinidad de variantes y modificaciones hasta inicios de la década de 1920”. 
Nos advierte el autor que su investigación ayuda a evitar que kepis de 1900 pasen por los utilizados en la Guerra del Paraguay o los usados en teatros se vendan como piezas de museo. 
“Como se dijo, los primeros quepíes que se vieron por estas tierras pertenecieron a tropas de origen uruguayo que formaron junto a los unitarios en las luchas civiles de la década de 1840. 
Los uruguayos se vistieron a la francesa desde muy temprana época, siendo de los primeros países latinoamericanos en llevar esa novedosa y cómoda prenda de cabeza. Entre otras unidades uruguayas” que vistieron el quepí, se puede mencionar a la Legión Francesa, con quepíes del primer modelo francés, o a la Legión de Garibaldinos Italianos, que llevaban quepíes de copa roja y banda verde, de los cuales se conserva algún original en el Museo Garibaldino de Montevideo. 
De las tropas uruguayas, el kepí pasó a las tropas de infantería que se plegaron al pronunciamiento de Urquiza, tal como se pueden ver en los daguerrotipos tomados a los oficiales argentinos que participaron en Caseros como Sarmiento y Pedemera”.
Julio Argentino Roca
Julio A. Roca, luciendo el kepi (1878)
La incorporación a nuestras fuerzas queda plasmada entonces: “El 18 de noviembre de 1852 se organizó la Infantería de Línea del nuevo estado. El decreto en su artículo 9° disponía el uniforme, señalándose quepi azul con guarniciones amarillas y el número del Batallón al frente. Poco después se decretó que el penacho del quepi debía ser verde. Por su parte la Caballería podía llevar quepies en campaña o altos y cónicos chacós de parada con forrajeras pendientes por detrás”.

lunes, 20 de marzo de 2023

Rousseau y el buen salvaje

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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      En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


En el diario La Prensa, del 14 de junio de 2009, se publicó en la columna "Umbrales del tiempo" un interesante artículo sobre Rousseau y el buen salvaje.

Tras el mito del noble salvaje

por OMAR LÓPEZ MATO

Rousseau y el buen salvaje
Le bon sauvage

El poeta británico John Dryden proclamó: “Soy tan libre como cuando la naturaleza hizo al primer hombre, cuando el noble salvaje corría por los bosques”. Eran los tiempos en que los marinos del Imperio Británico contaban historias de hombres primitivos aparentemente libres las pesadas cadenas dela civilización. Un siglo más tarde, en 1755, Jean Jacques Rousseau canonizó: “Nada puede ser más gentil que el hombre en su estado primitivo, comparado con la brutalidad y el pernicioso buen sentido del hombre civilizado”. Curiosamente Rousseau nunca había estado en contacto con hombres primitivos en su ambiente natural. Todos eran conjeturas del filósofo que predicó sobre la educación de los jóvenes cuando a los cinco hijos que tuvo con su amante los entregó a un orfanato (circunstancia que en el siglo XVII era sinónimo de infanticidio). Pero el mito quedó impregnado en la sociedad, haciéndonos creer que esta civilización nos corrompe y degrada. Ese mito del noble salvaje ha calado hondo, especialmente entre los ecologistas, que culpa al capitalismo, industrialismo, cientificismo y tantos otros “ismos” creados por el hombre blanco europeo además de haber explotado el medio, contaminando los ríos y polusionado el aire destruyendo el hábitat del noble salvaje.

No vamos a decir que el expansionismo decimonónico de las naciones europeas fue un modelo exitoso conducido por santos, de ninguna manera, pero debemos decir que el hombre primitivo tenía (y tiene) poco de noble. Rober Law, de la Universidad de Michigan, estudió 186 sociedades primitivas en el mundo y demostró que estos “nobles salvajes” sólo protegían el ambiente cuando mediaba alguna prohibición sagrada. El poco impacto ambiental que producían se debía a la baja densidad demográfica y la escasa tecnología. Ninguno de ellos tenía conciencia de medio ambiente.

De hecho fueron pueblos primitivos quienes extinguieron a los mamuths, al mastodonte gigante, al gliptodonte, al tigre diente de sable, al león americano y a otras especies como el moa de Nueva Zelanda.

Tampoco por ser primitivos se salvan de los vicios propios del hombre europeo. Según el antropólogo Robert Edgerton, entre estos nobles salvajes también existe la drogadicción, el abuso infantil, la mutilación corporal (castración femenina), la explotación económica, la esclavitud, el suicidio, las enfermedades mentales, la explotación del grupo por líderes políticos y otras lindezas que nos hacen creer exclusivas de la civilización occidental.

El noble salvaje es el germen del moderno salvaje civilizado. No fueron mejores que nosotros, simplemente eran menos. Somos 6.000 millones que en breve nos convertiremos en 9.000 millones; nuestra problemática es completamente distinta a la del hombre primitivo. Volver al noble salvaje no resuelve nuestros problemas, sólo nos hace evadir la realidad.

No nacemos ni buenos, ni malos, ni somos tablas rasas. Llegamos al mundo con un código genético que nos condiciona, Darwin decía que “aquél que entienda al babuino va a hacer mucho más por la metafísica que Locke”. Hoy día es inexcusable que un filósofo o un pensador no tenga conocimientos científico biológicos que expliquen los fenómenos que contemplamos en nuestra sociedad. De preservar en esta actitud sólo caeremos en mitos y falacias, como este creado por Rousseau que ni siquiera se tomó la molestia de ver a sus hijos crecer.

Napoleón, su regresode la isla de Elba y un periódico parisino

 REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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      En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


En el diario La Prensa, del 6 de setiembre de 2009, se publicó en la columna "Umbrales del tiempo" un interesante artículo sobre el comportamiento de un periódico parisino, ante el regreso de Napoleón a suelo francés, luego de estar confinado en la isla de Elba.

Napoleón y su exilio en la isla de Elba
Napoleón se fuga de la isla de Elba


Periodismo y poder

por OMAR LÓPEZ MATO 


Las relaciones entre la prensa y el poder de turno se parecen a las relaciones sexuales entre puercoespines, por lo menos deben ser cuidadosas, si no todos salen lesionados y en las partes que más duelen.

Muchos medios hacen leña del árbol caído cuando tiempo antes alababan las proezas del gobernante de turno. Si no, miren lo que le pasó al periódico parisino Le Monitor cuando Napoleón Bonaparte se cansó de sus vacaciones pagas en la isla de Elba y se dirigió solo a París a buscar lo que creía propio (léase el trono de Francia). El 12 de marzo de 1815 sorprendió a todo el mundo desembarcando en la Costa Azul; como aún hacía frío y entonces el look era usar una palidez mortecina, siguió viaje hacia la capital sin broncearse. Le Monitor le dedicó entonces un titular en letras catástrofe: “El ogro sanguinario de Córcega ha abandonado su prisión”. Como el Gran Corso no detenía su desafío, su antiguo subordinado y ahora oficial del rey, el mariscal Ney, el bravo entre los bravos, partió en su búsqueda prometiéndole al monarca justamente una bravuconada: “Os lo traeré en una jaula de oro”. Bueno, Ney cumplió su palabra porque cayó subyugado por el “charme' de Napoleón. Este continuó su avance y Ney se plegó a la troupe. Le Monitor le dedicó un titular menos llamativo: “El monstruo ha pasado la noche en Grenoble”, y al día siguiente: “El tirano ha pasado por Lyon”, pero ante el avance irrefrenable, el periódico sofrenó su lenguaje diciendo: “El usurpador se halla a 40 leguas de la Capital”. Aún un acto de coraje podía salvar a Francia del tirano-ogro-usurpador, pero al parecer nadie estaba dispuesto a hacerlo y Napoleón continuó su camino triunfal. Le Monitor modificó en tanto el uso de los adjetivos y en un brote de imparcialidad publicó: “Napoleón estará mañana al pie de nuestras murallas”. Y era verdad, hasta allí llegó, pero no conforme, continuó su camino derecho al trono, coronando su testa y el periplo editorial con un obsecuente “Su majestad imperial llega a la Capital de sus estados en medio de sus fieles súbditos”.

Comenzaban los históricos Cien Días, que finalizarían en Waterloo. Lamentablemente no contamos con ejemplares de Le Monitor posteriores a la campaña, pero podemos adivinar el tono de los titulares siguiendo el curso inverso de sus editoriales que entonces convirtieron al príncipe en sapo y al campeón en canillita, porque hay muchos que nunca aprenden ni siquiera una pequeña lección de discreción y menos aún de humildad.

Simón Bolívar - Opinión sobre indios, negros y mulatos

REVOLVIENDO LA BIBLIOTECA

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      En esta sección que llamamos "Revolviendo la biblioteca", incluimos distintos artículos de gran interés histórico, poco conocidos por el público en general, publicados hace ya muchísimos años. 


En el diario La Prensa, del 26 de abril de 2009, se publicó en la columna "Los fantasmas del pasado" un artículo sobre la opinión que Bolívar tenía de indios, negros y mulatos.

Simón Bolívar, Hugo Chávez y Evo Morales

por Armando Alonso Piñeiro  


Opiniones de Simón Bolívar
Simón Bolívar
Algunos actuales protagonistas del mundo político latinoamericano que se declaran profundos admiradores de Simón Bolívar -casos del boliviano Evo Morales y del venezolano Hugo Chávez- deberían volver a las fuentes bolivarianas. ¿Sería posible que ello significara revisar la posición proindigenista de ambos presidentes? Lo dudo, pero al menos deberían intentarlo.

Lo expreso así porque acaba de aparecer un libro sin duda apasionante, pese a que deja flotar algunas reticencias. Se trata de una obra del historiador francés Pierre Vaissière: Simón Bolívar, el sueño americano.

Sin duda polémico, este trabajo de quinientas páginas le ha exigido al autor una vasta investigación documentada. Surge de ellas la reproducción de asombrosos pensamientos del Libertador del norte sudamericano, vinculados con etnias autóctonas, especialmente las indias y las negras.

Para el caraqueño, “los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio moral que los guíe”. Calificándolos como poseedores de una “indolencia natural”, no vacilaba en postular las más tremendas condenas: “Esos demonios merecen la muerte”. Refiriéndose a los nativos de Pasto, ciudad ubicada en el actual departamento colombiano de Nariño, no vacilaba en asegurar que “deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte”.

Bolívar era de ideas monárquicas, y por lo tanto, abominaba del republicanismo y de la democracia, considerando que las elecciones eran “fuente de anarquía”. Todo es perfectamente lógico dentro de las ideas generales imperantes en su tiempo, y otros personajes como San Martín y Belgrano coincidían en ello, aunque el primero se avino a corregirse tras la Declaración de la Independencia argentina de 1816. Pero llama la atención el racismo bolivariano, reiterado en muchos documentos escritos de su puño y letra: “De todos los países -dejó estampado cierta vez-, Sudamérica es la menos apta para gobiernos republicanos. ¿En qué consiste su población sino en indios y negros más ignorantes que la vil raza de los españoles de la que acabamos de emanciparnos? Un país representado y gobernado por gente así tiene que ir a la ruina”.

Un personaje que portaba en su sangre bastantes gotas de sangre negra parece incompatible con estas manifestaciones. El historiador francés lo subraya una y otra vez: mostró una gran desconfianza hacia los negros y los mulatos, considerados obstáculos para el funcionamiento de la república colombiana”.

Muchas veces se ha comparado a los gauchos argentinos y orientales con los llaneros colombianos y venezolanos, elogiándose la coincidencia de sus respectivos méritos. En Sudamérica varios ilustres personajes no estuvieron concordes con esas presuntas características positivas. Primero Manuel Belgrano y luego Domingo Faustino Sarmiento no armonizaron con ello. Y Simón Bolívar tuvo también acres juicios sobre los llaneros. Señala Vaissière que “en el fondo, siempre desconfió de las masas mestizas que constituían la parte esencial de la población andina. A él, el revolucionario liberal, el apóstol de la libertad política, le costaba entender y apoyar un movimiento social latente que emanaba de las clases tradicionalmente oprimidas: esclavos, llaneros, mulatos y mestizos, a quienes percibía como potenciales enemigos”.

Vuelvo a los contemporáneos presidentes bolivarianos Hugo Chávez y Evo Morales, este último de la más rancia estirpe indígena y el primero de indisimulable origen mulato. Ambos nunca desaprovechan la ocasión para ensalzar a Bolívar -lo cual es estrictamente meritorio-, pero no han leído nada ni del Libertador ni sobre el Libertador. Si lo hicieran, ¿cómo se sentirían desde lo alto de su soberbia coronada por la ignorancia?

jueves, 16 de marzo de 2023

Creación del Regimiento de Granaderos a Caballo

Publicado en el portal de Infobae el 16 de marzo de 2023   


Granaderos de San Martín
Los Granaderos de San Martín:coraje a toda prueba y educados por su jefe para ser invencibles

Por Adrián Pignatelli


Un 16 de marzo de 1812 San Martín comenzó la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Luchó contra la falta de presupuesto y de hombres, pero aun así formó una unidad de caballería que fue ejemplo en las guerras de la independencia

En marzo de 1812 no hubo en la ciudad de Buenos Aires quien no mirase con recelo a José de San Martín. Era un perfecto desconocido de 34 años, con un fuerte acento español y sin un peso en el bolsillo. Para colmo llevaba un sable corvo o mameluco, de confección oriental, difundido por los ingleses y muy parecido a los usaban los corsarios. “Seguro es un espía británico”, murmuraban.

El 16 de marzo de 1812 el gobierno le ordenó la constitución de un cuerpo de caballería. Su proyecto fue formar una unidad de elite y tuvo donde inspirarse. En 1667 por orden de Luis XIV había sido creado los Granaderos de Infantería, los “enfant perdus”, por los temerarios que eran. Ocupaban siempre la primera línea de combate y eran los que encabezaban los asaltos.

Eran altos, corpulentos, ágiles y valientes. Armados con sable y hacha, llevaban colgando un saco llamado granadera, que contenía una docena de granadas, una suerte de proyectiles huecos de hierro fundido, redondos, con un agujero por donde se les introducía la carga. Se las arrojaba con la mano, con una honda o con una cuchara.

San Martín era entonces teniente coronel de caballería y había partido de Gran Bretaña el 19 de enero de 1812. Luego de cincuenta días de navegación en la fragata George Canning, llegó al puerto de Buenos Aires el lunes 9 de marzo.

 

Venía con una amplia experiencia militar. En el ejército español, combatió en cinco campañas, participó en 17 acciones de guerra y se había destacado por su arrojo e inteligencia en el campo de batalla, especialmente en el combate de Arjonilla y en la derrota del ejército napoleónico en Bailén.

No venía solo. Lo acompañaba el capitán de infantería Francisco de Vera; el alférez de navío José Zapiola; el capitán de milicias Francisco Chilavert; el alférez de carabineros reales Carlos de Alvear y Balbastro; el subteniente de infantería Antonio Arellano y el primer teniente de guardias walonas barón Eduardo de Holmberg.

Ya traía en mente un plan para libertar a América del dominio español.

El 17 elevó el “Plan bajo cuyo pie deberá formarse el Escuadrón de Granaderos a Caballo”. El 21 de marzo el Triunvirato lo aprobó y lo instó a llevarlo adelante “sin pérdida de tiempo”. En Buenos Aires ya existía el Regimiento de Dragones de la Patria, que había sido organizado por el coronel José Rondeau.

Regimiento de Granaderos a Caballo


El 27 de marzo el gobierno impartió órdenes a Córdoba, La Rioja y San Luis para que cada provincia enviase 100 hombres cada una. Debían ser de regular estatura y con caballo.

Era preciso armar el primer escuadrón de los cuatro que tendría. Nombró a Zapiola capitán de la primera compañía y Alvear fue ascendido a sargento mayor. Sus cuñados Mariano Manuel de Escalada también fueron de la partida.

La primera docena de hombres que se integraron a esta unidad fueron soldados, cabos y sargentos de los Dragones de la Patria. También recibieron a 14 soldados pertenecientes al Regimiento 1 Patricios, que se habían sublevado en el Motín de las Trenzas, en diciembre del año anterior.

 

Envió a Francisco Doblas a Misiones, a quien le dio tres meses para que le llevase 300 guaraníes altos y robustos. De los 80 candidatos que el teniente José Ruiz trajo de Córdoba, descartó solo tres. Por el litoral estuvo el teniente coronel Toribio de Luzuriaga, quien reclutó, entre otros al correntino Juan Bautista Cabral. También se incorporaron hombres provenientes de San Isidro, Morón, Pilar y San Luis, entre otros.

En agosto llegaron unos cincuenta riojanos que, sumados a la tropa que ya había reunido, completó el primer escuadrón con dos compañías de 70 hombres cada una. Cuando en septiembre llegaron los puntanos, se armó el segundo escuadrón.

La primera baja que sufrió la incipiente fuerza fue por invalidez, la del sargento primero de la segunda compañía del primer escuadrón Gregorio Miltos, enfermo de tuberculosis, que tenía una brillante foja de servicios.

Carlos Ripamonte
Granadero. Carlos Ripamonte

Un escuadrón estaba formado por un capitán, dos tenientes, un subteniente, un sargento primero, tres sargentos segundos, un trompeta, cuatro cabos primeros, setenta soldados montados y seis soldados desmontados. La plana mayor estaba compuesta por un comandante, un sargento mayor, un ayudante, un porta estandarte, un capellán, un trompeta, un sillero y un herrador, tal como describe Camilo Anschütz en su historia del regimiento.

Era responsabilidad de San Martín la organización, la disciplina, la instrucción, el vestuario y el equipo. Debía pasar los requerimientos al Estado para la provisión de todo lo que necesitase.

De todas formas, se encontró con que el Estado tenía las arcas casi vacías y dependió bastante de donaciones de particulares. De su primer sueldo donó 50 pesos, mientras que Alvear lo cedió íntegro.

La organización fue lenta porque el propio San Martín eligió uno por uno a sus oficiales. Tuvo el percance de no contar con la ayuda de su segundo, el sargento mayor Alvear, arrestado en su casa por haber sableado a un grupo de ingleses y por abrirle la cabeza a uno de ellos, el comerciante Diego Winthon. Para colmo Zapiola, el capitán de la primera compañía, era un marino que de pronto se vio como oficial de caballería. En lugar de ayudar a su jefe, se convirtió en otro de sus alumnos.

El 23 de abril presentó la lista de oficiales para que se les extendieran los despachos correspondientes.

También se incorporaron, en calidad de cadetes, 16 niños, provenientes de las mejores familias de la ciudad.

Como primer cuartel se usó el de la Ranchería, ubicado en Perú y Alsina y cuando en mayo los Dragones de la Patria partieron a la Banda Oriental, ocuparon su cuartel en el Retiro, junto al Parque de Artillería. Como caballerizas se usó las instalaciones de la plaza de toros, que se levantaba más sobre la actual Avenida Santa Fe y Marcelo T. de Alvear. El resto de lo que es plaza San Martín se usaba para prácticas de combate.

Desde entonces se llamó Plaza de Marte y no importaba el momento del día, siempre se escuchaba el estridente sonido de clarines.

En sus comienzos, los sables que colgaron de sus cinturas eran de latón de 36 pulgadas y si en un principio usaron lanzas fue por la escasez de ellos. Fueron hechas según las especificaciones dadas por San Martín: cortas con asta de madera dura. También los granaderos usaban carabinas de chispa con 10 cartuchos, o tercerolas, una suerte de carabina pero más corta. Por lo general, eran los oficiales que usaban pistolas, que debían adquirir con su propio dinero.

Pero como nada parecía alcanzar, se requisaron a particulares sables y pistolas.

Tanto las técnicas de ataque y defensa con el sable y la lanza las enseñaba, con paciencia y claridad, el propio jefe, que solía aparecerse montado en un alazán tostado o un zaino oscuro de cola larga y abundante. “San Martín formó soldado por soldado, oficial por oficial, apasionándolos con el deber, y les inoculó ese fanatismo frío del coraje que se considera invencible y es el secreto de vencer”, escribió Bartolomé Mitre en la biografía del prócer.

Los primeros caballos fueron comprados gracias a donaciones de dinero de varios vecinos de la ciudad y del interior.

El uniforme pensado por el jefe constaba de fraque, forro, pantalón, capote, maleta, chaqueta de cuartel y gorra, todo en azul. Además cuellos carmesí, chaleco blanco, botones cabeza de turco blancos (usados por los Húsares y Cazadores), casco con carrilleros o gorra y bota alta con espuelas. El morrión era alto y tenía en la frente una granada y alrededor la leyenda “Libertad y Gloria”.

San Martín era obsesivo, minucioso para imbuir a cada uno de los granaderos “el espíritu de cuerpo, de orden, de aseo y de disciplina”. Todo era revisado por el jefe: la comida, la ropa y el cuidado del caballo: todos los días a la misma hora se lo limpiaba, se los alimentaba y se les daba agua: todas las actividades con toques de corneta.

Todos los días se hacía una revista del aseo y antes de que los soldados abandonaran el cuartel, en la puerta un suboficial revisaba a uno por uno.

Cada granadero recibía un nombre de guerra por el que debía contestar cuando se pasaba lista; debían sostener la mirada un poco más arriba del horizonte. Domingo F. Sarmiento escribió que de diez cuadras se distinguía un oficial de Granaderos, porque llevaba la cabeza erguida con exageración e inclinaba el pecho hacia adelante con altanería. San Martín había dispuesto que lucieran, en sus orejas, aros metálicos.

El jefe les preparaba emboscadas y ataques nocturnos. “Prueba del miedo”, los llamaba.

El primer domingo de cada mes reunía en su casa a los oficiales del regimiento, y en unas tarjetas en blanco escribían los hechos que merecían ser discutidos. En caso de haber algún acusado, se lo hacía salir y se deliberaba cómo proceder.

El prestigio que iba adquiriendo la nueva unidad estaba dado porque las mejores familias porteñas, de donde salieron 16 niños que se incorporaron como cadetes.

Granaderos de San Martín
Combate de San Lorenzo. Obra de Angel della Valle - M.H.N.


Su primer combate fue San Lorenzo el 3 de febrero de 1813 y el último Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Los últimos granaderos regresaron a Buenos Aires en 1826 y de ellos solo siete habían estado desde un principio.

El regimiento fue disuelto y reorganizado el 25 de mayo de 1903 por disposición del presidente Julio A. Roca. “Queda reconocido como cuerpo permanente del Ejército, el Regimiento de movilización creado por resolución ministerial del 3 de febrero del corriente año, el cual se denominará, en homenaje a su antecesor, “Regimiento de Granaderos a Caballo”, establece el decreto.

Los años de lucha en el continente americano. Las batallas en las que el ró.

En el parte del combate de San Lorenzo, San Martín escribió que “el valor e intrepidez que han manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los hace acreedores a los respetos de la patria”.

De esa unidad, en sus 13 años de vida, salieron 19 generales, 60 coroneles y más de 200 oficiales, que le haría decir a su jefe que “de lo que mis muchachos son capaces, solo lo sé yo. Quien los iguale habrá, quien los exceda no”.

Fuentes: Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo (1812-1826), de Camilo Anschütz; Historia de San Martín y la emancipación americana, de Bartolomé Mitre; San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria, por Patricia Pasquali.