Publicado en el Periódico El Restaurador - Año III N° 10 - Marzo 2009 - Pag. 16
Anécdotas
Las visitas a Rosas en el exilio
"Cuando
ustedes estudien la personalidad del general Rosas, dirijan las
investigaciones a destacar la nobleza y la altivez de la vida solitaria que llevó
en el extranjero. Es para mí ese período de su existencia azarosa, el que
ilumina con mejor luz el fondo de su recia personalidad"...
Dicho
por Hipólito Irigoyen en 1914 en conversación con el Dr. Ricardo Caballero y el
Coronel Ricardo Pereyra Rosas.
Casa de Juan Manuel de Rosas en Swaythling, 10 kms. de Southampton |
En
su largo exilio en Inglaterra -25 años- Rosas recibió en su casa a innumerables
visitantes: amigos, familiares, adversarios políticos, personalidades
extranjeras, etc. Todos dan cuenta de la sencillez de la vida que llevaba,
atada al diario trabajo. Muchos de ellos se asombraron de la cultura del ex
dictador. En este número ofrecemos el relato de dos visitantes, el primero, el célebre
poeta español (nacido en Buenos Aires) Ventura de la Vega, cuya madre había
tenido vinculación con la familia Rosas, que lo visitó al inicio del exilio, en
1853, quien en carta a su esposa –que figura en las Cartas Intimas del
escritor– le relata el encuentro con el exiliado y el otro corresponde a
Alejandro Valdez Rozas, hijo de María Dominga Rozas, hermana de Juan Manuel,
quien lo visitó en 1873, ya en la ancianidad, y que incluyó el relato en su
libro “Relatos de viaje”
Carta a su mujer
(Fragmento) de Ventura de la Vega.
… A
las once salí de aquí (Londres) y a la una y cuarto estaba en Southampton; me
bajé del coche y me encaminé, por señas que me habían dado, a la casa que
habita el general Rosas. Me recibió una criada inglesa, la cual pasó un recado
de que un sujeto de Buenos Aires, deseaba ver al general: salió un negrito y me
dijo que su amo estaba en cama y no podía recibir. Entonces le dije que pasara
recado a doña Manuelita, y volvió a salir conduciéndome a una sala donde me
dijo que aguardase.
…A
poco rato de esperar sentí pasos, se abrió la puerta y se presentó una señora
que, por el retrato que había visto, conocí era Manuelita…Yo la saludé y ella
se quedó parada mirándome como si quisiera reconocerme.
- Es
usted de Buenos Aires?
-
Sí, señora -le contesté- soy Ventura de la Vega.
No puedes
figurarte la impresión que le hizo; se acercó a mi y me dio la mano, diciéndome:
-
Dios mio, cómo se parece usted en la cara a su madre! ¿Y qué sorpresa tan
agradable es ésta que usted nos da? ¿Cómo se halla usted aquí?
Yo
le dije que hacía este viaje a Southampton tan sólo por verlos, porque no me hubiera
perdonado, estando a dos horas de distancia de ellos, haber dejado de ir a
conocerlos y darles las gracias por las distinciones que les ha merecido mi
madre.
- Tampoco
yo le hubiera perdonado a usted -me dijo- el que nos hubiera privado de conocer
a un argentino que hace tanto honor a su patria, etcétera, etcétera.
Y ya
te puedes figurar lo que añadiría en elogios…
Después
de hablar mucho, como puedes figurarte, de Buenos Aires, de los acontecimientos
de aquel país, de mi madre, de mi hermano, etc., fué al cuarto de su padre, y
vino a decirme que en cuanto había sabido que era yo, (Rosas) quería verme, y
que le perdonase que me recibiera en la cama. Me levanté para ir allá; pero
antes de salir de la sala, se acercó Manuelita a una bandeja con vino generoso
y bizcochos que había hecho traer, y llenando tres copas, nos dió una á cada
uno, y me dijo: - Antes de bajar, vamos á brindar por la salud de su mamá de usted.
Me enterneció aquel recuerdo; porque aunque algunas veces me hago ilusión de
que he de volverla a ver... ¡sabe Dios si será! Bajamos por una escalera
interior a un cuartito pequeño, donde había una mesa con muchos papeles, y a un
lado una cama de caoba, en la cual estaba Rosas. Tenía por colcha un poncho
americano: él estaba incorporado, en mangas de camisa, y tenía puesto un
chaleco de pana azul, de solapa, y abrochado de arriba abajo. Con decirte que
es idéntico al retrato, te lo he dicho todo. -Venga acá, me dijo, que no sabe
cuanto gusto tengo en conocerlo. Y abrió los brazos y me dió dos abrazos muy
apretados, diciéndome: -Ha de saber que tenía pensado ir á Madrid, solo por
verle. Me senté en una silla a su lado. Manuelita se sentó sobre la cama, y
empezó de nuevo nuestra conversación de Buenos Aires.
Rosas
es el carácter más original, más raro, más sorprendente que te puedes
imaginar. No sé si para cortar cuando le parece alguna conversación, ó para
disimular su pensamiento, ó para desconcertar al que le habla, te encuentras
con que pasa repentinamente del tono más elevado, del discurso más serio, á una
chapaldita de lo más vulgar, a la cual siguen otra y otra, entre muchas
carcajadas, y de allí a un rato vuelve insensiblemente a entrar en el tono
serio, y entonces dice, hablando de política, cosas admirables. Decían que solo
tenía talento natural y que era poco culto; no es cierto. Es un hombre instruidísimo,
y me lo probó con las citas que hacía en su conversación; conoce muy bien
nuestra literatura, y sabe de memoria muchos versos de los poetas clásicos españoles.
Con
él me estuve hasta las seis y media, en que me levanté para marcharme, porque
el convoy salía a las siete; él mandó que arrimaran su coche, y en él fui al
camino de hierro, acompañado del marido de Manuelita. Al despedirme de Rosas
me dio un abrazo, y cuando yo me marchaba, me llamó y me dijo dándome otro “Este
por su madre”. Manuelita me acompañó hasta el portal, y me ofreció que pronto
irían a hacerme una visita a Madrid…
“Diario
de Viaje” de Alejandro Valdez Rozas
SOUTHAMPTON agosto 17 de 1873. Esta mañana
fui a casa de mi tío Juan Manuel y no lo encontré... Llegué al Farm y salió un
peón, en seguida su sirvienta y me dijo que estaba en casa de Manuelita en
Worthing y que ésta volvería a Londres en dos semanas. ¡Otro día perdido!...
Día 19. Anoche traté un cochero, al
parecer muy bueno que, por dos shillings ha quedado en llevarme al Farm
de mi tío... Llevóme el cochero por un lindísimo bosque de inmensos árboles
y entramos en el Old London Road, camino viejo de Londres... Llegamos al
Farm y esta vez la sirvienta salió corriendo hasta sin sombrero, que es
cuanto se puede decir. Abrió la puerta y me hizo entrar, con las mayores
demostraciones de respeto y amabilidad, a un pequeño saloncito de recibo, con
una mesa de comer y una alfombra de la misma fábrica y gusto de la que tenemos
en la sala y antesala de casa. Subió la sirvienta una escalera angosta, y
volvió diciéndome que la siguiera; al fin de la escalera me pareció ver en una
puerta, a la derecha, que estaba mi tío, por la parte de adentro, pero la
sirvienta seguía por una puerta al frente; entonces recordé al momento cuán
aficionado era mi tío a esa clase de sorpresas, y seguí a la sirvienta; pero al
pasar la dicha puerta me salió mi tío al encuentro, con una gran exclamación:
"¡Oh!..." y me tendió los brazos.
A mí me había enseñado, desde chico,
mi buena madre, a pedirle la bendición: no porque fuera gobernador de la República
Argentina, sino porque era el hermano mayor de la familia; y en mis cartas,
después que él emigró a Inglaterra, yo seguí la misma costumbre. He crecido,
llegué a hombre y siempre lo mismo, esta vez no tenía por qué alterarla, así
fue que le pedí la bendición. ¡Ah! ¡mis buenos y queridos padres! Después de
ellos sólo mi tío a quien pedir la bendición; después de él nadie me la dará
ya... doble motivo para guardar esa práctica de mis primeros años.
Mi tío me bendijo con mucho gusto, y
me hizo entrar; era aquel su dormitorio y su cuarto de trabajo; allí hay de
todo. Es una pieza como de siete varas de largo más o menos, por seis de ancho,
con dos ventanas al frente; su puerta de entrada a la izquierda y otra a la
derecha que va a un pequeño retrete, una gran mesa llena de periódicos,
papeles, libros, impresos, manuscritos y otros objetos, la punta de la derecha
está libre para las horas del almuerzo y comida. Alrededor de la pieza, en
forma de estantes, unas tablas llenas de libros. Su cama está entre la puerta
de entrada y la del retrete, contra la pared, y allí también hay tablas en
forma de estantes, llenas de libros. Una chimenea, sobre cuyo marco hay dos
relojes de sobremesa y una virgen de Nuestra Señora de las Mercedes. Ningún
otro objeto o adorno que llame la atención. Mi tío me hizo entrar cerca de la
cama, y él se recostó: me dijo que estaba en mi casa, que podría hacer lo que
me diera la gana. Llamó a la sirvienta y le dijo: This gentleman comands
here more than I, y la dicha sirvienta (Mariana), a quien ha enseñado a
repetir sus órdenes para que no se equivoque, repitió en inglés: Este
caballero manda aquí más que usted...
-Ya vez -me dijo mi tío- si puedes
estar aquí como en tu casa. Ahora te mostraré las habitaciones todas y no te
faltará donde dormir.
Yo no aproveché de estas ofertas, por espíritu de prudencia, sabiendo que él se levanta a las cuatro de la mañana y sale a trabajar con sus peones hasta las nueve o diez y que a la una o dos de la tarde vuelve a su tarea hasta la oración. En fin, todo lo que hablamos es puramente privado y asuntos de familia que llenarían todo este diario si lo fuera a escribir aquí, cuando éste es sólo como un extracto.